Columnas / Violencia

Numerología extraordinaria de la violencia


Lunes, 24 de abril de 2017
Isabel de Sola

Se cumplió este mes de abril un año desde la implementación de las medidas extraordinarias contra la delincuencia. Según los datos manejados por el Gobierno, El Salvador registró una caída importante de crimen durante este periodo extraordinario: de 22 a 14 homicidios diarios, entre abril de 2016 y marzo de 2017. Escuchamos además que 200 municipios vieron mejoras en sus cifras de homicidios, que cayeron en cerca de un 60% promedio. Las órdenes de captura, los arrestos y las incautaciones de armas aumentaron significativamente.

Pero la noticia me provoca sentimientos encontrados. Por un lado siento esperanza, alivio por que los salvadoreños vivamos menos crímenes, menos muertes. Por otro, me preocupa que se atribuyan logros de paz a medidas fundamentalmente represivas. Creer que la violencia engendra la paz es como hacer el amor para proteger la virginidad.

Además, no existen relaciones lineares de causalidad en el tema de violencia. Dos menos dos nunca es igual a cero cuando se trata de ejecutar políticas. Nuestro problema de violencia, o nuestra brecha de paz, es un sistema complejo en el que interactúan múltiples factores y existen varios puntos de entrada, de influencia, sobre esos factores

Comencemos por que los datos, aparentemente duros, son relativos. Por un lado se ha registrado una notable reducción de crimen; por otro lado, San Salvador aún es la capital global de los homicidios para 2016, según el análisis publicado por El Economista y el renombrado Instituto Igarape de Brasil.

Hay otros números que también deberíamos de tomar en cuenta para apreciar si la seguridad ciudadana, entendida como una expresión del nivel de paz en El Salvador, está al aumento o no en estos tiempos de medidas extraordinarias. Por ejemplo, ¿cuántos privados de libertad tenemos por cada 100,000 habitantes, y cuál es la tasa de hacinamiento en las cárceles? La respuesta es que en El Salvador hay 35,000 privados de libertad, y la tasa de hacinamiento fue de alrededor del 300% en 2016. Por decirlo de otra manera, hay 300 personas viviendo en el espacio que nuestras propias leyes estipulan que le corresponde a uno.

Otra cifra indicativa es el número de confrontaciones entre los cuerpos de seguridad y supuestos delincuentes o pandilleros: en 2016 aumentaron de 514 a 650, lo cual pudiera verse con buenos ojos desde una lógica de combate armado al crímen, aunque esos enfrentamientos dejaron un alarmante saldo de más de 600 muertos, un aumento del 111% en comparación con 2015.

O el número de personas desaparecidas. O el de violaciones sexuales. Y no olvido los cerca de 50 policías que murieron de forma violenta en el mismo periodo. Son cifras que apuntan al agudizamiento de una guerra, no a los inicios de una paz.

En medio de tal complejidad, la sencillez con que las autoridades explican los resultados de sus medidas extraordinarias cimenta en la imaginación publica la noción de que las medidas visibles son inmediatamente efectivas, a pesar de que las investigaciones indican que, en cualquier parte del mundo, son los esfuerzos menos visibles y de larga duración los que producen resultados profundos y sostenibles para la seguridad ciudadana.

Es curioso cómo, década tras década, las conferencias de prensa se vuelven un deja vu: cambian los hombres y las banderas, pero las monótonas palabras siguen articulando formulas sencillas de manos duras, súperduras y tiempos extraordinarios que se vuelven ordinarios. Aplaudimos resultados que son nada más la punta del iceberg. No hacemos cálculo del impacto de estas medidas sobre el resto del sistema. No sabemos el monto de la factura que nos pasará el país más adelante.

Hay otros modelos. El índice de Paz Positiva, producido por el Institute for Economics and Peace aborda la paz con un enfoque de sistema: asume que la paz es como un organismo dentro del cual existen ocho pilares fundamentales en interacción simultánea. Las dinámicas positivas entre esos factores (que incluyen la calidad de gobierno, el clima de negocios, la distribución de recursos, el respeto a los derechos humanos, las relaciones con otros países, el acceso a la información, el capital humano y los niveles de corrupción) generan un grado de paz que refuerza además muchos otros aspectos de una sociedad exitosa. En este índice, El Salvador ocupa el puesto 66 de 160 países, con una calificación de “baja” paz positiva. Por cierto, el plan El Salvador Seguro también aplica un abordaje “sistémico” a la materia.

Más allá del saldo de la actual guerra, a los salvadoreños nos puede interesar saber si los números propios de una sociedad en paz, que goce de una paz positiva, están mejorando o no. Por ejemplo, ¿cuántos fiscales hay por cada 100,000 habitantes en El Salvador? Con 10.1 estamos a la vanguardia de Centroamérica. ¿Qué número de escuelas tiene programas extracurriculares y de prevención de violencia? Van en aumento. ¿Hay facilidad para conducir negocios en El Salvador? Se ha deteriorado el rango de 86 a 95 entre 2015 y 2016. ¿Cómo estamos en transparencia o corrupción estatal? Mal (acumulamos 36 de 90 puntos posibles en los indicadores de Transparencia Internacional), pero con tendencia a mejorar.

Simplificar lo complejo no puede ser el camino. Preséntenos los resultados que explican los efectos de la represión en todo el sistema, lo bueno y lo malo, para que los salvadoreños podamos medir seriamente si vale la pena seguir o no en lo extraordinario.

 

*Isabel de Sola es experta en facilitación de diálogo y fue directora asociada de Geopolítica y Seguridad Internacional en el Foro Económico Mundial. Es impulsora de la iniciativa ForoPaz, que busca promover herramientas de diálogo en El Salvador. Reside en Ginebra, Suiza.

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