Opinión / Impunidad (y memoria histórica)

Humanista antes que santo


Martes, 3 de febrero de 2015
Roberto Valencia

Monseñor Romero se ha convertido en algo tan grande que aspirar a condensarlo en un puñado de páginas resultaría un acto de vanidad. Este libro titulado ‘Hablan de Monseñor Romero’ no tiene pues vocación biográfica, ni pretende ser un manual de historia, ni revelar verdades nunca antes contadas sobre su teología o sobre los misterios que aún envuelven su asesinato.

Hace más de tres décadas que dejó de estar entre nosotros, y su figura no hace sino crecer: en el ámbito académico-cultural siguen apareciendo documentales, libros, conversatorios, estatuas y homenajes, pero sus palabras y su rostro proliferan también en murales y camisolas tanto en cantones ignotos del territorio salvadoreño como en cosmopolitas ciudades de Europa y Norteamérica. No es ninguna exageración afirmar que Monseñor Romero se ha convertido en un referente mundial.

A inicios de noviembre de 2010 trascendió una noticia que apenas tuvo eco en la prensa salvadoreña. La Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) proclamó el 24 de marzo, fecha de su asesinato, como el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas, para su conmemoración en todo el mundo. Conviene tomarse unos segundos para leer cómo la ONU justificó esta decisión: “Reconociendo también los valores de Monseñor Romero y su dedicación al servicio de la humanidad, en el contexto de conflictos armados, como humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano, sus llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado, que en definitiva le costaron la vida el 24 de marzo de 1980”. Eso se dijo en Naciones Unidas sobre un salvadoreño.

Conviene explicitar, sin embargo, que su grandeza no comenzó a edificarse sobre su memoria. A pesar de ser arzobispo de un minúsculo país tercermundista, Óscar Arnulfo Romero Galdámez fue reconocido en vida por universidades de Estados Unidos y Bélgica con dos doctorados Honoris Causa, y el Parlamento británico lo propuso a finales de 1978 como candidato al Premio Nobel de la Paz. Algún día el Vaticano quizá lo beatifique, para dicha de la feligresía católica, pero, ocurra o no, su figura brilla tanto ya que estoy convencido de que las numerosas biografías, recopilaciones, películas y noticias periodísticas que han visto la luz siguen siendo pocas.

‘Hablan de Monseñor Romero’ surge con la única aspiración de aportar, con mucha humildad, un granito que contribuya a recopilar, ordenar y –si cabe– difundir aún más su vida. La Fundación Monseñor Romero y quien suscribe estas líneas coincidimos en que, dentro de lo mucho y variado que se ha escrito, su lado humano era quizá el menos explorado. De Romero, por ejemplo, se sabe que defendió a los pobres y que pronunció valientes homilías, pero no se conoce si era tímido o extrovertido, callado o dicharachero, o si le gustaban el fútbol, el teatro o los frijoles.

Para intentar conocerlo mejor, hablamos con un racimo de personajes que pasaron tiempo con él. El guion es muy sencillo: realizar semblanzas de cada de estas personas para con todos esos perfiles configurar, como si fuera un rompecabezas, una semblanza de Monseñor Romero. Todo, eso sí, concebido, reporteado y redactado desde la trinchera del periodismo, con la entrevista de profundidad como principal herramienta de trabajo, aunado a una intensa labor de documentación. Dicho esto, resulta obvio que la materia prima de esta obra son los testimonios que amablemente brindaron los entrevistados, casi siempre en largas sesiones que en algunos casos se prolongaron por varios días. Desde aquí, un sincero agradecimiento a Héctor Dada Hirezi, Ricardo Urioste, Salvador Barraza (QEPD), Eva Menjívar, María de la Luz Cueva (QEPD), Víctor Hugo Rivas, Orlando Cabrera, la familia Chacón y Roberto Cuéllar Martínez. Sin su paciencia este esfuerzo nunca podría haber llegado a puerto alguno.

El tiempo pasa, y ese pasar de los años termina siendo uno de los principales problemas a la hora de reconstruir escenas, al menos cuando se escribe con la ética como Norte. La memoria humana tiene limitaciones, y tampoco hay que descartar los lógicos riesgos de idealización cuando se habla de alguien como Monseñor Romero. Ya he señalado que este libro se ha escrito desde la trinchera del periodismo, lo que anula por completo la consciente invención o manipulación de datos o testimonios, pero creo que no está de más señalar que en el reporteo quedaron sin respuesta muchas preguntas, que se revelaron respuestas que tenían mal planteada su pregunta, y que hasta se hallaron respuestas falsas que, a fuerza de repetirse, muchos las consideran verdades.

Así, los testimonios recogidos ponen en duda axiomas como que el calibre de la bala utilizada para asesinarlo era .22, o como el lugar desde el que se disparó el fusil en la capilla, o como la influencia que tuvieron en la metamorfosis de Monseñor Romero los dos años que pasó como obispo de Santiago de María. Esos mismos testimonios también revelan como falsas algunas aseveraciones en torno a su figura, como la del reverendo William Wipfler, quien erróneamente se atribuye ser la última persona en recibir la comunión de manos del arzobispo; o como esa otra versión, tan extendida como errada, que asegura que el proyectil impactó en su pecho durante la consagración.

En fin, se trata de aportes mínimos pero novedosos a su vida y a su muerte, que surgieron mientras intentábamos satisfacer la principal misión que nos habíamos propuesto: realizar un honesto retrato de Monseñor Romero como ser humano, no solo como el mito casi inalcanzable en que se ha convertido. En estas páginas el obispo mártir reirá, sufrirá, se enojará, tendrá miedo, comprenderá y pedirá comprensión, contará chistes, regañará a sus amigos, se equivocará… como nos ocurre a todos.

En lo personal, agregar como conclusión que, cuando lo asesinaron, yo apenas tenía 3 años de edad, por lo que celebro sobremanera la oportunidad que la Fundación Monseñor Romero me concedió de conocerlo ahora. De todo corazón agradezco a quienes me abrieron las puertas de sus vidas para intentar comprender la vida de Monseñor Romero. Y a usted, amigo lector, espero que leer este libro le deje la misma sensación de estar ante un personaje inigualable que me dejó a mí escribirlo.


*Con ajustes mínimos, este es el prólogo escrito por Roberto Valencia, periodista de El Faro y autor del libro ‘Hablan de Monseñor Romero’, que nuestros lectores pueden adquirir en nuestra tienda virtual. Más información en este enlace > http://bit.ly/1IyolR0

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