Opinión /

Desideologizar


Domingo, 18 de noviembre de 2012
Alberto Valiente Thoresen

Noviembre de 1989

Mientras escribo esto, en diversas partes del mundo se estarán llevando a cabo eventos conmemorativos del aniversario del asesinato de los seis sacerdotes jesuitas de la Universidad Centroamericana 'José Simeón Cañas' (UCA), y sus dos empleadas, el 16 de noviembre, hace 23 años. De igual forma, muchos de los salvadoreños recordarán a otros que ya no están con nosotros, y esas duras semanas que enfrentó el país por esos días más fríos que lo que era común en El Salvador, durante la ofensiva guerrillera 'Hasta el tope', del 11 de noviembre al 12 de diciembre de 1989. Y como es costumbre en muchos lugares del mundo, estos eventos vendrán tan solo unos días después de las actividades de conmemoración de los difuntos, a principios del mes de noviembre. Quiere decir que para muchos, estas semanas estarán caracterizadas por la conmemoración y el recuerdo de los que ya no están físicamente entre nosotros.

Sin embargo, como reconocen muchas tradiciones culturales, antiguas y modernas, la muerte física no implica necesariamente la ausencia espiritual de los que han vivido. De acuerdo a estas tradiciones, de una u otra manera, el espíritu de los muertos permanece. Tal vez, a través de todo lo que todavía conserva vida. Platón de hecho escribió en su diálogo, titulado Fedro: 'Partiremos de este principio: toda alma es inmortal, porque todo lo que se mueve continuamente es inmortal... Si es cierto que lo que se mueve por sí mismo no es otra cosa que el alma, se sigue necesariamente, que el alma no tiene, ni principio, ni fin.'

Sin saberlo en aquel momento, Platón nos presentó unos indicios interesantes para el estado del conocimiento de nuestros tiempos. Especialmente si se consideran a la luz de muchas cosas que hoy día sabemos sobre la vida en la tierra. Sabemos por ejemplo que toda vida conocida en la tierra tiene un origen común, y que a pesar de que hay pérdida de vida todo el tiempo, también hay un desarrollo vital continuo, que sigue moviéndose por sí mismo. Es en este contexto que la cita de Platón hace pensar que todos los seres vivos compartimos un alma colectiva, que no muere con los individuos que nos abandonan físicamente. Es este ánima común de todos los seres vivos en la tierra que aparentemente es inmortal, porque no sabemos incluso qué tipo de organismos serían posibles, si es que alguna vez desapareciera la vida como la conocemos. Al transformarse físicamente, el alma de los individuos que mueren no desaparece, pero sigue formando parte del movimiento vital, aunque de otra forma.

Hay seguramente muchas cosas que pudieran mencionarse del espíritu de cualquier vida, y lo que permanece en el movimiento vital después de la muerte. Elementos importantes, tanto negativos como positivos, recordados u olvidados, que formaron parte de las 'esencias abiertas' que eran los 'animales de realidades', como decía el mentor de Ignacio Ellacuría, para el caso de los seres humanos. Tal vez ningún individuo puede hacer una evaluación final, sobre qué agota todo lo que puede rescatarse de las vidas de otras personas cuando fallecen. Pero eso no quiere decir que no sea posible hacer mención de algún aspecto evidente, de la trascendencia e inmortalidad de los seres que ya no están con nosotros.

Al hacer esta conmemoración es válido afirmar que en nuestros días sigue y seguirá siendo muy relevante el espíritu de la 'desideologización', al que tanto Ellacuría, como Martin-Baró dedicaron mucha atención con su trabajo académico, en los campos de la filosofía y la psicología respectivamente. Y a pesar de que tanto Ellacuría como Martín-Baró trabajaron en este espíritu durante el contexto de guerra en El Salvador, éste sigue siendo muy relevante en otros contextos actuales del mundo. Porque siempre habrá un riesgo de que nuestro paso por la vida consista en intentar hacer que la realidad se adapte a nuestras ideas sobre ella, en vez de dedicarnos a la ardua, constante y difícil tarea de adaptar nuestras limitadas ideologías a una realidad compleja y cambiante. Hay ejemplos de esto que van desde lo más sutil, hasta lo más evidente. Tal es el caso cuando nuestras identidades (y por ende, nuestras ideas sobre nosotros mismos) son grabadas en base a los moldes rígidos del casi imperceptible sistema ideológico de estados-nacionales, que rige nuestras relaciones políticas. También es el caso cuando un bombardero suicida sacrifica su vida, en base a una religión que promete paraíso y salvación; y cuando un analista político explica un fenómeno complejo, como la violencia, tal vez en base a una teoría o sugerencia, pero sin revisar las complejas relaciones que existen entre diversos datos provenientes de la realidad. Este riesgo de ideologización está en conflicto directo con el conocimiento crítico, flexible y abierto a nueva información, que en nuestros días, muchas veces empieza con la ciencia

Un ejemplo de noviembre de 2012

Recientemente se presentó un caso ilustrativo de esto en Washington D.C. En septiembre de este año, el especialista en finanzas públicas Thomas L. Hungerford, presentó al Congreso de los Estados Unidos el estudio: 'Los impuestos y la economía: Un análisis de los tipos impositivos a los sectores de altos ingresos, desde 1945'. El estudio concluyó que: 'Las reducciones de los tipos impositivos a los sectores de altos ingresos han tenido poca relación con el ahorro, la inversión o el crecimiento de la productividad. Sin embargo, las reducciones de las tasas de impuestos parecen estar asociadas con la creciente concentración del ingreso'. Estas conclusiones son similares al estudio de 1989, presentado por Martin Feldstein y Douglas W. Elmendorf, de la Universidad de Harvard, titulado: 'Déficits fiscales, incentivos impositivos e inflación: Una lección sorprendente de la recuperación económica de 1983-84'. De acuerdo a este estudio, la recesión de 1982 fue considerada como 'la peor recesión de la posguerra estadounidense' hasta entonces. El documento concluye que 'la evidencia contradice la creencia popular de que la recuperación económica de 1983-1984 fue el resultado de un auge del consumo financiado por las reducciones en el impuesto sobre la renta personal. Tampoco encontramos apoyo alguno a la hipótesis de que la recuperación haya sido una consecuencia de un aumento de la oferta de mano de obra, inducida por la reducción en las tasas de impuestos personales'. El estudio también encontró que la recuperación económica del 83-84 estuvo principalmente relacionada a una política fiscal y monetaria expansiva. Al mismo tiempo, sabemos que la economía estadounidense continuó creciendo a tasas anuales superiores al 3%, después del aumento de impuestos a los más ricos llevado adelante por el Presidente Bush en 1990, así como el aumento de impuestos a los sectores de altos ingresos impulsado por el Presidente Clinton en 1993. Las tasas de crecimiento sólo cayeron por debajo del 2,5% después de los recortes impositivos de Bush de 2001 y 2003. Parece ser que los más ricos de Estados Unidos, no necesariamente han invertido productivamente en la economía de su país, ni tampoco han usado sus mayores ingresos para consumir más en los Estados Unidos. Más bien, estos ingresos tal vez han salido a otros mercados financieros, en busca de mejores rendimientos.

Sin lograr refutar o problematizar el estudio sobre una base equivalentemente empírica y detallada, los republicanos han logrado retirar oficialmente el trabajo de Hungerford, haciendo críticas al lenguaje, la metodología y los hallazgos. Parece ser que su decisión descansa sobre el dogma ideológico poco probado de que en todo contexto, los incrementos de impuestos están inversamente relacionados al crecimiento económico. Tal actitud no debiera sorprender, si recordamos las falacias poco documentadas que la reciente campaña presidencial de Mitt Romney y Paul Ryan sugerían sobre el tema de la relación entre los impuestos y el crecimiento económico.

Pero lo que resulta más difícil de comprender es como este dogma se encuentra muy seguido también en las aulas de las escuelas de economía más prestigiosas, basado en argumentos lógicos abstractos, y no en los datos empíricos. Por ende, también se repite como un mantra en los centros de investigación, las empresas, los corredores de las organizaciones financieras y los gobiernos de todas partes del mundo. Quizá por ello, el subtítulo del artículo de 1989 fue “una lección sorprendente”, y tales resultados siguen siendo igual de “sorprendentes” en 2012 como en 1989, aún para los que deciden flexibilizar su ideología, en línea con los datos que brinda la realidad.

En El Salvador, el dogma de que cualquier tipo de impuestos a los sectores de altos ingresos reducen el crecimiento económico es ampliamente aceptado por los economistas. Esto es así, aun cuando no se tienen mayores estudios históricos específicos, que aíslen efectivamente las relaciones entre las diversas tasas impositivas, la política económica y los niveles de crecimiento económico en el país; así como en todo caso, qué obstáculos concretos pueden estar obstruyendo esta relación (como la corrupción o la inefectividad).

Un repaso rápido de las tasas marginales máximas (o superiores) de impuestos sobre la renta desde 1950, y de los promedios quinquenales de crecimiento económico anual desde entonces (ver la Tabla 1) demuestra: Primero, que aunque la información disponible es probablemente insuficiente para hacer un estudio exhaustivo y estadísticamente confiable, resulta sin embargo ilustrativa, especialmente al normalizar los valores de las variables, para ponerlos en la misma escala (ver la Tabla 2). Segundo, que incluso con la información disponible por el momento, y todos los problemas estadísticos de error que esto implica, es posible establecer una correlación considerable entre las tasas marginales máximas de impuestos sobre la renta y el crecimiento económico en El Salvador, dependiendo del modelo que se elija. Y tercero, que si hay alguna relación entre las tasas superiores de impuestos sobre la renta y el crecimiento económico, ésta es una relación de proporcionalidad directa, no de proporcionalidad inversa, como pregonan los dogmas económicos generalmente aceptados. Tanto la tasa de crecimiento económico, como la tasa marginal máxima del impuesto sobre la renta se han reducido en promedio desde 1950. De manera que la experiencia en El Salvador tampoco demuestra que bajar o mantener bajas las tasas máximas de impuestos traiga más crecimiento económico en el largo plazo (verResultados de inferencia y la Tabla 3). El modelo más efectivo establece un coeficiente de determinación entre los valores normalizados de estas dos tasas de casi el 80 %, y un coeficiente de correlación de casi 90 %. Por ello, se puede predecir relativamente bien el comportamiento del crecimiento económico, con la tasa máxima de impuestos sobre la renta (no así su valor absoluto). Los errores más grandes de predicción se dan durante los períodos extraordinarios de la guerra civil, y el período inmediato a ella (ver nuevamente la Tabla 3).

Pero no hay que malinterpretar esta información. Este tipo de asociación no indica causalidad. Además, puede ser una mera coincidencia, dependiendo de muchos factores que ocultan otras relaciones que sí explican el crecimiento económico. De hecho, una explicación alternativa es que si bien la tasa marginal superior del impuesto sobre la renta no es una medida de la recaudación efectiva, y no explica el crecimiento económico, ésta sí sirve como un indicador de la actitud de política económica del gobierno de turno. Tal vez, cuando se ha aumentado la tasa marginal máxima del impuesto sobre la renta, es cuando ha habido un gobierno que ha estado más interesado en ser un actor económico fuerte, para hacer frente a los retos, y apoyar el crecimiento económico con políticas públicas (y viceversa). Esto puede explicar que la tasa marginal superior del impuesto sobre la renta se haya incrementado junto con el crecimiento económico del desarrollismo, entre 1950 y 1960. De igual forma, también puede explicar que la reducción de la tasa marginal superior del impuesto sobre la renta que se dio junto con las políticas neoliberales de 1992, haya precedido una reducción del crecimiento económico, a partir del pico alcanzado en 1995. Esto quiere decir que el crecimiento económico extraordinario que se dio entre 1992 y 95, probablemente se debió más que todo a los efectos positivos de la finalización de la guerra. Como es evidente, estas son conjeturas complejas, que solo pueden refutarse considerando más información que aún no se presenta aquí.

De cualquier manera es necesario recordar que no hay evidencia empírica alguna que demuestre que disminuciones en las tasas marginales máximas del impuesto sobre la renta, estén asociadas a mayor crecimiento económico en El Salvador. Tampoco hay evidencia que demuestre que aumentos en las tasas marginales máximas del impuesto sobre la renta estén asociados a un menor crecimiento económico en El Salvador. Finalmente, a pesar de que la evidencia da indicios de una asociación positiva entre las tasas marginales máximas del impuesto sobre la renta y el crecimiento económico, tampoco hay evidencia empírica alguna que nos indique cómo se comportará el crecimiento económico en el futuro, independientemente de cómo se haya comportado en el pasado.

Buscar la verdad

Hasta aquí con este ejemplo pareciera ser que solo la derecha política se comporta de una manera ideologizada. Pero tales actitudes intelectuales perezosas no respetan límites ideológicos. En la izquierda, también abundan quienes en base a dogmas tomarán el ejemplo aquí presentado, para decir que esto implica que mayores impuestos sí aumentarán el crecimiento económico, sin hacer las salvedades, corroboraciones y análisis necesarios para cada caso. Esto sería igual de deprimente y peligroso, porque viene siendo la misma práctica de reducir a una variable, una realidad dinámica y compleja, tan solo para acomodarla a creencias simplistas. Solo en el lado de la política fiscal, hay muchos otros factores que inciden más directamente en el crecimiento económico, empezando por una recaudación tributaria efectiva, cómo el gobierno de turno usa los fondos recaudados, el tipo de política y el tamaño del efecto multiplicador de esta política. Sin embargo, esto no es lo que escuchamos comúnmente en alguno de los bandos ideológicos.

En ocasiones, este rechazo a los datos empíricos es el resultado de convicciones fuertes, que nos hacen ciegos a las cosas que retan estas creencias. Como sugiere el psicólogo y ganador del premio Nobel de economía, Daniel Kahneman: “la familiaridad no es fácilmente distinguible de la verdad”. Pero otras veces, estas actitudes intelectuales responden directamente al objetivo consciente e inconsciente de alcanzar o preservar intereses personales. Esto recuerda a la presentación que Platón hizo de los sofistas de la época de Sócrates, quienes usaban la retórica, la vaguedad y el lenguaje, para confundir, engañar y ganar poder. Ignacio Ellacuría sugería en cambio que usáramos el conocimiento y la filosofía como principio para librarnos de las ideologías, y comprender de mejor manera a la realidad.

Al igual que las cosas, las ideologías son inánimes. Es decir, que no se mueven por sí mismas. Lo hacen solo a través de nuestra propia ideologización. Pero también podemos elegir movernos en dirección contraria, trascendiendo los límites interpuestos por las palabras y el lenguaje, para estar más de cerca a las cosas y de la realidad. Este ir a las cosas es parte de un movimiento continuo, que tampoco tiene principio, ni fin. Este espíritu está ahí, entre nosotros. Podemos ignorarlo o hacer un esfuerzo por fomentarlo en todos los ámbitos de nuestras vidas. Será siempre nuestra opción.

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