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'Preferiría ser un anónimo, pero en las condiciones de antes'

Hace dos años, Santiago Leiva pasó de contar noticias a ser él la noticia. Su enfermedad generó una ola de solidaridad que lo puso en el ojo público durante varios meses. Ahora, después de 13 visitas al quirófano, dice que él solo hace planes a corto plazo. 'No me veo más allá de meses'. Y no es que se dé por vencido. Al contrario, 'después de estar tan cerca de la muerte, lo que menos quiero es acercarme a ella'.


Lunes, 1 de septiembre de 2014
Tomás Andréu

El destino ha empujado a Santiago Leiva por el peregrinaje más insospechado y antagónico que pueden dar los caminos de la vida: iba en busca de su padre y lo perdió; huyó de la guerra resguardando la vida y encontró la muerte y desaparición de buena parte de sus familiares en manos del ejército salvadoreño; iba tras el sueño de estar en una cabina de radio y terminó en una pizzería; iba a estudiar ingeniería civil y terminó convirtiéndose en periodista; iba en busca del amor terrenal y tropezó con Dios; iba en busca de un rostro y terminó palpando el lado más oscuro del cáncer.

 

Foto: Fred Ramos
Foto: Fred Ramos

Las paradojas de todas estas vicisitudes le ayudaron a crear su propio sistema filosófico: 'Tras el sufrimiento siempre vendrá una oportunidad, pero mientras esa oportunidad se acerca, solo existe la fe, el amor de la familia y la amistad solidaria' para sobrevivir.

Santiago Leiva tiene 42 años y 17 de ellos los ha dedicado al periodismo. Ahora mismo estaría ejerciéndolo, pero el cáncer y sus secuelas se lo han impedido. Aunque ya atravesó la más negra de sus noches, ya no se fía y prefiere ser prudente. Por eso hace pequeños pactos con el futuro, porque suficientes dificultades tiene como para echarse una desilusión encima. En su horizonte más cercano está publicar su libro testimonial sobre su vida que desemboca en lo bueno, lo malo y lo peor del cáncer. Lo ha bautizado como “A medio rostro (Una vida de milagros)”. Y es un buen título, porque deja como lección que la mejor cara que tiene el ser humano es el corazón. Y el de Santiago no solo es nuevo y fuerte, sino también bondadoso porque ha perdonado las posibles malas praxis que pudo haber experimentado en su tratamiento. También se ha perdonado a él mismo y ya no se reprocha nada. Ya no ve con rencor los injertos de piel que terminaron siendo un fracaso y que le dejaron cicatrizado el cuerpo. Ahora está enfocado en la reconstrucción de su rostro y en el regreso al periodismo. Sabe que ya no puede reportear como antes, pero no ignora que desde las nuevas tecnologías el periodismo sigue jugando un papel crucial en la democracia.

Como el Santiago de Hemingway en “El viejo y el mar”, este Santiago salvadoreño también opina que el hombre no está hecho para la derrota, y que un hombre puede ser destruido, no derrotado.

En esta conversación con El Faro, Santiago Leiva habla de su infancia, de su pernoctación por Suchitoto y Santa Tecla, de su otro hogar que ha sido el quirófano, de las veces en las que le quitaron todas las esperanzas, del aliento de la muerte sobre su nuca, de sus encuentros con Dios, de la vanidad que dejó atrás, de la fe que el cáncer no puede alcanzar, de los sueños del futuro.

Vos atás tu nombre Santiago a la Biblia, pero a mí se me viene a la mente el Santiago de 'El viejo y el mar' de Hemingway...
Ummm...

¿Lo has leído...?
He oído. A mí el nombre Santiago no me gusta.

¿En serio? ¿Y por qué?
Si yo hubiese tenido la oportunidad de elegir, hubiese dicho que ese nombre no me gustaba para mí. No me lo pongo. Todo el mundo me decía que le pusiera Santiago a mi hijo. Pero no... Santiago —el de la Biblia— inspira a la lucha, al sacrificio.

El personaje del que te hablo también es un guerrero, pero mar adentro. A vos te tocó librar tus batallas en tierra.
¡Ah, es el que anda en una lancha...! ¿Es quien todo mundo espera el regreso a la playa?

Exacto.
Vi la película. Mirá, mi nombre viene del calendario y eso a mí no mucho me gusta. Pero así me pusieron y ni modo.

Pero te iban a poner Rigoberto...
Ese es el que quería mi mamá, pero mi tío dijo que mejor Santiago, entonces me pusieron Santiago Antonio.

Tenés un libro escrito pero inédito. En él te remontás mucho a tu infancia. A pesar de la adversidad y de la escasez, parece que fue tu época feliz...
Sí. Lo que pasa es que cuando sos niño todo es juego, pero fijate que yo realmente... sí fui feliz en mis primeros días, pero siento que nunca tuve una niñez como la de cualquier niño pues, porque toda mi vida fue... primero, la guerra nos movió donde vivíamos, un lugar donde abundaban los ríos. Yo soy bastante de ríos, de pescar con anzuelo. Era algo que me gustaba hacer; entonces la guerra nos movió y andábamos para arriba y para abajo hasta que llegamos a Ataco. Nos establecimos, pero andábamos sin un lugar específico.

Y llegan a la Bermuda, Suchitoto...
Ahí estuvimos refugiados con la Cruz Verde un buen tiempo, después nos llevaron a un penal de Suchitoto con guardias. Sin cometer delitos estábamos ahí encerrados como si fuéramos delincuentes. Después pasamos a otro refugio en Santa Tecla. Te estoy hablando de entre los 9 y los 12 años. De ahí para allá he trabajado toda mi vida. Era el único sostén de mi mamá, entonces no me tocaba de otra que trabajar. No desperdicié la vida, pero no la disfruté tanto como la disfruta otro joven.

Cuando hablás de la pesca, ¿o sea que fuiste un pescador artesanal?
No pescador artesanal, pero sí me gustaba pescar. Por ejemplo: mis papás vivían a la orilla del lago [Suchitlán] y ellos tenían cayucos, porque el lago nos quedaba como a dos cuadras, entonces me iba con mi hermana, nos subíamos a los cayucos y nos quedábamos [sentados] esperando con la caña.

Estuviste en las entrañas del monstruo de la guerra. ¿Qué significa para vos El Salvador de ahora con el de tus recuerdos? ¿Ha cambiado para vos el país?
Desde mi punto de vista muy personal, si no hubiera sido por la guerra, yo no sería un periodista. En mi cantón mis hermanos desde chiquitos iban a trabajar a las milpas, colaban maíz. O sea, hacían trabajos agrícolas. Entonces, pienso que mi destino habría sido agarrar una cuma e irme también a la milpa. En aquel tiempo a lo que se llegaba era a sexto grado, porque las condiciones no daban para decir que ibas a estudiar noveno grado o bachillerato. Entonces, la guerra y el hecho de trasladarme del campo a la ciudad, aunque me afectó porque me afectó, también me abrió un campo de posibilidades.

Bueno, las circunstancias te empujaron a ser periodista. Y de pequeño, ¿qué daba vueltas por tu cabeza, qué querías ser de grande?
Honestamente: en aquel tiempo no tenía ilusiones. No pensaba en nada. No sabía que había un mundo más allá de mi cantón. Chiquito me llevaban a Suchitoto, pero hasta ahí había llegado. No tenía a quién imitar, no había libros, no teníamos televisión, no teníamos radio, no teníamos nada. Mi mundo se resumía en jugar con ese pedacito que conocía y en jugar con botes de pachitas de guaro, con eso jugaba a carros. Tenía muñecos, guardias y todas esas cosas, pero era porque me mantenía cerca del lago y el agua, quizás cuando llovía fuerte... pues recogía todos los muñecos que dejaban en la calle. Esa era la única forma en que yo conocía los juguetes.

O sea que aprendiste a nadar en ese lago...
Sí, es que conocí bastantes ríos, pero estaba pequeño. Tenía 8 o 9 años. En el lago Suchitlán aprendí más o menos bien.

¿Y cómo fue ese cambio de aquel mundito reducido a esto y lo otro y luego dar un salto hacia otro en el que imagino era totalmente desconocido para vos?
¿Te hago el cuento corto o largo?

Vos dale.
En 1982 vivíamos en un lugar que se llamaba Los Monjes y se empezaba a oír acerca de la guerrilla. Ellos empezaron a llegar ahí y reunían a la gente y daban charlas y de repente, pues llegaron en la noche a matar gente, mataron a tres personas que se suponía, o según se dijo en aquel momento, tenían alguna vinculación con los de Orden ('Organización Democrática Nacionalista', un grupo paramilitar) que servían de oreja (informantes). Cuando vimos esas muertes nos íbamos a dormir a una milpa, porque teníamos miedo de que en cualquier noche llegaran a la casa y sacaran a alguien. La vez que mataron a esos dos personajes, todo el mundo salió del valle, todo el mundo salió en lancha hacia Suchitoto, mis hermanos en ese tiempo no tenían nada que ver con la guerrilla. Uno de ellos estaba recién venido de Sonsonate. Cuando pasamos de Suchitoto, uno de los familiares de los muertos nos señaló a nosotros. Los escuadrones de la muerte nos alcanzaron... estábamos en casa de mi abuelo, estábamos comiendo cuando llegaron uniformados y civiles armados en un carro, entonces a mi hermano lo apartaron y le dijeron que lo iban a matar. A nosotros también nos sacaron. Y cabal: enfrente de nosotros lo mataron.

¿A tu hermano?
Sí, a mi hermano, Ángel. Él tenía 20 años. Y a la mujer de mi otro hermano se la llevaron.

Y ya no supieron nada de ella.
No, se la llevaron y fue desaparecida. A nosotros nos dejaron vivos. Solo quedé yo y mi mamá, porque mi hermano —el esposo de la desaparecida— se había quedado en Suchitoto, se había quedado en el cantón. Si hubiera estado con nosotros ahí mismo lo hubieran matado también. Cuando la guerra recrudeció nos fuimos a refugiar ahí a un lugar que se llamaba Hacienda La Bermuda. Por el día llegaba la gente de la guerrilla y por la noche llegaban los guardias, los soldados y los paramilitares. Tuvimos que vivir en medio de esos bandos (...) Fuimos familiares de gente que estaba en la guerrilla, pero no era que nos metimos, fueron las circunstancias las que nos metieron a la guerra en ese tiempo. Lo que te quiero contar y volviendo al tema del cambio es que cuando nos llevaron a un refugio en Santa Tecla, la primera vez que yo vi las luces de la ciudad me asusté. Yo nunca había visto la energía eléctrica. Desde un lugar que se llama Tenango [en Suchitoto] me decían que las luces que se veían por allá eran de San Salvador, pero yo ni sabía que existía San Salvador. Iba en el bus y miraba por la ventana aquel poco de rótulos, pero no podía leerlos porque en todos los intentos por aprender a leer había fracasado.

¿Por las guindas...?
Sí, por la misma guerra. Solo fui como tres veces y los profesores ya no llegaron, después ahí en el frente nos pusieron a una muchacha para que nos enseñara...

¿Qué frente, perdón?
En el frente de guerra.

¡Ajá!
O sea, es que vaya, cómo te lo cuento, cuando yo vine a Santa Tecla...

¿O sea que estuviste con la insurgencia...?
Sí, es que sí estuve. Vivimos un tiempo en Santa Tecla, pero mi hermano se quedó allá en mi cantón. Luego, él se fue monteando hasta La Bermuda donde estaban mis primos y la gente ya estaba más organizada con la guerrilla. Mi hermano, molesto porque le mataron a su esposa y a nuestro hermano, se metió a la guerrilla. Él se dio cuenta de que la guerra iba a pasar del campo a la ciudad y nos mandó a traer. Pasamos con mi mamá una noche en Guazapa y luego pasamos al frente de guerra en Tenango. Ahí estaba la Resistencia Nacional (RN). Así fue como yo me involucré un tiempo con la guerrilla.

Eso es inédito para mí...
Estuvimos ahí desde 1982 hasta 1983. La última ofensiva contrainsurgente que pasé ahí se llamó Guazapa 10. Luego regresamos a Santa Tecla.

¿Cuántos familiares perdiste en la guerra?
Ni idea, perdí a muchísimos. Te podría hacer una lista grandísima de familiares. Mataron a casi todos mis primos. Además, a todos los jóvenes de 20 los mataron. Al tío que me puso Santiago se lo llevaron y lo desaparecieron.

En vez de llevar tu propia sombra, lo que has llevado es la sombra de la muerte como rozándote.
Sí. La verdad es que no sé cómo decírtelo, pero la muerte me ha acompañado a la largo de los 42 años de vida que tengo. He visto a mucha gente morirse durante la guerra y he visto a mucha gente morirse también a mi lado en los hospitales.

Ya llegaremos a eso. Es curioso cómo a tus 12 años te maravillaste con una fotografía.
Fue la primera vez que miré una fotografía y fue para mi carné de minoridad. Con mis estudios nunca estuve seguro hasta dónde podía llegar. Al salir de ese tiempo con la guerrilla, entonces me matriculé en la escuela. Tenía 10 años. Empecé a estudiar, terminé la educación básica. Luego agarré un bachillerato comercial porque no sabía si tendría posibilidades de ir a la universidad. No tengo fotos de mi niñez. La primera fotografía que puedo tener es de los 20 años en adelante...

¿Y luego vienen los estudios en periodismo...?
Sí, entré en la Universidad Tecnológica. En todo el bachillerato estuve trabajando en una pizzería. Cuando me gradué empecé a trabajar como ayudante de albañilería. Mi hermano quería que yo estudiara ingeniería civil porque él era albañil.

Ah, quería que fueran un dúo...
Ajá. Pero a mí no me gustaba eso. Aparte de que no me dieron la beca, porque todos mis estudios los hice a pura beca. La universidad también. La solidaridad de la gente no me ha faltado. A mí me gustaba el periodismo, pero no era porque yo leyera diarios... mi sueño era estar en la radio poniendo música. Lo que me gustaba es que a esa mara le salían un vergo de bichas con eso [Santiago echa un vistazo al sillón en el que se encuentra su esposa]. Quería ser eso o motorista de microbuses, porque miraba el poco de bichas sentadas a la par del motorista. En la pizzería, un chero tenía venta de casetes y después del trabajo me iba para ahí. Me decía a mí mismo que si no podía llegar a ser locutor, para mí sería perfecto estar en uno de esos quioscos poniendo música.

Vos querías una mina de amor...
Jajajajaja. Es que mirá, a los 16 años las vanidades de uno son esas. Si quería que me saliera algo, o me hacía microbusero o ponía una venta de casetes y sentirme un DJ. Lo yuca es que no tenía el 'speed' para eso. Era penoso. Es que en ese tiempo no me salía nada.

Pero el amor también entra por el estómago. ¿Por qué no les hiciste una pizza a las chavas que te gustaban?
Ah... realmente las hacía bien.

¿Y era una franquicia o algo así...?
Era una pizzería pequeñita, era un negocio familiar. Yo era el empleado que las hacía, cobraba, lavaba platos, etcétera.

¿Y cuál te quedaba mejor...?
Todas. La verdad es que no hay ninguna que sea tan buena como esas que hacía. Mis pizzas eran mejor que las de la Pizza Hut. Con ese trabajo me permití pagarme los pasajes para mis estudios de bachillerato.

¿Y cuándo fue la última vez que hiciste una pizza...?
En 1996.

¿Y qué, quedaste harto de hacer pizzas...?
No, lo que pasa es que no hay condiciones. No hay horno... de eso no volví a buscar trabajo.

Pero bien podés poner tu negocio: Pizzas Leiva & Company...
Jajaja. Es que para ser chef como para ser presentador necesitás un rostro que... que no le dé asco a la gente. No sé cómo reaccionaría la gente al verme con mascarilla y esparadrapo. Sé que ser presentador de un medio televisivo es una puerta cerrada para mí desde 2009 en el que me hicieron la primera operación seria.

En tu libro testimonial usás una frase que me llamó la atención: 'Tras el sufrimiento siempre vendrá una oportunidad...'
Sí. Por ejemplo: la guerra me permitió estudiar. Con esta enfermedad perdí un ojo, perdí mi rostro, perdí la boca, pero he ganado un corazón mucho mejor. No sé qué habría pasado si estuviera en mi anterior condición [sin la presencia del cáncer]. No sé si mi esposa estaría conmigo, no sé si tendría humildad. Hay muchas cosas que considero que la enfermedad me ha ayudado a frenar. Tampoco sé si habría vuelto a una iglesia, porque yo me considero cristiano. No sé si estaría echándome unas cervezas. No sé todo lo que estaría haciendo...

¿Esto lo ves como un freno de mano?
Fijate que para consuelo, sí. Fijate que yo era bien vanidoso. Hubo un tiempo en el que me abundaban las bichas. Y no es que me hubiese hecho locutor o motorista... si mañana me decían 'salú', pues chivo. Las dejaba y no me importaba mucho...

Eras un rompecorazones, vaya...
Jajajaja, no... En ese tiempo tenía muchas vanidades. Esto que me pasó me ayudó a frenar esta vanidad inútil. Me ayudó a ser más fiel.

¿Quién es Santiago, tomando en cuenta el pasado, el presente y lo que pueda venir en el futuro?
No me considero que fui malo, pero no me gustaría estar en estas circunstancias. Aunque no me conociera nadie, aunque fuera el de antes de quien no se sabía que tenía una enfermedad... preferiría ser un anónimo, pero en las condiciones de antes. A ratos estoy triste, a ratos feliz. Pienso en lo que he ganado y pienso en lo que he perdido. Hasta hoy tengo pocas cosas de las que lamentarme. El futuro solo lo veo día a día. Mis planes son a corto plazo. No me veo más allá de meses. Me programo según lo que voy viviendo. Mi preocupación de ahora es publicar mi libro. Y quizás, un trabajo.

Entiendo. Pero vos estás vivito y coleando. Hay casos de casos, por ejemplo, el de Gustavo Cerati...
Tengo mis bajones. Cada vez que alguien se muere de cáncer, me entristece. Me entristece porque siento que en algún momento me tocará a mí. Cuando murió Hugo Chávez a mí me dolió. Y no es porque yo sea simpatizante, sino porque me puse a pensar que si se muere gente que tiene todos los recursos para que lo vean los mejores médicos y para que tenga la mejor atención y aun así muere, entonces qué tengo yo para que a mí no me pueda pasar eso, qué tengo yo que impida que el cáncer me mate.

¿Pero cómo está tu situación?
Ahorita no hay nada, pero yo he sufrido muchas frustraciones [cuando Santiago pensó que la enfermedad había sido erradicada, ahí estaba]. La ilusión de tener un rostro se me vino abajo. Ahorita no hay nada, pero no te puedo dar la certeza de que ya no tengo cáncer. Ahora estoy en trabajos de reconstrucción.

Si mis cálculos son buenos, tu emblemática operación duró 10 horas. En la década de1980 tu hermano murió a las 5 de la tarde, pero décadas después vos despertás a esa misma hora después de una delicada cirugía. ¿Eso te dice algo?
No había reparado en eso... Yo creo que todo esto es obra de Dios. Aquel... trato de no recordar mucho a mi hermano... en serio que no había reparado en lo que me acabás de decir.

En tu situación hay algo increíble que no le pasa a cualquiera y es el hecho de que no pensaste en el suicidio.
No, yo amo la vida. Voy a contarte algo: esta última vez que me operaron, los doctores no quisieron darme un espejo para que me viera, pero yo ya me había escapado en cierta ocasión hacia otro cuarto y ahí había un espejo. Los médicos no me querían dar un espejo porque creían que me iba a suicidar. Pero yo ya me había aceptado. Después de estar tan cerca de la muerte, lo que menos quiero es acercarme a ella, porque la he visto en innumerables oportunidades. He estado tan cerca de la muerte por lo menos unas cuatro veces: dos veces en la guerra y dos veces en el quirófano. Fijate que una vez en el hospital [2011] me fueron a meter a un cuarto aislado. Me dejaron solo. Las enfermeras dijeron que me metían ahí porque no querían que agarrara las enfermedades de los otros pacientes, pero la verdad es que me metieron ahí para que los demás pacientes no vieran cuando yo me muriera. Eso me lo dijeron después las mismas enfermeras.

¿O sea que ya te daban por despachado?
Sí. Pasé 15 días con fiebre, anduve cerca de los 40 grados. Me llenaron de bolsas de hielo. Creí que ya nunca iba a salir de ese cuarto, porque se murió el que estaba enfrente y el que estaba en un cuarto a la par mía, también se murió. Era paja que estaba mejor cuidado al tenerme en un cuarto aislado. Era paja. Lo que realmente querían es que los que estaban más enteros que yo no vieran cuando me petatiara.

Santiago Leiva en el día de su boda con su esposa Rubidia de Leiva. Foto: Cortesia de Santiago Leiva
Santiago Leiva en el día de su boda con su esposa Rubidia de Leiva. Foto: Cortesia de Santiago Leiva

¿Y qué pinta Dios en todas estas situaciones? ¿Qué ondas con Dios? ¿Qué aporta Dios en estas oscuranas? ¿Para qué sirve Dios?
Ah, no. Primero te voy a contar cómo llegué a Dios...

A ver, vos ibas por Rubidia —su actual esposa— y terminaste llegando a Dios...
Sí...

Ah, el poder de la carne...
Jajaja. Ahí está la carne [Santiago señala a su esposa, que no se ha movido del sillón que la mantiene al tanto de la entrevista]. Empecé a ir a la iglesia por ella, porque me gustaba. Hija de pastor, entonces no había otra forma de llegar a ella que a través de la iglesia.

Literalmente te infiltraste...
Jajajaja. Algo tenía que hacer para conseguirla. Entonces me metí a la iglesia y de repente empezamos a andar con ella y de ahí cometimos pecado, porque andando de novios quedó embarazada.

Pecado con amor...
Esa era la idea, que saliera embarazada.

Entiendo...
Me fui a un seminario a Cuba en el tiempo de los terremotos [2001]. Antes de irme me di cuenta de que ella estaba embarazada, pero su familia no lo sabía. Al regresar solo vine a casarme. O sea, nos casamos antes de que el papá se enterara del embarazo... Así fue como me metí a la iglesia a adoctrinarme, y estuve yendo un tiempo a la iglesia, pero luego el trabajo me absorbió un poco... Usaba el trabajo como pretexto para no ir. En 2010 la enfermedad volvió y se convirtió en cáncer. Ahí me reconcilié con Dios. Me acerqué a la iglesia no con buenas intenciones, porque tenía que casarme [bajo los requisitos de la iglesia evangélica].

Ya imagino tus oraciones: 'Dámela rápido, Señor. Amén'.
Jajajaja. Yo pedía que esta fuera mi esposa, porque ya había pedido otras y no venían... jajajaja. [Santiago vuelve a mirar, de nuevo, hacia el lugar donde se encuentra su esposa]. Lo que te quiero contar es que cuando fui al doctor, este me dijo que la sospecha que tenía es que tenía cáncer. Me envolví en la cama y empecé a llorar. Lloré porque tenía la ilusión de recuperar mi rostro. Era cáncer de verdad. ¡Dios mío, y al siguiente día iba a ser 24 de diciembre! Todo el mundo celebrando con cumbia y todo... Yo me sentía hecho leña en mi corazón y mi mente. Sabía que no iba a soportar ver a la gente celebrar. La noche del día 23 de diciembre llegaron a orar por mí. De repente me fue entrando una calma, pero una calma de la que no tenés idea. Se me fueron todos los miedos. A partir de entonces Dios ha sido mi fortaleza. Imaginate todo lo que he vivido y estar aquí. Imaginate todas las cosas que hice y que ya no me afectan mentalmente.

Eso iba a preguntarte. Tu adversidad no es fácil. Rebasa tus fuerzas físicas, emocionales, espirituales...
Saco fuerzas de Dios. Hubo momentos bien duros, duros en los que perdí las fuerzas y la fe... Hubo un momento en que perdí mi personalidad. Pedí el alta exigida y le dije al director del ISSS que me dejara ir a mi casa y me dejaron venir bajo mi propio riesgo. Veía a un bolito en la calle y no me importaba, porque yo quería ser ese bolito. Yo solo quería dejar de ser yo. Había perdido todo, hasta el deseo sexual.

Lo imagino. Habías perdido con tu cuerpo la conexión.
También la erección.

Jajaja. Eras el más santo de los machos en ese momento...
Es que antes hasta con mucho dolor podía ver a una enfermera, en ese momento... una doctora que se llama Gloria Dada me ayudó. Yo no platicaba con nadie.

¿Y cómo es que ya volvés un poco a recobrarte, un poco a ser vos...?
A partir de las consultas empecé a aceptarme como era, empecé a sentirme que era yo mismo, acepté que tenía dificultades... A veces se me olvidaba lo que tengo. La vez pasada agarré unos binoculares y me extrañé cuando no pude ver por mi ojo derecho... Bueno, ya no tengo ojo derecho. 

Hay momentos en los que no queda de otra que tomarte las cosas con humor.
Sí, muchas veces me las he tomado con humor.

Hubo un momento en el que todos los medios de comunicación —impresos, radiales, televisivos, digitales— se unieron en tu nombre. Recuerdo que todos te buscaban. Sin querer te acercaste a la fama que querías en tu adolescencia.
Sí, fueron mis 15 minutos de fama.

Supongo que eso es una gran levantada de ánimo emocional, espiritual la que tuviste con tanta gente a tu lado...
Me sentí un artista, quizás. Ya en serio: yo sabía que era algo pasajero y que eso no me hacía ni más ni menos que alguien. Un compañero periodista me preguntó qué se sentía ser famoso. Fue un momento en el que iba para una operación difícil. Es bonito que arrastrés la atención, pero no en las circunstancias en las que me encontraba. Me gustaría hacer un aporte importante...

¿Como dar con el paradero de Francisco Flores?
Ah, eso sí que me alegraría, mirá.

Vos tenés prudencia con el futuro, ¿pero te mirás volviendo al periodismo?
Es uno de mis sueños. Lo único que me detiene es esto, mirá [un catéter que ayuda a Santiago a alimentarse]. Tengo dos años de no probar comida, de no usar el paladar.

¿Periodísticamente ha cambiado algo en tu mente?
Por mis circunstancias siento que a lo que podría adaptarme más fácil es a los medios electrónicos. No a la radio, porque todavía hay palabras que me cuesta decir. De hecho hasta hace un año pude hablar de nuevo. Hablaba, pero no me entendían (...) en la La Prensa Gráfica, por ejemplo, bien pudiera adaptarme a algo que yo pudiera hacer, pero no vi esa disposición. Yo le propuse a La Prensa Gráfica —último trabajo de Santiago y que de sorpresa se enteró que ya no era parte de ese medio— que podría entrar por la tarde y que podía llegar desayunado y almorzado y que en el resto del día me las arreglaba con un refrigerio. Podía pegar cables, editar notas internacionales, porque facultado para todo eso estoy.

Vos decís en tu libro que el cáncer te dio un nuevo corazón.
Yo pienso que es la misma gracia de Dios. Te pone esas pruebas para darte cosas mejores, porque eso es lo que pasa: solo son pruebas.

Volvés a unos exámenes, a una intervención, pero todo esto es para bien y no para sustos...
No, no creás. Me asustan mucho las operaciones. Ya llevo 13. La mayoría de veces leo libros sobre milagros, porque siento que ahí encuentro la fuerza para ir a esas intervenciones. No publico en Facebook cosas como 'Nos vemos pronto', porque... realmente me dan miedo. Si por mí fuera ya no me volvería a operar. Pero al mismo tiempo pienso que hay mucho por hacer. Tienen que hacerme una nariz, un ojo, unos labios, una boca; cosas que se hubieran solucionado si me hubiesen operado fuera del país.

¿Ha pasado por tu mente que pudo haber mala praxis en algún procedimiento que hicieron con vos?
No sé si mala praxis, pero la primera vez que me vieron, yo estaba más o menos como mi hijo de 12 a 13 años. Sentía una chibolitas en mi cara. En 1998 que me rajaron solo me quitaron la chibola grande. Tenía varias alrededor y no me las quitaron. Varios médicos me dicen que si hubieran quitado de un solo eso, no habría perdido mi rostro. No sé si hubo mala praxis, no sé. Yo no puedo culpar a nadie. Estas son cosas que Dios permitió. Yo no guardo ningún rencor ni nada en el corazón contra nadie. Aunque fuera mala praxis, yo no tengo corazón para entablar una demanda o algo así.

Entiendo. Así que te llamó el Mágico González...
¡Ah, sí! Me habló una noche para pedirme disculpas porque no había ido a un partido benéfico en el que hubo participación de muchos futbolistas de la selección de 1980. Pero me dijo que en el futuro podía contar con él. Honestamente, ese momento para mí fue de alegría, porque en sí lo he conocido, he hablado con él, pero que alguien importante se tome el tiempo para saludarte y ofrecerte ayuda, pues no deja de llenarte y de darte alegría.

Más allá de lo obvio, ¿qué ha sido lo más difícil que te ha tocado vivir en esta etapa?
No comer. Es bien difícil sentir los olores de las comidas y no poder probarlas, perder tu vida social. No puedo salir con alguien a tomarme un café, a almorzar. No puedo ir a la playa. He dejado de hacer muchas cosas con mis hijos. Me he privado de muchas cosas porque no puedo hacerlas. Por eso los invité a mi casa, porque en otro lugar no podría hacer nada.

¿Quién es ahora Santiago Leiva?
Es una persona que está convencida de que vive de milagros, es una persona que piensa que nunca tuvo cáncer, es una persona que vive más el ahora que el futuro y que tiene muchísimas ilusiones de seguir adelante, que quiere ver crecer a sus hijos. Es una persona que quiere ser alguien nuevamente. Y no es que en este momento no sea nadie, lo que quiero decir es que aún tengo mucho que aportar en el campo periodístico y tengo mucho que aportar en el campo cristiano. Sembrar una semillita de fe, decir que el cáncer no es el fin del mundo. Que la gente vea que a la par del sufrimiento también vienen bendiciones y que el cáncer, si se está con mucha fe, puede que tenga cura.

Antes hablaste de vanidad y de tener un corazón nuevo. ¿Ha cambiado tu concepto sobre la belleza?
La belleza es una concepción. Yo aún tengo muchas vanidades. Yo soy algo exótico con mascarilla y algún atractivo debo de tener, jajajaja. No creás, hay mujeres que me miran. No sé si les doy curiosidad o porque me encuentran cierta gracia (...) No quedaré bonito, pero la esperanza está [en las siguientes operaciones]. Voy a quedar añadido de todos lados, pero la esperanza está.

En El Faro publicamos una entrevista con la escritora colombiana Piedad Bonnett. En ella habló del suicidio de su hijo. Y sobre esto dijo que un ser humano que sufre día a día tiene el derecho al suicidio. Me gustaría que me dieras tu opinión sobre el suicidio.
Pienso que un ser humano que se suicida es sumamente valiente para hacerlo, pero un cobarde para enfrentar los retos de la vida. Si Dios nos dio la vida, es el único con derechos para quitarla.

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