Opinión /

Los ni-ni


Domingo, 23 de febrero de 2014
Ricardo Ribera

Porque vivimos a golpes,

porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares

no pueden ser

sin pecado un adorno,

estamos tocando fondo.

¡Estamos tocando fondo!

(Gabriel Celaya)

No voy a hablar de los típicos adolescentes, que cada vez son más, ésos que al preguntarles a qué se dedican, se definen como “ni-ni”: ni estudian, ni trabajan. En la rabiosa actualidad nacional, marcada estos días por lo electoral, me interesan más otros “ni-ni”. Por ejemplo, los que siendo de derecha decidieron ausentarse, abstenerse o anular su voto, pues “ni Tony Saca, ni Norman Quijano”. Revisar encuestas al detalle nos dará información más precisa sobre la envergadura de tal boicot eleccionario, de la protesta silenciosa que gente de derecha ha realizado, hasta provocar la magnitud de la derrota arenera.

Otros “ni-ni” son los que políticamente se posicionan como “ni de derecha, ni de izquierda”. Da la impresión de que al día de hoy son la minoría, dada la alta polarización que hay en el país. Éste se divide en dos mitades aproximadamente del mismo tamaño: millón trescientos mil a la izquierda y similar cantidad a la derecha. Pero el porcentaje de los “ni-ni” aumenta significativamente entre los jóvenes. A futuro pueden llegar a ser una fuerza significativa, tal vez determinante. Lo cual, si llega a darse, ayudará a transformar la política salvadoreña, cambiará el mapa político, generará otras formas de hacer y de vivir la política. Hoy por hoy, todavía pesan mucho las generaciones de quienes vivimos la guerra. No se ha producido el relevo generacional todavía, no en la cúpula de los partidos. Será inevitable y, sin duda, saludable. A futuro. Hoy toca actuar desde el análisis de lo que hay.

¿Cuál es el rasgo determinante en el actual momento, en el marco de un proceso histórico de mayor alcance? Nuestro tiempo proviene de dos etapas previas, una de “guerra de maniobra” y la que estamos de “guerra de posiciones”, para usar las categorías de Gramsci. En los años del conflicto armado la situación era de “ni-ni”: ya no había dictadura, pero tampoco democracia. Tras los acuerdos de paz se extiende otra doble negación, otro “ni-ni” que no hemos superado aún: ni guerra, ni paz. No hay verdadera paz cuando el número de víctimas es igual o mayor que en tiempos de la guerra civil.

Dicho de otra forma: dos décadas, entre 1972 y 1992, en las que la guerra fue “la continuación de la política por otros medios”, acorde con la definición clásica de Clausewitz, y otro período de veinte años, desde 1994 hasta el actual 2014, donde la política se ha desarrollado como “continuación de la guerra por otros medios”. Objetivamente es así. Nos guste o no, así es. Por eso hay tantos indicios de no haber superado todavía la posguerra. En este escenario es que se da esa intolerancia de la que se lamentaba Carlos Dada en su columna de la semana pasada. En ella utiliza, atinadamente, lenguaje militar: “son momentos de combate”, “desde la otra trinchera”.

Como en una guerra, cada bando necesita prestar atención a que no cunda la desmoralización en sus filas. En el caso de Arena, aunque sabe que necesita atraer a más votantes, por otro lado debe garantizar su voto duro y también al imprescindible ejército de activistas para seguir la campaña y para vigilar las miles de urnas. Eso explica que haya recuperado el himno y las banderas en sus spots televisivos para moralizar a su gente. Por otro lado, a fin de atraer nuevos electores, modera el discurso, rodea al candidato de asesores de izquierda y promete que Facundo Guardado será su futuro Ministro de Justicia y Seguridad Pública. Arena cae en un “ni-ni”, pues una línea contradice y neutraliza a la otra. Las bases areneras van a desconfiar siempre de un ex-guerrillero. Y es lógico: por ideología, pero también porque quien ya traicionó una vez, puede volver a hacerlo.

Lo mismo le ocurre a Arena con su nuevo manejo del tema pandillas. Su candidato prometía militarizar la seguridad, someter a régimen militar a los mareros, acabar con ellos. Ahora recluta a Paolo Luers a fin de prometer programas de prevención y beneficios a los “jóvenes en riesgo”. O una cosa, o la otra. O los areneros siguen buscando el voto de las víctimas y familiares de víctimas de las pandillas, o bien buscan el de los pandilleros y de sus familias. Caen en contradicción y se deslizan al “ni-ni”: no conseguirán uno, ni otro. La conclusión que saca la gente es que no tienen una estrategia definida hacia lo que fue su tema central de campaña. Es grave.

Quisieron mantener a Francisco Flores como asesor, abrazado a la “presunción de inocencia” e intentaron presentarlo como víctima de persecución política. De repente, abandonaron esa línea, privilegian hoy mostrarse comprometidos con la transparencia y el combate a la corrupción. Oscilan como péndulos. En base ahora a una implícita “presunción de culpabilidad” lo suspenden del partido. Mientras, él sigue prófugo, sin que haya demostrado su inocencia, ni se le haya podido comprobar culpabilidad.

Ante la ausencia de Flores han ido a sacar del baúl de los recuerdos a fundadores y antiguos dirigentes, incluido un ex-presidente, para no dejar solo al candidato y aconsejarlo. Cada uno dice una cosa distinta. Para unos el error fue haber expulsado a un ex-presidente, para otros en cambio, la elección se perderá por haber tardado en expulsar al otro. Sin un diagnóstico claro es difícil dar con la medicina adecuada. El cuadro es patético y huele a naftalina, aunque se acompañe con el discurso sobre revitalizar y renovar Arena. De nuevo es “ni-ni”.

La campaña casa por casa la trasladan al cementerio, pero no es tumba por tumba, pues esta vez los muertos no van a poder votar, ni tampoco los centroamericanos con DUI falsos. Es la parada obligada ante la tumba del Mayor. Promete Velado: “cachimbeada la que les vamos a dar el 9 de marzo”, repitiendo una frase de d´Aubuissson de los ochenta. Imprudente, pues no conviene dejar en el subconsciente colectivo el concepto “cachimbeada” vinculado a “9 de marzo”, ya que el pronóstico es otro. Todo el mundo sabe que son ellos quienes la van a recibir.

Como en el boxeo: se puede ganar por puntos, ya no por diez, sino por trece, quince, o veinte. Mejor aún si se gana por knock out. Una “talegada” de ésas donde el peleador nunca más podrá regresar al boxeo. Conviene que así sea. Este país se merece una nueva derecha. Ya no derecha escuadronera, millonaria y corrupta, sino una derecha moderna y civilizada. Para ello es crucial que la victoria tenga la rotundidad del descalabro del adversario. Para poder pasar página en el libro de la historia y abrir así un nuevo capítulo de verdadera transición democrática.

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