Opinión /

¿Conversiones milagrosas?


Domingo, 17 de junio de 2012
Héctor Dada Hirezi

En la Biblia, o en las vidas de los santos, las conversiones milagrosas no son cotidianas, pero tampoco extrañas. Ciertamente la Iglesia Católica ha acostumbrado ser muy cuidadosa para aceptar que algo es un milagro, es decir fruto de una acción más allá de las fuerzas de la naturaleza y de la capacidad de los seres humanos. Quizá la conversión en la que es más palpable la mano sobrenatural es en la de Saulo de Tarso en el camino de Damasco, que lo llevó a ser el apóstol Pablo; es decir, pasar de persecutor de cristianos a propagador de la fe en Jesús de Nazaret. Y aún ésta mereció la duda de comunidades cristianas, que esperaron muestras de la conversión antes de aceptar a Saulo como uno de ellos.

Este año hemos visto conversiones sorprendentes. La que – por razones obvias – más ha acaparado la atención es la que dio por resultado la llamada tregua entre las pandillas. Si bien un obispo participó en el proceso, no es casualidad que no haya sido él quien calificó de milagrosa la conversión de los líderes delincuentes, sino un autoproclamado representante de la sociedad civil. Y tampoco es casualidad que el padre José Moratalla dijera que esperaba muestras concretas antes de calificar lo sucedido.

Pero no es ésta la única notable transformación en el discurso y – ¡ojalá! – en el comportamiento de grupos sociales. Una de ellas se da en la visión política de las gremiales empresariales y de muchos de sus dirigentes, así como de partidos políticos, que de pronto han comenzado a preocuparse por la transparencia en el ejercicio de la función pública, por la independencia de poderes, por el control de los recursos utilizados por los partidos políticos, por la alternancia, y mucho más. Sectores sociales que no sólo han visto cómo tradicionalmente se ha ejercido el gobierno sin mayor rendimiento de cuentas, sino que se han beneficiado de la forma patrimonial en que se ha ejercido la administración del Estado, de pronto – ¿milagro? – parece que han percibido que el Estado es de todos y por lo tanto quien gobierna debe dar cuentas de la forma en que utiliza los recursos y en la que toma las decisiones fundamentales. Personas que hasta 2009 hablaban a voz en cuello de los peligros de la alternancia, de la necesidad de que los “experimentados” continuaran (¿des?) gobernando al país, ahora exigen amplia participación electoral, en condiciones equitativas.

Quienes hasta casi ayer decían que pedir a los partidos políticos rendimiento de cuentas de los recursos que obtienen era indebido por violentar la privacidad de los donantes, bruscamente aparecen postulando la necesidad de regular legalmente sus finanzas y su comportamiento. Aquellos partidos de derecha que hasta hace poco tiempo – hasta después del decreto 743 que ellos impulsaron – rechazaban el voto “por cara” por ser contrario a la disciplina partidaria, ahora defienden hasta la posibilidad de candidaturas no partidarias; y esos mismos partidos que otrora se ufanaban de controlar férreamente los tres órganos del Estado, como por arte de magia rechazan toda injerencia de un órgano en las decisiones de otro. Y aún ex-ministros, ahora directivos gremiales, que ejercieron sus cargos con la mayor opacidad – que no es sinónimo de corrupción aunque la favorezca – cambiaron de opinión sin dar explicaciones, y ahora exigen claridad en las cuentas públicas.

No se trata de ser exhaustivo, pues el espacio no es el suficiente para hacerlo. Lo dicho debería bastar para señalar un cambio de comportamiento en los sectores políticos, académicos y gremiales de la derecha salvadoreña. No hay duda de que el cambio en el equipo de gobierno, la alternancia que tanto decían temer, los ha hecho leer la realidad de manera diferente, y han adecuado su discurso a esa misma lectura. Y si ese nuevo discurso está realmente interiorizado, estamos en verdad ante un caso típico de conversión. Si es así, se ha pasado a la transformación misma de los fundamentos en los que tradicionalmente han basado su actuar frente a la política y, en general, frente a la evolución de los distintos aspectos de la vida de nuestra sociedad.

Ciertamente todos los que creemos en una democracia moderna, con partidos políticos sólidos y con principios claros – no hay democracia sin partidos como algunos pretenden, y menos sin debate ideológico transparente – y en competencia equitativa, con ciudadanos informados y exigentes, debemos alegrarnos de esta transformación, y desear que no sea un oportunismo de ocasión sino una real comprensión de que los intereses de todos los salvadoreños – de ellos también – son a la larga mejor servidos en una democracia institucionalizada que en la tradicional forma patrimonial de manejo del Estado, en la que intereses inmediatistas de personas o de grupo tienden a imponerse sobre los de la ciudadanía en su conjunto. De cualquier manera, este despertar que los ha llevado a tener otro discurso sobre su forma de relación con la sociedad y el Estado ya ha producido en no pocos ciudadanos una profundización de su visión de democracia, en una maduración no terminada pero muy positiva; cualquiera que busque dar marcha atrás encontrará mayor resistencia que en el pasado a los intentos de manipular al gobierno en su beneficio.

Si bien es cierto que aún se predica por algunos la inutilidad de la ideología, la pretendida “naturaleza estrictamente técnica” de las soluciones a los problemas sociales – que es una nueva manera de negar la democracia, al descartar en ella la confrontación civilizada de visiones contrapuestas de la realidad y de las utopías – no es menos cierto que hay un creciente número de ciudadanos que se van incorporando a la construcción de una sociedad más abierta, más participativa, más equitativa, más democrática.

Deseamos que esa “conversión” sea auténtica, que más que milagrosa sea fruto de una reflexión seria y profunda, permitiendo así que el discurso de hoy sea acompañado del compromiso de continuar transitando por la ruta de la construcción de una democracia para todos los ciudadanos de este nuestro país que tanta sangre ha derramado para construir un espacio de dignidad y bienestar para todos los salvadoreños. Los hechos mostrarán en qué grado estamos realmente frente a una notable conversión.

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