Opinión /

Cien prostitutas (y una virgen)


Miércoles, 28 de noviembre de 2012
Laura Aguirre

El mes pasado una noticia del periódico estadounidense Huffington Post llamó mi atención: “Catarina Migliorini vende su virginidad por $780,000…”. La nota contaba sobre una brasileña que subastó su virginidad en la página web Virgins Wanted como parte de un proyecto documental sobre el tema. Catarina tiene 20 años y quiere estudiar medicina. El dinero, decía el periódico, lo utilizará para pagar sus estudios y lo demás lo donaría a una ONG. Luego en una radio colombiana lo desmintió: “en realidad fue algo que me gustó hacer, fue una aventura y no fue por necesidad económica”. Dijo además ella era responsable de su cuerpo y que no entendía el alboroto si no estaba haciendo daño a nadie.

Este es un caso particular de comercialización sexual y nunca un ejemplo para hablar del resto de mujeres en la industria sexual. Sin embargo, los casos antagónicos, de mujeres prostituidas, engañadas, en total estado de explotación y bajo extrema coerción y violencia, es muy común que sean presentados como casos paradigmáticos, que se hagan generalizaciones a partir de ellos y hablar espontáneamente de las mujeres en el comercio sexual, o al menos de la mayoría, como esclavas sexuales.

Con este término se simplifica tanto la realidad que ya no parece necesario hacer una distinción entre prostitución y trata – migración trata y repensar las estrategias de abordaje de estos fenómenos. Pero sí parece absolutamente prioritario rescatar a las mujeres que están en situación de esclavitud sexual, es decir a las “prostitutas”. ¿Cómo aprendimos estas asociaciones que parecen incuestionables, casi naturales? ¿De dónde vienen? ¿Con qué bagajes teóricos e ideológicos cargamos y repetimos?

Cuando comencé mi trabajo me sorprendió darme cuenta de que esta asociación entre prostitución, trata y esclavitud sexual viene del feminismo radical. El término “esclavitud sexual” fue creado por la feminista radical estadounidense Kathleen Barry en la década de los setentas, y desde entonces se popularizó la idea de que cualquier mujer que comercialice con su sexualidad es siempre una esclava sexual y por consiguiente víctima de la violencia de género. ¿Por qué? Porque desde el feminismo radical la prostitución se define como:

- Explotación (aunque es extraño hablar de explotación cuando la prostitución ni siquiera está reconocida como actividad laboral legítima. Pero ese es tema de otra columna)

- Reducción del cuerpo y la sexualidad femenina a objetos o mercancías en el mercado capitalista a través de las cuales los hombres obtienen sexo

- Una relación de dominación, independientemente de que exista consentimiento de parte de las mujeres

- Esclavitud sexual porque la mujeres siempre están forzadas a ejercer esta actividad ya sea por un tercero o por las condiciones de vida

- La transacción monetaria convierte a este tipo de sexo en un acto de coerción equivalente a una violación

- Es una violación a los derechos humanos de las mujeres porque las degrada y quebranta su dignidad siempre, aunque algunas veces no lo sientan o no sean concientes de este perjuicio

- Fundamenta la subordinación de las mujeres y confirma el estatus político y la supremacía masculinas

Por lo tanto la prostitución es la expresión más nítida de la dominación patriarcal, es decir de la dominación del hombre sobre la mujer. La única solución posible es la abolición de esta práctica masculina y la promoción de relaciones sexuales positivas = relaciones en el marco del amor y compromiso entre las partes y donde el consentimiento no esté mediado por el dinero ni otro tipo de beneficios.
A pesar de que creo en las buenas intenciones de este feminismo, sus explicaciones sobre las experiencias de las mujeres en el comercio sexual me parecen demasiado simples y con una enorme carga ideológica. Concuerdo más con las voces críticas dentro del feminismo (feminismo transnacional o del tercer mundo) que plantean explicaciones más allá del paradigma de la dominación masculina y señalan los siguientes problemas a la perspectiva radical:

1) Cuando se totaliza bajo el patriarcado la existencia de mujeres que comercian con su sexualidad, todas son posicionadas en el término prostitutas y las prostitutas en el de víctimas. Así, no es posible distinguir las diversas realidades existentes dentro de la industria sexual global. Se igualan todas las experiencias y opresiones de las mujeres. Como víctima de la violencia patriarcal, Catarina, la brasileña que subastó su virginidad no es diferente de la mujer que trabaja en la calle, o a la que baila en un cabaret o la que atiende clientes por el teléfono, o a la que trabaja en hoteles, en discotecas, en casa de masajes, en servicio de acompañante, a la que sale en películas y revistas porno. Tampoco importa si Catarina tiene un alto grado de educación formal, ni la clase a la que pertenece, ni la nacionalidad que representa. Todas las “prostitutas” serán víctimas de violencia de género.

2) Bajo la idea del patriarcado la prostitución es siempre la misma, no varía en el tiempo y se reduce a una práctica masculina ahistórica. Entonces el problema de la prostituta del Siglo XIX y de Catarina subastando en Internet su virginidad en el 2012 terminan siendo los hombres que, para establecer públicamente su supremacía, compran cuerpos femeninos. En todo esto, las mujeres no aparecen más que como seres pasivos forzadas a tal degradación y de la que básicamente les es imposible salir. Entonces la decisión que tomó Catarina sería solo la manifestación de una falsa conciencia, y aunque ella no lo sepa, igual que cualquier mujer prostituida, quedará irremediablemente dañada. A menos, claro, que sea rescatada. Demasiado simple.

3) Las mujeres siguen siendo sexualizadas. Como ya dije, las experiencias en el comercio sexual son diversas. A unas mujeres el trabajo sexual no les gusta, algunas lo encuentran preferible a otras actividades como limpiar casas o cuidar enfermos. Para otras es un trabajo temporal y quieren dejarlo pronto. Unas piensan que recibir dinero por sexo no marca su vida, no define todo su ser y otras, como Catarina, solo comercializan con su sexualidad una vez en su vida. El problema de centrar las explicaciones en la dominación patriarcal es que todas las mujeres seguimos siendo reducidas a nuestra sexualidad. O al menos la sexualidad sigue siendo el eje fundamental de nuestra identidad. Para el feminismo radical la sexualidad y el ser mujer son inseparables. Las mujeres somos nuestra sexualidad, la sexualidad es nuestro ser mujer. Vivirlas positivamente significa desarrollar relaciones en marcos de amor y compromiso recíprocos, una interacción humana genuina donde no intermedia el dinero ni ningún otro beneficio económico. Por eso la prostitución daña irremediablemente a las mujeres, aunque éstas no lo sepan o no lo sientan. Mi objeción es que esto vuelve a imponer una idea particular de sexualidad que puede ser válida para algunas mujeres, pero estoy segura de que no lo es para todas.

Creo que las experiencias de las mujeres que comercializan su sexualidad no pueden separarse de la dominación de género, pero no es ni el único, ni el principal factor que está influyendo y configurando sus vidas. En el mercado global de nuestro tiempo, la industria sexual es uno de lo sectores que más capital genera. Y sí, demanda mujeres pero no cualquiera, ni en las mismas condiciones. Algunas como Catarina no solo obtienen grandes beneficios económicos sino que pueden establecer contratos con estrictas condiciones y garantías de seguridad. Para otras es mucho más complicado. En nuestro mundo globalizado no es secreto que los países desarrollados demandan grandes cantidades de mano de obra migrante. Esto promueve que cada año cientos de personas se muevan de sus países en busca de oportunidades para mejorar sus vidas e intentar unirse al progreso económico de nuestros tiempos. Lo que a casi nadie le gusta decir es que gran parte de lo que se demanda es mano de obra femenina y en condiciones irregulares/ilegales. Para nadie es secreto que las oportunidades que la mayoría de esas mujeres encuentran son en el sector de servicios en trabajos feminizados: como trabajadoras domésticas y como cuidadoras (de niños, ancianos y/o enfermos).

Lo que a nadie le gusta decir es que el otro gran sector de demanda es el sexual, que encuentra gran parte su oferta en mujeres de países del tercer mundo cuya sexualidad es estereotipada como exótica y erótica.

Concientizar sobre la existencia de violencia para las mujeres en la industria sexual es necesario. Pero si nos quedamos con la idea única de que el problema de Catarina, la trabajadora de calle, la migrante, la bailarina, la acompañante es que los hombres compran mujeres, entonces las solución termina siendo simple también: perseguir a los hombres malos (llámense redes de traficantes, proxenetas, clientes) y rescatar a las víctimas (salvarles la virginidad, sacarlas de sus lugares de trabajo, retenerlas en albergues a veces en contra de su voluntad, deportarlas a sus países de donde mejor no debieron salir). Mientras tanto nos olvidamos de señalar las persistentes desigualdades sociales, económicas, étnicas que configuran nuestro mundo globalizado, que promueven las diferencias entre países ricos y pobres, que justifican las condiciones ventajosas de Catarina y las precarias de muchas otras mujeres. Ignoramos denunciar a las leyes y autoridades que en nombre del bien de las “víctimas” promueven políticas de persecución, detención y repatriación. Nos ahorramos finalmente hablar de derechos de las mujeres a la movilidad, a la seguridad, al trabajo, y a decidir cómo manejar sus propias vidas.

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