El Salvador / Desigualdad

Así se vive y se muere en un exbolsón

En 1992 terminó un pleito limítrofe entre Honduras y El Salvador que dejó en el limbo a miles de salvadoreños en los exbolsones. Seis años más tarde, en 1998, ambos gobiernos se comprometieron a velar por los derechos de todos los habitantes de esas zonas, pero 17 años después a los pobladores de un exbolsón siguen condenándolos a su suerte.


Lunes, 21 de diciembre de 2015
Yéssica Hompanera

La clínica de la doctora Narcy Galo es una casa con paredes hechas con ladrillos rojos. Escondida entre las montañas, Narcy Galo atiende a muchos pacientes que viajan entre bosques y calles de tierra para llegar hasta el caserío El Zancudo, en el municipio de Yarula, departamento de La Paz, Honduras. En su clínica, cobijada bajo el sistema de salud hondureño, Narcy Galo hace lo que puede con los pocos recursos que cuenta para darle atención a los pobladores perdidos en el limbo de esta zona, declarada como territorio hondureño por un tribunal de justicia internacional en 1992. Pero cuando en El Zancudo las enfermedades se complican y la atención médica necesita especialización y urgencias, Narcy Galo no duda en tomar una decisión alejada de cualquier conflicto: envía a sus pacientes montaña abajo, al otro lado de la frontera, a El Salvador.

Los habitantes de este exbolsón son en su mayoría abuelos, abuelas, padres y madres salvadoreños con hijos nacidos a partir de 1992 en territorio hondureño. Todos tienen la doble nacionalidad, que en resumidas cuentas les sirve para la atención más básica y esencial, pero cuando están muy graves, a los habitantes de El Zancudo les conviene más pasar la frontera hacia El Salvador y buscar asistencia en el municipio de Perquín, o bajar un poco más hasta San Francisco Gotera, la cabecera del departamento de Morazán. Es preferible eso a perder el tiempo y recursos que no tienen por caminos sinuosos hacia el poblado más cercano en Honduras. Narcy Galo lo sabe, y por eso no duda, con una convicción firme y decidida, en enviar a sus pacientes hacia El Salvador porque en en esta zona no hay suficientes medicamentos. A los salvadoreños que le ha tocado nacer, crecer y en muchas ocasiones morir en el limbo de los exbolsones, la vida y la muerte puede llegar a definirse en un solo lado de la frontera.

En los exbolsones, la mayoría de los pobladores viven de cultivar la tierra. Antes del fallo de 1992, una de las principales fuentes de ingreso era la comercialización de madera. Sin embargo, tras el fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) esta actividad fue prohibida por las leyes hondureñas.
En los exbolsones, la mayoría de los pobladores viven de cultivar la tierra. Antes del fallo de 1992, una de las principales fuentes de ingreso era la comercialización de madera. Sin embargo, tras el fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) esta actividad fue prohibida por las leyes hondureñas.

La doctora Narcy Galo creció en Tegucigalpa y llegó a esta zona, junto a su larga cabellera negra y su voz suave, paciente, hace más de tres años. Su clínica está ubicada al pie de una colina que conduce al camino que lleva hasta la frontera con El Salvador, hora y media pendiente abajo. Está rodeada por una escuela pública, adscrita al sistema educativo hondureño, y por pequeñas casas hechas de madera de pino, que con el tiempo y el clima helado han tomado una tonalidad gris en sus fachadas. Aquí hay pobreza, de esa que da diversión a un puñado de niños en una cancha de tierra, donde juegan el recreo o se entretienen después de clases.

En la clínica hay bancos de madera y aluminio donde los pacientes se sientan, luego de haber recorrido caminos, cuestas y matorrales, a esperar la consulta. El día con mayor movimiento casi siempre es el lunes. Ha habido casos en que a la doctora se le aglomeran hasta 50 pacientes que vienen desde los caseríos y cantones del bolsón.

En la farmacia de la clínica hay una estantería de metal repleta de canastas plásticas de diferentes colores en las cuales deberían estar los medicamentos. Las canastas casi siempre están vacías. Narcy Galo dice que en muchas ocasiones se las tiene que arreglar para solventar la escasez de las medicinas.

“A veces quedamos un poco desabastecidos pero tenemos medicamentos de una oenegé, así que ahí nos vamos nivelando”, dice.

Los habitantes de El Zancudo casi siempre se enferman de lo mismo. Puede que sea por la altura y las temperaturas heladas de esta zona. Aquí son comunes las infecciones en las vías respiratorias, neumonías y problemas en la piel de los menores de edad. En estas montañas rodeadas de pinos, robles y cipreses los días son cálidos, pero en las noches la temperatura puede bajar hasta los 10 grados centígrados.

Un forastero podría preguntarse por qué esta gente decidió vivir aquí, escondida entre las montañas. En El Zancudo, como en la mayoría de los exbolsones, el viento y el aire helado ha quemado y deshidratado la piel de los habitantes. Sus rostros los delatan. Las mejillas, con quemaduras debido a las temperaturas, se asemejan a la cáscara de un mango maduro.

Hace tres años, en la noche del 14 de diciembre de 2012, una joven de 15 años necesitó ayuda de urgencia en El Zancudo. Ema Hernández había sufrido un parto complicado a las ocho de la noche, y 15 minutos más tarde esperaba sobre la calzada, postrada en la cama de un pick up, la ayuda de Narcy Galo.

Cuando la doctora Narcy la atendió, lo único que se le pasó por la cabeza fue enviarla a El Salvador, porque no tenía cómo ayudarla. Para poder salvarse Ema tendría que bajar hasta el país donde sus padres nacieron, bajando la montaña, cruzando la frontera, porque Narcy Galo, aunque quisiera, no podía hacer nada por ella.

***

El viernes 11 de septiembre de 1992, Carlos Argueta se despertó cerca de las cinco de la madrugada y salió a talar un árbol de pino con otros hombres de la localidad. Con su ropa de trabajo, una camisa manga larga, un pantalón de vestir, una chaqueta para el frío y sus botas puestas decidió caminar junto con sus cinco compañeros hacia el espeso bosque en busca de un pino. El sol aún no había salido. En el bosque había una densa bruma.

Como era cotidiano, Carlos alistó una pequeña radio “de esos sencillos” que funcionaba con baterías para escuchar música o alguna que otra noticia mientras trabajaban. A las seis de la mañana la faena de los leñadores apenas comenzaba, y fue entonces cuando una noticia dejó a todo mundo callado. “Fue bastante incómodo cuando recibimos la noticia, incluso mucha gente derramó lágrimas como si fuera algo terrible”, recuerda Carlos.

A través de la radio, un locutor anunció que los territorios salvadoreños ahora pasaban a formar parte del estado Hondureño. Territorios donde seis hombres salvadoreños talaban un pino y centenares de familias ignoraban la magnitud de la noticia.

Aquel viernes 11 de septiembre de 1992, ocho meses después de la firma de la paz entre la exguerrilla y el gobierno de El Salvador, la Corte Internacional de Justicia cedió a Honduras 160 kilómetros cuadrados que eran reclamados por El Salvador. El fallo puso fin a una larga lucha jurídica que data desde los tiempos de la colonia. Pero los territorios y la tierra no fueron lo único que se perdió luego de la sentencia. Miles de familias salvadoreñas quedaron atrapados en la tierra que ahora pertenece a Honduras. Con un futuro incierto y sin saber exactamente qué había ocurrido, los salvadoreños se convirtieron en unos extranjeros en la tierra donde muchos de ellos habían nacido.

Carlos y sus compañeros dejaron de cortar pinos y salieron apresurados del bosque para ir a comunicar la noticia a la población del caserío El Zancudo.

“No hubo consulta del pueblo cuando se dio el fallo. Nosotros amanecimos en otro país”, dice Carlos Argueta.

El Zancudo hoy tiene una población de 1 mil 600 habitantes. En los bolsones de Nahuaterique (conformado por tres grandes sectores: Nahuaterique-Centro, El Zancudo y El Carrizal) hoy sobreviven, en 25 caseríos, cerca de 6 mil 500 personas afectadas por ese fallo.

A partir del 11 de septiembre de 1992, Honduras absorbió 160 kilómetros cuadrados del territorio salvadoreño. Los bolsones de esta zona montañosa, boscosa y húmeda (ubicada a unos 1 mil 900 metros sobre el nivel del mar en su parte más alta), antes del fallo de la Corte Internacional de Justicia pertenecían a los municipios de Perquín y Arambala, al norte de Morazán, en El Salvador. Luego del fallo estos territorios pasaron a ser hondureños en el departamento de La Paz, al suroeste del país vecino.

Carlos Argueta salió despavorido del bosque junto con sus compañeros de trabajo. Cuando llegaron a El Zancudo, vieron que todo transcurría con normalidad y decidieron reunir a la población para contarles la noticia. Así que fueron casa por casa dando un adelanto de lo que habían escuchado en la radio. Carlos recuerda que algunos vecinos comenzaron a llorar y a comentar que los militares hondureños los reprimirían, aún más, por estar en territorio hondureño. Otros incluso temieron que ya no verían a sus familiares que habían quedado en El Salvador.

Mauricio Argueta se dedicó por muchos años a la comercialización de la madera como muchos hombres de la zona. A pesar de que esta actividad es ilegal, muchos lugareños aun la ejercen.
Mauricio Argueta se dedicó por muchos años a la comercialización de la madera como muchos hombres de la zona. A pesar de que esta actividad es ilegal, muchos lugareños aun la ejercen.

A media mañana cada rincón del bolsón estaba enterado. Carlos dice que “nunca pensamos que se diera un resultado como tal, siempre analizabamos que podríamos ser una mala suerte quedar en territorio de Honduras, porque a lo largo de la historia se había tenido un mal comportamiento de parte de ellos sin ser parte (nosotros) del territorio hondureño”.

Carlos Argueta nació en 1960 en el caserío La Galera, a quince minutos de El Zancudo, una de las 26 comunidades de los exbolsones. Él no recuerda cuándo es que su familia llegó a este caserío, y solo sabe que ya estaba ahí mucho antes que la zona fuera declarada caserío, en 1950. Desde siempre, en esta zona las familias sobreviven de labrar la tierra, cortar y comerciar madera y criar ganado.

Hubo una época en la que Carlos se alejó de los quehaceres de la familia y decidió cambiar las sierras por las armas. El 7 de abril de 1984 llegaron a la zona guerrilleros de la brigada del comandante Mena Sandoval para reclutar a jóvenes dispuestos a morir por la revolución en El Salvador. Carlos tenía apenas 14 años de edad cuando aprendió a usar armas y a combatir en las montañas de Morazán. Tras la firma de la paz, Carlos tuvo dos hijas gemelas y un hijo con su esposa Digna. Tras la firma de la paz Carlos regresó al oficio que le había enseñado su padre: la carpintería.

Carlos y su familia siempre se han dedicado al trabajo de la madera, procurando tener tablones para comercializarlos, aunque no siempre los vendía. Poco a poco hizo mesas, camas y sillas que ocupa en su casa. Cuando estos territorios pasaron a jurisdicción hondureña, la tala, compra y venta de madera quedó prohibida y fue penada con cárcel y una multa.

En la actualidad, la Ley de cooperación hondureña de desarrollo forestal (COHDEFOR) establece que se sancionará con multas que ascienden hasta cien mil lempiras, equivalentes a 4 mil 483 dólares, a quienes talen madera y la comercien. La subsistencia de Carlos y de muchos otros está penada por la ley.

Como vivir de la tierra no alcanzaba para mantener a los cinco miembros de su familia, Carlos siguió talando árboles para vivir de la venta de la madera. Fue así hasta que un miércoles santo de abril de 1998, unos militares hondureños emboscaron el camión con madera de pino en el que Carlos y otros leñadores se conducían de los exbolsones hacia El Salvador. Los soldados dispararon hacia las llantas del vehículo para impedir su escape. Todos fueron retenidos y encarcelados durante cuatro días en el penal de Marcala, del departamento de La Paz, Honduras. Para quedar en libertad tuvieron que pagar una multa de 8 mil lempiras, equivalentes a 358 dólares cada uno.

Labrar la tierra y comercializar madera. Para quienes habitan los bolsones casi siempre están condenados a vivir de uno de estos dos rubros. Las oportunidades de superarse están muy alejados de los centros de comercio, tanto de Honduras como de El Salvador. Estas zonas son muy pobres y parece ser que el tiempo se ha detenido o va muy despacio.

En la zona de los bolsones 4 de las 26 comunidades, tienen energía eléctrica parcializada. La mayoría se abastece de luz eléctrica con plantas que ellos mismos han llegado improvisado. La energía eléctrica es transmitida a través de pequeño motor que funciona con gasolina. En El Zancudo habitan alrededor de 266 familias de las cuales 40 cuentan con energía eléctrica gracias a este experimento.

Gracias al comercio de la madera, Carlos consiguió uno de estos moteres e iluminar su casa, al menos durante una hora, con medio galón de gasolina. Para obtener la gasolina viaja hasta el municipio de Jocoaitique, en El Salvador, donde se encuentra la gasolinera más cercana, a una hora con veinte minutos del caserío La Galera.

En El Zancudo hay una escuela rural administrada por el gobierno de Honduras y todos los hijos de Carlos han pasado por ella. La escuela es pequeña, sus paredes están pintadas con el azul y blanco (el hondureño) y debido al tiempo y el descuido ya urgen de otra mano de pintura. La Escuela solo atiende de primero a noveno grado. Que los niños de la escuela tengan un pupitre donde sentarse no ha sido obra y gracia del estado hondureño. Ha sido obra y gracia de Carlos Argueta, que ha talado árboles, violando una ley hondureña, para convertir la madera en los pupitres de los estudiantes.

Un día su hijo menor -‘Carlitos’, como le dicen la familia- le dijo a su papá que no tenía donde sentarse para recibir las clases. Carlitos no era el único en esas condiciones. Así que Carlos buscó entre la madera que tenía guardada en una bodega a la par de su casa, y encontró un tablón de madera, de ésta hizo a su hijo un pupitre de pino fino, para que pudiera sentarse y recibir sus clases. Otros diez niños más se beneficiaron de la manera que Carlos había sacado de aquellas montañas.

Carlos es amigo de la doctora hondureña Narcy Galo y de vez en cuando acude a la clínica de El Zancudo para conseguir pastillas para alguna dolencia, sobre todo para las gripes. En una ocasión su esposa Digna le comentó que había escuchado el caso de una muchacha que había tenido problemas con su embarazo. Se trataba de Ema, aquella chica de 15 años que se moría, desangrada, luego de un parto complicado.

Cuando Ema llegó a la clínica de la doctora Galo, aquella noche de diciembre de 2012, su cuerpo estaba desangrándose. Su vecino Salomón tenía un pick up y con otro hombre de la comunidad ayudaron a Ema a salir de su casa. El vehículo se puso en marcha. Salomón conducía mientras el otro hombre le vigilaba la agonía. Cuando llegaron a la clínica, Salomón expuso el cuadro a la doctora, mientras corrían colina abajo hacia el pick up que se había quedado en la carretera.

Al ver a Ema, Narcy Galo temió lo peor. Bastó con verla en la cama del píck up para ordenar que se la llevaran de inmediato hacia la clínica asistencial de Perquín, en El Salvador, al otro lade la frontera, a una hora de camino.

***

Cuando Mauricio Argueta tenía 14 años, estaba listo para cursar noveno grado en la escuela del caserío La Galera. Sin embargo, antes de iniciar el año se enteró que no podría seguir estudiando ya que la escuela no podía atender a tan pocos estudiantes: Mauricio y cuatro amigos más. La Galera es otro caserío vecino a El Zancudo. Ahí las casas están alejadas una de la otra, siempre rodeadas de pinos y cipreses. Cuando baja la neblina, en horas de la mañana o en la tarde, esta se confunde con el humo de las ornillas de las cocinas de las casas. A Mauricio le quedaban dos opciones: dejar de estudiar como algunos de sus compañeros o estudiar en otra escuela de la zona de los exbolsones. La más próxima está ubicada en el caserío El Zancudo, a 20 minutos -caminando- desde su casa. Para él no implicaba mayor cambio.

Muchos de los niños y niñas que asisten a la escuela de la zona de los bolsones deben de recorrer horas para poder estudiar. Los estudiantes reciben doble jornada:asisten durante la mañana y por la tarde. El profesor de tercer grado del centro escolar del caserío El Zancudo, Kelvin Argueta, dice que muchos de los estudiantes no terminan la segundo jornada ya que deben marcharse debido las distancias que deben de recorrer hacia sus hogares.
Muchos de los niños y niñas que asisten a la escuela de la zona de los bolsones deben de recorrer horas para poder estudiar. Los estudiantes reciben doble jornada:asisten durante la mañana y por la tarde. El profesor de tercer grado del centro escolar del caserío El Zancudo, Kelvin Argueta, dice que muchos de los estudiantes no terminan la segundo jornada ya que deben marcharse debido las distancias que deben de recorrer hacia sus hogares.

Según el Diagnóstico de la Realidad de Nahuaterique, realizado por la Fundación para el Desarrollo Educativo en Morazán en Acción (FUNDEMAC), de las 26 comunidades que posee la zona de los ex bolsones, 11 tienen kínder, 15 poseen escuela primaria (de primer grado hasta sexto grado); hay dos escuelas que imparten de séptimo a noveno grado en Nahuaterique-Centro y El Zancudo; y un instituto de bachillerato.

Mauricio logró terminar su noveno grado en El Zancudo, y a la hora de buscar bachillerato se le complicó el panorama. O quizá se lo complicó él sólo. O quizá se lo complicó la burocracia de dos países que se comprometieron a velar por los derechos de estos habitantes, pero que en la práctica los han dejado en el olvido.

El 19 de enero de 1998, Honduras y El Salvador firmaron un acuerdo binacional llamado Convención Sobre Nacionalidad y Derechos Adquiridos en las Zonas Delimitadas por la Sentencia de la Corte Internacional de Justicia del 11 de Septiembre de 1992. En ese acuerdo, ambos gobiernos se comprometieron a velar por los derechos de los habitantes de los exbolsones y reconocieron a los pobladores el libre tránsito entre las fronteras, derecho a doble nacionalidad y a la propiedad de la tierra que ahora está en Honduras. En la teoría, el acuerdo garantiza la protección a estos pobladores de parte de dos Estados. En la práctica, el acceso a servicios básicos, educación y salud de calidad depende de la inventiva y la creatividad de los pobladores. O de la certeza que ellos tienen sobre un futuro mejor: uno que está en El Salvador y no en Honduras.

Jóvenes como Mauricio, aunque sabe que posee la doble nacionalidad, lo tienen muy claro. Más allás de los exbolsones, en Honduras, para que los pobladores que quedaron atrapados en este limbo fronterizo hay muy poco. Los nexos familiares, comerciales y educativos, están del otro lado, en El Salvador. Por eso, aunque en los bolsones hay bachillerato bajo la currícula hondureña, Mauricio quería ser graduado en El Salvador. Su mejor opción era el bachillerato del cantón Rancho Quemado de Perquín, a 30 minutos -en autobús- desde su casa.

Con la ayuda de un amigo, un profesor de bachillerato de Rancho Quemado, logró entrar y estudiar bachillerato general a distancia. Los días de la semana Mauricio se quedaba en La Galera, donde se dedicaba a cuidar el ganado, cultivar maíz en la temporada y ayudar en los quehacer junto con su mamá. Para poder costearse el estudio, y el pago del transporte, de vez en cuando aserraba madera y la comercializaba para poder ganar un poco más de dinero. Todos los sábados y domingos Mauricio viajaba de madrugada para estudiar en Rancho Quemado. Regresaba por la tarde, para continuar con sus quehaceres de la semana en La Galera.

Al igual que Carlos Argueta, aquel hombre que hace pupitres con madera de pino, Mauricio también ha estado cerca de terminar preso por “contrabandear” con aquel recurso que les ayuda a sobrevivir. Él dice: “lo que aserramos no es ni la tercera parte de todo el bosque”. En esas andanzas él se encargaba de cortar la madera, y luego la colocaban en camiones que la transportaban a El Salvador cruzando un “paso ciego” de la frontera. Mauricio comenta que en varias ocasiones fueron descubiertos por los militares hondureños. “Ahí con mordida, una vez nos pidieron para la gasolina porque no tenía para seguir patrullando”, dice entre risas.

Mauricio Argueta tenía cuatro años cuando ocurrió el fallo. Él creció toda su vida con su mamá, Dominga Argueta, una mujer campesina de 65 años. Mauricio nunca conoció quién es su padre. Ahora tiene 27 años, vive en Honduras con documentación de ambos países, pero no duda en apoyar a ‘la Selecta’ salvadoreña cuando ambos equipos se enfrentan. La ruta que Mauricio utilizaba para bajar a estudiar a El Salvador, es la misma que hacen todas los habitantes de los bolsones para salir de territorio hondureño.

Mauricio tiene doble nacionalidad, y por ser de la generación que creció junto a el fallo le ha sido más fácil obtener su documento de identidad hondureño. El Salvadoreño él recuerda que lo obtuvo sin contratiempos, en un solo día, cuando cumplió la mayoría de edad y viajó a San Francisco Gotera para obtenerlo. El otro, el hondureño, que se supone debería ser más fácil de obtener dado que reside en suelo hondureño, se tardó tres meses en llegar hasta sus manos.

A diferencia de los jóvenes como Mauricio, para los salvadoreños que quedaron atrapados en territorio hondureño, la espera ha sido bastante larga para la doble nacionalidad. Carlos Argueta, por ejemplo, tuvo su documento que lo acredita también como ciudadano hondureño hasta 23 años después del fallo de la Corte Internacional de Justicia.

Por eso hay muchos pobladores de los exbolsones que no dudan en sentirse más salvadoreños que hondureños. Durante dos décadas fueron vistos como unos extraños extranjeros en su propia tierra. Por eso, también, el cordón umbilical con El Salvador nunca se ha roto. Del otro lado de la frontera, dicen, las cosas son diferentes. O al menos lo aparentan.

Para llegar a El Salvador, desde los exbolsones, se transita por una calle de tierra blanca. Es común ver bajar camiones madereros, pick up 4x4, caballos y de vez en cuando algún autobús. En realidad son dos los que suben hasta estas montañas, pero no siempre prestan el servicio debido a que son viejos y poseen serios desperfectos mecánicos.

Hace tres años, por esta calle de tierra blanca bajó a toda prisa un pick up desvencijado que transportaba a una chica de 15 años que moría desangrada. El camino se hacía largo y los acompañantes de Ema observaban cómo su cara se iba poniendo pálida y fría. En medio de la noche llegaron a la frontera que divide a Honduras con El Salvador. Para poder pasar sin obstáculos, la doctora Narcy Galo les había extendido un permiso especial, un papel en el que iba su firma y la certificación de que aquella chica o llegaba a la clínica de Perquín a tiempo o se moriría en el camino. En las fronteras, sin embargo, el “libre paso” para los habitantes de los exbolsones es una falsa utopía.

***

María Eulogia Márquez es una mujer campesina de 80 años. Desde siempre ha sembrado maíz y frijol para sobrevivir. De esas faenas ahora el cansancio le pasa factura, sobre todo en la rodilla izquierda, razón por la cual ella camina 30 minutos desde su casa hasta la clínica de la doctora Narcy Galo en El Zancudo.

A mediados de 2015, María Eulogia salió de la clínica un tanto desconsolada. Esa vez no había medicamentos para su malestar, y la doctora le recomendó que viajara hacia Rancho Quemado, en El Salvador, para conseguirlos. Para los pobladores de los exbolsones, viajar a Rancho Quemado cuesta cuatro dólares en un trayecto de ida y vuelta en camiones madereros. María Eulogia logró conseguir sus medicamentos gratis, pero entre risas dice que por lo que pagó en el trayecto “mejor hubiera pagado hasta Gotera a buscar las pastillas”. Desde los exbolsones, bajar hasta Gotera y regresar al limbo cuesta cinco dólares.

María Eulogia Márquez vive en el caserío La Galera. Ella como muchas mujeres y hombres de la zona se ha dedicado al cultivo de maíz y frijol, los cual solo se realiza una temporada al año.
María Eulogia Márquez vive en el caserío La Galera. Ella como muchas mujeres y hombres de la zona se ha dedicado al cultivo de maíz y frijol, los cual solo se realiza una temporada al año.

María Eulogia, pese a su edad, todavía sabe moverse en el circuito comercial que le da sustento a los pobladores de los exbolsones. De su cosecha ella destinaba una pequeña parte para comercializar en El Salvador, en el mercado de Perquín o bajando hasta San Francisco Gotera. Ella es madre de dos hijos, Francisco y Aquilina Márquez. Francisco tiene una niña y un niño, ambos asisten al kinder. Aquilina en cambio solo tiene a Roberto. Todos colaboran en los quehaceres de la casa, del cuidado de los animales, la milpa y la recolección de agua.

En El Zancudo, y en la mayoría de los pobladores de los exbolsones, la mayoría recolecta agua de los ríos o, en otros casos, han logrado perforar un pozo del que se nutren las familias o la comunidad. La familia de María Eulogia Márquez tiene un pequeño pozo ubicado a 15 minutos de caminata. Cada dos días, los hijos o los nietos de María Eulogia van y vuelven con cántaros para abastecerse.

Durante muchos años, María Eulogia también bajó hasta San Francisco Gotera para vender bolsas de moras a 0.25 centavos de dólar. Las moras crecen en todos lados en esta zona, pero así como son fáciles de encontrar, son difíciles de extraer. María Eulogia tenía que meter su brazo entre las ramas de los arbustos hasta alcanzarlas, y en en varias ocasiones terminó con laceraciones en los brazos por culpa de las espinas.

Hay un autobús que parte todos los días, a las 5:30 de la mañana, desde Nahuaterique-Centro hasta San Francisco Gotera. Nahuaterique-Centro es el poblado de los exbolsones más grande y más desarrollado (en gran medida gracias a las remesas que migrantes en Estados Unidos han enviado a sus familiares). Ese bus transporta a pequeños vendedores de hierbas como María Eulogia. Es como un bus-mercado.

Bajar y subir es una constante para los pobladores de los exbolsones. Bajar al otro lado de la frontera para ganarse la vida o para salvarla, cuando en los exbolsones se acaban las garantías para prevenir la muerte. Bajar y subir. Esa es la constante.

En la noche del 14 de diciembre de 2012, una salvahondureña de 15 años llamada Ema bajó por esa misma constante. A las ocho de la noche, en una pequeña casa hecha con tablones de madera, Ema y su madre, Antonia Hernández, se verían por última vez, iluminadas por la luz de unos candiles, mientras Ema gemía por el dolor de un parto complicado.

La casa de Ema y Antonia está ubicada a 15 minutos, a pie, de la clínica de la doctora Narcy Galo, pero Antonia prefirió ir a buscar a una partera porque temía que en la caminada a su hija se le viniera la criatura. Con el frío de esas montañas, esa no era una opción.

Ema dio a luz a una niña hondureña, y a los minutos de que la partera se marchó de la casa, Ema comenzó a perder la vida.

Cuando Ema y los hombres que la llevaban en un pick up llegaron a la caseta hondureña en la frontera, la encontraron cerrada. Es usual que las autoridades hondureñas cierren el portón a las 9 de la noche. Salomón recuerda que paró el caro frente a la malla ciclón, cerrada con candado, y gritó para que lo ayudaran porque llevaba a una muchacha que estaba grave.

Los soldados hondureños que estaban en la aduana salieron en su auxilio, pero entretuvieron a Salomón mientras contaba la historia. En la cama del pick up, Ema seguía desangrándose. Tuvieron que presentar la referencia que la médica Narcy Galo les había proporcionado para que los dejaron pasar. Salomón condujo el vehículo y cien metros adelante de la aduana hondureña se encontraron con la otra frontera, la salvadoreña.

Salomón, apresurado, comentó lo que estaba pasando. La aduana salvadoreña está a un lado del camino, es una casa construida mitad de ladrillo y mitad de madera de pino. Ahí ondea la bandera salvadoreña frente a las montañas de Morazán. El mismo ritual: cuento de lo que pasó, referencia de la doctora, documentos de los viajeros y hasta entonces los dejarno pasar. 

A Ema y la clínica de Perquín los separaban 45 minutos. Todavía había una oportunidad para seguir bajando, para buscar salvarle la vida a Ema, pero apenas unos minutos después de cruzar la frontera ella falleció. Salomón recuerda que el cuerpo de la muchacha estaba frío, y que ella ya no respondía nada.

Cuando llegaron a la clínica en Perquín, en El Salvador, los médicos ya solo pudieron oficializar su defunción.

El cuerpo sin vida de Ema subió de regreso a los exbolsones, a El Zancudo, donde le sobrevive una hija que nunca llegó a conocer a su madre. Aquella noche, Salomón se quejó -y todavía se queja ahora- de que si no hubiera sido por el tiempo que se entretuvieron en las fronteras quizá Ema se habría salvado. 

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.