Opinión /

Mi amigo, Manuel Sevilla


Lunes, 14 de mayo de 2012
Mauricio Silva
Hace unas semanas murió un salvadoreño que dio mucho a este país. Un “servidor público, padre, esposo y catedrático ejemplar”, lo llamó el Ministro de Obras Públicas. Manuel Sevilla fue vice ministro de Economía en 1979 en la Primera Junta Revolucionaria de Gobierno y ministro de Agricultura al principio de la administración de Funes, fue catedrático de economía en la UCA, pero sobre todo fue un luchador por un El Salvador más justo y democrático. Un hombre que llevó esa lucha toda su vida con mucha fe y con fuertes principios éticos. Yo tuve el honor de compartir con él varias de esas luchas. Cuento algunas de esas vivencias como un homenaje a Manuel, pero también porque su vida nos deja lecciones y es parte de nuestra historia.

Conocí a Manuel cuando integramos la primera Junta Revolucionaria de Gobierno en octubre, 1979. La guerra civil estaba por empezar, ese gobierno fue un último esfuerzo por evitarla. Para lograr eso se propusieron reformas en las áreas económicas y sociales, que fueron opuestas por la derecha e izquierda. En esos momentos existió muy poco diálogo y casi ninguna apertura hacia hacer consensos, cada lado mantuvo posiciones maximalistas; ese y otros gobiernos que le siguieron cayeron, la guerra comenzó y se perdió así una oportunidad de hacer cambios y de evitar muchos costos para el país. Manuel, junto con casi todos los que integramos ese gabinete de gobierno, incluyendo a Enrique Álvarez Córdova, renunciamos. Qué vergüenza que la Junta se llame “revolucionaria” me dijo en aquel entonces. 

Después de esa renuncia y una clara oposición al esquema impuesto por los EUA, en alianza con los sectores que tradicionalmente sostuvieron el poder en el país, muchos tuvimos que salir pero Manuel fue de los pocos que, arriesgando mucho,  se quedaron convencidos de que había que trabajar por el cambio desde adentro. Poco campo de acción quedaba en los años ochenta en El Salvador, pero Manuel  trabajó en áreas sociales y trató de aprovechar los pocos espacios de diálogo que aun quedaban, hasta que consideró que era poco lo que él podía aportar. 

Salió del país a trabajar en varios lugares del continente, pero siempre con su corazón en El Salvador. Trabajó en proyectos sociales en varios países pero se entregó solo a aquellos en que sintió que había un compromiso por parte de los ejecutores, Manuel estaba convencido de que si no había apropiación por parte de los responsables locales de los proyectos estos no serían exitosos. Uno de esos proyectos a los que se entregó fue el de Fuprovi en Costa Rica, una ONG de desarrollo comunitario y vivienda cuya biblioteca lleva el nombre de Manuel. Otro gran reto que él aceptó fue el de concluir un proyecto multimillonario de una presa en el Cono Sur, una presa cuya ejecución no caminaba por “problemas políticos”. Manuel entendió que muchos de los “problemas políticos” requerían soluciones de consenso, él sacó adelante el proyecto por medio del diálogo. 

Regresó al país deseoso de continuar aportando, por lo que aceptó lo que fue su último reto profesional, ser ministro de Agricultura del gobierno actual. Desde esa posición Manuel nombró a las nuevas instalaciones del CENTA  que le tocó inaugurar “Enrique Álvarez Córdova”, en reconocimiento a la vida de Quique Álvarez, por el aporte que él, que fue su colega y amigo, dio al país. Manuel, como Quique, renunció luego al cargo de ministro de Agricultura, por sentirse excluido en el proceso de decisiones y porque él consideró que existía favoritismo político en algunos de los proyectos bajo su mando.  

La última vez que estuve con Manuel, y su esposa Maritza que lo acompañó en todas esas etapas de vida, fue en el velorio de mi hermano Héctor Silva. Allí él me expresó su reconocimiento a lo que fue la labor y vida pública de Héctor. Manuel siguió los pasos de Quique y Héctor, ya que él demostró la misma entrega, pasión y compromiso ético, por un El Salvador más justo. En esa oportunidad Manuel también me contó que había recaído en su lucha contra el cáncer, mi reacción fue decirle que había que emprender la batalla nuevamente, me contestó que quizás era tiempo de aceptar la muerte. Por ello creo que Manuel murió tranquilo.

 

 

 

 

 

     

 

 

 

      

 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

 

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