Opinión /

Pinochet


Lunes, 2 de septiembre de 2013
Patricio Fernández

El 23 de agosto de 1973, Augusto Pinochet es nombrado Comandante en Jefe del Ejército por el presidente Salvador Allende. Ese mismo día ocurrió en Suecia el fallido asalto al banco Norrmalmstorg, cuyas circunstancias dieron origen al término “Síndrome de Estocolmo”, inspirado en el hecho de que una de las rehenes para negociar la fuga, al cabo de seis días, declaró sentirse segura con sus captores. De esos conoceríamos en Chile muchos casos. Yo escuché personalmente el de un amigo poeta, al que a mediados de los setenta detuvieron por comunista, y que una vez liberado, se volvió entusiasta defensor del régimen.

Pinochet mismo sufrió un vuelco no menos radical. A casi 20 días del golpe que él terminaría encabezando, aún se presentaba como un general respetuoso de la Constitución. Muchos en la derecha lo consideraban un milico rojo. Era el regalón del general Carlos Prats, a quien más tarde mandaría matar junto a su esposa en Argentina. La familia de Pinochet compartió íntimamente con la familia de José Tohá, que había sido ministro de Defensa y de Interior de la Unidad Popular, y que el 15 de marzo de 1974 murió estrangulado en la pieza 303 del Hospital Militar, donde permanecía detenido. El ex ministro medía 1,95 m., y al momento de morir pesaba 47 kilos. Estaba desnutrido tras meses de detención. Hace menos de un año, a casi cuatro décadas de su muerte, un peritaje realizado por la Universidad de Concepción estableció que había sufrido un “ahorcamiento homicida” y no un suicidio, como durante todo este tiempo defendió la versión oficial.

Siendo Tohá ministro de Defensa se produjo el Tanquetazo al mando del teniente Roberto Souper, y cuentan testigos de la escena que, una vez controlada la sedición, Pinochet le habría propuesto a Allende fusilar a los sublevados, teniendo el compañero presidente que calmarlo. Es conocida la historia de que la Tencha, esposa del Chicho, mientras su marido disparaba desde una ventana de La Moneda, preguntó con preocupación: “¿qué será del pobre Augusto?”.

Quienes han investigado la manera en que se elaboró el golpe, coinciden en que Pinochet no participó en su gestación. Se hallaba en el momento preciso y el lugar indicado, y rehén de una fuerza en curso, que sólo los hombres de carácter son capaces de enfrentar, sucumbió a la traición. Hay quienes sostienen que su mujer, la Lucía Hiriart, lo empujó hacia allá. Me cuesta pensar en Pinochet como en un hombre débil, pero no imposible. Un cobarde, un sobreviviente. Un arribista avant la lettre que sirvió siempre a los poderosos.

Es interesante ese lado del personaje de Pinochet, y algo más preocupante las consecuencias que derivan de apreciarlo. Acá existió y continúa existiendo, con variaciones y transmutada, una clase social y un mundo político que se siente garante del orden y capaz de establecerlo, del modo que corresponda, cuando corresponda. Desconcentrar el dinero y el poder es la única manera de defender seriamente la democracia. Los peones como Pinochet brotan en cualquier parte, apenas sus patrones los necesitan.

Este artículo fue originalmente publicado en The Clinic, una publicación miembro de la red ALiados. 

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