Opinión /

De ustedes depende


Martes, 23 de octubre de 2012
Álvaro Rivera

Nuestra vida pública reclama ciudadanos comprometidos con el destino de este país, pero también necesita que dicho compromiso sea creativo y busque nuevas soluciones para las profundas heridas sociales que desde siempre padecemos: la desigualdad, la injusticia, la falta de una democracia profunda.

Unos y otros, a lo largo del siglo pasado, hemos ensayado fórmulas, modelos, recetas para el progreso que presuntamente funcionaron en otros países y que nosotros importamos y aplicamos aquí, de la misma forma en que hemos utilizado la tecnología venida del exterior.

En pocas palabras, igual que no producimos carros ni aviones ni tractores tampoco producimos ideas propias. Tenemos tallercitos de ideas, es cierto, pero no existe nada comparable a una industria salvadoreña del pensamiento. Los invito a que vayan a las universidades, a los centros de investigación, a las redacciones de los periódicos, a la plaza pública. En todos esos lugares, los conceptos que circulan son, por lo general, un producto importado.

Sé que me expongo a dos críticas: a que se me acuse de caer en contradicción por utilizar ideas venidas de afuera y a que se me atribuya un vulgar y estrecho nacionalismo filosófico. No podemos renunciar, sin más, a lo mejor que ha producido el pensamiento occidental y tampoco podemos caer en un provincianismo retrógrado. A lo que me refiero es al uso mecánico que hacemos de las ideas venidas del exterior. Las utilizamos como recetas; no las criticamos, si nuestra propia experiencia las invalida; no las rectificamos ni las sustituimos con aplicaciones nacidas de los problemas que suscita nuestro mundo. Utilizamos las ideas como si fueran plantillas, sistemas de clasificación y explicación equivalentes a una camisa de fuerza en la cual metemos a empujones aquellos problemas que intentamos resolver.

Este uso mecánico de la teoría sobrevive, entre otras razones, porque conviene a las estructuras de poder que gestionan nuestro mundo. Los intereses creados le ponen límites a la inteligencia de sus organizaciones. La razón creativa resulta conveniente si, además de garantizar su eficacia, no cuestiona las estructuras de dominio existentes. Las organizaciones para funcionar y permanecer necesitan un pensamiento formulario que sea la horma por donde transite la inteligencia de sus miembros. Será útil la mente que no ponga en peligro los fines últimos de la organización. Solo se admitirán las rupturas de la horma que amplifiquen o protejan el poder establecido. Es por eso que la creatividad siempre ha supuesto un problema político y ha estado sometida a un proceso de vigilancia y domesticación. No seamos ilusos, no resulta fácil escapar del súper-pensamiento de las instituciones. Hemos nacido dentro de él, hemos crecido dentro de él, nos adiestramos para vivir en él, lo llevamos dentro. Lo más sorprendente de todo esto es que tenemos la ilusión de que las ideas que nos han inculcado desde pequeños o las ideas que hemos aprendido al incorporarnos a determinados grupos son ideas nuestras. Por lo general, el tener ideas propias es una excepción. Lo contrario suele ser la regla: el pensamiento institucionalizado es el que rige nuestra mente. Y ese pensamiento, en nuestro caso, es un producto de importación que cubre con sus redes la forma en que interpretamos los problemas y conflictos de nuestro mundo. Nadie escapa a esta regla en un país lleno de protestantes, católicos, liberales y marxistas. Somos una reproducción tropical, a pequeña escala, de los enfrentamientos religiosos e ideológicos que han marcado el rumbo del planeta en los últimos doscientos años. Nuestro drama doméstico es al mismo tiempo el drama universalizado por la influencia de Occidente.

¿Es posible provocar ideas propias en un teatro tan complejo como el que he mostrado? Es muy difícil, pero como en todas las enfermedades que se deben superar, lo primero que se debe hacer es admitir que estamos enfermos.

No es fácil salir del círculo vicioso de los lugares comunes. No basta con denunciar el problema y tampoco vale decir ¡Señoras y señores acabo alumbrar un planteamiento propio! Los planteamientos originales en una sociedad acostumbrada a funcionar con tópicos corren el peligro de convertirse en una nueva ortodoxia. Más que introducir nuevos pensamientos, lo que necesitamos es difundir el hábito, la técnica, la producción nativa del pensamiento sólido y autónomo. 

Dice un filósofo que enseñar filosofía es un trabajo estéril, si no se enseña a filosofar. Y la filosofía como actividad creativa nace en el momento en que un grupo de personas toma distancia con respecto al pensamiento institucionalizado. Eso supone entablar un diálogo con las ideas recibidas de la tradición y también supone buscar nuevas respuestas a los problemas actuales que las ideas heredadas no han sabido resolver. El filósofo sabe que su reflexión no sería posible sin las búsquedas intelectuales previas de otros pensadores, pero también sabe que el destino de su ciudad depende de que los ciudadanos creen nuevas respuestas para los viejos problemas: la desigualdad, la injusticia, la falta de una democracia profunda.

Si se trata de que todos pensemos de forma creativa, hay que luchar para construir marcos institucionales que favorezcan la creación de nuevo pensamiento. Las ideas no se crean en un vacío social, necesitan condiciones que faciliten su producción. Deben fundarse organismos que asimilen, admitan y promuevan el diálogo y la deliberación dentro de sus estructuras. Si no somos capaces de alimentarnos de las diferencias de opinión, si no somos capaces de ventilarlas dentro de las reglas del juego de un diálogo riguroso y democrático, difícilmente podremos crear una nueva política.

Se acusa al FMLN, con toda la razón, de haber ahogado la auténtica deliberación dentro de sus estructuras. Se le acusa de haber creado una militancia sumisa. Curiosamente, al visitar los blogs donde se propagan estas verdades, uno descubre en los comentarios de sus lectores una sumisión semejante a la que se imputa a los miembros del FMLN. Si las bases de la vieja y la nueva izquierda se muestran sumisas con sus ideólogos, resulta claro que hay un problema más de fondo que afecta a la cultura y al pensamiento de toda la izquierda salvadoreña. Si lo nuevo lleva en sus entrañas lo viejo es porque las nuevas ideas transitan por estructuras de discusión que no facilitan el pensamiento autónomo. Se difunden ideas nuevas, pero no se difunde la cultura del buen pensar público, de la buena discusión ¿Hasta qué punto son ideas nuevas aquellas que se propagan dentro del binarismo maniqueo del pensamiento sectario? La idea nueva tendría que venir acompañada por un nuevo estilo de reflexionar y debatir que esté profundamente integrado en las estructuras vitales de una nueva política.

La nueva izquierda también incurre en el sermón, en la voz tutorial, en la jerarquía del maestro y el alumno, cuando lo que debería suscitar son marcos de discusión donde los ciudadanos aprendan a tomar la palabra de tal forma que sepan diferenciar la propaganda del rigor que exige el pensamiento cuando se involucra en los debates sobre la cosa pública.

La razón pública es fundamental en el funcionamiento de una democracia. La libre opinión, si no se somete al juego de la razón rigurosa, puede crear monstruos, aunque estos sean democráticos. Ante ese peligro -que condujo hace más de dos mil años a la muerte de Sócrates-, Platón y Aristóteles intentaron darle forma a una lógica del habla política para que los debates ciudadanos se ajustaran a procedimientos racionales y se aproximaran a la verdad. De ahí surgieron la dialéctica y la retórica como técnicas para saber discutir y persuadir en los distintos escenarios de la vida ciudadana.

Pensar para Aristóteles no sólo era llevar a buen puerto las premisas de un silogismo, también suponía defender con elegante rigor las propias ideas y recusar las del adversario sin recurrir a las falacias en los foros políticos.

Resumiendo: hay que crear marcos para la nueva discusión y asentarlos en una cultura del diálogo riguroso en la que los ciudadanos aprendan a tomar la palabra y a trabajar con las ideas de forma creativa. Buenas ideas serán aquellas que susciten una reflexión posterior; el pensamiento es una carrera de relevos. Buenas ideas serán aquellas que inviten a las personas a tomar seriamente las riendas de su propia reflexión en el universo de los debates ciudadanos. Un buen pensador sería aquel que incentiva a sus lectores a independizarse intelectualmente. Un ideólogo de izquierda tiene que hacer suya aquella divisa de Kant que invitaba a aprender a pensar y a pensar por cuenta propia. Seamos adultos, decía Kant, no niños dirigidos mentalmente por otros. Pensar y asumir la propia libertad casi eran lo mismo.

Mi artículo –estimado lector, estimada lectora– tendrá éxito si abre una discusión en vez de cerrarla; valdrá, si en vez de ser un callejón sin salida, abre una autopista y provoca en otros el viaje de sus propios pensamientos. El pensamiento creativo que no promueve la creatividad, por muy nuevo que sea, está condenado a ser estéril. Hay que provocar ideas frescas, ideas que viajen, ideas que sacudan a otras ideas, ideas que insistan hasta dar con la llave, teorías que broten del suelo de nuestros problemas y del esfuerzo de nuestra propia búsqueda colectiva. De ustedes también depende.  

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