Qué difícil es escribir objetivamente sobre un amigo que ha muerto. De modo que no seré objetivo al hablar de Ricardo Lindo.
Nuestra amistad de cerca de 50 años tuvo altos y bajos. Muy cercanos durante los años 70, mantuvimos un contacto estrecho durante mi ausencia del país a causa de la guerra. Ricardo me enviaba sus textos maravillosos, evocativos y llenos de imágenes teatrales, y yo soñaba con el momento en que sería posible integrarlos en un espectáculo sobre El Salvador. Ese momento llegó con la oportunidad de la Paz tan anhelada. “Tierra de cenizas y esperanza” fue el espectáculo que representó a nuestro país en el Festival Iberoamericano de Cádiz en 1992, y los textos de Ricardo fueron un aporte enorme en la creación de la obra.
Pero el tiempo pasa y la vida toma otros rumbos. Nuestra amistad se mantuvo en forma casi atávica, como si viniéramos juntos de alguna parte o si nos dirigiéramos hacia destinos escénico-literarios desconocidos juntos. Aunque nos vimos poco en los últimos años, siempre hubo una invitación para él en cada espectáculo, y yo le hacía consultas sobre mis traducciones de los clásicos. Siempre estuvo presente.
Creo que su obra, la obra de Ricardo Lindo, perdurará. Poeta de gran calidad y narrador extraordinario, este príncipe mendigo ha sabido combinar imágenes con inteligencia y sensibilidad, mantener la mirada sorprendida de un niño, ser una luz para futuras generaciones. No hay más que ver la admiración de tanto joven por su obra.
Termino con Shakespeare: “Su vida fue benévola, y los elementos en él tan mezclados, que la Naturaleza misma podría gritarle al mundo entero: '¡Éste era un hombre!”