Columnas / Migración

El muro de Trump comienza en Miami


Miércoles, 28 de junio de 2017
El Faro

La reciente reunión celebrada en Miami sobre Centroamérica, auspiciada por Estados Unidos y México, sirvió para que Estados Unidos dejara claro su mensaje: Centroamérica no debe seguir dependiendo de ellos.

El secretario de Seguridad Nacional, John Kelly, ex jefe del Comando Sur, es el nuevo encargado de la política hacia Centroamérica (Y no los diplomáticos ni políticos del Departamento de Estado). Esto deja muy poco espacio para la especulación sobre la nueva agenda de la administración Trump: Centroamérica interesa solo en materia de seguridad para Estados Unidos.

Siguiendo las políticas internacionales de esta administración, Washington ahora quiere incluso delegar parte de su agenda a México y el actual gobierno mexicano, genuflexo ante los intereses de su vecino del norte, parece dispuesto a hacer el trabajo sucio a Estados Unidos reforzando sus ya vergonzosas medidas contra los migrantes centroamericanos en la frontera sur, en la que combinan mayores operativos antiinmigrantes con la permisividad para que el crimen organizado controle el territorio y secuestre, asalte, viole y asesine migrantes.

Kelly, un militar que se hizo del control de la agenda centroamericana argumentando ser el único de esta administración que conoce Centroamérica desde sus días al frente del Comando Sur, ayudó a la administración Obama a orquestar la llamada Alianza para la Prosperidad, en la que combinaba cooperación para fomentar la inversión en el Triángulo Norte con programas de refuerzo en materia de seguridad para el combate a pandillas y al narcotráfico.

En la era Trump, el plan es recortar los fondos de cooperación, obligar a los gobiernos a desarrollar asocios público-privados con grandes corporaciones norteamericanas y aumentar, junto con México, el control de la seguridad en la región.

Kelly sugirió en Miami que las fuerzas de seguridad mexicanas entrenen a las centroamericanas. O es una declaración cínica o ignorante, pero en cualquier caso es alarmante, habida cuenta de las miles y miles de historias registradas por las propias agencias de inteligencia estadounidenses de la complicidad de las fuerzas mexicanas con los carteles del narcotráfico. (Apenas dos semanas atrás, Propública dio a conocer cómo un cartel mexicano arrasó con una población entera después de que la DEA filtrara información a las fuerzas especiales mexicanas, que de inmediato la comunicaron a los narcotraficantes.)

No hubo en Miami ninguna negociación ni conversaciones relevantes sobre TPS o remesas; ninguna sobre derechos humanos o derechos laborales o derechos de los migrantes; ninguna sobre otra cosa que no fuera inversión corporativa y seguridad; es decir, narcotráfico y maras. Es decir, el problema que representa para Estados Unidos el ingreso de drogas y la presencia de pandilleros en su país; sin siquiera tomar en cuenta el problema que han significado para nuestros países las deportaciones masivas de pandilleros formados en las calles estadounidenses, por la negligencia norteamericana para dar soporte a los refugiados de guerras que ellos mismos nutrieron. Sin siquiera un asomo de reconocimiento de la corresponsabilidad estadounidense en la situación actual del triángulo norte.

Nuestros representantes, de derechas y de izquierdas, ni siquiera argumentaron con propiedad que para los propios intereses estadounidenses no refrendar el TPS y deportar a los centroamericanos productivos en aquel país solo empeorará la situación aquí y por tanto expulsará a más centroamericanos hacia allá. Y que esto tendrá impacto negativo en la propia seguridad estadounidense, como insisten distritos escolares y diversos expertos y organizaciones sociales a las que no les permitieron asistir a la reunión de Miami.

La administración Trump ha preparado un presupuesto en el que recorta considerablemente los fondos de la agencia estadounidense para el desarrollo, USAID, y para el apoyo a refugiados; así como las aportaciones a los institutos financieros internacionales como el BID.  La cooperación para Centroamérica sería recortada en 39 por ciento.  El mensaje es claro: esta región ya no cuenta, en el corto plazo, con Estados Unidos como aliado para su desarrollo. Ha llegado la era Trump.

El presidente que eligieron los estadounidenses ha sido claro en su deseo de aislarse y de pensar solo en su propio país; tampoco ha dejado dudas de su racismo y sus prejuicios contra los latinos. El muro prometido con el que abrió su campaña probablemente nunca se construya en la frontera con México, pero es un muro político y cultural que él ha decidido construir para aislar a su país. Trump encabeza hoy la administración más disfuncional y peligrosa de que se tenga memoria.

Los centroamericanos tenemos muy poco poder de negociación ante un gigante como Estados Unidos. Este momento, justamente, prueba las inconveniencias de tanta dependencia de una sola nación; aunque estemos ligados a ella histórica, económica y socialmente, con la tercera parte de los salvadoreños viviendo en ese país. Pero es hora de buscar nuevas alianzas.

En estas circunstancias, se vuelve urgente vincularnos mucho más con América del Sur y extender los brazos a otros aliados en el mundo, para compensar la retirada estadounidense. Europa ha estado siempre dispuesta a jugar ese papel, y hoy debería ser bienvenida como alternativa viable, necesaria y mucho mejor, porque en su agenda de asocio hay mucho más que un simple programa de seguridad y mucha menor aspiración injerencista. China es otra posibilidad.

Es también una coyuntura que obliga a repensar, y a intensificar, el proceso de integración centroamericana; y aunque la tarea parece inmensa hoy, si no comenzamos ya a caminar con la mira puesta en ello no llegaremos nunca.

Es cierto que el proceso parece casi muerto; con la burla que los políticos centroamericanos han hecho de las instituciones integracionistas, comenzando por el PARLACEN. Es cierto que Honduras y Nicaragua atraviesan hoy retrocesos en materia democrática y que el triángulo norte enfrenta una emergencia en materia de seguridad; es cierto también que Costa Rica y Panamá parecen más lejos que nunca de incluir la integración en sus agendas, aunque el crimen organizado y el lavado de dinero los integre inexorablemente cada vez más al resto del istmo. Y Belice nunca ha sido abrazada del todo como miembro pleno de nuestra América Central.

Pero seguirnos pensando como siete países con proyectos independientes es negarnos a las posibilidades de un futuro que luce mucho más prometedor para los centroamericanos cuando estas se piensan en conjunto y proyectadas hacia la unificación. Es momento de buscar alternativas.

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