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El príncipe azul de María

Tenía ocho años cuando su padrastro comenzó a violarla. Sufrió en silencio su calvario durante seis años hasta que uno de sus hermanos menores, en su inocencia, contó a la mamá lo que observaba cotidianamente. En 2012, otro hombre llegó a la vida de María, y por primera vez se sintió tratada con cariño. Ahora, a sus 15 años, espera un hijo de Juan, su hermano mayor.


Lunes, 28 de enero de 2013
Patricia Carías

Eran cerca de las 6 p.m. cuando, una tarde de marzo, María regresó de la escuela a su casa. En la champa de cartón y plástico vivía con su madre y con cinco de sus nueve hermanos. Tenía pocos ánimos de acompañar a su familia a la reunión semanal de la iglesia, así que resolvió que esa noche se quedaría en casa. Aunque no se quedó sola, porque ese día había llegado un visitante a casa. Pronto, cerca de las 7 de la noche, María y Juan comenzaron un juego. María comenzó a sentir unas leves caricias de Juan. Aunque solo eran unos pequeños roces, María, con un historial de agresiones sexuales a lo largo de casi la mitad de toda su existencia, disfrutaba aquella experiencia distinta en la que por primera vez alguien la trataba con ternura. Estaba hipnotizada.

–No me acuerdo cómo fue que comenzó –dice ahora, al tratar de recordar aquella noche cuando por primera vez se sintió bien tratada por un hombre. Lo que sí recuerda es que esa vez se sintió amada–. Entre los dos tuvimos lo que tuvimos.

Ella tenía 15 años y Juan, su hermano, 19.

***

La primera vez que vi a María fue en un pasillo del Centro Integral de Protección Inmediata (CIPI). Estaba de espaldas viendo una cartelera de anuncios que colgaban de una pared. Con los hombros echados hacia atrás, las piernas y los brazos hinchados y los pies abultados dentro de las que parecían unas cómodas zapatillas de tela, parecía una treinteañera. Cuando se dio la vuelta, sus grandes ojos café y las mejillas rojizas delataron su edad. Aun así, María era una niña rendida ante la panza de ocho meses de embarazo. Era una niña en un cuerpo de niña obligado a hacer tareas de mujer.

–¿Quién es el papá de tu bebé? –le pregunto a María, después de media hora de plática en la que me ha hablado de sus nueve hermanos y de su madre.

–Mmm… eeeh… –María baja la voz y titubea, como quien no está seguro de si lo que está a punto de decir es correcto o no–. Eeeh… es que… –suspira, y los ojos de muñeca Roxana se le enrojecen antes de bajar la mirada.

***

María es hija de Zoila y Juan José, oriundos de Lourdes, Colón. De su padre sabe poco, pues desde que tiene conciencia estuvo ausente. Juan José y su madre terminaron su relación cuando María era una bebé. De esa relación, Zoila salió con cinco hijos, dos mujeres y tres varones. Juan era el tercer hijo de la pareja, y nació cuatro años antes que María; a Juan le siguió Marta, tres años menor que Juan, y María es la menor de los cinco.

El reto de mantener a cinco hijos pequeños fue demasiado para la madre de María. Zoila trabajaba como ayudante de cocina en un comedor del mercado de Santa Tecla. Con el tiempo, el salario de la mujer fue insuficiente para alimentar a María y sus hermanos. Cuatro años más tarde, la situación económica y las necesidades del hogar, llevaron a María a un nuevo hogar. Su madre decidió acompañarse una vez más.

Esta vez, la familia de María encontró un refugio en la casa de Carlos, un agricultor que sería la nueva pareja de su madre. Carlos tenía un pedazo de tierra en Lourdes, donde había construido su casa. La vida de María comenzó entonces a ser un poco menos difícil, pues Carlos alivió por un tiempo la economía familiar. Con el tiempo, la familia creció y se sumaron otros cuatro hijos, de tal forma que ya eran 11 personas: los dos adultos y los nueve menores. Con los años, Carlos les quitaría a Zoila y a su familia mucho más de lo que les dio.

La vida de Zoila y sus hijos pronto volvió a ser similar a la que llevaban antes. Después de un tiempo, el encanto de Carlos desapareció a fuerza de golpes. Carlos no era un hombre de vicios, pero sí de carácter impulsivo, por lo que en casa los maltratos estaban a la orden del día. Cualquier enojo de Carlos podía terminar con uno de los niños o la misma madre de María golpeados. Así, uno a uno lo hijos mayores, incluyendo a Juan, fueron dejando el hogar, hasta que solo quedaron María, Marta y los cuatro hijos de Carlos.

Las necesidades continuaron siendo las mismas y Zoila siguió trabajando. Todos los días tomaba un bus a las 6 de la mañana para salir de Lourdes hacia Santa Tecla para trabajar en el comedor. Y así, durante los próximos 10 años. María y sus hermanos quedaban en casa con Carlos, que sobrevivía de cultivar un pedazo de tierra en su terreno.

A medida que sus hijastras crecían, Carlos comenzó a enredar pensamientos alrededor de ellas.

***

La tarde de noviembre en la que conocí a María esta formaba parte junto a otras 16 adolescentes de un grupo de menores de edad embarazadas que reciben terapia sicológica. Un juez había decidido que María debía pasar sus últimos días de embarazo en el CIPI.

Ahí, en una de las oficinas de la sicóloga del centro, María me contó su historia.

María lleva un momento haciendo pausas. Las manos le sudan y de vez en cuando se las limpia sobre la panza donde carga a su bebé. Después de un rato, mueve la cabeza despacio de un lado a otro y se niega a revelar quién es el papá de su bebé. Inclina la cabeza, baja la mirada y las lágrimas le caen sobre la panza.

–Está bien, no pasa nada –apago la grabadora, en señal de que la entrevista terminó.

–Es que… –María aprieta los labios, los ojos siguen viendo al piso y las lágrimas siguen cayendo sobre la panza–... el papá es mi hermano.

Silencio.

***

Es el año 2004 y Carlos comenzó a desenredar sus pensamientos. María tenía siete años de edad y Marta, su hermana, recién había cumplido los ocho.

Una tarde, Carlos mandó a María a lavar los platos. Sus cuatro hijos jugaban en el patio, y aprovechó para, por la fuerza, llevar a Marta a una de las habitaciones de la casa. María sintió curiosidad y en lugar de ir a lavar los platos siguió sigilosa a su padrastro y a su hermana.

–Yo vi cuando él la agarró y la montó en la cama –cuenta María, con lágrimas en los ojos–. Yo me fijé en eso y me salí de la casa.

María no está segura de si esa fue la primera vez que Carlos violó a su hermana. Siendo un niña, el miedo que le provocaban las tundas de Carlos era suficiente para que lo que había visto fuese un secreto entre su hermana y ella.

–Cuando él salió me pegó una cachetada y me dijo que si le decía a mi mamá me iba a pegar.

Carlos, no solo silenció a María, sin otambién a Marta.

–Mi hermana nunca me dijo nada. Quizás por el miedo que le teníamos a él.

A partir de ese momento, María y Marta comenzaron a guardar el secreto.

Un año más tarde, la violación de Marta ocurría a diario, pero la dinámica tuvo un cambio. A sus ocho años, María ya no solo compartía el secreto de Marta, sino que también comenzó a sufrir el mismo calvario que su hermana.

–Él hizo lo mismo conmigo. Cuando cumplí los ocho años mi padrastro me quitó la virginidad. Yo salí llorando de la casa y mi hermana me preguntó, pero yo no le quise decir porque él me dijo que si decía algo, él me iba a matar a mí y a toda mi familia.

Marta y María fueron violadas a diario por Carlos durante los siguientes cinco años.

Con el tiempo, el secreto se convirtió en parte de la normalidad. Lo llevaron consigo todos los días que fueron a estudiar a la escuela, todos los días que fueron a la iglesia con su madre, todos los cumpleaños, todas las navidades y todos los años nuevos. Era la normalidad de lo anormal.

Finalmente, en 2008, los cálculos de Carlos fallaron. Marta, a sus 12 años de edad, quedó embarazada.

–Ella no sabía qué hacer –recuerda María–. Pero él la obligó a mentir –Carlos no permitiría que Zoila se enterara de que había abusado sexualmente de sus hijastras y menos que lo llevara a la cárcel. Por lo que comenzó a urdir una nueva mentira y obligó a su hijastra a sostenerla.

–Ella le dijo a mi mamá que a ella la habían violado, porque ahí por donde vivíamos había muchas maras. Y cuando ella le dijo a mi mamá, él estaba sentado a la par de ella y la había amenazado –recuerda María.

Después de que Marta cumplió a cabalidad el plan de Carlos, este se encargó de influir en Zoila para evitar que esta fuera a poner una demanda ante las autoridades. La excusa perfecta era el supuesto peligro de las pandillas. Zoila estuvo de acuerdo.

El embarazo de Marta no fue pretexto para que Carlos siguiera abusando de ella y de María. Incluso cuando nació el bebé, su padrastro continuó. Fue hasta que el bebé de Marta cumplió los ocho meses de edad que la entonces madre adolescente, que estaba por cumplir los 14 años, huyó de casa. Marta tomó su ropa y las pocas cosas que aún le pertenecían y se refugió en la casa de una de las hermanas de su madre. Se fue en un intento por comenzar una nueva vida, pero guardando siempre el secreto entre ella, su padrastro y su hermana.

La decisión de la hermana de María, lejos de alertar a Zoila sobre lo que pasaba en su casa, fue un alivio. La situación económica seguía siendo la misma y para Zoila eran dos bocas menos que alimentar.

La salvación de María llegó en 2011, cuando su hermano Daniel, que entonces tenía siete años de edad, reveló el secreto de las hermanas a su madre. “Él todas las tardes metía a la bichas en la casa y nos sacaba a todos”, contó Daniel en su inocencia, a su madre.

Hasta entonces Zoila entendió por qué se había ido Marta de casa, se enteró de que su nieto también era hijo de Carlos y que este había violado a sus dos hijas todo ese tiempo atrás. Hasta entonces, las hermanas supieron que el secreto que con el tiempo había sido parte de lo que entendían por normalidad, era el arma que podría enviar a la cárcel a Carlos por el resto de su vida.

María salió de la casa de Carlos con su familia. Ahí dejó los golpes, los maltratos, su inocencia, su niñez. El trauma que Carlos causó en sus hijastras sería el parámetro con el que ahora María y Marta tomarían todas las decisiones de su vida. Entendiendo el mundo a partir de lo que vivieron.

La sicóloga del CIPI, Ruth Aguilar, evalúa el caso de María como una muestra de vulneración en las etapas donde los niños están aprendiendo a reconocer cuáles son las conductas que una sociedad entiende como aceptables o normales. “Ella vivió un proceso de violación por muchos años hasta que creyó que eso era normal. Y siendo una niña más tímida y callada se le hizo más fácil aceptar la situación”.

La suerte de Carlos se acabóen 2011  cuando Zoila, sin saber a dónde ir, pero buscando ayuda, llegó hasta Ciudad Mujer, en Lourdes. Ahí contó todo lo que había pasado, llevó a sus hijas y denunció a su expareja e inició un proceso judicial. Después de ser vencido en juicio, Carlos fue condenado a 23 años de cárcel por el abuso sexual de sus hijastras. Este año cumplirá su segundo año preso.

En María y Marta el proceso de recuperación del trauma que vivieron nunca empezó. Marta encontró refugio en una relación sentimental con una persona 20 años mayor que ella. Este año, siendo ya jefa de hogar a sus 16 años, Marta se enteró de que nunca podrá tener hijos con su pareja. El futuro de María no fue mejor que el de su hermana. Al trauma anterior le siguió uno similar o tal vez peor.

***

Aquella calurosa noche de marzo, cuando toda la familia se había ido a la iglesia, las caricias de Juan llevaron a María hasta una de las camas de la champa. Una de las dos camas que compartían María, su madre y sus cinco hermanos.

–No me acuerdo cómo fue que comenzó, pero entre los dos tuvimos lo que tuvimos –María no levanta la vista y de vez en cuando se soba la panza.

Llevamos un rato sentadas en la pequeña oficina de la sicóloga. María se ha ido poniendo cómoda, la bata celeste que le llega hasta las rodillas, la ha enrollado entre sus piernas y pasó de estar erguida sobre la silla de plástico en la que está sentada, a encorvar un poco la espalda. La plática ha sido amena hasta que llegamos al punto en el que ya no hay más de qué hablar y María se siente lo suficientemente cómoda para continuar.

–¿Él te forzó? ¿Hubo violencia? –le pregunto, creyendo que la historia que me cuenta es la historia de otra violación.

–No –contesta sin titubear.

–¿Sentiste en algún momento miedo? –le insisto.

–No… no sé… es que… no sé… no sentí miedo ni nada… Digamos que yo también fui la que me metí con él.

Una vez más María tuvo un secreto que debía guardar. Ella y Juan continuaron sin mencionar ni una sola palabra en casa de lo que había pasado. Un par de meses más tarde, María comenzó a sentir los primeros resultados de aquella noche. “Yo no sabía qué me pasaba. Solo sentí que me dio un vómito y no quería comer, no me daba hambre. Tenía como tres días de no comer pero nunca le dije nada a nadie”.

Con el tiempo, Juan regresó a su trabajo como cargador de mercadería en un camión, y el embarazo de María fue notorio. “Mi mamá se dio cuenta. Me preguntó que si estaba embarazada, vine yo y le dije que no y ella me dijo que sí, que estaba embarazada”, dice María. Pero la pregunta que le aterraba era la que le siguió a la del embarazo. “Ella me preguntó quién era el papá, pero yo no le quise decir”.

Ante el silencio de María, a Zoila no le quedó otra opción que llevar a su hija al único lugar donde ya antes había recibido ayuda. En junio del año pasado entró una vez más a las instalaciones de Ciudad Mujer en Lourdes. “Ahí, ella le dijo a una licenciada que yo estaba embarazada y ella me preguntó quién era el papá. Y yo le dije que era de mi hermano”.

El día que María reveló su nuevo secreto, fue el último que vio a su familia. Una vez confesó quién era el padre de su hijo, María fue llevada al CIPI. Y una vez más, la familia se vio involucrada en cuestiones de justicia. La Fiscalía inició un proceso judicial en contra de Juan.

A María le preocupa poco lo que hará con su vida más adelante. No está interesada en seguir estudiando. Solo sabe que si llega a salir del Centro de Protección quiere practicar lo que aprendió ahí. “Quiero poner un salón con mi hermana”, dice.

Pero por hoy, lo que realmente le interesa es qué pasará con Juan, el único hombre que la trató bien. Sabe que huyó, pero no conoce los detalles del proceso pero está segura de qué es lo que dirá cuando le pregunten si él la violó. “No, porque los dos quisimos”, dice.

–Ahorita no sé qué ha pasado con él. Desde que me trajeron para el CIPI no lo veo a él ni a mi familia.

–¿Y lo quisieras volver a ver? ¿Lo extrañas?

–Sí.

–Si lo vieras, ¿qué le dirías?

–No sé.

 

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