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Tender puentes

Al diálogo sin precedentes entre la guerrilla y el gobierno que culminó con los Acuerdos de Chapultepec no le siguió una cultura de entendimientos, sino la inercia de la imposición, del arreglo barato, del intento de anular al adversario y de la lucha por acaparar todo el poder a cualquier costo. El país necesitará al menos dos pruebas concretas para generar la esperanza de que el desencuentro nacional de 22 años puede terminar.


Lunes, 2 de junio de 2014
El Faro

 

En el año 2000, el partido Arena, tras conocer que el FMLN había obtenido más diputados para la legislatura 2000-2003, decidió negociar con los otros partidos de derecha una nueva forma de nombrar la presidencia del Órgano Legislativo: sería negociada y sería rotativa, en lugar de -como había sido hasta entonces- otorgarla al partido que hubiera obtenido más escaños. El FMLN protestó y protestó, pero nada obtuvo.  

En 2006, cuando agonizaba la legislatura 2003-2006, el partido Arena pactó con los otros partidos de derecha y con un grupo de diputados disidentes del FMLN, la elección anticipada de la Corte Suprema de Justicia. Esa legislatura había elegido, tres años atrás, a cinco de los magistrados del máximo tribunal. En el transcurso de esos tres años, el FMLN había perdido algunos escaños debido a la deserción de diputados, de tal manera que había perdido la llave para bloquear mayorías calificadas en la Asamblea. Pero en la elección de marzo de ese año, el FMLN volvió a obtener suficientes legisladores como para evitar que la Asamblea tomara decisiones de mayoría calificada sin su visto bueno. Con ese horizonte a la vista y con la legislatura agonizando, Arena pactó con los legisladores tránsfugas y los de los partidos PCN y PDC para nombrar a los próximos cinco magistrados de la Corte Suprema de Justicia. El FMLN protestó y protestó, pero nada obtuvo.

Ya para entonces el FMLN tenía años de objetar, entre otras cosas, los presupuestos de la nación que los gobiernos de Arena comenzaron a presentar desfinanciados ante la Asamblea. Y aún estaba relativamente fresco el golpe de diciembre de 2000, cuando Arena decidió sorpresivamente dolarizar la economía, y el FMLN protestó y protestó, pero nada obtuvo. Con estos y otros antecedentes, El Salvador dio el triunfo en la presidencial de 2009 al FMLN, y el partido que había pregonado siempre la reivindicación de la corrección en la administración pública, tuvo su oportunidad.

Pero el FMLN poco a poco comenzó a adoptar los vicios de que el partido Arena hizo gala durante décadas. Incluso acudió a la fórmula de elegir anticipadamente Corte Suprema de Justicia, y se dedicó a gobernar con el respaldo de los partidos pequeños, seduciéndolos y pactando en secreto con ellos madrugones legislativos que desde finales de 2009 han llevado a Arena a protestar y protestar reiteradamente, sin obtener nada.

El gobierno que terminó este domingo, el de Mauricio Funes, fue durante la segunda mitad, casi de absoluta confrontación abierta entre el presidente y el partido Arena y el sector empresarial representado por la Asociación Nacional de la Empresa Privada. Durante los últimos 22 meses, Funes tuvo un programa de radio que usó con frecuencia -demasiada frecuencia- para atacar a sus adversarios, y particularmente a Arena -incluso en la campaña electoral- y a la ANEP. La apuesta por la crispación, por la tensión permanente, se convirtió en el estilo que caracterizó la segunda mitad de la administración Funes. Y sirvió de muy poco. Cero entendimientos entre algunos de los actores más relevantes de la vida nacional, cero diálogo.

Por eso fue un gran paso el que dio este domingo Salvador Sánchez Cerén en su discurso de inauguración de sus cinco años de gobierno. Si el nuevo gobierno aspira a que las energías nacionales se canalicen hacia lo productivo, si la nueva administración desea que los salvadoreños se concentren en mejorar las condiciones de desarrollo humano, deberá asegurarse de tomar dos medidas que no necesariamente caerán bien a todos en su partido. Y eso es lo que las vuelve más retadoras y exigentes para un gobernante que fue comandante guerrillero del FMLN.

1. Independencia de poderes

El FMLN ha intentado someter bajo su control al menos cuatro veces en los últimos tres años a la Corte Suprema de Justicia y, particularmente, a la Sala de lo Constitucional. Es cierto que Arena lo hizo durante muchos años antes, pero finalmente El Salvador tuvo a partir de 2009 una Sala de lo Constitucional que comenzó a resolver antiguas y nuevas demandas con sentencias que golpeaban los intereses de cualquier poder fáctico imaginable: los principales y poderosos periódicos de El Salvador, las cúpulas de los partidos políticos, la Presidencia de la República, la Fiscalía General...  

Con estas sentencias, la Sala de lo Constitucional, paralelamente, trasladó al ciudadano, al individuo, mucho poder hasta hace poco cautivo en manos de las cúpulas de los partidos políticos o de empresarios poderosos que poco distinguían entre libertad de expresión y abuso de la libertad de expresión.  

Desde 2012, los salvadoreños pueden elegir a diputados con nombre y apellido, y no verse obligados a apoyar listas de candidatos diseñadas por las cúpulas partidarias para asegurarse de que quienes lograran escaños legislativos fueran quienes los dirigentes partidarios deseaban tener en la Asamblea. Y este es solo uno de los logros palpables de ciudadanía que han obtenido los salvadoreños con la primera Corte Suprema de Justicia en décadas con claras señales de independencia.  

Posiblemente los avances democráticos más importantes de El Salvador desde la firma de la paz sean los propiciados por las sentencias de la Sala de lo Constitucional. Pero es justo esa Sala la que desde 2011 ha estado bajo fuego de la artillería del FMLN. En dos ocasiones logró nombrar como presidente de la Corte a un magistrado anuente al FMLN. A uno de ellos, Ovidio Bonilla, incluso le levantaron la mano en un mitin callejero tres legisladores, en un gesto que parecía gritar 'este es mi magistrado'.  

Desde 2011, cuando por el decreto 743 la Asamblea intentó maniatar a la Sala, el FMLN se subió a una dinámica de ataques retóricos permanentes contra los magistrados, a quienes han intentado incluso destituir con acusaciones hasta de violencia intrafamiliar.  

Si el FMLN no hubiera evidenciado sus intenciones de controlar la Corte Suprema de Justicia a toda costa, tal vez algunas de sus quejas sobre presuntos abusos de la Sala en algunas de sus resoluciones habrían tenido mejor acogida en la opinión pública como para valorar la posibilidad de que tuvieran algún fundamento.  

En todo caso, El Salvador pasó en incertidumbre institucional durante los últimos tres años, con una amenaza permanente a los cargos de los magistrados, y con presiones permanentes desde la Asamblea Legislativa para que la Sala resuelva en una u otra forma. La tensión llegó hasta la calle, con manifestaciones de simpatizantes y detractores de la Sala, y también trascendió fronteras, en un derroche de fuerzas que solo puso acento en que la calidad de las credenciales democráticas del FMLN es similar a la de su gran adversario, el partido Arena.  

Y ahora Sánchez Cerén tendrá también una tarea en relación con la Fiscalía General. La Fiscalía, al igual que la Corte Suprema, careció durante años de independencia. De hecho, algunos de los fiscales anteriores al fiscal actual no tuvieron pudor en vestir chalecos del partido Arena en actividades partidarias.  

Sánchez Cerén es el último miembro de la comandancia general del FMLN que sigue en el partido. Su fuerza moral en el partido de izquierdas debería ser suficiente para que impulse entre sus correligionarios la convicción de que la socavación o los ataques a la institucionalidad pueden llevar a una deriva peligrosa a El Salvador, a un retroceso de décadas, como cuando la guerrilla luchaba contra los abusos de poder y para abrir espacios políticos inexistentes. Sánchez Cerén debe enseñar a su partido que la importancia de respetar la institucionalidad está en que todo poder necesita controles, y que el mejor ejemplo de lo que puede suceder cuando no los hay es El Salvador de antes de la firma de la paz.

2. Buscar a la otra mitad

La elección del 9 de marzo evidenció -de nuevo- que la mitad de quienes acudieron a las urnas querían a otro presidente, no a Sánchez Cerén. El otro candidato, el de Arena, representaba el interés de la mitad de los votantes, y lo peor que puede suceder es que se les ignore. El presidente dio un paso correcto este domingo al anunciar diálogo.  

La construcción de puentes que lleven a un acercamiento con el partido Arena y a otros sectores -como el empresarial, representado en la ANEP- solo puede rendir frutos buenos: la convergencia de esfuerzos producto de un diálogo que implica la disposición a ceder.  

No se trata de que el gobierno legítimo tenga que hacer a un lado su agenda o sus prioridades, sino de que escuche otras visiones y pueda enriquece la propia, de que escuche las inquietudes y temores de los no efemelenistas y las comprenda, de que entienda que hay otros actores con funciones relevantes en la vida económica y estatal de El Salvador y cuya anulación supondría una automutilación. Sánchez Cerén tiene que demostrar que la oferta de diálogo no solo la ha hecho para poder sustentar su eslogan de gobierno, sino para poder gobernar el país que le confiaron los salvadoreños.

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