Opinión /

Francisco Flores, desfachatez de clase


Lunes, 27 de enero de 2014
Laura Aguirre

En uno de mis últimos cursos del doctorado del año pasado, la profesora habló sobre el Informe de Desarrollo Humano El Salvador - 2013 (IDH). Su comentario final fue que El Salvador es un ejemplo de cómo históricamente las élites económico-políticas han construido un país solo para ellas, tomando las decisiones con base en un profundo desprecio por el resto de ciudadanos. Un mes después me encontré en El Faro la noticia de que el expresidente Francisco Flores fue convocado por una Comisión Especial de la Asamblea Legislativa para explicar el manejo de 10 millones de dólares que el gobierno de Taiwán giró a su nombre.

Este individuo, por el que más del 50% de salvadoreños votaron en 1999, aceptó sin ningún reparo haber recibido ese dinero. Sí, lo recibió de parte del entonces presidente de Taiwán (ahora preso por corrupción) a cambio del apoyo de El Salvador a la isla en la Asamblea General de Naciones Unidas. Sí, recibió el dinero a título personal y no, no fueron 10 sino alrededor de 15 millones. Tranquilamente confesó que nunca registró este “donativo” en las arcas del estado, pues consideró que solo él estaba capacitado para administrar el dinero: “Ese tipo de cosas no las puede ver un ministro', aseveró. Luego comentó rápidamente el sistema que utilizó para hacer llegar este dinero a muchos alcaldes: se los repartió en “saquitos de dinero”.

Como acertadamente expresó el editorial de El Faro, este comportamiento no solo es signo de cinismo, sino de la confianza que este hombre tiene en la incapacidad del aparato estatal para llevarlo ante la justicia. Yo veo algunos signos más. La manera desfachatada en que este expresidente se expresó ante los representantes de nuestros legisladores es el símbolo de la seguridad no solo de una persona sino de una clase, de una élite económico-política que no ve en realidad algo malo o reprobable en nada de lo que hace para lucrarse porque se sabe privilegiada, no igual al resto y por lo tanto exenta de dar explicaciones. Pero ante todo es el símbolo del desprecio. Ese desprecio con el que estas élites han estado acostumbradas a vernos al resto de salvadoreños y a creer que en nuestro país son solamente sus miembros los que tienen derecho a tener mucho y por eso muchos tienen que tener nada.

Y mientras seguimos sin saber qué hizo el expresidente con esos 15 millones, el resto de salvadoreños tenemos que conformarnos a soportar tal descaro. Mientras él vive protegido por los privilegios de su clase, muchos tienen que seguir viviendo con la total incapacidad del estado para protegerlos. Solo hace falta dar una vistazo a algunos datos del IDH-2013:

34.5% de los hogares vive en pobreza (según ingresos); el 2% de los menores de 3 años tienen acceso a centros de educación inicial; el acceso a educación parvularia llega al 54.2% y al bachillerato un poco más de un tercio. Acceso a internet: solo el 20% de la población. El 61% de los hogares tienen viviendas con al menos una carencia en servicios o materialidad. Solo 1 de cada 5 trabajos es digno y 2 de 3 salvadoreños que han conseguido trabajo durante los últimos 30 años, lo han logrado en Estados Unidos.

Son datos dolorosos. El resultado histórico de cómo se han tomado las decisiones en nuestro país. Carolina Rovira lo resumió a la perfección: “En El Salvador no somos iguales en el sentido político: no consideramos que todos los ciudadanos sean interlocutores válidos a la hora de buscar acuerdos nacionales. O sea, no todas las necesidades pesan igual (…)”.

Volver a leer las notas sobre los 15 millones que Francisco Flores recibió, me hicieron recordar la columna de Vanessa Nuñez Handal. Al igual que ella y Carlos Dada, yo tengo la sensación de que “… en nuestro país sólo se puede vivir estando loco, porque sólo de esta forma se es capaz de aceptar las aberrantes condiciones y reglas que rigen el juego salvadoreño”. Pero al mismo tiempo no puedo evitar preguntarme: ¿hasta cuándo las vamos a aceptar?

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