Opinión /

Reforma (anti) migratoria


Sábado, 29 de junio de 2013
Laura Aguirre

La inminente reforma migratoria recién aprobada en el Senado estadounidense me ha hecho acordarme de Conie, una de las trabajadoras sexuales que conocí en Tapachula. Ya llevaba varias semanas sin saber nada de ella, hasta que hace unos días me escribió contándome que está en Nuevo Laredo (frontera norte mexicana). Pensé en ella recorriendo esos más de 4 mil kilómetros para llegar, desde el sur mexicano, hasta el muro del norte. Y pensé que, si alguna vez logra franquear el muro, o el río, o el desierto, la reforma tan esperada por muchos no resolverá nada para ella. Aunque sí la alcanzará de otra manera: esa que, a cambio de dar documentos a 11 millones, ha exigido el reforzamiento de la franja fronteriza.

El presidente Barack Obama lo ha dicho desde siempre. Su idea de reforma tiene dos ejes fundamentales: la regularización de los 11 millones de migrantes indocumentados y el aumento de la seguridad en la frontera. ¿Qué significa este aumento de la seguridad? ¿De qué/quién necesita ser protegido Estados Unidos? Grosso modo, de tres cosas: armas (tráfico de armas), drogas (narcotráfico) y migrantes indocumentados (tráfico de personas y terrorismo).

Quiero detenerme en esta última “amenaza, peligro” de la que el Senado estadounidense ha exigido protección. Como todos podemos imaginar, la reforma migratoria no implicará que nuestros/as compatriotas y otros vecinos dejarán de moverse desde sus países hacia Estados Unidos. ¿Qué pueden esperar con esta nueva reforma los indocumentados que están en la frontera, en el camino o en casa alistando la partida?

El texto de la reforma es muy claro. El compromiso para fortalecer la seguridad fronteriza es: 1) mantener el control de la frontera con México. Los republicanos han exigido el 90% de efectividad en el control de todos los riesgos y aprehensión de los “entrantes ilegales”; 2) construir una doble y triple valla en los puntos de mayor riesgo de la franja fronteriza; 3) utilizar mayor cantidad de agentes (hasta 40 mil), armas y tecnología terrestre, aérea (drones o aviones sin tripulación) y satelital para garantizar la efectividad de la detección y detención 24 horas cada día de los siete de la semana ; 4) construir más puntos de control y estaciones para las “Border Patrols”; 5) capacitar a las fuerzas de seguridad y oficiales de migración en: identificar documentos falsos; interrogatorios, detenciones, registros; leyes migratorias e identificación, remisión y repatriación de víctimas del crimen de tráfico de personas, secuestro o tortura… entre otros. Se está hablando de una militarización de la frontera como nunca antes se ha visto.

En mi opinión, la reforma es el reflejo más claro de las ansiedades de los estadounidenses. Esa ansiedad que ha alimentado y sigue alimentando una ecuación paranoica: migrante indocumentado (que en la reforma son identificados con la palabra aliens) = criminal/posible terrorista/víctima de tráfico. Pero lo más perverso de este discurso es la retórica de la “buena intención”.

Se habla de esta hiper-seguridad en la frontera casi como una responsabilidad moral para con los migrantes indocumentados (aquellos que no serán beneficiados por la reforma o los que intentarán cruzar la franja fronteriza hacia el lado estadounidense). Se les perseguirá, detendrá y repatriará a sus países en nombre de sus derechos humanos. Al cazarlos y capturarlos se les estará rescatando de criminales (las redes de tráfico), y al repatriarlos se les estará devolviendo al hogar del que en realidad nunca quisieron (o nunca debieron) salir.

Pero la “buena intención” va más allá. Con la reforma ya vigente se sancionará a todas aquellas personas que den trabajo a los migrantes indocumentados. En otras palabras: para proteger a los “aliens ilegales” de los abusos laborales, no se les exigirá a los empleadores que les garanticen un trato digno y condiciones decentes de trabajo; sino que se les privará de toda posibilidad de trabajar.

No solo estoy segura de que esta reforma, claramente anti-migratoria, no parará el movimiento de personas hacia Estados Unidos; sino que provocará que los/las migrantes dependan aún más de la mafias y redes de tráfico para poder moverse y llegar “al otro lado”, pero también para poder trabajar. Además los hará aún más vulnerables a las violaciones de sus derechos fundamentales a ambos lados del muro. Parafraseando a la académica Wendy Chapkis, la política migratoria estadounidense sigue rescatando (cazando) víctimas y castigando migrantes. Por eso la casi segura aprobación de la reforma debería celebrarse sin aplausos.

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