Opinión / Impunidad (y memoria histórica)

Arzobispo Romero: El mártir de El Salvador en las universidades de Estados Unidos

Este artículo es un extracto de la conferencia 'Arzobispo Romero ¡Presente!: El mártir de El Salvador en las universidades de Estados Unidos' dictada por la doctora Aurora Camacho de Schmidt, Profesora Emérita en el Swarthmore College, en el XXIII Congreso de Literatura y Cultura Centroamericanas, en Tulane University y Loyola University de New Orleans, en Marzo de 2015.


Martes, 24 de marzo de 2015
Aurora Camacho de Schmidt

Mártires por millares han muerto en las tempestades sangrientas,
pero no en vano han sufrido ellos lo que han sufrido, su corona de espinas.

En el reino de la mentira y de las tinieblas,
por entre esclavos hipócritas,
ellos han pasado como las antorchas del porvenir.
Con trazo de fuego, con un trazo indeleble,
ellos han grabado ante nosotros la vía del martirio,
y en la carta de la vida, han estampado el sello del oprobio
sobre el yugo de la esclavitud y la vergüenza de las cadenas.

Rosas rojas nacieron de la sangre ardiente,
flores de púrpura se abrieron,
y sobre las tumbas olvidadas
trenzaron coronas de gloria.

Roque Dalton, 1970

No deja de ser irónico comenzar una discusión de Monseñor Romero, Arzobispo de San Salvador, con la lectura de un fragmento de este poema, escrito por Roque Dalton para Lenin. Dalton, además de haber sido un gran poeta salvadoreño, fue un revolucionario activo y un marxista convencido, asesinado en 1975 por sus compañeros de lucha. Lo que importa de este poema para mis propósitos es su clara afirmación del significado del martirio. El mártir no es sólo el sacrificado, la víctima, sino el que siembra para el futuro. Romero es, pues, 'antorcha del porvenir' y 'rosas rojas que nacen de la sangre ardiente'.

A la coyuntura en que me dispongo a escribir sobre el surgimiento de una nueva conciencia sobre Oscar Arnulfo Romero en el espacio académico y público de los Estados Unidos la definen tres realidades convergentes. La primera es el anuncio del Papa Francisco en el mes de agosto pasado de que no existía ninguna razón por la que el proceso de beatificación de Romero no pudiera proceder, y su ratificación contundente el 3 de febrero de este año, cuando añadió que el Arzobispo era indudablemente mártir de la fe. Bajo los dos papas anteriores, el proceso se había detenido porque una buena parte de la jerarquía veía a Romero como alguien cercano a la corriente marxista de su país. La segunda, que ilumina el contexto de las relaciones entre El Salvador y los Estados Unidos, radica en la asombrosa llegada de 52,600 emigrantes indocumentados centroamericanos menores de diecisiete años (siendo el 12% menores de doce), solos, a los Estados Unidos en 2013 y 2014, de los cuales poco más de un tercio son salvadoreños. La tercera se llama 'Plan para Centroamérica', nueva política anunciada por el Vicepresidente Joseph Biden el 29 de enero en la página editorial del New York Times. Esta última contiene un párrafo especialmente digno de atención:

La seguridad hace que todo lo demás sea posible. Podemos ayudar a estabilizar los barrios a través de vigilancia policiaca basada en la comunidad, y erradicar las redes criminales transnacionales que han convertido a Centroamérica en un caldo de cultivo para contrabando de drogas, tráfico humano y crimen financiero.

No nos sorprende que más tarde Biden proponga como ejemplo de éxito al Plan Colombia, cuyos enormes daños colaterales han sido olvidados. Ni debiera sorprender tampoco que el Washington Post exprese dudas sobre la capacidad de los gobernantes centroamericanos de usar bien el billón de dólares que el Plan promete, exhortando a la administración del Presidente Obama a poner condiciones estrictas al flujo de ayuda militar y económica. De 1980 a 1992, durante la guerra civil que le quitó la vida a 75,000 salvadoreños, expulsó del país a 300,000 más, y causó la desaparición de miles de personas, los Estados Unidos invirtieron 5.5 billones de dólares en ayuda militar y económica. Si contrastamos el anuncio de Biden con la declaración del Presidente Reagan del 10 de marzo de 1983 en que justifica su política centroamericana, podemos ver un marco similar con un enemigo diferente:

El Salvador está más cerca de Tejas que Tejas está de Massachusetts. Centroamérica está simplemente demasiado cerca y lo que está en juego es demasiado importante como para que ignoremos el peligro de que se adueñen del poder ciertos grupos que tienen vínculos ideológicos y militares con la Unión Soviética.

A treinta y cinco años del asesinato de Oscar Arnulfo Romero y Galdámez y veintitrés después de que los convenios de paz fueran firmados, El Salvador es un país asolado por la pobreza de la mayoría de sus ciudadanos, la debilidad de sus instituciones, y una enorme violencia, ya no militar sino criminal, conectada con las drogas, el lavado de dinero, la migración como negocio y las pandillas organizadas. Aunque también es verdad que la sociedad civil ha creado numerosas organizaciones dedicadas a la reconstrucción social y económica y a la preservación de la memoria histórica, y aunque el país sigue siendo un asombroso centro de producción cultural, El Salvador se encuentra nuevamente en un momento de gran vulnerabilidad política y económica. Estas condiciones en alguna manera han hecho necesaria la exportación de niños en un nuevo y siniestro kindertransport, por un lado, y la intervención del gobierno estadounidense por otro. La interpenetración de los dos países se revela en la presencia de dos millones de personas de origen salvadoreño en los Estados Unidos; dicho de otro modo, uno de cada cuatro salvadoreños reside en este país. Las remesas anuales de 4 billones de dólares constituyen la sexta parte del PNB de El Salvador.

En el contexto de esta intrincada relación bilateral y asimétrica , me pregunto cuál es el poder real y simbólico de 'San Romero de América', así llamado en un poema de gran poder por el obispo de Matto Grosso, Brasil, Pedro Casaldáliga. Mi propuesta es que la nueva intensificación del estudio de la vida y la obra del obispo mártir puede ayudar a subvertir el falso entendimiento del país más pequeño del hemisferio en éste, el más poderoso. Quisiera destacar su lugar actual y potencial en la conciencia académica progresista, especialmente en las universidades cristianas, notando la proliferación de libros y artículos académicos dedicados al Arzobispo, así como el crecimiento de su figura pública en espacios social y políticamente activos. Deseo discutir su compromiso con los pobres, su dimensión profética y su crítica de la violencia, antes de ofrecer algunas conclusiones tentativas. Creo que este análisis cabe en una conferencia de literatura y cultura porque Romero es un hombre de palabras, de la Palabra. A través de la magia de la traducción y el trabajo de investigadores y divulgadores, su obra escrita y su trabajo se han dado a conocer ampliamente en los Estados Unidos y en el Reino Unido, como en muchas otras partes del mundo. Además pertenece a la historia cultural de El Salvador y es muy posible que sea el salvadoreño más leído en el mundo en este momento.

Presencia de Romero en el mundo

La fama internacional del Arzobispo ha crecido muy rápido. En 2010 la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 24 de marzo, aniversario del asesinato del Arzobispo, 'Día Internacional del Derecho a la Verdad en cuanto a Violaciones de Derechos Humanos.' El Secretario Ban Ki-Moon explicó: 'Nuestra conmemoración desafía la intención de sus asesinos a silenciar su demanda de justicia y subraya la importancia de mantenerse firme en defensa de libertades fundamentales'. En 1998 la Abadía de Westminster en Londres colocó la estatua de Romero en un friso alto exterior con otros nueve mártires contemporáneos de la fe cristiana, al lado de Martin Luther King y Dietrich Bonhoeffer. La Iglesia Anglicana lo ha incluido en su calendario litúrgico, conmemorando su martirio cada 24 de marzo. También inglés es el Fideicomiso Oscar Romero (Oscar Romero Trust), que propicia el conocimiento de su obra y promueve iniciativas de trabajo social en América Latina. En Washington, en la monumental iglesia de San Pedro y San Pablo llamada 'Catedral Nacional', Romero es venerado ya como santo y su estatua reside en un nicho alto desde 1996. Cabe recordar que fue nominado en vida para el premio Nobel de la Paz por 118 parlamentarios ingleses en el año 1978, y que recibió dos doctorados Honoris Causa, uno de la Universidad de Lovaina en Bélgica, y el otro de Georgetown University, además del doctorado póstumo que le otorgó la Universidad Centroamericana (UCA).

Romero en los Estados Unidos

Varias universidades norteamericanas han instituido becas, premios y programas que llevan el nombre del arzobispo mártir. La Unión Teológica de Chicago, el mayor centro católico de estudios teológicos del país, creó hace veinte años el programa titulado 'Romero Scholars,' para formar a estudiantes latinos en una vigorosa tradición teológica y pastoral. El director del programa asegura que Monseñor Romero inspira a profesores y alumnos a integrar una formación intelectual sólida y un profundo compromiso para el trabajo con el pueblo. Igualmente Boston College concede desde 1993 una 'Beca Memorial Arzobispo Romero'. La Universidad de Dayton ha otorgado un 'Premio Internacional de Derechos Humanos' cada año de este siglo, a través de su programa de Ciencias Políticas 'para conmemorar el ministerio y martirio del Arzobispo salvadoreño.' La Universidad de San Francisco confiere el Premio Arzobispo Oscar Romero a el o la estudiante que se haya distinguido por tratar de aliviar la pobreza y la opresión'. La Academia Americana de Religión, en su programa de 2005, incluyó una mesa de trabajo en honor de Romero con ensayos sobre el contexto histórico de El Salvador y el tema de la reconciliación que buscó Romero en su sociedad, este último de un investigador del Trinity College de Dublín. Pero es probablemente la Universidad de Notre Dame en Indiana la que ha producido trabajos académicos sobre Romero en mayor escala, con sus ambiciosas conferencias anuales en honor de Monseñor Romero bajo la iniciativa del Instituto Kellogg de Estudios Internacionales y el sacerdote y catedrático Robert S. Pelton.

Un ejemplo extraordinario de colaboración universitaria con la causa de Romero sucedió en 2004 en Stanford, donde la politóloga Terry Karl con ayuda de su estudiante Gina Bateson investigó y preparó los materiales necesarios para ser testiga experta en el juicio de Alvaro Alfredo Saravia, prófugo, que fue juzgado y encontrado culpable de crímenes en contra de la humanidad y de complicidad en el asesinato de Monseñor Romero.

La universidad de De Paul, localizada en Chicago, alberga la correspondencia y las notas de James Brockman, biógrafo jesuita de Monseñor. Otras instituciones como Duke, George Washington, Colorado, Kansas y Wisconsin contienen en sus archivos materiales relativos a la guerra salvadoreña, los movimientos de solidaridad de Estados Unidos, los esfuerzos por conseguir la paz, y las cuestiones relativas a derechos humanos, todos los cuales contienen referencias a Romero.

Romero en los servicios a la comunidad, las bellas artes, y las artes populares

En Estados Unidos hay por lo menos cinco centros comunitarios, de defensa legal y de estudio que llevan el nombre del Arzobispo: el Instituto Romero de Santa Cruz, California, dedicado a la defensa legal estratégica y educación pública sobre asuntos de justicia y bienestar social; el Centro Romero de Camden, New Jersey, que a menudo realiza programas con centros superiores de enseñanza, incluyendo a la vecina Universidad de Rutgers; el Centro Ecuménico Oscar Romero de Filadelfia; el Centro de Renovación Romero, de Milwaukee; el Centro Romero de San Ysidro, que patrocina las series anuales de conferencias 'Oscar Romero' en California. Los programas de varios centros incluyen visitas de delegaciones a El Salvador y proyectos para jóvenes de los dos países, así como giras de conferencias de activistas comunitarios salvadoreños que siempre incluyen universidades. Hay un Centro Romero en Irlanda que promueve la educación sobre El Salvador y una 'Iniciativa Cristiana Romero' en Alemania, dedicada a campañas de justicia para obreros industriales.

El mundo del arte también ha ofrecido incontables homenajes y conmemoraciones a Romero. Dos películas y una obra musical (teatro de cámara), todas exitosas, cuentan su vida. El proyecto ecuménico 'Oraciones de los Mártires' creó una canción con las propias palabras del obispo, y se ha representado en videos y editado en un CD. En El Salvador el arte mural popular ha puesto al obispo de los pobres en innumerables paredes, tanto en las ciudades como en el campo, y estas representaciones han viajado por la Internet a muchos países. Hace dos años el conocido artista salvadoreño de La Palma, Fernando Llort, inauguró la 'Cruz de Romero' en la Catedral de San Jorge en Southwark, Londres. El artista italiano Paolo Borghi creó un hermoso catafalco para la tumba de Monseñor en El Salvador. Robert Lentz pintó el famoso icono en que en lugar de ángeles hay helicópteros. Frank Díaz Escalet ha hecho varios cuadros de temas romerianos para la colección de la Organización de Estados Americanos en Washington.

Romero en los libros en lengua inglesa

De 1981 a 2015 han circulado en Estados Unidos por lo menos veinticinco libros sobre Romero y cinco más que contienen su propio pensamiento en lengua inglesa. De estos treinta, diez se publicaron entre 1981 y 1989, cuatro de 1990 a 1999, ocho entre 2000 y 2009, y ocho más entre 2010 y 2015, es decir, hay un resurgimiento de actividad editorial en lo que va del siglo. Podemos constatar además que los volúmenes de los primeros años son traducciones del español cuyos autores son sacerdotes jesuitas, mientras que hay más autores seglares y de habla inglesa del 2,000 en adelante. Entre las prensas católicas la mejor representada es seguramente Orbis Books, que goza de una distribución amplia y mercados variados. Hay además tres prensas universitarias y aparecen también Sheed and Ward y Harper and Row. Aunque desde el principio entre los jesuitas autores se encuentran conocidos académicos como el teólogo Jon Sobrino, hay más profesores universitarios entre los libros publicados a partir de 2004. Varias disertaciones de las ciencias sociales están dedicadas a Romero, así como un gran número de artículos en revistas de estudios religiosos y teológicos no confesionales. Además de este caudal bibliográfico, casi no hay libro de historia o ciencias políticas que se refiera a la guerra civil salvadoreña que no incluya una discusión sobre el papel del arzobispo en su constante denuncia y protesta contra el gobierno y el ejército y su apoyo incondicional a los campesinos y pobladores urbanos pobres.

Los libros sobre Romero, lejos de ser dulces hagiografías, comentarios espirituales o guías de meditación, presentan su vida y su pensamiento como un regalo extraordinario para el pueblo salvadoreño (y en segundo término para el resto del mundo) en medio de un tiempo de represión del pueblo inerme, preludio de la guerra civil. Todos coinciden en el profundo significado de su testimonio y su sacrificio para la sociedad actual. Todos subrayan como el elemento clave de su vida el amor a su pueblo, a 'los pobres'. Muchos escritores llaman 'conversión' al cambio político que sufrió Romero, de ser un sacerdote conservador a ser el mayor vocero de la causa de la liberación de su patria. Los autores laicos destacan la extraordinaria lucha del arzobispo por proteger los derechos humanos de sus conciudadanos. Las colecciones de artículos editados por Robert Pelton nos dan una amplia gama de perspectivas religiosas y seculares sobre el impacto de este hombre humilde en América Latina y en la numerosa comunidad solidaria con el pueblo salvadoreño de los Estados Unidos. Desde los puntos filosóficos que discute con agudeza intelectual Jon Sobrino hasta las anécdotas que relatan las voces de la gente en la obra testimonial de María López Vigil, el contenido de estos libros causa admiración y sobre todo gratitud por una vida a la vez inteligente y generosa hasta la muerte. Destacan la cuidadosa biografía revisada de James Brockman, la nueva biografía ilustrada de Scott Wright, y el estudio psicológico sobre Monseñor Romero de Damian Zynda. Son libros, en fin, que nos dejan vivir de cerca la experiencia y la voz de un genio de la imaginación y la acción moral encarnadas en la presencia y la palabra.

Es fácil ver, pues, que a lo largo de los últimos treinta y cinco años ciertos espacios públicos se han ido saturando de una conciencia del mártir de El Salvador imposible de ignorar.

Oscar Arnulfo Romero

Oscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, San Miguel, en 1917. A los trece años inició sus estudios en el seminario regional, continuando en el seminario nacional de San Salvador y posteriormente en la Universidad Gregoriana de Roma. Fue ordenado sacerdote en 1942, y a pesar de su deseo de estudiar teología al nivel doctoral, tuvo que regresar a su país en plena guerra mundial. Durante veinte años trabajó como párroco en San Miguel. En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de San Salvador, y cuatro años más tarde se hizo obispo titular de Santiago María, una diócesis excesivamente pobre. Inesperadamente en febrero de 1977 recibió el nombramiento de Arzobispo de San Salvador, seguramente por su fama de sacerdote y líder eficiente, administrador organizado, y creyente conservador. Había dirigido el periódico diocesano Orientación, y en algunos de sus artículos es fácil ver que temía activamente la polarización política de la sociedad salvadoreña en la nueva tendencia del catolicismo latinoamericano de 'optar por los pobres'. Definitivamente creía, en esta etapa de su sacerdocio, en la búsqueda de soluciones que evitaran cualquier conflicto.

La experiencia de Romero como obispo de Santiago María le permitió ver de cerca, por un lado, la escandalosa miseria de los campesinos, y por otro, a muchos sacerdotes que se habían involucrado en las organizaciones populares. Uno de ellos era su gran amigo y colaborador jesuita Rutilio Grande. En marzo de 1977, pocas semanas después de su nombramiento episcopal, supo que Grande había sido asesinado junto con sus dos acompañantes, un niño y el hombre mayor que lo llevó en su coche de Aguilares a Paisnal, al norte de San Salvador. Esta muerte tuvo un impacto enorme en Romero, que comprendió que la entrega de su amigo a los campesinos con quienes trabajaba era la única forma de ser pastor dentro de la Iglesia.

Nadie describe la 'radicalización' de Monseñor Romero con más gracia que el jesuita Ignacio Martín-Baró, él mismo un mártir de la matanza de 1989:

. . . todos los indicios hubieran señalado a un tipo de apostolado pacato, espiritualista y puritano, más inclinado a la componenda con los poderosos que a la solidaridad insobornable con los pobres . . . Sin embargo, para gozo de los pobres y furor de los poderosos, para estupor del gobierno salvadoreño, desconcierto de la curia vaticana y conmoción del Departamento de Estado norteamericano, Monseñor Romero se convirtió sencillamente en 'Monseñor'.

Antes de la muerte de Rutilio Grande ya habían sido expulsados varios sacerdotes y religiosas extranjeros. El absoluto descaro con que se realizó la ejecución de un sacerdote a plena luz del día marcó el inicio de una nueva etapa de represión. Entre este momento y el asesinato de Monseñor Romero en 1980, otros seis sacerdotes fueron asesinados en El Salvador. En los tres años que duró el arzobispado de Monseñor Romero perdieron la vida 30,000 salvadoreños y hubo tres cambios de gobierno, todos más o menos violentos. Se desató también una campaña de difamación contra el Arzobispo en periódicos controlados por los capitalistas de El Salvador. A la vez, el arzobispado se convirtió en el centro al que acudía el pueblo para buscar ayuda y acusar a sus perseguidores al instalarse en el país una política de 'seguridad nacional'.

La respuesta de Romero a este nuevo grado de violencia fue la de un gran arzobispo, cuyo lema arzobispal era 'sentir con la Iglesia'. Inició la oficina de 'Tutela Legal', ofreciendo servicios legales para los pobres como parte del arzobispado, programa que jugó un papel de importancia incalculable en la tarea de registrar y combatir las constantes violaciones de derechos humanos. Dedicó mucho de su tiempo a convivir con el pueblo, viajando al campo, y siempre adonde había habido nuevas acciones violentas. Inauguró la transmisión de homilías dominicales por radio a todo el país, y lo siguió haciendo a pesar de que una bomba estalló en la estación radiofusora y la destruyó. Además de explicar el evangelio, esas homilías denunciaban con lenguaje incandescente cada domingo las muertes de los enemigos del régimen y su aparato militar, demandando siempre el fin de la violencia. Escribió cuatro cartas pastorales conectando las historia del momento que vivía su patria con los compromisos que los obispos católicos de América Latina hicieron en Medellín en 1968 y en Puebla en 1979, conferencias que él veía como puentes ('traducciones' las llamó él) entre el Concilio Vaticano II y el mundo latinoamericano. Es de notar que estas cartas siempre estuvieron precedidas de consultas con grupos muy amplios de su arquidiócesis.

En febrero de 1980 el Arzobispo le pidió al Presidente Carter en una carta abierta leída desde el púlpito que suspendiera el envío de armamentos y la ayuda económica al gobierno y al ejército que estaban destrozando a su pueblo. Un día antes de ser asesinado, Romero pidió, rogó, exigió, y ordenó a las fuerzas armadas salvadoreñas que cesara la represión. Al día siguiente, 24 de marzo, mientras celebraba la misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia, Romero fue asesinado por un francotirador.

En todo cuanto Monseñor expresó oralmente se mostró como un potente orador; en cuanto escribió se puede ver a un maestro inmensamente capaz, tanto como pastor y profeta como comunicador, es decir, un hombre de palabras vivas, que son, en último análisis, el negocio de la literatura y la crítica.

Romero y los pobres

El famoso autor peruano de Teología de la liberación (1971), Gustavo Gutiérrez, introdujo el programa de la más reciente conferencia internacional sobre Monseñor Romero en la Universidad de Notre Dame con una ponencia titulada: 'Una Iglesia pobre y para los pobres'. La cercanía a los pobres no es una vocación dentro del cristianismo, sino la esencia de ser cristiano, afirmó. Romero testifica con su vida que no hay amor a Dios sin amor a los pobres. La ecuación entre el Reino de Dios y los pobres es el centro del mensaje bíblico.

Para Gutiérrez, Monseñor Romero vivió esta identificación plenamente, creyendo que el mensaje liberador del evangelio tenía que estar encarnado en la historia, aquí y ahora. Destacó la situación concreta de El Salvador en el momento en que Romero tenía a su cargo la arquidiócesis de la ciudad. Era una realidad de muerte al mayoreo, ejecutada en formas de refinada crueldad. Los pobres no sólo carecían de medios de vida, sino que estaban amenazados constantemente por los escuadrones de la muerte, la tortura, las desapariciones, las masacres, y la detención de sus seres queridos.

El 2 de febrero de 1980, cuando la Universidad de Lovaina le confirió un título Honoris Causa, el Arzobispo Romero hizo del servicio a los pobres el tema principal de su discurso de aceptación, una de las más hermosas proclamaciones de su praxis liberadora. Insiste de entrada en que El Salvador no es una abstracción. Se refiere a los documentos de las reuniones episcopales de Medellín y Puebla citando la declaración: 'Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo'. Y procede a describir al pueblo con el que vive:

Ahí hemos encontrado a los campesinos sin tierra y sin trabajo estable, sin agua ni luz en sus pobres viviendas, sin asistencia médica cuando las madres dan a luz y sin escuelas cuando los niños empiezan a crecer. Ahí nos hemos encontrado con los obreros sin derechos laborales, despedidos de las fábricas cuando los reclaman y a merced de los fríos cálculos de la economía. Ahí nos hemos encontrado con madres y esposas de desaparecidos y presos políticos. Ahí nos hemos encontrado con los habitantes de tugurios cuya miseria supera toda imaginación, y viviendo el insulto permanente de las mansiones cercanas.

Romero afirma que la misión central de la Iglesia es anunciar la buena nueva a los pobres, crear una esperanza. Pero esa esperanza no es ingenua ni pasiva. Es una invitación a la concientización y a la organización. Y en el caso del arzobispo, es una invitación a defender la causa de los pobres. 'La dimensión política de la fe', dice Romero, 'no es otra cosa que la respuesta de la Iglesia a las exigencias del mundo real socio-político en que vive la Iglesia.'

En sus palabras brilla la valentía de quien ha tomado una determinación de acompañar a la gente en su destino, el compromiso religioso que reconoce que ningún sistema político será capaz de parecerse a 'la plenitud final que Dios concede', y la confianza de que a pesar de eso, hay que alentar la esperanza de la obtención de 'pan, techo y trabajo'.

Romero no ve a los pobres como una masa informe, como 'el proletariado' o 'el campesinado'. Por el contrario, los pobres son personas con nombres y apellidos. Son sus amigos. Como ha notado la Profesora Carmen Nanko-Fernández, del Catholic Theological Union, la última homilía de Romero está dedicada a Sara Meardi de Pinto en el aniversario de su muerte, siendo ella la madre de un editor y periodista que buscaba la justicia. 'Romero comprendió la importancia de lo aparentemente olvidable y ordinario, como lo demuestran las palabras de su última homilía', dice ella. Y cita la forma en que Monseñor expresa su aprecio por lo que esta buena mujer ha hecho por la justicia y la paz.

Monseñor Romero, Profeta

Los profetas del Antiguo Testamento buscan cimbrar con sus palabras al pueblo de Dios. Para hacerlo no tienen más que la palabra, y ésta ha de quemar para destruir la conciencia anquilosada o dormida de los que la escuchan. Así también el Arzobispo podía elevar su voz en denuncias, reconvenciones y serias advertencias a los sectores que más le parecían responsables por el mal trato al pueblo. Con razón dice Gustavo Gutiérrez: 'No sólo es claro el mensaje de Romero: también es exigente'.

Jon Sobrino habla de las tres dimensiones de la palabra profética en relación a Romero. Dice que ésta es histórica, teológica y escatológica. Es histórica porque denuncia el pecado social, identifica a los responsables, demanda su conversión y proclama la esperanza futura en un momento actual. La palabra profética es teológica porque su fuente es Dios, mira la realidad desde la perspectiva de Dios. La palabra profética es también escatológica porque apunta a un futuro que rebasa la vida misma del profeta.

Monseñor Romero había dicho que sus homilías querían ser 'la voz de este pueblo. La voz de los que no tienen voz', en alguna manera desplazando el poder profético de sí a su Iglesia, a su comunidad salvadoreña. Pero estas homilías emiten juicios proféticos. Dice Romero:

La oligarquía, al ver el peligro que existe de que pierda el completo dominio que tiene sobre el control de la inversión, de la agroexportación y sobre todo el casi monopolio de la tierra está defendiendo sus egoístas intereses; no con razones, no con apoyo popular, sino con lo único que tiene: el dinero que le permite comprar armas y pagar mercenarios que están masacrando al pueblo y ahogando toda legítima expresión que clama justicia y libertad...

Y en otro momento:

Queridos hermanos, quién pusiera elocuencia de profeta a mis palabras para sacudir la inercia de todos aquellos que están como de rodillas ante los bienes de la tierra. Aquellos que quisieran que el oro, el dinero, las fincas, el poder, la política, fueran sus dioses inacabables. ¡Todo eso se va a terminar! Sólo quedará la satisfacción de haber sido un hombre en la política o en el dinero, fiel a la voluntad de Dios.

A los militares los llama a conversión pero también les avisa:

En el fondo de todo el contenido de respuestas de la Fuerza Armada a los civiles, me parece que hay una exagerada idolatrización de la institución misma. Hay que tener en cuenta, queridos militares, que toda institución, incluida la institución castrense, está al servicio del pueblo.

Con palabras similares y algunas veces más fuertes Romero condena las acciones militares y del sector privado que él llama generalmente 'oligarquía', esa minoría de terratenientes y comerciantes salvadoreños que controlaba gran parte de la tierra productiva de café y otros cultivos. En cuanto a las organizaciones populares, su conexión con ellas es tan compleja que prefirió, con la ayuda de su obispo coadjutor Monseñor Rivera y Damas, escribir la Tercera Carta Pastoral del 6 de agosto de 1978 para explicarla. En ella los dos obispos argumentan que los ciudadanos salvadoreños tienen el derecho a la organización en el marco de su constitución y el consenso universal de los derechos humanos. Arguyen después que es posible defender, dentro de la Iglesia, el derecho a la legítima defensa armada, pero no sin claras limitaciones. Denuncian la violencia anárquica e irracional. Proceden después a delimitar la relación entre la Iglesia y las organizaciones populares, estableciendo el papel óptimo de los sacerdotes que a la vez están presentes entre el pueblo que se organiza y tiene claro su papel como representantes de la Iglesia.

El 17 de febrero de 1980 el Arzobispo leyó en la catedral, como parte de su homilía, la carta abierta que estaba por enviarle al Presidente Carter, solicitando que no enviara ayuda militar. Es una carta prodigiosa por su lenguaje directo y respetuoso que no cede ni por un momento la autoridad moral sobre el punto. Dice Monseñor:

Me preocupa bastante la noticia de que el Gobierno de Estados Unidos esté estudiando la manera de favorecer la carrera armamentista de El Salvador enviando equipos militares y asesores para 'entrenar a tres batallones salvadoreños en logística, comunicaciones e inteligencia'. En caso de ser cierta esa información periodística, la contribución de su Gobierno en lugar der favorecer una mayor justicia y paz en El Salvador agudizará sin duda la injusticia y la represión en contra del pueblo organizado que muchas veces ha estado luchando por que se respeten sus derechos humanos más fundamentales.

Poco después el embajador de Estados Unidos en El Salvador le llevó al Arzobispo en persona la respuesta del Presidente, que naturalmente negó cada una de las premisas de la carta episcopal, y su petición de frenar la colaboración con el gobierno salvadoreño y su aparato de muerte.

Nadie podría haber estado tan consciente como Romero del inmenso poder del país del Norte frente a El Salvador, y como hemos visto, su capacidad de distorsión de los procesos políticos latinoamericanos. Sin embargo el Arzobispo conocía bien los movimientos ecuménicos de solidaridad que habían surgido en muchos estados de la Unión Americana para detener la ayuda militar y servir como voceros de la realidad salvadoreña en su país. La homilía del penúltimo día de su vida se inició con la bienvenida a la Delegación Ecuménica que lo visitaba, saludando a cada uno y una de sus miembros por nombre y afiliación, a lo que los oyentes de la Catedral respondían con aplausos agradecidos. Esta distinción y esa fineza también pertenecen al marco de un profeta que reconoce la gracia en lugares improbables.

Monseñor Romero y la violencia

Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador. El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como testimonio de esperanza en el futuro. Pueden decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá así se convenzan de que pierden su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás.

Estas palabras que Romero ofreció a un reportero de Excélsior sobre la posibilidad de su martirio retratan la forma en que veía la violencia de su país: algo inútil, inmensamente doloroso para 'su pueblo', pero incapaz de tener la última palabra sobre el drama que vivía El Salvador.

Respondiendo a las acusaciones que lo presentaban como un subversivo que alentaba la insurrección desde el púlpito, aceptó que sí predicaba una violencia:

Esa violencia no es la de la espada, la del odio; es la violencia del amor, la de la fraternidad, la que quiere convertir las armas en hoces para el trabajo. Qué hermoso llamamiento podíamos hacer aquí, hermanos, cuando el trabajo abunda en nuestras campiñas, a que no se vaya a convertir en odios, ni en luchas ni en sangre. Desde el domingo pasado estoy clamando para que las cortas de café, de algodón y de caña, sean un canto de alabanza al Señor. No esperando leyes, sino inspirando en el amor de fraternidad que une a los dueños y a los trabajadores. Que hagamos de nuestras campiñas un himno, que haga sólo con la generosidad con que Dios nos regala sus cosechas. Esta es la meta, hacia esa paz caminamos.

Nuevamente es evidente la dimensión profética de la palabra romeriana, haciendo eco de los versos de Isaías 2:4: 'Forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas.' Pero más allá de la intención profética, hay un entendimiento de la violencia del cambio y la conversión. Por eso Jon Sobrino se atreve a decir, en su análisis de la dimensión profética de Romero, que 'No es, pues, en cuanto profética, una palabra conciliadora, ni negociadora, ni condescendiente con la fragilidad humana'.

La Cuarta y última Carta Pastoral de Romero, 'Misión de la Iglesia en Medio de la Crisis del País' es de una intensidad sobrecogedora. Ahí la discusión de la violencia vuela por su cuenta, pues ya en la Tercera Carta había explicado el Arzobispo, con la colaboración de Monseñor Rivera y Damas, la teoría de la Iglesia sobre el tema. Ahora habla la voz de alguien que, en agosto de 1979, está sumergido en una realidad que se le impone con todo su horror.

Romero nos indica que como evangelizadora, la Iglesia busca la paz, pero una paz que no ignora la justicia. Por eso:

  1. Condena la violencia estructural que permite la distribución injusta de la riqueza, especialmente la tierra. La violencia estructural produce violencia física.

  2. Rechaza la violencia de Estado, a la que llama 'arbitraria y represiva'. A la vez condena la falta de tribunales de justicia que protejan a los ciudadanos acusados de ser subversivos o terroristas, lo que permite al Estado capturar, desaparecer, torturar y asesinar impunemente.

  3. Proscribe la violencia 'de la extrema derecha', que en este caso se refiere a los grupos paramilitares que operan anárquicamente al servicio de los poderosos y 'han enlutado al magisterio nacional, las organizaciones populares, los partidos políticos y la misma Iglesia'.

  4. Reprueba igualmente la violencia terrorista injusta de cualquier grupo político.

  5. Discute la violencia de la insurrección a través de los documentos de la Conferencia Episcopal de Medellín (1968) que citan al Papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio: 'es legítima una insurrección en el caso muy excepcional de tiranía evidente y prolongada que atentara gravemente contra los derechos de la persona y damnificara peligrosamente el bien común del país, ya provenga de una persona, ya de estructuras evidentemente injustas.' Situación que definía en ese momento a muchas repúblicas latinoamericanas.

Entre las palabras más conocidas de Monseñor está su condena de la violencia de las fuerzas armadas el domingo previo al asesinato:

Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: 'No matar'. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado... En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión'.

Según Julian Filochowski, director del Fideicomiso Romero en Londres, el alto mando consideró que este llamamiento era una provocación, una invitación al motín de las fuerzas armadas, y decidió poner en marcha el plan del asesinato previamente construido.

En suma

Si tengo razón en creer que Monseñor Romero tiene palabras vivas que darnos, su lectura y su estudio debieran extenderse y ser parte de una práctica crítica dentro del mundo académico sin tener que coincidir con sus creencias religiosas. No creo que leer a Romero debe hacerse solamente en el contexto de su propio momento, los tres años de su arzobispado. Hay que leerlo en el momento actual, en la diáspora salvadoreña y latinoamericana, tres décadas y media después de su muerte y en el mismo país que sufragó la guerra.

En su mayor parte las universidades norteamericanas reproducen las estructuras de poder de las sociedades que las crean. Sólo un esfuerzo real de alterar el modo en que leemos literatura y lo que consideramos materiales para la clase puede oponerse a lo que Amy Kaminsky llama 'prácticas culturales represivas', aquéllas que ignoran la desigualdad en todos aspectos. Mirando a Latinoamérica, Kaminsky también critica la división en la academia norteamericana de lo político y lo estético, como Romero habría criticado la división absoluta entre lo religioso y lo político.

Es posible hacer que dialoguen Monseñor Romero y Slavoj Žižek, en su exploración de quién es el prójimo a y qué significa amarlo. Y también invitar a la conversación a Gayatri Chakravorty Spivak cuando se da cuenta del poder subversivo de la enseñanza de una literatura escrita en inglés en una parte del mundo previamente colonizada, haciendo que surja 'the emergent dominant,' o el/la futuro sujeto dominante.

En cierta manera Romero se parece a Dorothy Day y a Thomas Merton, otros creyentes heroicos de este país que se opusieron en sus palabras y en su vida al poder insaciable de su gobierno. Day se opuso a la intervención en Nicaragua, mientras que Merton buscó detener la guerra de Vietnam en sus inicios. ¿Quién va a oponerse a la llegada de otro billón de dólares a Centroamérica para reforzar 'la seguridad' de la región?

El presente momento histórico en todo el mundo nos invita a buscar una solución radical a la desigualdad, a comprometernos a una solidaridad profunda con los grupos humanos que no tienen acceso a alimento, vivienda, educación, cuidado médico, representación legal y fuentes de trabajo. Nos invita a encontrar formas de detener las leyes que crean sufrimiento, injusticia y muerte, como en el caso de la migración transnacional. El regalo de un pensamiento coherente y fecundo como el de Monseñor Romero, el santo de América, está lleno de esperanza.

Roque Dalton tiene razón:

Rosas rojas nacieron de la sangre ardiente,
flores de púrpura se abrieron,
y sobre las tumbas olvidadas
trenzaron coronas de gloria.

 

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.