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El desconcierto después de la tragedia de Ayapal

Diez personas murieron en un enfrentamiento armado el pasado miércoles 4 de diciembre en un municipio paupérrimo y rural llamado Ayapal, 300 kilómetros al norte de Managua; cuatro de los fallecidos eran policías. Las autoridades guardan silencio sobre las causas, mientras los testigos señalan a campesinos en pobreza extrema y fanatismo religioso.

Domingo, 8 de diciembre de 2013
Octavio Enríquez (Confidencial) / El Faro

Una fosa común fue el destino de los campesinos que fueron los protagonistas de una masacre que dejó diez muertos en El Ayapal, un comunidad pobre del norte de Nicaragua. Foto Carlos Herrera (Confidencial).
Una fosa común fue el destino de los campesinos que fueron los protagonistas de una masacre que dejó diez muertos en El Ayapal, un comunidad pobre del norte de Nicaragua. Foto Carlos Herrera (Confidencial).

Ayapal, NICARAGUA. Casi en la penumbra, los moradores del remoto poblado de Ayapal –en el departamento de Jinotega, al norte de Nicaragua– se fueron acercando a la estación de la Policía Nacional guiados por la mano invisible de la curiosidad o la indignación. Se ubicaron frente al cobertizo desnudo de paredes, adjunto a la delegación, donde los cuerpos de seis campesinos originarios de comunidades pobres, más al interior de la localidad, empezaban a descomponerse más de un día después de su muerte.

Una cinta amarilla plástica, indicando la escena del crimen, separaba el jueves a pobladores y extraños de los peritos haciendo exámenes, tomando fotografías y metiendo en bolsas plásticas negras a los cadáveres.

La media docena de campesinos forman parte de los diez muertos, que se suman a los cuatro policías sacados antes del pueblo, que perecieron enfrentados en un tiroteo ocurrido pasada la una de la tarde del miércoles 4 de diciembre en el concurrido sector de la Boca, colmado de tiendas de abarrotes, ferreterías, y frecuentado por miles de personas todos los días.

Provenían de comunidades días a pie de Ayapal, como Caño Negro, Montecristo, Parpar y Parparcito. Un lugar tranquilo en general este pueblo, cuyo suceso trágico más reciente en la memoria colectiva fue el desplome de un helicóptero en noviembre de 1982, cuando murieron 75 niños en plena guerra civil. Parte de los restos del fuselaje de esa nave pueden verse en la entrada de la delegación, donde acaba de hacer su ingreso el jefe de detectives de homicidios de la Policía Nacional. El comisionado Félix Villareal luce un sombrero de camping y se acaba de bajar de la camioneta rentada que recorrió los 305 kilómetros que lo separaban de Managua. Llegó escuchando a Vicente Fernández, se bajó con humor del vehículo y entró rápido a hacer su trabajo.

Tras las primeras horas desde la balacera, cuando aún circulaban distintas versiones a nivel nacional, el comunicado 20-2013 de la Policía Nacional señaló a los campesinos de pertenecer a “miembros de una agrupación delincuencial”, la misma calificación que el Gobierno de Daniel Ortega aplica a las bandas cuando niega que persigan objetivos políticos y, para hacerlo esta vez, señaló que participaron en el robo a una tienda de abarrotes.

La ministra de Gobernación, Ana Isabel Morales, abonó a la versión oficial con sus declaraciones, mientras los detectives hacían su trabajo en la localidad. “¿Quién destruye una maquinaria que es para el beneficio del pueblo? Un delincuente nada más. ¿Quién realiza un robo a una tienda? Un delincuente. ¿Una persona que tiene buenos sentimientos va a ir hacer un robo? No lo hace, ellos mismos se definen por eso”, se adelantó la funcionaria a los medios oficialistas haciendo referencia también a otro evento, ocurrido durante noviembre en el Caribe norte nicaragüense, atribuido a grupos armados con fines políticos.

Alcalde señala a una secta religiosa

Martín Vásquez, el alcalde de Ayapal, dijo que le informaron que los agresores, una docena en total, provenían del Río Bocay. Entraron a pie, en fila, haciendo coros cristianos y gritando “Gloria a Dios, muerte al Diablo”, lo que despertó la curiosidad local.

“Esto no tiene que ver con armados, tiene que ver con William Bran, una secta religiosa”, dice Vásquez y muy cerca está otra mujer. Darling Herrera, hija de Justo Pastor Chavarría y hermana de Erick, originarios de la comunidad Caño Negro, dos de los campesinos a quienes los vecinos aseguran que se les metió el diablo.

Herrera dice quebrantada que no tenía relación con sus parientes fallecidos y que escuchó los disparos mientras compartía con su hija pequeña. “Se oían unos gritos abajo, no sabía que estaban los dos”, dice llorando.

Las lágrimas de la mujer probablemente las observa con detenimiento Ronald Suárez, que llega en bicicleta a la estación. Dice que la presencia de estos extraños, vestidos de camisas, jeans y botas de hule, inquietó al pueblo desde que llegaron y se dispersaron en el corredor de tiendas local. Se acercó y les ofreció a dos de ellos un almuerzo gratis. “Yo dije que estos bróderes eran católicos y vinieron a una reunión”, dice.

Pero lo rechazaron, diciendo que ellos llegaron para cumplir un trabajo. Nunca dijeron cuál y el misterio se vio complementado por el comentario de los comerciantes que se avisaron de que los forasteros entraban a las tiendas, pedían productos y finalmente no los pagaban.

La tragedia paso a paso

Cuando dos de estos personajes entraron a la tienda Axel, la más grande de la localidad, la misma que la Policía Nacional mencionó en su comunicado como el lugar donde originó la tragedia, Sergio Arauz, el propietario, los vio llenar los sacos de diversos víveres. Fue entonces que los increpó, exigiendo el pago después de mirar que a la bolsa metían una motosierra.

Otro forastero respondió asestando con violencia un batazo al comerciante. Salieron del sitio cargando los paquetes y, afuera de la tienda, tuvieron el primer contacto con la autoridad. Los oficiales habían llegado poco antes, pero se dispersaron después de bajarse de la camioneta. Eran cinco los que acudieron al llamado de los comerciantes contra doce supuestos asaltantes.

Dos oficiales encontraron a los agresores de Arauz, y uno de ellos lo llamó al orden. Suárez recuerda que la respuesta fue inmediata. “El policía se le arrimó a uno de ellos y le dijo que cuál era el desorden. Vino el delincuente y le pegó con un martillo en la boca, el hombre cayó hincado, así como sosteniéndose la boca… le quitó la pistola que andaba, lo remató en el suelo”, dice Suárez.

Una nota con los nombres de los seis civiles abatidos a tiros el miércoles 4 de diciembre en Ayapal. Supuestamente ellos habían abatido antes a cuatro agentes de la Policía Nacional. Foto Carlos Herrera (Confidencial).
Una nota con los nombres de los seis civiles abatidos a tiros el miércoles 4 de diciembre en Ayapal. Supuestamente ellos habían abatido antes a cuatro agentes de la Policía Nacional. Foto Carlos Herrera (Confidencial).

En la calle donde ocurrió la tragedia aún se ven las manchas de sangre. Suárez dice que los asaltantes mataron a otro policía. Además del arma que despojaron, tenían una escopeta, el bate ensangrentado, pero otro apareció con un fusil AK que quitó a otro oficial.

“Ellos les quitaban las armas a los policías, con fuerza los agarraban. Solo le agarraban la mano y eso. Ellos estaban comprando camisas, botas, zapatillas, molinos. Ellos no andaban armados, ellos se armaron cuando se la quitaron a la Policía. Ellos mataron a los cuatro oficiales y hubo otro que salió corriendo hacia el río. Dejaron sola la patrulla, y los campesinos se subieron a la camioneta, echaron lo que se habían robado, no pudieron encender la camioneta. Entre el grupo andaba un chavalo de diez años. Andaban como endemoniados”, dice por su parte otra mujer que despacha una tienda cerca, María Esperanza Sobalvarro.

Según cuatro testigos entrevistados por Confidencial, la balacera del miércoles inició con el grito de Gloria a Dios y muerte al diablo. Wilmor Hilario López, uno de los miembros de la comunidad católica, se acerca a Ronald Suárez, para decirle que esa era la consigna que esa gente repetía.

—¿Qué decís, papa, digo “Gloria a Dios”? –pregunta uno de sus hijos a Ronald.

—No seas loco, no digás esas cosas –responde, regaña.

Agreden con garrotes y palos”

En las Asambleas de Dios guardan celosamente la copia de una carta, donde desde mayo de 2013 la población se quejaba de la secta religiosa conocida únicamente como William Bran, a la que describen como una suerte de Robin Hood: roban a los ricos para dar a los pobres, no se rigen por las leyes de la República.

“Estos hermanos comienzan a orar adentro del templo y cuando hay amigos salen orando para agredir con garrotes, piedra y con lo que arrebatan en esta agresión, participan mujeres, niños, mujeres embarazadas, ancianos y ancianas, esta doctrina están creciendo entre los menores, esto lo hacen en casa particular y en los caminos”, advierte la misiva dirigida al facilitador judicial de la comunidad de Sahupih donde ocurrieron supuestamente estos hechos.

El pastor David Ramos denuncia por su parte 14 agresiones a miembros de las comunidades de parte de la secta religiosa como una forma de rechazar a quienes no piensan como ellos. Los “William Bran” tienen supuestamente varias vertientes: los que se denominan del mensaje de restauración, los salvo siempre salvos y los inmortales, el clan a quien identifican como responsable de la matanza.

“Ellos atacan. Tenemos como 14 casos de denuncias de agresiones. Ellos agarran a las personas, hay orden de quemarlos, de desaparecerlos, cuando no profesen la fe de ellos. William Bran era un profeta y luego se quedaron creyendo en ese profeta. Le ponen fecha de que se lo va llevar el señor”, dice Ramos que atestigua que varios de estos campesinos han subido a cerros a la espera de que lleguen a traerlos.

Contra todo sentido común, Ramos asegura que ese grupo puede resucitar a perros, valiéndose de un demonio y acusa nuevamente diciendo que los miembros de la secta intentaron hacer lo mismo con una señora meses atrás y tuvo que intervenir la Policía Nacional para salvarla.

La noche del jueves se respira inquietud en Ayapal. La población pide un debido resguardo de las autoridades. Temen que los miembros de la secta regresen a llevarse a sus muertos. Una veintena de policías y militares, armados hasta los dientes, acompañan la camioneta roja donde son trasladados los cuerpos envueltos en bolsas plásticas negras. Darling Herrera no recibe el cadáver de su padre.

Una fosa común los aguarda en esta oscura noche, mientras a lo lejos el brutal silencio es roto por un pastor que canta a lo lejos, ajeno a este episodio, “Aquí se alaba a Dios, aquí se alaba a Dios”.

© Confidencial
Esta crónica fue publicada originalmente el 7 de diciembre de 2013 en Confidencial.

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