Opinión /

Matar en nombre de todos


Lunes, 17 de agosto de 2015
Laura Aguirre

La Patty tenía veintipocos años cuando la conocí, hacía trabajo doméstico y cuidaba a un niño de tres en una casa clase media alta. La Patty nació en un hogar pobre, uno de esos que en nuestro país casi tienen el destino escrito para sus miembros desde que nacen: seguir siendo pobres. Pero había logrado terminar el bachillerato. Sin embargo, eso no fue suficiente para encontrar otra manera mejor de ganarse la vida que no fuera como “muchacha”.

Nunca le pregunté cómo se sentía con el trabajo. Tampoco supe qué pensaba de las condiciones en que lo hacía (que en comparación con el estándar salvadoreño no eran malas): sus empleadores eran amables, era interna, le pagaban el mínimo, salía cada 15 días y tenía vacaciones. Lo que sí sé es que no quería quedarse como trabajadora doméstica toda su vida, quería superarse. Por eso un día habló con su jefa y le advirtió que probablemente se iría pronto. Había aplicado para hacer el examen de admisión a la PNC. Quería ser policía.

Cuando llegó el momento de la aplicación, su jefa me llamó y me pidió que ayudara a la Patty con unas “cosas” que le habían pedido. Tenía que contestar una batería de preguntas relacionadas con los Derechos Humanos ¿Qué eran? ¿Por qué eran importantes para la PNC? ¿Para qué servían? Fue un poco difícil porque nunca había recibido alguna instrucción al respecto. Las palabras derechos humanos algo le sonaban, algo había escuchado sobre ellas, nada más. Pero tenía empeño, quería aprender y estudió mucho. Al final logró entregar un buen documento y aprobar el resto de pruebas. La Patty lo consiguió, se hizo policía.

Todos los que la conocimos en esa época nos sentimos contentos por ella. Se esforzó, luchó mucho y conquistó su meta. Pensé que quizá hasta lograría romper con ese destino de pobreza que parecía escrito para ella.

La Patty logro ser policía y desde entonces le perdí el rastro. No tengo ni idea de cómo le va, de dónde fue asignada, ni de cuáles son sus tareas. Pero pienso mucho en ella, en sus deseos de tener una vida mejor, en las ilusiones por lograrlo y en el costo que eso hoy está teniendo para ella. Me pregunto cómo vivirá su trabajo desde que los agentes de la PNC son blanco de las pandillas. Cuando el número de agentes muertos no dejó de subir ¿le habrán explicado por qué ahora ella es un objetivo?, ¿sabrá por qué razones la dinámica de odio y matanzas entre pandillas pasó también a ser entre pandillas y el estado que ella representa?

La pienso sola y con sus compañeros, todos con el mismo deseo de vivir en paz que el resto de nosotros, pero con la diferencia de estar cargando sobre su hombros el peso de la violencia. ¿Cómo será saberse la protagonista de la estrategia estrella de seguridad del estado (del gobierno de ahora y de los anteriores, de los políticos de todos los colores): hacerle la guerra a las pandillas, eliminarlos, como dice el nefasto “héroe azul”? La visualizo con sus veintipocos, caminando en las calles con su uniforme y me intriga cómo se explicará a diario ese deber de arriesgar la vida por… ¿qué? Ella debe servir y proteger (nos) ante todo, dicta el eslogan de la PNC, pero por su vida no responde nadie, ni el gobierno para el que trabaja. ¿Qué se dirá a sí misma para salir a trabajar todos los días? ¿Cómo contendrá la incertidumbre, el miedo cotidiano de morir cumpliendo su deber? En esta guerra obsesiva que ella no decidió la imagino con el mismo dilema todos los días. ¿Recordará lo que al inicio recitaba sobre derechos humanos? ¿Cómo se explicará que incontables “ciudadanos decentes” le pidan que no respete la institucionalidad, que obvie los procedimientos legales, que ignore los ideales con los que fue creada la PNC, que tome la justicia en sus manos en nombre de todos? ¿Qué tipo de policía será la Patty hoy que tantos le suplican, le demandan, le exigen: “¡matá, matá, matá!”?

 

*Laura Aguirre es estudiante de doctorado en sociología en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Su tesis, enmarcada dentro de perspectivas feministas críticas, está enfocada en las mujeres migrantes que trabajan en el comercio sexual de la frontera sur de México. Su trabajo también abarca la sexualidad, el cuerpo, la raza, la identidad y la desigualdad social.

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