Opinión /

Libertad de elegir


Lunes, 3 de marzo de 2014
Laura Aguirre

En medio del panorama desolador que desde el principio han proyectado los dos candidatos favoritos a convertirse en presidente de El Salvador (Simple y llana decepción, ni histeria femenina, ni parte de una elaborada teoría neoclásica), encontré un respiro, una señal positiva, una buena noticia: la asamblea legislativa no ratificó el matrimonio como institución exclusiva entre hombre y mujer.

El intento de agregar dicha especificación a nuestra constitución fue promovida por ciertas agrupaciones de ciudadanos e iglesias (católicos-evangélicos). En resumen lo que estos grupos pregonan es: el matrimonio exclusivo entre hombre y mujer es una institución establecida por Dios que forma parte de nuestra identidad cultural. Sus demandas, por tanto, son un “clamor” en nombre de los salvadoreños para evitar la intromisión de ideologías extranjeras a través de organizaciones internacionales como las Naciones Unidas.

Lo primero que para mi siempre resalta en estas frases es la cuestión de la intromisión de las organizaciones internacionales. En otras palabras: 'las Naciones Unidas intentan imponernos ideas perversas originadas en otros países'. Entre ellas, el reconocimiento de igualdad de derechos. Como bien lo han dicho representantes de la comunidad LGTBI, El Salvador está adscrito a una serie de convenios internacionales que representan el compromiso de nuestro estado con el respeto a los derechos humanos. Así que en el fondo la luchas conservadoras termina siendo contra estos compromisos. Lo que me resulta más curioso es que estos grupos y sus representantes, en su mayoría son mujeres, no se hayan dado cuenta de que la posibilidad que tienen de hablar se debe de hecho a la existencia de estos tratados promovidos, en parte, por esas “malas” organizaciones internacionales. Es intrigante cómo estas mujeres no se percatan que gracias a las luchas feministas y la presencia de organizaciones internacionales y nacionales que actúan como promotoras y garantes de esos convenios (entre ellos la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer y la Convención sobre los derechos politicos de la mujer), ellas han podido abandonar la exclusividad del espacio doméstico y ocupar con sus clamores el espacio público y mediático. Eso en un país tan machista como El Salvador.

En segundo lugar está el involucramiento de Dios. Entiendo perfectamente que son grupos guiados por creencias religiosas cristianas (católicos y evangélicos). Y por eso comprendo que pregonen que el matrimonio es una institución natural establecida por Dios entre un hombre y una mujer así nacidos (esto último lo han agregado hace poco tiempo a raíz de la posibilidad quirúrgica de cambiarse el sexo biológico). Como cualquier creencia religiosa pienso que debe ser respetada, pero no por eso deja de ser una creencia y por lo tanto una cuestión personal y no pública. No hay que olvidar que la responsabilidad primera de nuestro estado laico sigue siendo garantizarnos a que todos los salvadoreños y salvadoreñas nuestros derechos fundamentales y ciudadanos. Garantías que como bien sabemos el estado apenas alcanza a cumplir para unos cuantos. Por eso resulta ilógico e indignante que, en un país con tantas faltas, la propuesta de estos grupos sea constreñir aún más los pocos espacios que existen para el ejercicio de derechos.

Responderán algo como: “La mayoría de salvadoreños somos cristianos (católicos o evangélicos) y por eso esta demanda es para proteger nuestra identidad cultural”. La identidad cultural es un concepto muy complejo y se ha discutido por décadas sin llegar a una conclusión determinante. Lo que sí se ha podido decir es que la identidad de las personas no es única, ni estática, mucho menos uniforme. Por supuesto existen una serie de acuerdos sociales (costumbres, valores, lengua, etc) que nos permiten vivir en sociedad. Pero lo que yo pienso que me define como salvadoreña, no es necesariamente lo que identificará mi vecino, mi amiga o los miembros de mi familia. Tendrán razón en que los católicos son mayoría. Sí, lo son, o al menos los que hemos sido educados en esta doctrina religiosa, pero no todos la vivimos igual, ni entendemos sus preceptos de forma homogénea. Por lo tanto, aunque compartimos un territorio tan estrecho y ciertas características culturales, los salvadoreños no somos iguales, ni sentimos, ni pensamos, ni creemos igual.

Tomando en cuenta esta diversidad de pensamientos y creencias, es necesario que estos grupos conservadores, sus representantes y también nuestros políticos sepan que somos muchos los salvadoreños y salvadoreñas que, aunque no somos parte de la comunidad LGTBI, creemos en la igualdad de derechos para todos los que nacimos en este país, sin que importe la condición de género, etnicidad, clase, religión o sexualidad. Somos muchos los que no estamos de acuerdo con promover leyes discriminatorias. Sí, dis-cri-mi-na-to-rias, porque abogar para privar a una persona de alguno de sus derechos en nombre de mantener los privilegios de otros, aquí o en cualquier parte del mundo, se llama discriminación.

Replicarán: “Es que la familia, la familia es la base de la sociedad y por lo tanto es necesario protegerla para solucionar todos los problemas del país”. A ver: las familias en El Salvador están lejos de la imagen idealizada de papá, mamá e hijitos. Solo basta con revisar la encuesta anual de hogares para percatarse que las personas “casadas” son una minoría frente a los solteros, acompañados, separados, divorciados y viudos. La familia característica de El Salvador es diversa: nuclear, extendida, a distancia, monoparental con casi 40% de jefas de hogar, homosexual, etc. Pero más importante que eso es que los problemas fundamentales que enfrentan las familias en nuestro país tienen poco que ver con la sexualidad de sus miembros. El Informe de Desarrollo Humano 2013 nos explica y sustenta que la base de la gran fragilidad de los hogares es la desigualdad social, las brechas económicas y sociales en las condiciones y posibilidades para alcanzar el bienestar. Situación que se ha visto reforzada por la falta de políticas públicas comprometidas con el desarrollo humano de todos. Por lo tanto, los efectos de esas diferencias (pobreza, falta de acceso a educación, al trabajo digno y a servicios de salud) son los problemas prioritarios de la mayoría de salvadoreños.

Si estos grupos, en lugar de exigir la restricción de derechos ciudadanos para los homosexuales, concentraran sus fuerzas con otros sectores para demandar al estado políticas públicas efectivas para atender a los problemas reales que apremian a nuestras familias, quizá entonces habría mayores posibilidades para todos de alcanzar ese bienestar social que hasta ahora sigue restringido a una minoría.

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