Opinión /

Basura que mata


Martes, 27 de agosto de 2013
Alex M. Hasbún

Esta escena real, que sucedió hace pcos días, es cotidiana en San Salvador: En una esquina, una señora espera cruzar la calle. Bebe agua de una bolsa plástica. Al terminar, arroja la bolsa plástica a la calle. “¡Señora! – le digo- ¡se le cayó una bolsa plástica!”, la señora me ve desconcertada. Repito: “Señora.. ¡Se le cayó una bolsa plástica!”, la señora mueve la cabeza hacia los lados, mira al suelo como buscando algo que se le hubiera caído. No se ha percatado de que me refiero a la bolsa plástica que deliberadamente arrojó. Al lado de ella, un señor, en voz baja, le señala la bolsa y le explica. Aun avergonzada del hecho, no recoge la bolsa. ¿Sabrá la señora el daño que ayuda a causar con su “descuido”?

La basura tirada a la calle se acumula en las alcantarillas tapándolas y provocando inundaciones en colonias y vecindarios, ocasionando daños a los bienes materiales y en algunas ocasiones ha cobrado vidas humanas. La basura que no se acumula y no queda atrapada en las alcantarillas viaja a los ríos como el Acelhuate entre muchos que viajan a lo largo de nuestro territorio y estos sirven como bandas transportadoras de basura hacia los esteros y luego al mar. En todo su recorrido van dejando huella de basura hasta llegar al mar en donde las especies marinas se comen el plástico confundiéndolo con su fuente alimenticia. En muchas ocasiones realicé necropsias de especies marinas que tenían tapado su sistema digestivo por haber ingerido bolsas plásticas.

El simple hecho de tirar una bolsa plástica a la calle nos está provocando un desbalance en los ecosistemas dañando nuestro recurso natural, nuestro patrimonio de nación y el alimento que proviene de los ecosistemas naturales para la población.

Aun habiendo sanciones municipales y artículos de ley bajo decreto legislativo relacionados a la conservación de nuestros recursos naturales y a sitios públicos, nuestras leyes ambientales no tienen dientes, solo nos dan una posición internacional irreal y una falsa sensación de regulación, provocando un desinterés social generalizado en relación al aseo, medioambiente y su repercusión en la sociedad.

La concientización publica no es suficiente para generar el cambio que queremos en el tiempo que lo necesitamos. Urge implementar programas y planes fijos en educación ambiental para que las nuevas generaciones crezcan conscientes de la necesidad que hay de revertir este hecho, involucrar a las universidades para realizar investigación científica al respecto con facultades de biología, psicología, economía, agricultura…

Ejecutar la ley de forma eficiente, generar proyectos de beneficios económicos para la sociedad a través de la conservación de nuestro medioambiente, como lo es ponerle precio al plástico para su reciclaje con un sistema claro de recolección y manejo, colocar trampas de plástico en los ríos para retirar esas miles de bolsas plásticas antes de que lleguen al mar, que parte de la pena impuesta por la ley incluya asistir a escuelas ambientales para que los reincidentes que tiran la basura o contaminan sean obligados a educarse; pero, como todo lo relacionado al bien público, se necesita voluntad, deseo de las autoridades y rectores del país.

La basura no cae del cielo, cae de las manos de las personas. Y la basura, a veces, también mata.

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