Opinión /

El próximo presidente


Viernes, 7 de marzo de 2014
El Faro

Si todo marcha normalmente, el domingo por la noche tendremos a un candidato perdedor admitiendo su derrota y ofreciendo su apoyo al nuevo gobernante. Y poco después asistiremos al primer discurso del presidente electo proclamando su victoria. Eso es lo normal en una democracia. Ese discurso ya no estará amarrado por las proyecciones electorales ni sometido a los discursos de campaña. Será la primera expresión de un presidente electo al pueblo al que gobernará durante los siguientes cinco años.

Sea quien sea el ganador, hay cosas que este larguísimo proceso electoral ha dejado ya muy claras: Seguimos siendo un país dividido entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Un país dividido por banderas que han pesado más que los intereses de la nación, con visiones aparentemente irreconciliables que obstaculizan encontrar soluciones y acuerdos a nuestros principales problemas.

Somos un país pobre, en el que 4 de cada diez ciudadanos tienen apenas ingresos para la canasta básica o ni siquiera llegan a eso.

Somos un país fuertemente endeudado, altamente inseguro, con un sistema político corrupto y con una frágil institucionalidad. Un país con el más bajo crecimiento económico de la región y altamente dependiente de las remesas. Un país en el que buena parte de su población en edad productiva tiene la mirada puesta en emigrar porque aquí no encuentra oportunidades. Un país cuyos problemas estructurales no han podido ser solucionados por la derecha ni por la izquierda. Y cuyos males endémicos, como la corrupción, han traspasado las fronteras ideológicas y permeado a las dos extremas.

Somos un país cuyo próximo presidente ganará la elección sin haber necesitado decirnos cuál es su proyecto de nación. Pero también sin haber logrado el apoyo de más de la mitad de la población en una primera vuelta.

El Salvador se encuentra hoy en una situación tan frágil que el próximo presidente no podrá avanzar sin el concurso de todos. Por ello debe comenzar, el domingo mismo, a desactivar las tensiones acaloradas de la campaña y plantear un gobierno para todos los salvadoreños, con énfasis en ese 40 por ciento que urge del apoyo del resto.

Sea quien sea el ganador, tendrá que imponerse a los más radicales de su propio partido, aquellos que siguen teniendo como prioridad la destrucción de sus enemigos políticos por encima de las urgencias nacionales. Pero imponerse a esas voces es más fácil con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos.

Las visiones sectarias del país nos mantienen estancados. A El Salvador le urge un líder nacional. Uno que convoque y no provoque, que nos ilusione conque aquí la vida puede ser mejor. El Salvador necesita un líder. Ojalá el domingo veamos el primer capítulo de ese liderazgo.

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