Opinión /

Lecciones de Venezuela


Domingo, 28 de abril de 2013
Ricardo Ribera

En primer lugar hay que decir que la victoria de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales de Venezuela es incuestionable, a pesar de las protestas y resistencia del candidato perdedor y de una parte de sus seguidores. El país cuenta con un sistema de sufragio de los más modernos y eficientes del mundo, con voto electrónico el cual el votante imprime y deposita en la urna. Ello permite, por un lado, tener resultados consolidados a pocas horas de terminada la votación y dar a conocer prontamente al ganador y, por el otro, un respaldo físico para poder hacer un recuento manual. Éste, por ley, se efectúa aleatoriamente al 54% de las urnas inmediatamente de terminada la votación. Es la “auditoría ciudadana”. Así se hizo.

La exigencia opositora de “contar voto por voto, la totalidad de los sufragios” en realidad significa tan sólo incluir el 46% restante. El trámite ha sido aceptado por el Consejo Nacional Electoral, CNE, que anunció se iniciará tal recuento. Llevará aproximadamente un mes. Pero tal impugnación no era impedimento para proceder a la proclamación de Maduro como presidente electo y a su toma de posesión. La ley electoral venezolana da derechos de revisión al perdedor, pero ello no equivale a que tenga un poder de veto o de provocar parálisis política hasta que se resuelva el reclamo. Por otra parte debe recordarse que la autoridad eleccionaria es un poder autónomo, que no depende del gobierno. El CNE se elige por el parlamento y cuenta con representación de la oposición.

En segundo lugar, mientras no ha sido sorpresa el gane del chavismo, sí lo ha sido el escaso margen de su victoria. Con el 99.17% de los votos escrutados el margen porcentual era de 1.7% o, dicho en cantidad de sufragios, de unos 260 mil votos. Maduro obtuvo 7 millones 560 mil en números redondos mientras Capriles sacó 7 millones y casi 300 mil votos. En la elección presidencial de octubre del año pasado, en cambio, Chávez le sacó a Capriles más de 9 puntos porcentuales, algo así como un millón y medio de votos. Son unos 685 mil los que el chavismo perdió desde octubre, mientras Capriles ganó una cantidad similar: aumentó en 680 mil sufragios su votación de octubre pasado.

De ahí lo agridulce del triunfo chavista – aunque no se trata de una victoria pírrica como pretende la prensa derechista– y los llamados a la autocrítica que han hecho sus dirigentes. Probablemente ese apoyo no se haya perdido entre los sectores populares sino que provenga de capas medias urbanas. Éstas se habrían distanciado de la doble campaña – de satanización de Capriles y de divinización de Chávez, incluidos pajaritos silbadores y mensajes del más allá– enviando con su voto de castigo una clara advertencia al régimen para que enfrente con seriedad los problemas. Desabastecimiento, inflación, inseguridad: requieren atención y pronta respuesta.

En tercer lugar, hay gobiernos y fuerzas políticas del mundo que reaccionaron con parcialidad y malicia ante esta democracia que está realizando la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI. Sumarse a la exigencia opositora de recuento manual de los quince millones de votos antes de reconocer la legitimidad del presidente electo, ni era razonable ni respetaba la institucionalidad y leyes venezolanas, en una actitud arrogante y colonialista. El gobierno español se vio obligado a rectificar ante la firme y rápida respuesta de las autoridades de Venezuela, que aprovecharon para recordarle que “ya no somos colonia”. Tras el llamado a consultas del embajador y posibles represalias económicas del país caribeño, la cancillería española se apresuró a emitir un comunicado en el que expresa que “respeta la proclamación” de Maduro y califica de “malentendido” las primeras declaraciones de García-Margallo, su Ministro de Asuntos Exteriores.

Similar rectificación hizo la Organización de Estados Americanos, OEA. Estados Unidos, en cambio, pretende erigirse en juez de la calidad democrática de otros países. Resulta contradictorio pues es de todos conocida su complicidad en golpes de estado, como del que fue víctima el propio Hugo Chávez en 2002. Por otro lado, la República Bolivariana de Venezuela respetó la competencia de las autoridades estadounidenses y no pretendió dictarles un curso de acción cuando se impugnó el gane de G. W. Bush, por menos del 0.3% de margen, y el Tribunal Supremo lo declaró vencedor de las elecciones del 2000. Respeto mutuo, exigen las autoridades de Venezuela, y tienen razón.

En cuarto lugar la gravedad de la injerencia en los asuntos internos de Venezuela se extrema ante la violencia desatada por la protesta opositora. A pocas horas de concluida la jornada electoral hechos de vandalismo y de agresiones por todo el país, culminaban con 8 muertos y 61 heridos. Tal pareciera que para el bloque opositor la desestabilización es la verdadera estrategia y que la participación eleccionaria es sólo táctica. Ante ello las fuerzas de la revolución bolivariana anunciaron que responderán radicalizando el proceso. Deberíamos estar en capacidad de esperar de ambos bandos mínima cordura para rebajar las tensiones. Aguardan seis largos años en los que la intensidad de la confrontación política no debería verse reñida con la continuidad de la democracia y con una mínima estabilidad.

En quinto y último lugar, unas palabras sobre el involucramiento salvadoreño, presunto aunque desmentido, denunciado aunque no comprobado. El incidente no es menor puesto que, además de dos individuos de reconocida filiación de ultraderecha, involucraba a uno de los vicepresidentes de la Asamblea Legislativa, el diputado por Arena, Roberto d´Aubuisson. El debate sobre la fiabilidad de las presuntas pruebas de conspiración desestabilizadora no debería hacernos olvidar que hacen falta exámenes técnico-científicos, tanto para confirmar como para desvirtuar si la voz que se escucha en la grabación telefónica es o no la del diputado arenero. Si éste quería demostrar su voluntad de no inmiscuirse en los asuntos de Venezuela, su decisión no fue la mejor: presentarse de sorpresa en Caracas, poco antes de la jornada electoral. Dijo que “para dar la cara y limpiar su nombre”. Tras unas apresuradas declaraciones le tocó buscarse avión de regreso y quedar varado en Managua, en espera de una conexión. Es obvio que Capriles no quería salir con él en la foto. Seguramente le sería embarazoso explicar que estaba a la par de alguien que se llama igual por ser el hijo de… quien fue señalado de organizador de… acusado por el asesinato de… Es decir, debería comprender Roberto d´Aubuisson que su nombre es en sí un problema. Que más fácil que limpiarlo sería cambiarse de nombre.

Ante la torpeza de su maniobra acudió un pequeño coro en su auxilio: Ricardo Chacón, el Cnel. y Dr. José Ramón González Suvillaga y Salvador Samayoa. Los tres destacaban la supuesta “valentía” y “acto de audacia” del diputado. Uno es Editor Jefe de El Diario de Hoy y el otro es el Director General Departamental de Arena en San Salvador. Sorprende, coincidiendo con ellos, el último, quien se presentaba en su columna como de izquierda. En efecto, termina su escrito diciendo: “Desde las filas de la izquierda (…) felicito a este líder del partido de derecha por su audacia y valentía. Muy bien, Roberto d´Aubuisson.” Habría que puntualizar al columnista que no es desde la izquierda, sino, cosa muy distinta, desde las páginas de El Diario de Hoy, que está enviando sus felicitaciones. Ojalá que la audacia y valentía, tan valoradas por los tres mencionados, la derecha sepa encontrarlas, tanto en Venezuela como en El Salvador, cuando más necesarias resultan: en la derrota política.

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