Recogiendo sus palabras e inspirada por el crítico Roberto Salomón, tomo la antorcha de su discurso y, con ella, invito a todos y todas a unirse a este interesante debate. El maestro nos saca a la palestra el teatro testimonial para intentar definir de alguna manera la experiencia dramática que pudimos disfrutar la semana pasada. Una experiencia dramática, quizá no verdadera, con dudosas sinuosidades que nos remiten al género periodístico. En efecto, el drama se desenvuelve enmarcado por narradores que explican, justifican o introducen la interpretación de las magníficas actrices. Los narradores no se identifican como periodistas, funcionan simplemente como un narrador en tercera persona, que ofrece credibilidad a lo que ocurre en escena. Se trata de un narrador omnisciente porque a menudo nos explica y justifica la acción de los personajes: “Cuando tiene la atención de los demás, cuando puede sentirse un poquito superior, Levy es feliz, brilla”.
Es ahí donde Roberto se pregunta si el Teatro del Azoro es o no es imparcial, porque los narradores omniscientes siempre han sido sospechosos de juzgar y, en eso, también se parecen al dios que les da nombre porque no solo ven lo que hace, siente y padece el personaje, sino que justifica sus acciones y justificarlas es a veces una herramienta poderosa para juzgarlas. En efecto, el narrador omnisciente de Madame Bovary o de la Regenta nos enseñó a perdonar a estas mujeres adúlteras, hasta entonces imperdonables, que escondían en su pecado un corazón solitario como una isla en la sociedad cruel que las condenaba. Y nos enseñó también a juzgar, a cambio, a una sociedad que hasta entonces había sido el principal verdugo de semejantes delitos.
Hoy también nos hemos acercado al corazón de los personajes y de sus delitos, hoy también estamos aprendiendo a juzgar a esa sociedad que fiscaliza el delito y ahoga el corazón. Y nos recuerda Salomón que las mismas mujeres que denuncian de forma agresiva a violadores y abusadores, están hoy representándolos, como si fuera contradictorio señalar hoy al delincuente y mañana la causa del delito. No veo contradicción en ambas acciones, sino coherencia, pues ahonda y profundiza en el delito, aunque derive en destacar que no son únicamente los delincuentes los responsables del delito, sino toda la sociedad que determina su comportamiento. El Psiquiátrico se convierte ahora en una metáfora de la sociedad enferma.
Qué sugerente recordar cómo en el teatro isabelino de Shakespeare los hombres representaban mujeres atrapadas en el sentimiento de amores imposibles, mientras en el Teatro del Azoro las mujeres se decidieron a representar a hombres atrapados en la sinrazón. En efecto, los personajes no evolucionan en escena, los personajes están atrapados en sí mismos, pero se desenmascaran ante nosotros de manera progresiva, y capa a capa, hasta desvelar ese sustrato social que condena pero no corrige una violencia visceral y una marginación sustancial, abono del delito más elemental. El desenmascaramiento de los personajes se produce en escena en forma de catarsis, mediante la catarsis del delirio, de las pesadillas nocturnas, cuando descubrimos que lo que atormenta al matricida es el abandono y el desamor, al militar el genocidio y al homicida la ternura.
Teatro testimonial, teatro de denuncia o teatro del azoro. Un teatro que nos conturba, nos sobresalta, nos irrita, nos enciende un corazón insólito y nos infunde ánimo para desmontar esta sociedad. Un Teatro del Azoro que llenó el Teatro Nacional, lo inundó de aplausos y alzó la esperanza de “una verdadera diversidad artística que marque la evolución y el progreso de la sociedad” como tan atinadamente nos resalta el maestro.
* Española residente en El Salvador. Licenciada en filología hispánica por la Universidad Complutense de Madrid con especialización en poesía contemporánea, semiótica y teoría del discurso. Especialista en gestión del conocimiento para el desarrollo.