Opinión / Migración

La crisis de los pequeños migrantes


Miércoles, 2 de julio de 2014
El Faro

El presidente Sánchez Cerén acaba de comprometerse en Panamá, junto con su homólogo guatemalteco, Otto Pérez, y los cancilleres de Estados Unidos y Honduras, a tomar medidas para evitar que más niños sigan tomando el peligroso camino a través de México para llegar a Estados Unidos.

La primera medida anunciada en América Central es una campaña de desincentivación, que advierta a los padres de los enormes peligros que corren los menores al emigrar indocumentados y en manos de coyotes. Es una medida necesaria que lamentablemente se da hasta ahora, habida cuenta de que desde hace muchos años los migrantes en general, y menores en particular, enfrentan en su camino por México y la frontera estadounidense el peligro de ser robados, secuestrados, violados, asesinados, detenidos, abandonados, cazados por rancheros o de morir de cansancio o deshidratación.

Pero difícilmente una campaña resolverá el problema, porque los padres no envían a sus menores por ese camino porque crean que no hay peligros. Los envían porque creen que vale la pena enfrentar ese riesgo a cambio de la posibilidad de una mejor vida para sus hijos, lejos de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades.

La “crisis humanitaria”, como llamó el presidente de Estados Unidos al incremento de menores detenidos en la frontera de su país con México, ha permitido visibilizar nuevamente nun drama que lleva muchos años, pero ha planteado también la interrogante de qué ha provocado este súbito incremento de menores emigrantes desde América Central. Son 52 mil los menores detenidos en este año, cifra sobre la cuál solo cabe especular cuántos habrán llegado y cuántos se habrán quedado en el camino. Niños. 

Ciertamente una razón inmediata de este aumento parece ser la percepción alimentada por los coyotes de que los menores en Estados Unidos no suelen ser sujetos de deportación, que si logran pasar la frontera basta con que den aviso a una patrulla fronteriza para que los lleven un par de semanas a un albergue y después los entreguen a sus familiares en ese país. Los esfuerzos de la administración Obama en las últimas semanas se han concentrado en enviar el mensaje de que esta creencia es errónea y que los menores serán deportados, para evitar que sigan llegando.

Ninguna de las soluciones planteadas hasta hoy, ni por Washington ni por los gobiernos centroamericanos, evitará la fuga de migrantes de todas las edades hacia Estados Unidos. Salen huyendo de estos países en los que no alcanzan a ver un futuro mejor para nadie. En los que la realidad violenta y pobre les advierte contra toda posibilidad de una vida digna.

Los menores detenidos por Estados Unidos pueden ser indocumentados, pero deben ser vistos y tratados como víctimas de las decisiones de políticos en Washington, en San Salvador, en Guatemala, en Tegucigalpa y en Managua. Decisiones que tienen que ver con la desigualdad económica, la falta de oportunidades y la violencia que parece no tener fin. A ello se une en los últimos años el narcotráfico, que se va comiendo todo. De ello los principales responsables son nuestros gobiernos, pero Washington también. Esos menores, que hoy el presidente Obama pretende deportar, son en realidad las víctimas.

La respuesta no pasa por esos parches, sino por sentarse a analizar un problema complejo y estructural. En cómo generar más y sobre todo mejores empleos; en cómo garantizar que los escasos fondos públicos sean utilizados para mejorar la calidad de vida de la población y no para enriquecer a corruptos; en dejar de exigir que compremos semilla estadounidense y enterremos al agro local; en que Washington se haga responsable de su decisión de desviar para América Central el corredor de la droga; en que la empresa privada deje de resistirse a aportar a la creación de sociedades menos desiguales mediante el pago de tributos; en que la clase política tenga un poquito de decencia e imponga férreos controles de combate a la corrupción; en que el Estado tenga presencia en todo el territorio y garantice la seguridad pública y en que los gobiernos tengan apuestas estratégicas que permitan creer en un futuro más alentador. En el desarrollo de sociedades que permitan que los niños crezcan felices, con sus necesidades básicas garantizadas y con buenas perspectivas de futuro.

Eso, y no los parches y la simplificación con que están tratando este tema los dirigentes de cuatro naciones, es lo único que podrá evitar que los ciudadanos centroamericanos, y sus hijos, sigan buscando cómo llegar a un puerto que les promete una mejor calidad de vida. Eso es todo lo que buscan los migrantes, una vida digna. Y la merecen.

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