Columnas / Política

Héctor Silva, uno de los mejores

Uno se los grandes defectos que tenemos los salvadoreños es no recordar y honrar a nuestros mejores hombres, y no pocas veces rendimos homenaje a quienes más bien deberían ser recordados como personas que hicieron mucho daño al país.

Viernes, 9 de diciembre de 2016
Héctor Dada Hirezi

Hoy 8 de diciembre, hace exactamente cinco años, me encontraba en Costa Rica. Asistía a un evento académico latinoamericano sobre las perspectivas de la región. Era cerca del mediodía. Estaba terminando mi exposición y entrando al diálogo entre los participantes; en ese momento mi teléfono, que había dejado en el escritorio, empezó a sonar. Cuando retorné un rato después, descubrí que las llamadas habían sido numerosas y de diversos teléfonos, la mayor parte de mi asistente en el Ministerio de Economía. Respondí, y me dieron una impactante noticia: Héctor Silva había muerto mientras decía un discurso en Casa Presidencial.

Conocí a Héctor cuando yo era un adolescente –él era diez años menor– a través de mi amistad con un primo hermano suyo. Nuestra relación se intensificó cuando comenzó a estudiar medicina en la Universidad de El Salvador e ingresó al movimiento social cristiano, con el que yo tenía frecuente contacto. Desde allí mostró su compromiso inquebrantable de contribuir con toda su energía a la construcción de un país en el que los ciudadanos pudieran encontrar las condiciones de una vida digna a través de un desarrollo con democracia y equidad. En esa época de autoritarismo oligárquico-militar los riesgos que esa posición implicaba no eran pocos, y para un miembro de una familia tradicional y bien ubicada en la escala social representaba renuncias no fáciles de asumir. La vida de Héctor Silva fue siempre coherente con lo que creía. Más tarde se incorporó al Partido Demócrata Cristiano, en el que yo desempeñaba cargos directivos.

Como profesional joven, pronto dio una muestra de cómo se podía ejercer la profesión al servicio de la gente, sobre todo cuando prestó sus servicios en la salud pública de la ciudad de San Miguel.

En 1980 buena parte de los miembros del PDC –entre ellos nuestro recordado doctor Roberto Lara Velado– consideramos que el partido había adquirido compromisos incompatibles con los principios y renunciamos juntos a nuestra militancia. Para no pocos de nosotros eso significó una difícil ruptura, y de inmediato el exilio.

Héctor se unió a la creación del Movimiento Popular Social Cristiano, integrado por muchos de los renunciantes del PDC. En cierta medida entonces se separaron nuestros caminos, aunque no nuestra amistad, dado que yo no me incorporé a ese grupo político. Ellos, y Héctor entre los más comprometidos, jugaron un papel importante en el trabajo que realizó el Frente Democrático Revolucionario, coalición que respaldó la insurgencia pero sin asumir la opción armada. Aún antes de alcanzados los acuerdos de paz, Héctor retornó a nuestro país pese a los riesgos personales que eso representaba. Participó activamente en la campaña que los partidos del FDR realizaron al lanzar la candidatura de Guillermo Ungo a la presidencia de la República en 1989, cuando la guerra mostraba altos niveles de intensidad. En 1991 entró de nuevo en campaña y salió electo diputado a la Asamblea Legislativa. Allí, junto a otros diputados de Convergencia Democrática, desempeñó un importante papel en la aprobación de las reformas constitucionales que habían surgido de las conversaciones de paz.

En 1996 creamos un grupo cívico-político al que llamamos Iniciativa Ciudadana, presidida por otro gran hombre de este país: Eduardo Molina Olivares. Nuestra intención era contribuir desde posiciones no partidarias al aprovechamiento de los espacios para la participación política que el logro de la paz había hecho posibles. Eduardo hizo una propuesta, que aprobamos: construir una alianza de diversos grupos partidarios y no partidarios para lanzar una candidatura al Concejo Municipal de San Salvador que representara la oferta de una estructura plural, progresista, y democrática para el gobierno de la ciudad. Después de una larga discusión sobre posibles ciudadanos para asumir la conducción, se llegó a la conclusión de que Héctor Silva era la persona más indicada a partir de su honestidad; su formación profesional y política, que se expresaban en una visión de los cargos públicos como espacios de servicio eficiente a la ciudadanía; su capacidad para generar entendimientos a partir de posiciones diferentes, y no pocas veces encontradas; y, algo que pesó en las consideraciones, su habilidad para convertir las ideas en acciones operativas.

Menos fácil fue la tarea de convencerlo para que asumiera la misión, en especial por el requerimiento de tomar el liderazgo de la iniciativa. Largas pláticas fueron necesarias, en las que el tema de la oportunidad de la propuesta se alternaba con el de las acciones que debían emprenderse en un gobierno municipal que debía ser transformado. Su sentido de la responsabilidad con sus ideales terminó imponiéndose, apoyado en la seguridad de que Iniciativa Ciudadana iba a mantenerse fiel a su compromiso en la construcción de una coalición plural, en la elaboración de un plan de gobierno municipal realista y transformador, y en la participación en las labores de gobierno municipal en caso –que veíamos muy probable– de ganar las elecciones. Lo demás es de sobra conocido; por dos períodos, Héctor fue sin duda el mejor alcalde municipal que la capital del país ha tenido, al menos desde la firma de la paz. Sus concejos municipales rompieron la forma de hacer política al integrar distintos intereses partidarios, gremiales y ciudadanos (en cierta manera fueron los antecedentes de los concejos plurales que ahora establece la ley), lo que les permitió tener un alto grado de autonomía tanto frente al Ejecutivo como respecto a los partidos políticos y a los poderes económicos.

En 1998 se comenzaba a escoger quien sería el candidato de las fuerzas de izquierda y progresistas a la presidencia de la República. Para todos era claro que eso pasaba por una decisión del FMLN. El prestigio que en poco tiempo Héctor adquirió como buen funcionario público lo hacía un candidato ideal para el cargo, aun a riesgo –como dijimos varios concejales– de perder un buen alcalde para tener un buen presidente. Después de un período en el que participamos varios como potenciales escogidos –en mi caso más buscando espacios para Héctor Silva que para obtener la candidatura– crecieron las posibilidades de que el seleccionado fuera él, hasta parecer prácticamente definido. Fueron las diferencias internas del FMLN las que en última instancia privaron a ese partido de llevar un candidato de lujo a la presidencia, y al país de tener un presidente que parecía capaz de romper con la inercia negativa que en su fracaso había generado el modelo neoliberal, además de dar una dinámica más auténtica a la construcción de la democracia.

Para las elecciones de 2003 decidimos no continuar en el gobierno municipal. Iniciativa Ciudadana hizo una alianza electoral con el Centro Democrático Unido (CDU), y ganamos cinco diputados. Silva fue el jefe del grupo parlamentario, demostrando una vez más sus capacidades políticas y, sobre todo, sus cualidades personales. Con el prestigio aumentado, logramos convencerlo para que asumiera la candidatura presidencial en las elecciones de 2004. Se formó una coalición entre CDU y el PDC, con el apoyo de Iniciativa Ciudadana.

Las perspectivas no mostraban un camino fácil, pero tampoco imposible. La extrema polarización fue restando espacio, los apoyos ofrecidos no se dieron en la medida esperada, las debilidades de la alianza misma fueron también un factor que incidió negativamente. El principal obstáculo, que no se pudo vencer, fue la creencia de buena parte de la ciudadanía de que desperdicia su voto si no se lo entrega a alguno de los extremos del espectro político, decidiendo más por el rechazo al que más le disgusta que por quien cree que puede conducirlo por un camino orientado al bienestar con libertad. Una vez más, el país se privó de quien pudo haber sido un excelente presidente, y quedó entrampado en los conductores de modelos fracasados. Al concluir el proceso electoral, miembros de Iniciativa Ciudadana y CDU decidimos formar el partido Cambio Democrático.

Cuando Héctor murió era Presidente del FISDL. No pueden dejar de constatarse las mejoras que estableció en la institución y los programas innovadores que inició. Sus sucesores son los mejores testigos de lo que afirmo. Estábamos en pleno ejercicio de funciones gubernamentales; con su fallecimiento perdí no sólo a un amigo, sino a un colega con el que compartía visiones y discutíamos sobre aquello en lo que no coincidíamos, siempre intentando actuar como parte de un equipo al servicio del país. El Órgano Ejecutivo perdió a uno de sus mejores funcionarios.

Lo he dicho muchas veces, pero debo reiterarlo: uno de los grandes defectos que tenemos los salvadoreños es no recordar y honrar a nuestros mejores hombres, y no pocas veces rendimos homenaje a quienes más bien deberían ser recordados como personas que hicieron mucho daño al país. La vida me ha dado la gracia de conocer a ciudadanos de mucho valer y compartir con ellos momentos importantes de nuestra nación. El más grande de ellos, por supuesto, Monseñor Romero. Héctor Silva estará ahora en la presencia del Señor habiendo rendido una cuenta positiva de su paso por esta vida. Sirvan estas breves líneas para recordarlo.

 

*Héctor Dada Hirezi es economista. Fue ministro de Economía durante el gobierno de Mauricio Funes y diputado en los periodos 1966-1970 y 2003-2012. También fue Canciller de la República después del golpe de Estado de 1979 y miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno entre enero y marzo de 1980.

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