Opinión /

Brasil: Protestas con estándar FIFA


Martes, 25 de junio de 2013
Arturo Lezcano

En el imaginario del norte del mundo el Brasil del siglo XXI era el paraíso. Una especie de Arcadia tropical donde en vez de un grupo de bucólicos pastores convivía una pléyade de jóvenes bronceados que repartían su tiempo entre la playa, el fútbol y la música mientras tomaban el néctar y la ambrosía que obtenían con solo estirar el brazo. Hasta que de repente cayó un rayo y el mundo asistió a la caída del mito. O fue mas bien una explosión, no de la burbuja económica anunciada por agoreros europeos por pura analogía con lo suyo, sino más bien por una deflagración social en el momento histórico en el que, curiosamente, el país trataba de corregir mínimamente las desigualdades obscenas de un país de una intrincada complejidad y violentamente injusto. Por lo visto, la década de aparente bonanza no fue suficiente, sino todo lo contrario.

Como en otros movimientos espontáneos a los que asiste este siglo, la chispa la encendió un grupo reducido, calificado en principio de idealista de lo público (el Movimento Passe Livre, que aboga por el transporte universal y gratuito) y de ahí se incendió el depósito entero de gasolina. El curso intensivo de historia contemporánea al que se están sometiendo los brasileños tiene aturdidos a sociólogos y politólogos, incapaces de comprender cómo una sociedad tantas veces criticada por su pasividad ante las injusticias o las dudosas decisiones políticas ha espabilado tanto y en tan poco tiempo. Se puede bucear en mil razones, pero lo indudable es que hay una respuesta en la suma de todas ellas, en un momento, además, de resonancia cavernaria por los eventos que alberga el país.

Sabemos que allá por el 6 de junio se protestaba por la subida de 20 centavos en la tarifa del transporte público, especialmente el bus, que en las ciudades brasileñas es básicamente una caja con ruedas, normalmente sin refrigeración, que lleva en sus lomos a un pasaje que se juega la vida bien por la velocidad con la que conducen los chóferes, bien por la asfixia provocada por el calor en los atascos kilométricos. No se sabe qué es peor. Para la gran clase trabajadora que vive en suburbios y favelas apartados de los barrios donde se desarrollan los servicios de las ciudades, el transporte público es su segundo hogar. Entre dos y cuatro horas pueden tardar cada día en ir de su casa al trabajo y regresar. La subida de veinte centavos de este año fue un símbolo de la inflación sui generis del transporte, concesionado a empresas privadas, la gotita que rebasó el océano y provocó un tsunami. Porque enseguida se ataron cabos y mucha gente, mucha más de la que cualquiera podía esperar, se dio cuenta de que el bus es solo un transporte que en realidad lleva a un destino, que puede ser el trabajo, pero también el hospital o la escuela, dos pilares del estado del bienestar que brillan por su ausencia en el dorado Brasil.

Con todos esos ingredientes en la olla empezó a brillar el ingenio por unas calles en las que definitivamente no circula ambrosía, sino litros de vinagre en pequeñas botellas, para combatir, al menos en teoría, los efectos del gas lacrimógeno que arroja la policía. De entre las miles de pancartas que se leen en las cientos de manifestaciones de estos días refulge aquella ya convertida en hashtag de referencia: 'Padrão Fifa'. Hasta la irrupción de las marchas, había un estribillo que se repetía en los medios brasileños cada vez que se quería hablar del modelo requerido para poner a Brasil en primera fila del mundo: el famoso padrão (estándar) Fifa. Si había que ponerle doscientos milloncejos más a la obra de un estadio, se le ponía, todo para alcanzar el padrão fifa, esto es, un sello de calidad siguiendo criterios rigurosos de organización regidos por una normativa específica. La de la Fifa, claro. Será por eso que Romario, sí, el goleador devenido diputado federal, haya abanderado a su manera explosiva y vehemente, aquello de que 'el verdadero presidente de Brasil se llama Fifa'. Y por eso salió el brasileño medio y pintó en sus pancartas lo inevitable. 'Queremos hospitales padrão fifa'. 'Salud y educación padrão Fifa'. Pero el problema es que la entidad con sede en Zurich se nutre de los dineros del Estado donde se juegan los eventos, que es el mismo que no invierte como debería en hospitales y escuelas. Como también se leía estos días: 'Menos bola, mais escola'. A la Fifa se le desbordó el champán por encima de la feijoada y terminó manchando de arriba abajo a los políticos. De los 20 centavos a la insatisfacción general y las protestas contra todo, contra todos. Ya nadie se salva cuando se trata de recordar los pecados del poder: corrupción, deficientes inversiones en salud y educación, dispendios en fastos, inflación, violencia.

¿Pero de dónde salió el millón de personas del pasado 20 de junio? De entre las teorías más plausibles están las que hablan de que la nueva clase media económica emergida de la pobreza en el mandato de Lula ahora tiene voz aparte del voto (suma ya el 52% de la población del país). Y entonces decidieron gritar. Otras aseguran que hay una base militante de gente de clase media social con estudios a las que se le une parte de esa nueva clase media económica. Y por último hay otros que alertan de que el movimiento ciudadano está empezando a ser manejado por actores del establishment empresarial y de los sectores más conservadores para debilitar el gobierno de Dilma y acabar con el ciclo del Partido de los Trabajadores.


Según el antropólogo y escritor Luiz Eduardo Soares, la primera protesta descubrió que el rey Brasil estaba desnudo. Y el resto la siguió. Lo que las movilizaciones demuestran con firmeza, en Río, Sao Paulo, Brasilia, Fortaleza o Bahía, es el descontento con el sistema en medio de un creciente ambiente de antipolítica que se contradice con el espíritu de la primera protesta, quizás alentado por la falta de respuesta en la década del PT, desgastado en su carácter originariamente popular y golpeado por los escándalos de corrupción. Hoy triunfa otro lema que impone de tan gráfico: 'O gigante acordou' (El gigante despertó), esa particular visión de los brasileños que no se tienen por un país, sino por un coloso a la espera de que lo despierte no se sabe o sabía qué. De la capacidad de entender la importancia histórica de un movimiento ciudadano, en principio autoconvocado, y de canalizarlo hacia terrenos concretos y menos ambiguos, dependerá que se construya al fin el famoso 'país del futuro' de Stefan Zweig en el presente y se pueda cambiar, ahora sí, el vinagre por algo más parecido a la miel.

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