Columnas / Desigualdad

Aumento al salario mínimo: argumentos contra la ortodoxia


Jueves, 1 de junio de 2017
Gonzalo Aguilar Riva

De acuerdo con los datos de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM) 2015 de El Salvador, el 26.8 % de los hogares salvadoreños se encontraba en situación de 'pobreza relativa' y el 8.1 % en situación de 'pobreza extrema' (DIGESTYC, 2016). Dicho más simple, de cada cien hogares salvadoreños, existen ocho a los cuales sus ingresos no les alcanzan para cubrir el costo de la canasta básica alimentaria, y existen otros veintisiete que no logran cubrir el costos de dos canastas básicas alimentarias.

La pobreza monetaria no es 'natural', sino que se explica principalmente por lo que ocurre en el mercado de trabajo (Cerritos y Aguilar, 2015). Los datos de la EHPM 2015 muestran que la tasa de pobreza era de 37.5 % en hogares con jefe de hogar inactivo —que no trabaja ni busca trabajo— y de 34.0 % en hogares con jefe de hogar activo. Asimismo, los datos revelan que la tasa de pobreza era de 39.2 % en hogares con jefe de hogar desempleado —que no trabaja pero busca trabajo— y de 32.7 % en hogares con jefe de hogar empleado. Esto parece ser muy evidente: cuando el jefe de hogar trabaja, es menos probable que el hogar sea pobre.

Pero entre los hogares con jefe que trabaja, existen muchas diferencias. En los hogares con jefe ocupado 'pleno' —trabaja al menos 40 horas a la semana— la tasa de pobreza era de 22.7 %, mientras que en los hogares con jefe subempleado 'invisible' —trabaja menos de 40 horas semanales involuntariamente—, la tasa de pobreza era de 44.5 %. Otra brecha notable se da en relación con la formalidad, pues la tasa de pobreza era de 18.7 % en hogares con jefe trabajando en el sector formal y de 31.0 % en hogares con jefe de hogar trabajando en el sector informal.

Las cifras anteriores revelan que una estrategia integral de reducción de la pobreza tiene que estar orientada a la reducción de los niveles de inactividad, desempleo, subempleo e informalidad. Esto implica, por ejemplo, implementar políticas públicas que promuevan la participación de las mujeres en el mercado de trabajo —lo que puede lograrse incorporando un enfoque de igualdad de género en las escuelas, de modo que se reasignen los roles de cuidado y reproducción del hogar— y generar incentivos a la diversificación del aparato productivo nacional —poniendo a disposición bienes y servicios públicos físicos e institucionales que reduzcan costos de transacción y comercialización—.

Una estrategia integral de reducción de la pobreza también tiene que ver con los salarios. Si se ordena según su salario mensual a los jefes de hogar asalariados plenos del sector formal y se asignan a cuatro categorías distintas —en la primera al 25 % con salarios más bajos y en la última al 25 % con salarios más altos—, se observa que las tasas de pobreza eran de 32.6 %, 31.1 %, 12.1 % y 0.5 %, respectivamente. Este análisis muestra claramente que salarios bajos —el salario mensual promedio en las categorías 1 y 2 es de 246 y 302 dólares, respectivamente— están asociados a altas tasas de pobreza.

Para reducir la pobreza, entonces, es necesario que las clases trabajadoras perciban salarios que permitan a sus hogares cubrir sus necesidades. Sin embargo, existen quienes critican el aumento del salario mínimo porque argumentan que los empresarios, al tener que pagar salarios más altos, incurrirán en mayores costos de producción, lo que ocasionará una pérdida de competitividad y, por tanto, una caída de las utilidades y del nivel de empleo que, como se ha dicho, es un factor clave para explicar la pobreza. Esta es la teoría neoclásica del mercado de trabajo, repetida una y otra vez a nivel de manual por los representantes de las gremiales empresariales en los medios de comunicación.

Muy a pesar de que lo repitan hasta el cansancio, el incremento del salario mínimo puede tener un efecto dinamizador en la economía. Si las empresas se ven obligadas a pagar más a sus trabajadores, los ingresos de éstos aumentarán y demandarán más bienes y servicios en la economía. Dicho en simple: con más dinero en el bolsillo, los trabajadores podrán comprarse más cosas. Con más gente queriendo comprar, más gente queriendo vender, porque ese es el espíritu del capitalismo: donde hay posibilidades de acumulación, hay producción. Y para producir más se necesita más mano de obra, más empleo, menos pobreza.

Si esto es así, uno se pregunta, ¿por qué el empresariado salvadoreño se opone al aumento del salario mínimo? Porque el esquema anterior funciona cuando existe una clase empresarial verdaderamente liberal, preocupada por la acumulación a través de la competencia en el mercado. La clase empresarial salvadoreña es de carácter mercantil, está acostumbrada a utilizar el Estado para obtener rentas artificiales, a ganar productividad pagando salarios de hambre, a no invertir en tecnología y en formación de capital humano, a no competir. Aumentar el salario es obligarlos a innovar, a mejorar sus procesos productivos. ¿Dónde se ha visto semejante despropósito?

*Gonzalo Aguilar es Bachiller en Ciencias Sociales con Mención en Economía por la Pontificia Universidad Católica del Perú y Magíster en Políticas Públicas por la Universidad de Chile. Trabaja como investigador y docente de la Maestría en Ciencias Políticas y de la Maestría en Política y Evaluación Educativa de la Universidad Centroamericana (UCA). Es peruano, tiene 30 años y vive en El Salvador desde 2014.

 

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