Sala Negra / Pandillas

Una conexión mágica entre Ilobasco y Milán

Enzo y Maddalena adoptaron a un niño salvadoreño a inicios de los noventa y se lo llevaron a Italia. Ese niño creció y a los 23 años lo asesinaron, un caso que la Policía italiana relaciona con pandilleros de la Mara Salvatrucha radicados en Milán. Para los atormentados padres, el asesinato ha supuesto un acercamiento al pueblo salvadoreño y a El Salvador, país que han visitado ya en dos ocasiones, y todo indica que seguirán visitando, para honrar la memoria de su hijo.


Domingo, 12 de marzo de 2017
Roberto Valencia

Enzo y Maddalena agradecen, visiblemente emocionados, el cuadro con la imagen de su hijo que recibieron de regalo tras la inauguración de las obras en un instituto de Ilobasco. Conchi Castillo, salvadoreña que trabaja para la oenegé italiana Soleterre, traduce sus palabras. 
Enzo y Maddalena agradecen, visiblemente emocionados, el cuadro con la imagen de su hijo que recibieron de regalo tras la inauguración de las obras en un instituto de Ilobasco. Conchi Castillo, salvadoreña que trabaja para la oenegé italiana Soleterre, traduce sus palabras. 

Derek nació en Ilobasco, lo asesinaron en Milán.

Todos nacemos y morimos en algún lugar. Es ley de vida. Si la primera frase de esta crónica está reservada para datos en apariencia triviales es porque de seguro no lo son. Y no lo son porque el asesinato del joven Derek, en junio de 2013, desencadenó una serie de acontecimientos que crearon un hilo invisible y mágico entre las dos ciudades: la salvadoreña que lo vio nacer y la italiana que lo vio morir.

La de Derek es una historia de mareros, de incertidumbres y de muerte. Pero también lo es de esperanza, de fe y de humanismo. Condensa lo mejor y lo peor del género humano.

“Toñito ha dimostrato che il popolo salvadoregno è un grande popolo”, dirá dentro de cuatro horas la madre de Derek, Maddalena, ante unos 200 adolescentes del Instituto Nacional de Ilobasco. Ella prefiere llamarlo como lo llamaba cuando era un niño: Toñito.

Eso será a las 4 de la tarde, y todavía falta media hora para las 12. A Maddalena y Enzo, 60 y 63 años de edad, los padres adoptivos de Derek, acaban de traerlos a Ilobasco desde San Salvador en un Yaris blanco. Salen del carro y entran presurosos en la iglesia de El Calvario, en el barrio homónimo. Maddalena carga en sus brazos una maceta con una planta, comprada en un vivero sobre la carretera que viene de San Rafael Cedros.

La iglesia está vacía y fresca, envuelta en el silencio enigmático propio de los templos. Es un pabellón rectangular con paredes de ladrillo, techo falso y suelo embaldosado. Modesta pero acogedora.

Maddalena y Enzo conocen. Estuvieron acá hace tres años. De un solo caminan hacia el costado izquierdo. No muy lejos de la entrada principal, bajo una ventana, hay una vistosa placa en memoria de Derek. Es del tamaño de un televisor de 30 pulgadas, con una fotografía del joven. Sonríe con picardía. Su gesto es el de alguien que quiere comerse el mundo.

“Con tanta tristeza llevamos el recuerdo de ti a tu tierra de origen”, dice un fragmento del texto de la placa, que trajeron desde Milán.

Maddalena besa la foto de su hijo. Coloca la maceta con cariño en el suelo y la gira hasta que cree tener la aprobación de Derek. Luego abre su bolsón y de una cajita saca dos mariposas azuladas. Enzo mira el ritual en silencio. Maddalena pega las mariposas sobre la placa, cerca del rostro de su Toñito, con una especie de crema adhesiva. Luego se voltea con un gesto mínimo de satisfacción.

—Las hizo una amiga y me pidió que las pusiera –dice, aunque lo dice en italiano; ni ella ni Enzo hablan español.

Para estar más cerca de Derek, Maddalena se sienta sobre la parte de la banca que se usa para arrodillarse. Lo mira. Lo toca. Lo besa. Comienza a llorar.

***

Edenilson Antonio Durán Mincolelli nació en Ilobasco el 18 de noviembre de 1989, el mes en el que la guerrilla lanzó la ofensiva ‘Hasta el tope’, dos días después de que la Fuerza Armada masacró a los jesuitas en la UCA.

La guerra lo convirtió en un huérfano más. Unas monjas se hicieron cargo, lo llevaron a Guatemala, y lograron que lo adoptara una entusiasta pareja de Sesto San Giovanni, una populosa ciudad del área metropolitana de Milán. Antes de cumplir los 4 años, Edenilson Antonio ya era italiano. Mincolelli es el apellido de Enzo. Lo de Derek vino después y es más informal, una especie de sobrenombre exitoso que el propio joven eligió.

Maddalena y Enzo son gente religiosa y sencilla, trabajadores. Respetaron el apellido salvadoreño de su hijo, Durán, y no hicieron el más mínimo esfuerzo por ocultarle sus orígenes. Todo lo contrario. El Salvador siempre estuvo presente en el hogar de los Mincolelli.

Estimaciones conservadoras cifran en más de 40,000 los salvadoreños radicados en Milán y alrededores. Fuera de América, es la comunidad más numerosa y organizada. Al adolescente Toñito primero y al joven Derek después siempre les fascinó todo lo relacionado con su país de origen. Viajar para conocerlo devino casi una obsesión. Así las cosas, apenas logró cierta independencia juvenil, no le costó comenzar a relacionarse con migrantes salvadoreños o con los hijos de los que en los ochenta y noventa cruzaron el océano Atlántico.

Enzo definió a Derek como un salvadoreño con mentalidad de italiano; alguien enamorado de todo lo que rezumara salvadoreñidad, de todo, aunque ni siquiera hablaba español. Maddalena lo presentó como un joven de corazón noble, pero cándido: “Toñito amaba rodearse de amigos, pero no sabía distinguir que hay personas buenas y malas; para él todos eran amigos”.

Como parte del plan de ‘salvadoreñización’, Derek comenzó a salir con jóvenes que resultaron ser activos de la Mara Salvatrucha-13. Para 2013 esta pandilla acumulaba ya cinco o seis años tejiendo una red adaptada a la realidad de Milán, con jóvenes salvadoreños como materia prima básica. La MS-13 –también la 18– se había convertido ya en una de las preocupaciones de Sección de Criminalidad Extranjera de la Polizia di Stato, la división policial creada en 2005 para tratar de neutralizar la actividad creciente de las bandas latinas.

Derek desapareció en la noche del 29 al 30 de junio de 2013. Tenía 23 años. Al drama de la desaparición le sucedieron dos semanas de búsqueda e incertidumbre. En Italia, país diez veces más poblado que El Salvador pero poco habituado a este tipo de expresiones de violencia, el caso se coló con fuerza en la agenda informativa y acaparó el interés de la ciudadanía.

Hasta el 15 de julio no se tuvo certeza de su muerte. Un cadáver había aparecido el 3 de julio en un canal de agua de los suburbios, en el municipio de Pessano con Bornago, pero su estado de descomposición era tal que se creyó que era un hombre de unos 40 años y no se relacionó con Derek hasta la sentencia del ADN.

A Derek murió de un golpe violento en la nuca. Luego lo llevaron hasta el canal de Villoresi y lo tiraron. Los expertos en pandillas de la Polizia di Stato dieron máxima prioridad al caso e interrogaron a los jóvenes con los que había compartido las últimas horas, casi todos emeeses salvadoreños. La Sección de Criminalidad Extranjera se volcó, pero nunca logró determinar con precisión judicial quién o quiénes asesinaron a Derek. Nadie ha sido enjuiciado aún. Sobre los motivos, todo es pura especulación: que si lo mataron por negarse a cumplir alguna misión de la pandilla, que si tenía deudas por drogas, que si...

La misa funeral se celebró la tarde del 19 de julio en la iglesia Santa María Auxiliadora de Sesto San Giovanni, llena hasta la bandera. Maddalena: “Unas mil personas con distintos tonos de piel, de religiones diversas, jóvenes punk, roqueros, metaleros… diferentes entre ellos, pero todos con la misma tristeza en el corazón”.

El profesado del Instituto Nacional de Ilobasco regaló a los Mincolelli un cuadro hecho por uno de los docentes a partir de una fotografía del Derek, asesinado en junio de 2013 en Milán. La obra reposa unos minutos en una de las aulas del instituto.
El profesado del Instituto Nacional de Ilobasco regaló a los Mincolelli un cuadro hecho por uno de los docentes a partir de una fotografía del Derek, asesinado en junio de 2013 en Milán. La obra reposa unos minutos en una de las aulas del instituto.

Ese mismo día lo enterraron, en Italia.

Pero Maddalena y Enzo quisieron que una parte de Derek regresara a El Salvador. Y lo consiguieron.

***

Comienza a llorar Maddalena en El Calvario. Da un último giro a la maceta, para que sean menos las hojas que tapen la placa. Enzo, más mesurado, se sienta frente a su esposa. Se esfuerza por contener las lágrimas, pero fracasa. Han pasado casi cuatro años desde el asesinato, pero es evidente que todavía no han superado la pérdida de Derek.

—Il mio Toñito è un angelo –susurra Maddalena–. Un vero angelo!

A Derek nunca le sedujo estudiar, mucho menos la universidad. Aprendió electricidad. Con 16 años trabajaba y ganaba para sus gastos, algo que suena usual en El Salvador, pero que en Italia resulta casi subversivo. Cuando cumplió los 18, él mismo se pagó la licencia de manejo y compró su propio carro. Discotequeaba. Se tomaba sus tragos. Le iba muy bien con las chicas.

Sus padres hablan de él con orgullo desmedido.

La Polizia di Stato nunca dio con los responsables, pero los investigadores ataron los suficientes cabos como para tener la certeza de que alguna de las clicas milanesas de la Mara Salvatrucha está detrás del asesinato. Maddalena y Enzo lo saben. Han tratado, de hecho, de informarse sobre las maras. Pero nunca han permitido que su dolor se dirija contra la sociedad que exportó a Milán el fenómeno, contra El Salvador o contra los salvadoreños. Todo lo contrario. Por eso ahora están en esta modesta pero acogedora iglesia de Ilobasco.

***

Derek se fue bebé de Ilobasco y nunca regresó. Murió sin recuerdos propios de la ciudad ni del país. Sin embargo, Enzo y sobre todo Maddalena se sintieron en la obligación de respetar la extraña pero intensa relación de su hijo con El Salvador.

Siete meses después del asesinato, viajaron hasta Ilobasco. En ese viaje lograron el permiso del párroco de El Calvario para colocar la placa conmemorativa, algo mucho más complicado que lo que suena. La otra placa-lápida que hay en la iglesia honra a Bernardo Perdomo, alcalde en la segunda mitad del siglo XIX. hijo meritísimo, alguien que da nombre a calles y escuelas.

Un diente de Derek viajó desde Milán entonces, en febrero de 2014, y está detrás de la placa.

Maddalena y Enzo regresaron a El Salvador en febrero de 2017. Fue un viaje relámpago, de apenas unos días, para la inauguración simbólica –las obras aún no estaban finalizadas– de la construcción de una cancha de usos múltiples en el Instituto Nacional de Ilobasco, el INDI. Una donación.

Milán está a los pies de la cordillera de los Alpes, epicentro europeo del esquí. Hubo un tiempo en el que padre e hijo los fines de semana escapaban a esquiar. Como deporte peligroso que es, a Enzo se le ocurrió contratar un seguro médico por si ocurría algún accidente. Nunca tuvieron que hacer uso por la nieve, pero, tras el asesinato, supieron que el seguro era también un seguro de vida.

Maddalena y Enzo recuperaron ese dinero y convencieron a varios amigos italianos, que hicieron pequeños aportes. Quisieron dejar en Ilobasco, en memoria de Derek, una obra concreta y de impacto, algo más allá del simbolismo de la placa. Se apoyaron en Deidamia Morán, una de las lideresas de la comunidad salvadoreña en Milán. Buscaron el consulado salvadoreño en aquella ciudad, y el consulado canalizó hacia distintos ministerios. Entre todos eligieron el INDI, el instituto más concurrido de todo el departamento de Cabañas.

La donación fue de 22,000 dólares. Bien invertidos, han alcanzado para remodelar los servicios sanitarios de los estudiantes y para construir una cancha con todo y sus gradas, que podrá utilizarse también como salón multiusos. “Es un sueño hecho realidad”, les dijo Ronny Menjívar, el director del INDI, a los padres de Derek.

La inauguración fue el viernes 17 de febrero. Resultó un día tenso y largo y cansado para Enzo, pero sobre todo para Maddalena. Un día inolvidable. Ella fue quien tomó el micrófono y dijo aquello: “Toñito ha dimostrato che il popolo salvadoregno è un grande popolo”.

A Maddalena y a Enzo no les sobra el dinero. Y aunque les sobrara, no tendrían por qué donarlo en un país a 9,500 kilómetros de su hogar; un país que ni siquiera habían visitado antes del asesinato de su hijo; un país que engendró el fenómeno de las maras que se exportó a Milán.

—Su sonrisa no se ha apagado –dijo Maddalena, siempre en italiano, ante unos 200 adolescentes del INDI–, su sonrisa aún brilla en el corazón de todos los que lo quisieron, y ahora brilla también aquí. Toñito ahora es uno de ustedes, y su padre y yo lo imaginaremos siempre aquí, a un costado de esta cancha, animándolos. ¡Vivan, jóvenes, la vida que él no pudo vivir! ¡Y siéntanse orgullosos de tener un compatriota como él!

Maddalena habla para unos 200 estudiantes del Instituto Nacional de Ilobasco, algunos de ellos sentados ya sobre las gradas construidas con el dinero donado.
Maddalena habla para unos 200 estudiantes del Instituto Nacional de Ilobasco, algunos de ellos sentados ya sobre las gradas construidas con el dinero donado.

***

En esta iglesia de Ilobasco, casi mediodía, llora Maddalena y solloza Enzo. Llevan unos 20 minutos junto a la placa de Derek. Silencios alternados con recuerdos y lamentos.

Enzo se para y dice que es hora de irse. Antes de las 3 de la tarde tienen que estar en el instituto y aún hay que almorzar. Maddalena también se para y, como si sintiera que aún no lo ha dicho todo, baja la cabeza y se despide con una sentencia cargada de resignación: “Nos lo llevamos de El Salvador para darle una vida mejor, pero la muerte lo siguió hasta Italia. Parece que ese era su destino”.

Maddalena vuelve a llorar y se agacha para dar a Derek un último beso. Enzo besa los dedos de la mano y los estampa contra la foto sonriente. En menos de 72 horas tomarán el vuelo de regreso a Italia. Y en la iglesia de El Calvario, no muy lejos de la entrada principal, bajo una ventana, quedará anudado uno de los dos extremos del hilo invisible y mágico que une Ilobasco y Milán.

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