Opinión /

El Brasil de Pinochet


Martes, 10 de septiembre de 2013
Roberto Simon

Pocos embajadores extranjeros fueron recibidos en Brasil con tanta familiaridad como Hernán Cubillos Leiva, el primer representante en Brasilia de la junta militar que derrocó al gobierno de Salvador Allende.

Roberto Simon, periodista de O Estado de Sao Paulo, es autor de una serie de reportajes sobre el papel de Brasil en el golpe de Estado de Pinochet y su posterior apoyo.

Dos meses después del bombardeo a La Moneda, Cubillos fue llevado al despacho del canciller Mario Gibson Barbosa, en Itamaraty –el palacio de suaves curvas de concreto diseñado por Oscar Niemeyer - para una 'entrevista trascendental', como él calificaría esa conversación más tarde, en un telegrama secreto a Santiago. Con aires de hermano mayor, el ministro de la dictadura brasileña comparó la 'campaña del comunismo internacional' contra Chile, desde septiembre, con la reacción externa al golpe de Brasil de 1964. Y resumió: 'Simpatizamos totalmente con ustedes. Chile y Brasil están en la misma trinchera.'

El emisario de los conspiradores chilenos sabía que no se trataba de palabras vacías. El general-presidente Emílio Garrastazu Médici, al final, hizo de Brasil el primer país en reconocer a los golpistas de Santiago, el 13 de septiembre (desde Sao Paulo, Médici dio la orden por teléfono, tomando por sorpresa a diplomáticos que aun temían una guerra civil en Chile). Y mientras Cubillos y Gibson Barbosa intercambiaban juramentos de amistad eterna en Brasilia, agentes de los aparatos de represión de la dictadura brasileña ya auxiliaban a los torturadores chilenos en el Estadio Nacional, el mismo en el que Brasil había conquistado la Copa del Mundo de 1962 gracias a las piernas torcidas del artillero Garrincha. Entre los presos en el estadio convertido en campo de concentración, había cerca de 80 de los 5 mil exiliados brasileños que vivían en Chile.

Rápidamente, palabas usadas en Brasil para describir torturas – “pau de arara”, “submarino” – eran incorporadas al diccionario de la nueva política chilena.

Ya era sabido que Brasil apoyó a los conspiradores de Chile antes, durante y después del golpe que este mes cumple 40 años. Una serie de reportajes que nosotros publicamos en el periódico O Estado de Sao Paulo, con base en los archivos secretos de la cancillería chilena, reveló nuevos detalles sobre la participación del régimen militar y de empresarios brasileños en la campaña contra Allende, en el golpe del 11 de septiembre y en la consolidación de uno de los más sanguinarios regímenes de la historia latinoamericana.

Existió un Brasil de Pinochet, sobre el cual, cuatro décadas después, se habla aún muy poco. Menos aún se discute la responsabilidad de agentes del Estado brasileño en la pesadilla chilena.

Una de las revelaciones más impresionantes publicadas en Estado es que el Ejército brasileño llegó a prepararse para apoyar una guerrilla en los Andes contra el gobierno de la Unidad Popular de Allende. Agentes de la inteligencia brasileña viajaron secretamente a Chile como turistas para estudiar el terreno y, dentro de los terrenos del Ministério de Defensa, en Río de Janeiro, fue montada una sala de operaciones con maquetas y mapas de la región montañosa. Las informaciones le fueron suministradas al embajador de Allende en Brasilia, el jurista Raúl Rettig - que, décadas después, sería el presidente de la Comisión Nacional para la Verdad y la Reconciliación -, por un informante dentro de la inteligencia brasileira, con ayuda de um abogado conocido por los diplomáticos chilenos, que sirvió de intermediario.

La idea no era que los brasileños tomaran las armas contra Allende, sino que ayudaran a reclutar y entrenar fuerzas anticomunistas en Chile, que harían el trabajo sucio. Asustados con la versión brasileña de Bahía de Cochinos, algunos chilenos, incluyendo residentes en Brasil, hicieron llegar a Rettig informaciones de que habían sido sondeados para participar de la aventura armada.

En el plano político, Brasil, desde el triunfo de Allende, se lanzó en una intensa campaña de desprestigio y aislamiento contra el Chile de la Unidad Popular. La diplomacia brasileña buscó, como pudo, de serruchar los ánimos en América del Sur: en agosto de 1971, por ejemplo, el canciller Gibson Barbosa le dijo a su colega ecuatoriano, José Maria Ponce, tener 'pruebas' de que en Chile existían cuatro campos de entrenamiento para guerrilleros donde opositores brasileños eran entrenados. Se trataba, evidentemente, de una fantasía: por razones obvias, la Cuba de la Sierra Maestra, y no el Chile del socialismo de “empanadas y vinos”, era el destino de los brasileños aprendices del Ché Guevara.

Brasil se involucró en cuesitones más banales, como intentar torpedear en la ONU la candidatura de Santiago para ser la sede de una conferencia de Unctad. Pero en ningún momento jugó de modo tan abierto como durante la visita de Médici a Washington, en diciembre de aquel año. Cuestionado por el presidente Richard Nixon sobre la posibilidad de que militares chilenos derrocaran a Allende, el dictador brasileño respondió de imediato: ' Brasil está trabajando para eso'.

Conforme la situación en Chile se complicaba, la ditadura brasileña adaptaba seus medios de acción. Por lo menos un integrante de la milicia Patria y Libertad recibió asilo del gobierno brasileño, días antes de la organización se involucró en el asrsinato del Capitán Arturo Araya Peeters, ayudante de órdenes de Allende. Otros miembros de Patria y Libertad eran recibidos en círculos empresariais brasileños. Según revelaría más tarde la corresponsal del Washington Post en Brasil, Marlise Simon, hombres de negocios de Río de Janeiro y Sao Paulo enviaban dinero y armas a grupos chilenos que planeaban derrocar a la Unidad Popular.

Identificado como uno de los operadores de ese esquema, el periodista Aristóteles Drummond dice 40 años después: 'No llevé dinero, pero lo hubiera llevado. Hubiera dado de mi bolsillo para evitar una ‘Cuba en el Pacífico''. Drummond escribía para O Cruzeiro, revista que hacía campaña contra la amenaza roja que representaba Allende en América Latina. Y su publicación estaba lejos de ser la excepción. Aunque estuviesen sometidos por la dictadura a una estricta censura, los principales diarios brasileiros defendían entre líneas un golpe en Chile.

El terreno chileno era fértil para los conspiradores de Brasil y, entre ellos, destaca especialmente el embajador brasileño en Santiago, Antônio Cândido da Câmara Canto, colega de hipismo de varios de los oficiales que participarían del golpe, un diplomático, férreo anticomunista, llegó a proponer a inicios de 1973 a su colega estadounidense, Nathaniel Davies, una acción conjunta para derribar a Allende (en ese momento, la CIA tenía ya bastante avanzados sus planes para eso).

En la fiesta que ofrecía la embajada para conmemorar el aniversario de la independencia de Brasil, el 7 de septiembre - cuatro días antes de la caída de Allende -, Câmara Canto separó una sala exclusiva para los oficiales chilenos de alto rango invitados a la reunión. No se sabe qué conversaron en aquella reunión, pero al final de aquel 11 de septiembre de 1973, el embajador brasileño e Santiago contestaba el teléfono con una sola palabra: “Ganamos”.

Brasil sería el primer destino de los viajes internacionales de Augusto Pinochet, que en marzo de 1974 participó en la toma de posesión del presidente Ernesto Geisel, al lado del boliviano Hugo Banzer y del uruguayo Juan María Bordaberry – ambos habían alcanzado el poder absoluto con mucho apoyo brasileño. Com Pinochet viajó también a Brasilia una lista de los exilados brasileiros que habían sido detenidos, recibido salvo-condutos para salir de Chile o simplemente 'desaparecidos'.

El gobierno chileno aun dejó de apoyar a Argentina en las Naciones Unidas en la disputa sobre la hidroelétrica de Itaipu, entre Brasil y Paraguay, parte de los grandes proyectos de infraestructura de la dictadura brasileña.

El canciller Gibson Barbosa, por tanto, tenía razón al decirle al primer embajador de la junta militar chilena en Brasilia que sus países 'estaban en una misma trinchera '. Al mismo tiempo, era necesario recordar que la dictadura brasileña trabajaba duro para colocar Santiago a su lado del campo de batalla de una “guerra sucia” que perduraba desde 1964.

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.