Opinión /

Para leer la elección mexicana


Miércoles, 27 de junio de 2012
Pablo Raphael*

Cinco estamentos definirán el resultado electoral de la próxima elección presidencial en México: el ejército, la iglesia católica, la movilización social del relevo generacional, el llamado círculo rojo y el corporativismo sindical convertido en consultoría. El problema central que preocupa a los ciudadanos es uno: la violencia. La relación que cada uno de los candidatos tiene con los estamentos y el modo en que su historia personal los coloca frente al problema central nos ayudarán a entender lo incomprensible si es que sucede la profecía anunciada por la mayoría de las encuestas: el regreso del PRI a Los Pinos.

 

La fallida estrategia de seguridad nacional emprendida por Felipe Calderón lo convirtió en el peligro que este hombre acusaba para otros; prefirió el despliegue a fuego abierto y derramar 270 mil litros de sangre por encima de la inteligencia y los operativos quirúrgicos como el que Marcelo Ebrard utilizó para desmontar, sin un solo tiro, la llamada Fortaleza de Tepito. La administración panista desgastó a las fuerzas armadas y perjudicó gravemente su prestigio de ejército de paz. La mayoría de sus doscientos mil efectivos, familias mexicanas también cansadas, podrían sentirse más cerca del general Audomaro Martínez (encargado de la seguridad de López Obrador) que de los generales acusados de vínculos con la delincuencia organizada como los señores Ángeles, Dawe o Escorcia. 

Si algo manchó la candidatura de Josefina Vázquez Mota no fue su record de faltas al Congreso, ni la distancia tomada por sus adversarios internos (el primer círculo de Felipe Calderón) que desde la campaña electoral del 2006 la enfrentaron al grupo que en aquel entonces encabezaba Juan Camilo Mouriño. Son la muerte, la incapacidad de las armas, sus propios compañeros de partido y la ruptura del pacto social los factores esenciales que la mandaron directamente al tercer lugar. Es la memoria de alianzas esquizofrénicas entre la derecha pragmática del PAN y la izquierda oportunista del PRD lo que cocinó el Redbull con que el PRI corre libre hacia la meta. 

Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, anotaba en Surco: “Obedece sin tantas cavilaciones inútiles” ¿Qué  le habrá dejado a Enrique Peña Nieto la influencia del Opus durante los años de formación profesional que pasó en la Universidad Panamericana? ¿Por qué los jóvenes de su alma mater no salieron en su defensa? Algún día conoceremos las opiniones de su preceptor y sus mentores, pero por lo pronto el futuro nos depara la presencia continua de un actor político que eligió formarse con una institución que asigna guardianes a cada miembro de su comunidad; que prefiere la lectura repetitiva de un libro (La Biblia o el manual del usuario) a la múltiple; que ama la mecánica del orden, la culpa y el premio; que cree en la obediencia ciega y sin opiniones y cuyo padre fundador fue el principal asesor de Francisco Franco a la hora de diseñar el modelo educativo de la dictadura española. 

Un modelo educativo que suena tentador para Peña Nieto, que es congruente con la visión clientelar de sus aliados del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE); que resulta en comunión con el regreso al estado autoritario como operador de la paz y que, a excepción de Rafael Tovar y unos cuantos más, no encontrará en los intelectuales, ni en los escritores, ni en los artistas de México algún gesto de confianza, ya sea por pudor, por pena ajena o por antipatía abierta. El peso de los tres libros será su piedra de Sísifo. Los que caigan en esas redes emularán al viejo PRI sin el viejo PRI. En vez de recurrir a nombres como Jesús Reyes Heroles, Jesús Silva Herzog, Carlos Pellicer o Andrés Henestrosa, se montarán en los hombros de intelectuales tan serios como Yordi Rosado, Jaime Guerrero o Gaby Vargas. O Gabriel Quadri quien propone crear el Instituto Octavio Paz.

Del otro lado, la viña del señor produce aún más sombras. Además de formar a Josefina Vázquez Mota y a Vicente Fox, en la Universidad Iberoamericana surgió el núcleo duro que transformó al viejo y corporativo Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en la mayor empresa de movilización electoral jamás conocida. Bajo la conducción del doctor Edgar Jiménez y en el seno del departamento de ciencias políticas se inventó el grupo de poder que convirtió a Gabriel Quadri en eso: un cuadro, lo que los ingleses llaman step-stone. Se trata del mismo grupo de amigos que en el presente tiene copados al sistema educativo y la política cultural de México, ese sistema que un día produce representantes del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) en Madrid y al día siguiente los nombra presidentes del PANAL. Bajo la mirada vigilante de Elba Esther Gordillo, el doctor Jiménez fue el arquitecto de la red, estrategia y posiciones políticas que hoy ocupa ese grupo conformado por Consuelo Saizar (presidenta del CONACULTA) Mónica Arriola (hija de Elba Esther y líder del PANAL); Fernando González Sánchez (ex subsecretario de Educación y yerno de Elba Esther) y Luis Castro Obregón, también exalumno de la Ibero y presidente de la organización política con que “la maestra” ofrece sus servicios de movilización electoral, manifestaciones a medida y campañas capaces de engañar incluso a sí mismos. 

En cambio, si de algo pueden sentirse orgullosas la Compañía de Jesús y la Ibero, es del movimiento que nació en sus pasillos. #Yosoy132 transformó la campaña electoral en una fiesta democrática y las bolas cantadas en una promesa de futuro que rompe el pulso sexenal, anuncia una sociedad participativa y abre espacio a la construcción de un proyecto de país que exija al sistema de partidos ponerse a la altura de los tiempos y conecte la idea de un nuevo pacto social con una masa crítica capaz de impulsarlo.

Votar por la izquierda en esta elección es reconocer que por primera vez en una elección presidencial esa izquierda fue capaz de ponerse de acuerdo sin rupturas; que la visión de largo plazo se impuso sobre el mundo que se reinventa cada seis años en México y que Marcelo Ebrard apostó por lo importante antes que por lo propio; que el trabajo hormiga de López Obrador en cada municipio puede ser capaz de colocar un representante en cada casilla para contener al operativo que (en esta ocasión) Elba Esther Gordillo le vendió al PRI; que el discurso de reconciliación utilizó una palabra tan rara en política como el “amor” y ese hecho sirvió para no polarizar la elección, a cambio renovó el lenguaje de la competencia; que la elección en el extranjero ya la ganó la izquierda; que la batalla en la red ya la ganó la izquierda; que la llegada de una nueva generación de jóvenes políticos representa el futuro de una oposición inteligente y preparada; que la estrategia de presentar a un equipo de hombres y mujeres de la talla de Juan Ramón de la Fuente, Claudia Sheinbaum, René Drucker, Elena Poniatowska o Marcelo Ebrard no hace otra cosa que producir confianza, esa confianza necesaria que certifica la valía de un gobierno que nos merecemos y no el regreso de un partido que, desde ahora y por el aire fresco que se respira, ya perdió dos elecciones presidenciales: la del 2012 y la del 2018. 

*El autor es escritor mexicano

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