Opinión /

Tutela de la memoria


Miércoles, 2 de octubre de 2013
Carlos Henríquez Consalvi

Eran los últimos días decembrinos de 1981 cuando ingresamos a los desolados caseríos donde recién el Batallón Atlacatl había ejecutado las Masacres de El Mozote que costaron la vida a un millar de pobladores campesinos.

Luego de hacer varios reportajes para Radio Venceremos, narrando aquellas escenas de espanto, junto a varios compañeros nos dispusimos a recolectar entre los escombros: cédulas de identidad de las víctimas, cuadernos escolares, fotografías familiares, cartas, manuscritos, vainillas de fusiles M-16 y ametralladoras M-60, inscripciones dejadas por las unidades militares involucradas… todo lo fuimos depositando en una vieja maleta que encontramos entre las ruinas calcinadas. Esta documentación fue enviada al exterior para ser resguardada con la intención de que algún día, esos objetos tomaran voz propia denunciando una de las masacres más dolorosas que recuerde América Latina.

Tiempo después, fuimos convocados a Perquín para cubrir una reunión con una anunciada representación de Tutela Legal del Arzobispado, que en medio de la guerra investigaba el caso. En un local de las Comunidades Eclesiales de Base, a la luz intermitente de las candelas, el sacerdote Rogelio Ponseele, nos presentó a María Julia Hernández, la directora de ese histórico organismo defensor de los Derechos Humanos. Durante largo rato la escuchamos hablar con vehemencia sobre el trabajo de su equipo, empeñado en alcanzar los derechos a la verdad y a la justicia. Y nos habló del futuro, que lo dibujaba como un futuro en deuda con la reparación a las víctimas y a sus familiares. De esa reunión surgió el compromiso de entregarle a Tutela Legal del Arzobispado aquellos documentos recogidos en El Mozote.

María Julia Hernandez, sirviendo como testigo de la liberación de soldados gubernamentales, hechos prisioneros por la insurgencia durante combates en Chalatenango. (Archivo Jon Cortina, MUPI)
María Julia Hernandez, sirviendo como testigo de la liberación de soldados gubernamentales, hechos prisioneros por la insurgencia durante combates en Chalatenango. (Archivo Jon Cortina, MUPI)

Pasada la guerra, coincidimos con María Julia en el Comité que impulsó la construcción del Monumento a la Memoria y la Verdad, que en el Parque Cuscatlán rinde homenaje a las miles de víctimas civiles de violaciones a los Derechos Humanos. María Julia, junto a las madres de los desaparecidos y asesinados, fueron ejemplo permanente de perseverancia y entrega total por la memoria y la verdad.

Memoria y Verdad que nutren los Archivos de Tutela Legal del Arzobispado, habitados por miles de nombres, de hombres y mujeres, que una vez fueron arrancados de sus hogares y jamás retornaron. Miles de fotografías, de expedientes con la impronta de María Julia y su equipo. Archivos documentales que son testimonio vivo de la historia contemporánea de El Salvador.

Memoria y Verdad que ahora se enfrentan a la incertidumbre y la oscuridad que se crea con el anunciado cierre de Tutela Legal, esa institución que se inspiró en ideario humanista de Monseñor Romero, un legado que no puede ser derribado de un plumazo, ni puede contar con el silencio cómplice de la sociedad y el Estado.

Es prioritaria la conservación y el resguardo de esos Archivos, y su metodológico acceso a la investigación histórica. Es la hora de enfrentar la desidia ante los acervos documentales, ese otro componente nefasto de la impunidad, que niega un sentido al presente, y rumbo a la sociedad por construir.

De retorno de un encuentro de Museos y Sitios de Memoria, atravesaba las calles de Montevideo rumbo al aeropuerto cuando, entre las brumas de la madrugada uruguaya, un vetusto muro mostraba una frase de Galeano, que ahora la recuerdo a propósito:

“Sabemos que la pérdida de la memoria hipoteca el futuro.

Quien no pueda aprender del pasado queda condenado a

aceptar el futuro sin poder imaginarlo”

*El autor es director de Museo de la Palabra y la Imagen. Durante el conflicto armado dirigía la guerrillera Radio Venceremos.

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