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La última letra

Convirtieron 'Zeta' en sinónimo de violencia, crueldad, terror con fines de lucro. Ahora, las capturas o muertes de varios de los líderes de este sangriento grupo del crimen organizado mexicano, ¿significan que a la organización de la última letra le llegó la última hora, o que se ingresa a otro ciclo de sangre con sus reemplazos?

Jueves, 5 de septiembre de 2013
María Lourdes Pallais (IDL-Reporteros) / El Faro

Más de 20 capos del narcotráfico fueron muertos o capturados en México durante la presidencia de Felipe Calderón, cuya guerra contra el narco dejó una estela sangrienta de por lo menos 60 mil muertos. Tres mil muertos por cada capo neutralizado. El último logro operativo de Calderón fue el abatimiento de Heriberto Lazcano Lazcano (a) El Lazca, conocido también como el Z-3.

El sucesor de Calderón en la presidencia mexicana, Enrique Peña Nieto, acaba de cumplir ocho meses en el poder y ya puede jactarse de dos capturas importantes: del temible líder de los Zetas, Miguel Ángel Treviño (a) Z-40; y de Mario Armando Ramírez Treviño (a) El Pelón o X-20, líder del Cartel del Golfo. La cabeza de ambos tenía precio en dólares y en pesos, y Estados Unidos podría solicitar la extradición de los dos en cualquier momento.

Así, a pesar del discurso crítico de Peña Nieto contra la estrategia de su predecesor, poco o nada ha cambiado. El nuevo gobierno no ha logrado inventar una nueva fórmula que no solo elimine los cabecillas sino también a la violencia.

Los Zetas, un grupo terrorista con fines de lucro, sin agenda política, se mantiene activo en México y la frontera con Estados Unidos. Pero también sus archienemigos, el cartel del Golfo, que controla el tráfico de cocaína y marihuana a través de Matamoros (capital del estado de Tamaulipas) hacia Estados Unidos.

De gustos y redes

Gusta comprar caballos estadounidenses de carreras para lavar dinero. Tiene diabetes y está muy enfermo, según Tierra del Narco, un sitio online que publica información anónima sobre los movimientos, tácticas y personajes de los narcos en México. México ofrece 30 millones de pesos y Estados Unidos, cinco millones de dólares por su cabeza. Es Omar Treviño Morales (a) Z-42, ahora capo de Los Zetas.

Nació el 26 de enero de 1974 en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Es hermano, y era brazo derecho, de Z-40, arrestado el pasado 15 de julio. Como él, creció en Dallas, Texas, y domina el inglés. Es producto bicultural de esa zona fronteriza y aprendió los trucos de su hermano pero aún no está claro si tiene la misma capacidad operativa.

¿Podrá seguir cultivando las redes que tejió su hermano en Estados Unidos, para el trasiego de drogas de Colombia a Estados Unidos? Quién sabe. Tiene que empezar por lograr el apoyo de Román Ricardo Palomo Rincones (a) El Coyote, jefe de las células encargadas del secuestro de migrantes e integrantes de grupos rivales. Y de Maxiles Barahona (a) El Contador, otro de los hombres fuertes de Los Zetas.

Mientras tanto, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, acusó a su suegro, Jesús Fernández de Luna, a su cuñado Gerardo Fernández de Luna y al hermano de su suegro, Emilio Guillermo González Muñiz, todos accionistas de la empresa Ganadería 5 Manantiales, de “involucrarse en actividades de narcotráfico para el violento Cartel Los Zetas”.

Así recibe el reinado criminal el Z-42, heredero de un hermano famoso por utilizar el miedo para controlar comunidades y periodistas, y de El Lazca, conocido también como El Verdugo, por años el máximo jefe de ese grupo, abatido hace 10 meses en un enfrentamiento militar en el estado fronterizo de Tamaulipas.

La firma de inteligencia en temas de seguridad Stratfor considera que el futuro de esta organización criminal dependerá de su capacidad para sustituir al Z-40, lo cual con anterioridad ha demostrado hacerlo con facilidad.

“El arresto de Treviño puede cambiar sustancialmente el paisaje criminal de México, si Los Zetas comienzan a desintegrarse en su ausencia”, indica en un análisis. Stratfor duda que esto suceda. De hecho, atribuye su “éxito” a su capacidad para reemplazar a sus dirigentes, incluso a sus más experimentados capos.

Entre brujas y leones

Si a los hermanos Treviño les gustan los caballos, El Lazca prefería los leones, las rubias y la caza mayor. Lazcano era muy religioso, devoción que lo llevó a pagar la construcción de una capilla en Pachuca, Hidalgo, donde vivió de adolescente. Ahí también habría mandado a construir un mausoleo. Tenía ranchos con leones y otros animales salvajes en jaulas para torturar a sus víctimas, generalmente agentes de la Policía Federal, y arrojarlas a sus fauces para eliminar evidencias.

A veces llevaba una cadena y un dije de oro con las iniciales GECG (Grupo Especial del Cartel del Golfo), como cuando en 2008, contrató a una “bruja” para que le leyera los caracoles. Y ella “fue contundente: Heriberto Lazcano traía la muerte siempre con él”, según cuenta la reportera Icela Lagunas en Reporte Índigo.

Cuatro años después, integrantes de la Marina de México lo mataron en un operativo en Coahuila. ¿O no? Hubo dudas los primeros días pero las autoridades difundieron fotos como evidencia de que sí fue eliminado.

Se rompió la Pax Mafiosa

Que el occidente de México sea una bomba de tiempo, todos lo saben. Que la Costa del Pacífico, con las mejores playas turísticas del país, esté bajo amenaza de nuevo, no es una sorpresa. Que en Michoacán, el estado natal de Felipe Calderón, haya vuelto a estallar la violencia, tampoco. Pero que la Ciudad de México, estado autónomo, haya perdido el aura de ser la urbe más segura del país, sí son palabras mayores.

El ex alcalde de la capital, Marcelo Ebrard, solía llenarse la boca diciendo que era una de las ciudades más seguras del mundo, una burbuja de paz. Ese mito terminó en mayo pasado, con la misteriosa desaparición de 12 jóvenes del bar After Heaven.

A pesar de que nunca ha sido un secreto de que el narco utiliza la Ciudad de México como centro de operaciones o escondite, por décadas, Ebrard y sus antecesores de la izquierda lograron contener las disputas entre las bandas. Había una división de territorios; una “hermandad policial” que actuaba como árbitro entre los grupos criminales; si saltaban chispazos, los policías ponían orden.

Pero el gobierno de Miguel Ángel Mancera, el antes fiscal y ahora alcalde de la Ciudad de México, negaba que el incidente del After Heaven haya tenido nexos con el narco. De hecho, un informe de Lantia Consultores, firma de análisis con sede en la Ciudad de México, dado a conocer por el buró independiente InSight Crime, Crimen Organizado en las Américas, informó que “por mucho tiempo”, las autoridades capitalinas han buscado minimizar la violencia, en comparación con otras entidades de la frontera norte, incluso con zonas violentas de Estados Unidos.

Lo que sucede en la Ciudad de México es que se rompió, a decir de Edgardo Buscaglia, la “Pax Mafiosa” que se hace, “con o sin el conocimiento” del jefe de gobierno, entre los operadores políticos de turno.

Se rompió porque Mancera “se quiere desvincular de la base política” de sus antecesores y para hacerlo, se ha visto obligado a soltar el vínculo con sus sistemas operativos y perder el control. El resultado: “la delincuencia organizada opera con fortaleza y con violencia frente el gobierno de Mancera que ha perdido el control del territorio”, dice Buscaglia a IDL-R.

Mientras Mancera busca “establecer una huella propia e institucionalizar el DF”, no ha logrado reunir al talento necesario para “generar un mecanismo de control informal y tácito”, como el que tiene Peña Nieto, añade el experto.

En ese escenario, la Ciudad de México sigue sin tener una estrategia de seguridad con “participación ciudadana en su proceso de delineación y de aprobación”, sentencia Buscaglia.

No hay vuelta de hoja. La capital mexicana ha perdido su papel tradicional como un “sitio neutral” en los conflictos del crimen organizado que disputan territorios del país.

Este artículo fue publicado originalmente el 27 de agosto de 2013 en IDL-Reporteros.

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