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Rigoberta Menchú: 'En Guatemala pospusimos la posguerra'

La Nobel de la paz guatemalteca cree que se nos olvidó hacer parte de la tarea cuando terminaron nuestros conflictos armados. En Guatemala, al menos, 'pospusimos la posguerra', dice, al referirse a la deuda pendiente en materia de reconciliación, de cultura de paz y de consolidación estructural de cambios económicos y sociales.

Lunes, 14 de mayo de 2012
Carlos Dada y Élmer L. Menjívar

Rigoberta Menchú visitó El Salvador para participar en la inauguración del Foro Centroamericano de Periodismo 2012, junto a Eduardo Stein, Frank La Rue y David Escobar Galindo; hablaron sobre las condiciones de la región dos décadas después de que El Salvador firmara los Acuerdos de Paz.

Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz guatemalteca participó con sus reflexiones en la inauguración del Foro 2012 / Foto de Mauro Arias.
Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz guatemalteca participó con sus reflexiones en la inauguración del Foro 2012 / Foto de Mauro Arias.

 

¿Se imaginaba usted hace 15 años que nuestros países seguirían teniendo tanta impunidad como en la guerra?
El crimen organizado está como entretejido entre dos grandes males que padecen nuestras sociedades hoy, que son como las epidemias actuales, digamos. Uno es la corrupción, que es indudable que la corrupción está detrás de la violencia; el narcotráfico, que es indudable que el narcotráfico tiene exitosas ganancias, de la hierbita y de todos los tipos que hoy se hace; y el crimen organizado. Sin uno no existe el otro. Es un entretejido que encuentra un panorama perfecto cuando vemos un Estado desfinanciado. Y ese es otro de los temas más serios que nosotros enfrentamos, que el Estado no tiene financiamiento. Que los fondos del Estado son raquíticos, son poquitos. Entonces el Estado se vuelve simbólico. En la guerra todavía teníamos la esperanza de que el crimen organizado sería paralelo al Estado, que el narcotráfico podría ser paralelo al Estado, podría no salpicar directamente al Estado, las leyes podrían estar mucho más separadas. Hoy no podemos tener esa certeza. 

Los acuerdos de paz sirvieron esencialmente para poner fin a la guerra, y en eso fueron muy exitosos. Pero cuando uno revisa adónde estamos ahora en este país, y no es ajena Guatemala a esta realidad, ni Honduras, ¿qué debimos haber hecho hace 20 años que no hicimos?
Hace 20 años se debió poner la piedra angular de una verdadera transformación, de una oportunidad de paz para sentar cimientos de un futuro mejor en todos los sentidos. No hubo la voluntad política de los actores que esperábamos que tuvieran voluntad política, sobre todo los que tenían los tentáculos del Estado en sus manos. Porque estamos hablando del Estado. Si todos coincidimos en que la única vía es fortalecer el Estado, pues debimos haberlo fortalecido en serio.

Debimos haber tomado medidas extraordinarias, tal como lo indican los acuerdos de paz, en los temas socioeconómicos que beneficien a la población, que demuestren que la población tiene una mejor vida en paz que una mejor vida en guerra. La guerra tenía causas profundas, causas de desigualdades, causas de dictaduras, que se censuraba. Esas causas profundas no se atacaron. Las causas profundas siguen estando vigentes.

No encaramos una posguerra con seriedad, y en el caso de Guatemala pospusimos la posguerra, parece redundante, pero desafortunadamente posponer la reconciliación, posponer la aplicación de los acuerdos de paz, en aras de decir: 'Si tú tocas los problemas del pasado, entonces estás inculcando de nuevo la violencia y la guerra'. Y entonces nos empezamos a hacer complacientes. Yo leo mi papel desde un ángulo que no soy Estado, no soy comandante guerrillero, no soy un actor de estos, pero sí soy un personaje que debimos encabezar un poco más la exigencia del cumplimiento de los acuerdos de paz. Y la comunidad internacional nos llevó en un laberinto absolutamente complaciente con los esquemas establecidos, es decir, el status quo, complaciente de cierta manera con la impunidad. Yo creo que la complacencia con la impunidad no solo somos los ciudadanos que vivimos en estos territorios, sino también las políticas internacionales.

Y esa complacencia, ¿cree que se da por un temor real a volver a la violencia, o porque había alguna otra orientación que se le quería dar a estos procesos?
La correlación de fuerzas no era una correlación de fuerzas de las partes como en algún momento se dijo. Existen las dos partes, se decía, las partes en la mesa, las partes que firmaron los Acuerdos de Paz. No, la correlación de fuerzas no era igual. En algunos casos, más bien, lo que hizo el sistema es aniquilar la resistencia y aniquilar la oposición, y aniquilar los movimientos que en algún momento presionaban para que el Estado todavía no fuera utilizado para desplazar aun más a la gente de sus derechos.

En ese proceso se pospusieron respuestas a las demandas sociales. Se pospusieron perfeccionamientos de esa democracia que creímos que era la vía, y fueron posicionándose otros actores. En el caso guatemalteco teníamos varios problemas. Uno es que los propios revolucionarios pensaban que la guerra era prolongada, y entonces la paz vino como una táctica y no como una solución definitiva. En tanto que venían no tomando en serio, sino como ‘táctica’ el diálogo y la negociación, también vino la desmovilización de todos. Es decir, no estaban todas las fuerzas preparadas para entrar en la vía política, y la vía política obviamente requiere una experiencia administrativa. Tampoco teníamos un proceso necesario como para que el diálogo no solo fuera un diálogo ficticio, sino que fuera más real, y en eso caen los Acuerdos de Paz.

¿Por qué?
Guatemala perdió la consulta popular. Porque las fuerzas que tenían el poder empezaron a aprovechar, digamos, los espacios a su favor, a difundir ideas que no son ideas conciliatorias.

En los Acuerdos de El Salvador las partes, al estar empatadas militarmente, se vieron obligadas a ceder muchísimo. Las concesiones que hizo aquí el ejército y el gobierno para negociar la paz fueron enormes. Tengo la impresión de que en Guatemala, como la situación militar era dispareja, como prácticamente la guerrilla estaba bastante diezmada, los que ejercían poder, como usted bien dice, no se vieron en la necesidad de hacer tantas concesiones.
Para nada. Se fortalecieron, más bien. Las dos realidades eran diferentes. El Salvador, una fuerza convencional, prácticamente, que tenía más recursos humanos, donde había un liderazgo verdaderamente igualitario, también tenía las fuerzas muy claras. Y aún así, en El Salvador, el tortuoso proceso para que de verdad se le permitiera al FMLN una fuerza real, y que pudiera tener competencia convencional, llevó bastante tiempo. En el caso nuestro, la guerrilla no se preparó para el diálogo, se firmaron los Acuerdos de Paz maravillosos, porque nosotros sí logramos unos acuerdos, va más allá de una agenda coyuntural, va más allá de eso. Pero las fuerzas que podían hacerlos no estaban en igualdad de condiciones.

Aquí estaba la guerrilla, aquí estaba el ejército, y la comunidad estaba de alguna manera en medio de las dos partes. Eliminando la guerrilla, y nosotros nuestra lucha hicimos que el ejército se retirara a sus cuarteles, ese vacío que quedó viene a ser ocupado por otras fuerzas, ¿verdad? Ese vacío que quedó viene a empoderar nuevos actores, normalmente vinculados a la corrupción, narcotráfico y crimen organizado. Yo creo que la realidad centroamericana nunca fue igual- ni Nicaragua, ni El Salvador y Guatemala. Los acuerdos de paz sí influyeron como en empujar la esperanza de uno y otro. Por eso cuando se firmó la paz en El Salvador, era el detonante para una nueva era. No tenía sentido un conflicto armado en ninguno de los países centroamericanos. O sea, eso es lo más grande que hicimos. Qué bueno que se dio esa coyuntura. Pero esa coyuntura la encaramos con muchas dificultades. Yo no soy pesimista de los acuerdos de paz; yo realmente soy muy optimista. Hemos hecho muchas cosas buenas, hemos hecho investigaciones científicas, hemos documentado la historia, nos hemos atrevido a actuar y hemos generado una nueva cultura democrática; nos hemos soportado, podemos maltratarnos con palabras pero no nos hemos dado realmente, y ya los crímenes de liderazgo político fueron disminuyendo- yo no digo que cesaron.

A las nuevas generaciones, a los más jóvenes, a los que nacieron probablemente cuando se estaba firmando la paz... A los que ahora se les habla de paz, ese término les suena sarcástico o irónico, porque preguntan: ¿Cuál paz? Gente que no vivió una situación de guerra, pero que obviamente la paz se les convierte en un concepto un poco vacío, o un poco...
Yo creo que la primera medida debió ser financiar el mantenimiento de la paz, para que el sistema de educación pudiera homogenizar una visión de paz, inculcar una visión de paz. Sólo el hecho de que los jóvenes deberían tener en la universidad un pensum sobre el tema Paz. Los ministerios de educación en nuestros países tendrían que haber hecho una agenda de difusión de los acuerdos. Solamente darlos a conocer ya era una tarea urgente. Solamente crear una nueva orientación de la educación para que la paz no fueran unos simples acuerdos, sino se convirtiera en una cultura de paz. Si yo soy una estudiante de sexto grado, debo saber de la historia y debo conocer obligatoriamente en textos escolares la historia de mi país. Eso también: crear identidad y crear valores. Eso jamás lo hicieron los regímenes. Hasta ahora de los acuerdos de paz hablan ya casi solo los viejitos que firmaron los acuerdos, y uno mismo, uno lee una vez al año los acuerdos que más le interesan por su trabajo, pero ¿quién conoce los acuerdos de paz? Eso es una obligación del Estado. Por eso digo, si El estado era nuestra vía, entonces teníamos que haber fortalecido una política de paz y aprovechar nuestro tiempo de oro de paz que se dio, con una política pública.

Si hace 20 años en este país hubiera habido la voluntad política de la que usted habla, ¿para qué la hubiéramos querido? ¿Qué debimos haber hecho con esa voluntad política para no estar hoy donde estamos?
El impuesto, hubiéramos avanzado el tema fiscal, pero hubiéramos avanzado también en modernizar el país con una visión propia de nosotros, no las visiones que nos impone una guerra. Centroamérica tenía la oportunidad de hacer una gran integración centroamericana, pero basada también en un enfoque social, no lo que estamos viendo en el Banco Centroamericano (de Integración Económica): sí están ahí los queridos empresarios, pero esos empresarios no tienen piel social, no tienen conciencia social. Debimos afianzar mejor nuestra identidad democrática, pero que nuestras instituciones hubieran avanzado. O sea, ¿qué más queremos? Prevenir conflictos y vivir tranquilos. Perdimos una época, no estamos perdiendo todo. Hoy más que nunca tenemos la posibilidad de levantar Centroamérica, de minimizar los impactos de la violencia. Si nos unimos todos en pro de una política de estabilidad centroamericana, yo creo que podemos hoy recuperar los tiempos que hemos perdido, las oportunidades. Porque yo creo que lo que dio los acuerdos de paz son oportunidades para nuestros países. 

¿Qué le hace creer que hoy más que nunca tenemos esta oportunidad? ¿Qué hay hoy que no había ayer? ¿Hay más voluntad, hay más conciencia social?
Primero, no debe volver nunca más la persecución política. La batalla política debe ser como debe ser, y debe ganarse una elección acorde al conocimiento que tiene la población, y las expectativas que tiene la población, de quién garantiza los cambios que tenemos que hacer, y cumplir con las promesas electorales. Yo creo que hoy estamos ya en eso. Yo participé en las elecciones de Guatemala y hace 20 años, ¡yo ni loca participaría en esto! Hay otros escenarios. La población es responsable absoluta de su propia tranquilidad. Es decir, que si la gente se siente ajeno a lo que pasa, entonces está tolerando y creando un nuevo escenario.

La gente tiene que involucrarse más, tiene que importarle más su propio desarrollo y su propia tranquilidad. Los pensamientos dogmáticos, los pensamientos radicales, fascistas, extremistas, ya no deben tener lugar. ¿Quién tiene más responsabilidad de esto? El congreso. El congreso tiene que demostrar que estamos en un nuevo tiempo. También la empresa privada debe darse oportunidades pero al mismo tiempo darle una oportunidad a la sociedad. Para que no sea un empresariado radical, egoísta, y quitar los mitos. Yo le decía a los empresarios guatemaltecos: 'Dignifiquemos la empresa privada, involúcrense en el desarrollo integral del país'. No puedo yo ir a pedir una donación a los suizos, que pagan 43% de impuesto, porque en mi país los empresarios no quieren pagar impuestos. ¡Esto es demasiado vergonzoso para todos! Dignifiquemos nuestro empresariado. Que el empresariado se involucre a fortalecer la gobernabilidad, pero también a fortalecer la inversión social, la inversión para que se elimine la pobreza, el hambre. Hagamos un esfuerzo mancomunado. 

¿Por qué en un país con población mayoritariamente indígena, una premio Nobel de la Paz, indígena, se lanza de candidata a la presidencia y obtiene un resultado marginal?
Una elección en mi pais no se gana por un candidato pobre. Una elección se va a ganar con un candidato rico, y si no es rico, que por lo menos reparta los bienes del Estado con mucha astucia, es decir, sin escrúpulos. Un candidato escrupuloso, generoso, que pueda querer.... utópico, digamos, utópico, que quiera contribuir en un país, no va a ganar en Guatemala. Hoy quien puede mantener el poder es el que tiene más capacidad de aglutinar recursos, dinero, posesión, etc. Aunque sea del pueblo, pero la gente piensa que es con eso que se va a salvar.

Hay dos premios Nobel de la Paz en Centroamérica, usted y Óscar Arias. ¿Tienen comunicación fluida? Hablan de proyectos comunes de cómo aprovechar su estatus internacional?
Tenemos una mejor comunicación como Premios Nobel. Cuando ejercemos el Premio Nobel, digamos. Pero cuando no, no tenemos una buena comunicación. Es decir, cuando el presidente Arias es presidente, es imposible conversar con él. Él toma muy en serio su calidad de presidente y es inaccesible. Y no es para Rigoberta Menchú, es para Dalai Lama, es para los distintos premios Nobel, tenemos esa misma noción. Pero cuando no es presidente, ya nos comunicamos, hacemos algunos eventos juntos. Parece que nos necesitamos, digamos. No sé, es una cultura de él que lo respetamos mucho.

Con quien yo trabajo bastante seguido es con Adolfo Pérez Esquivel, trabajo muy estrechamente con su santidad Dalai Lama, trabajo directamente con Jude Williams, Betty Williams, todas las mujeres Premios Nobel, por ejemplo la Doctora Shirin Ebadi. Ella es de Afganistán [es de Irán]. No tengo yo ningún problema de hablar con el Presidente afgano, pero mi amiga Premio Nobel es mi amiga Premio Nobel, es decir, no me condiciona. Igual con China, yo tengo muy excelente relación con los compañeros, los amigos chinos, pero tengo excelentísima relación con Dalai Lama. Monseñor Tutu, que es una leyenda extraordinaria en Sudáfrica, y Ramos Horta. Esos son mis amigos. El Doctor Ramos Horta ha venido a Guatemala, hacemos cosas juntos. Pero en la región, pues con el Doctor Arias nos vemos, yo lo invito a Guatemala cuando no es Presidente.

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