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La nueva aliada del dengue

A los depósitos de agua estancada en calles y viviendas, se suma otro elemento contra el que deben luchar los equipos antidengue: la delincuencia. Hay de hecho colonias enteras a las que las cuadrillas no pueden entrar. Una cuadrilla del Ministerio de Salud recorre la colonia Monserrat, en el sur de San Salvador, custodiada por cinco soldados armados. Mientras los fumigadores y militares hacen su tarea, un empleado del Ministerio grita '¡Ey, ladrones!', y los hombres responden apuntándole con sus armas de fuego.

Lunes, 10 de septiembre de 2012
Patricia Carías

Cerca del mediodía, cuando Salvador regresó a su vehículo estacionado en la calle principal de la colonia Monserrat, justo enfrente de la iglesia católica, comprendió todas las advertencias de seguridad que recibió la mañana de ese miércoles. '¡Ey, ladrones!', gritó, y de inmediato corrió hacia el microbús con placas nacionales que conduce para el Ministerio de Salud. El grito del hombre alto y robusto desconcertó a los dos tipos que se empeñaban en acomodar la llanta de repuesto del microbús en el baúl de un sedán negro que aguardaba con el motor encendido. A una cuadra de distancia, los militares que brindaban seguridad a Salvador y a la cuadrilla que le acompañaba, permanecían vigilantes pero ajenos. Con trajes camuflados y mascarillas antigás, sus atemorizantes rifles M16 eran inútiles ante las dos armas cortas que los ladrones empuñaban.

Salvador forma parte de un equipo que llegó a fumigar contra el zancudo transmisor del dengue. Cuatro horas antes del incidente, a las 7:30 de la mañana, la Brigada Especial de Seguridad Militar inició su labor junto a los miembros de la Unidad de Saneamiento Ambiental del Ministerio de Salud, los representantes del Ministerio de Obras Públicas, estudiantes de enfermería y alumnos de bachillerato de instituciones públicas, todos participantes de la campaña 'Unámonos contra el Dengue'. La idea básica era que 10 soldados, de los cuales solo cinco estaban armados, brindaran seguridad al equipo que entraría a la colonia Monserrat para fumigar las casas y repartir bolsas de temefos o abate, el larvicida que se pone en el agua para eliminar los criaderos del Aedes aegypti. En total, más de medio centenar de personas.

Según los registros del Comité de Mortalidad del Ministerio de Salud, hasta el momento hay cinco víctimas mortales del dengue. En el último informe hecho público el miércoles, la zona de mayor incidencia de la enfermedad es el Área Metropolitana de San Salvador, donde solo durante la semana pasada se sumaron 246 casos confirmados. Del AMSS, los municipios de San Salvador, con 79 casos confirmados; Soyapango, con 56; Ilopango, con 37, y Mejicanos, con 32, tienen el mayor número de infectados. A nivel nacional, el área de Vigilancia Epidemiológica registraba 17 mil 227 personas con dengue.

Con las autoridades en alerta, y dado el problema de inseguridad, el Ministerio de Salud decidió hacer una campaña agresiva contra el zancudo transmisor del dengue, y ahora es frecuente el acompañamiento de personal armado. La participación de la Fuerza Armada en este tipo de tareas inició como una colaboración de parte del Ministerio de Defensa en el área de fumigación, sin embargo, a medida que se incrementaron los casos confirmados de dengue y que Protección Civil declarara alerta naranja en 32 municipios del país, el papel de los militares tomó otro rumbo. La alerta se extendió a nuevas zonas en donde era necesario fumigar, llegando incluso a colonias bajo el dominio de las pandillas o con altos índices de delincuencia común.

Fue entonces que las cuadrillas de Salud comenzaron a ser amenazadas. Uno de los primeros casos se registró la última semana de agosto en Ilopango, donde un grupo de hombres armados amenazaron a Comandos de Salvamento que llegaron a fumigar la colonia La Lasca. En esa ocasión, según el cuerpo de socorro, un voluntario fue golpeado con un arma, y dos empleadas municipales fueron agredidas verbalmente. Eso precipitó que los militares participaran en la fumigación de todas las zonas de alto riesgo delincuencial ya con la misión de brindar seguridad. Algunos soldados van armados con sus fusiles M16 y otros van armados con las bombas que expelen la mezcla de insecticida y diésel que produce esas nubes blancas que lo inundan todo. 

Sin embargo, tres semanas después de iniciada la alerta naranja, la delincuencia es una de las principales aliadas de la enfermedad.

'Aquí en la colonia Luz, de la Monserrat, unos muchachos nos dijeron que si entrábamos a la colonia era bajo nuestro propio riesgo. Entonces preferimos retirarnos', explicó Fidel Mejía, técnico en control de vectores del Ministerio de Salud. Según Mejía, los militares no pueden garantizar que todas las colonias sean fumigadas. 'Legalmente podríamos entrar a esas zonas, pero no queremos entrar en choque'.

La decena de militares que el miércoles acompañaron a la cuadrilla que visitó la Monserrat estaba comandada por el sargento Óscar Valle. Después de los incidentes de violencia y amenazas, en la cuadrilla de fumigación solo participan hombres, todos miembros de la Unidad de Saneamiento Ambiental.

Al llegar a la colonia, la cuadrilla se dividió en grupos de tres, integrados por un inspector de Salud, un militar con bomba termonebulizadora y otro con fusil, como vigilante. La bomba fumigadora lo que expele son bocanadas de un humo blanco compuesto por una mezcla de diésel y deltametrina. La deltametrina es un insecticida sintético de baja toxicidad para los mamíferos, y pertenece a la categoría de sustancias creadas en laboratorio similares a los insecticidas naturales conocidos como piretrinas.

Esos equipos de tres personas, entonces, comenzaron la rutina: primero, llamar a la puerta. Una vez autorizados por los dueños de las casas para ingresar, el inspector y el soldado con bomba ingresaban a las viviendas. Mientras los primeros dos trabajaban, el tercer integrante, el soldado con el rifle, aguardaba afuera de cada casa. El equipo fue advertido con anticipación sobre el nivel de delincuencia de la zona.

Cerca de las 9 de la mañana, después de fumigar más de 200 casas, tres de los soldados armados se juntaron en una de las esquinas de la colonia. Se limpiaron el sudor de sus caras morenas y se acomodaron el fusil sobre el hombro. 'El jefe me dijo que en esta zona tuviéramos cuidado porque era más peligroso', recordó el cabo José Santos a sus compañeros. Pasaron 10 minutos desde que llegaron a esta especie de zona limítrofe entre la calle pavimentada de la colonia Monserrat y una calle empedrada. Y cada vía con casas distintas: las de sistema mixto terminan con la calle pavimentada y con la calle empedrada comienzan unas hechizas con diversidad de materiales. 'Mirá, en la parte de abajo de la colonia hay un vergo de bichas todas tatuadas en el lomo', comentó Santos a uno de los soldados. Poco más tarde sería afectado por la delincuencia, pero no de pandillas. 

Salvador Maravilla es uno de los motoristas del Ministerio de Salud que la mañana del miércoles pasado llegaron hasta la Monserrat a colaborar con las tareas de fumigación. Una de sus labores al llegar a la Unidad de Salud de la colonia en el microbús azul del Fondo Solidario para la Salud (Fosalud) fue trasladar a la directora de la Unidad de Salud, Sandra Lemus, a diferentes zonas de la colonia donde trabajaban los delegados del Ministerio y la Fuerza Armada.

Lemus llegó casi a las 11 de la mañana a supervisar a la cuadrilla de fumigación que trabajaba en la calle principal de la colonia, frente a la iglesia católica. Ahí estacionó Salvador el vehículo, a unos 100 metros de donde los militares y los inspectores de Salud hacían su trabajo. Bajó del vehículo y fue a buscar un refresco a la vuelta.

Cuando volvía se encontró con los hombres que en tiempo récord habían cortado el candado de seguridad de la llanta de repuesto del microbús de Fosalud y la acomodaban ya en el baúl del sedán negro. '¡Ey, ladrones!', gritó, impulsivamente. Intentó arrebatarles la llanta y en cuestión de segundos lo que logró fue que le sacaran las armas de fuego. Aun así, Salvador asió la llanta y provocó que los ladrones lo encañonaran. En un gesto de desesperación, y posiblemente sabiendo que cerca había cinco soldados bien armados, uno de los ladrones soltó la llanta. 'Agarrala, pues', dijo a Salvador, y de inmediato ordenó a su compañero que se retiraran del lugar.

Sorprendentemente, nadie escuchó o vio nada. Todos los que pasaban cerca del microbús y que vieron a los ladrones amenazar al motorista con sus armas, después de unos segundos se fueron retirando. En una zona cuya fama no es de seguridad los testigos quizás no quieran serlo. Salvador, sin embargo, llamó a la Policía Nacional Civil y reportó el incidente con su superior. Los agentes llegaron poco después y tomaron nota de los detalles. Dijeron que investigarían.

A una cuadra de distancia, Santos y sus compañeros seguían fusil al hombro intentando ser garantes de que la delincuencia no frustre la guerra contra el dengue.

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