El Ágora / Cultura

El último vuelo de Isabel Dada

Conquistó las tablas, la radio y el cine, y a cientos de actrices, actores y directores que compartieron escenario y encuadre junto a ella. Isabel Dada le entregó al teatro medio siglo de vida y una herencia que pudo haber dispuesto para recorrer el mundo. Prefirió, en cambio, quedarse en El Salvador para llenar de alguna forma el vacío en formación actoral pero sobre todo, para ser libre.


Jueves, 15 de junio de 2017
María Luz Nóchez

Su belleza, dicen, estaba hecha para el cine. Por eso, hace más de 47 años, cuando el cineasta José David Calderón necesitó de una actriz para su ópera prima, Los peces fuera del agua, una de sus amigas, la actriz Gilda Lewin, no dudó en recomendarla. Y así alzó su primer vuelo Isabel Dada, fallecida este 14 de junio a consecuencia de un cáncer. A sus 76 años, quedará inmortalizada en la historia del arte salvadoreño por su trayectoria, pero también por su regreso al cine de ficción, la misma vía por la que su carrera actoral se catapultó en 1969. Aunque su trayectoria la desarrolló principalmente en el teatro, tras su partida queda una última actuación en la pantalla grande, en la película Volar, aún por verse. El vuelo de Isabel Dada, entonces, es circular. El cine marcó el despegue de su carrera actoral y coincidió también con su ocaso. 

Cincuenta años de carrera sobre las tablas, la radio y la gran pantalla le confirieron el título de gran actriz. Su legado abarca representaciones de clásicos de la dramaturgia universal, como William Shakespeare, Tennesse Williams, Darío Fo, entre otros. Caracterizada por su versatilidad y disciplina, Isabel Dada encarnó una amplia variedad de personajes, desde mujeres atribuladas por sus problemas mentales hasta hadas que narran la vida en los prados. Cuando ella entraba a un lugar, todos notaban su presencia. Desde la forma en que arreglaba su cabello, la selección precavida de su atuendo y sus accesorios, y su manera de caminar, imponía gracilmente su presencia. Su carisma, sin embargo, la despojaba de cualquier pose de diva y siempre tenía una sonrisa para todos. Más allá de pretender aleccionar a los otros con su experiencia, siempre estuvo sedienta de aprendizaje de nuevas técnicas y de compartir escenario con rostros nuevos.

Se formó junto a los grandes maestros de teatro en El Salvador, con Edmundo Barbero (Teatro Universitario) y Roberto Salomón (Acto Teatro), quienes retaron constantemente su capacidad con personajes difíciles que le permitieron crecer en método y técnica. La vena teatral siempre estuvo presente en su vida. Se estrenó en las tablas cuando tenía apenas tres años, a los 11 organizaba montajes con sus vecinos y a los 18 tuvo su primer roce con el teatro profesional interpretando una obra de Oswaldo Chávez Velasco.

Fue hasta 1967 que decidió dedicarse de lleno a las tablas y se inscribió al Teatro Universitario siguiéndole la pista a Barbero, quien había identificado desde niña su talento y le había pedido que “cuando fuera grande” lo buscara. Ahí coincidió con Gilda Lewin, con quien luego protagonizarían el primer largometraje de ficción salvadoreño. Lewin había sido seleccionada para participar en el proyecto insigne de José David Calderón, Los peces fuera del agua, junto a Irma Elena Fuentes, quien se dio de baja en los primeros días.

“David estaba muy preocupado porque se iba a atrasar la filmación”, recuerda Lewin, quien por el contrario, le tenía la alternativa a su problema: “No te preocupés –le dijo-, acaba de llegar alguien fabulosa al Teatro Universitario. Es la persona ideal, mandada a hacer”. Lewin no dudó en recomendar a Dada para el papel de Olivia. Su belleza, afirma, era para el cine. Las actrices estaban ensayando en ese entonces Sopa de pollo con cebada, de Arnold Wesker, y Calderón aprovechó para certificar la recomendación de primera mano. “Fui a verla y quedé realmente impresionado: era casi una réplica de Elizabeth Taylor” [...] “fue una auténtica revelación. De hecho cambié diálogos y situaciones enteras para aprovechar al máximo sus condiciones interpretativas”, escribió en su libro De vista y oídas. La belleza de la novata actriz motivó a Calderón a adaptar el filme a ella. No así las salas de cine, para quien la belleza de Dada no era excepcional. Jorge Parker Escolán, gerente del Circuito de Teatros Nacionales rechazó en 1971 el estreno de Los peces fuera del agua porque, a diferencia de Hollywood, no tenía una actriz de talla internacional como Sofia Loren.

Esta fue la primera experiencia de Dada en el cine y le gustaba recordarla como “la película del amor”, porque, pese a las limitantes presupuestarias, “nadie se quejaba, todos colaboramos con mucho entusiasmo”. Nunca estuvo conforme, sin embargo, con el resultado final. El sonido original del filme era muy deficiente y en la posproducción, el cineasta decidió cambiarlo por un doblaje en sustitución de las voces de las actrices. Dada admitió en distintas ocasiones que cuando veía la película no se reconocía: 'Cuando Olivia dice 'si te lo vas a llevar, llévatelo todo', no soy yo. Para empezar, contaba, el registro es más grave y la intención de esa voz no es la mía'. No se trataba de una metáfora, pues el audio de los diálogos de Los peces fuera del agua es un doblaje realizado en México.

En su carrera tuvo la oportunidad de compartir escenario con otras grandes figuras del teatro salvadoreño, como Ana Ruth Aragón, Dinora Cañénguez, Saúl Amaya, Juan Barrera; así como también de ser dirigida por Fernando Umaña, Filánder Funes y Santiago Nogales. Ahora que ha partido, no hay nadie que la haya conocido que no reconozca en ella su humor, su genuinidad y, sobre todo, su persistencia.

Isabel Dada junto a sus compañeros de Acto Teatro y si director Roberto Salomón.
Isabel Dada junto a sus compañeros de Acto Teatro y si director Roberto Salomón.

Ana Ruth Aragón e Isabel Dada coincidieron por primera vez las tablas en el montaje de Sueño de una noche de verano, a cargo de Roberto Salomón, en 1997. La actriz la recuerda como alguien muy entregada al oficio y dispuesta a atender las indicaciones de los directores, aunque a veces, agrega, era “un poquito caprichosa”: “Fue una muy buena alumna, era tremendamente intuitiva. Era como una niña, muchas veces inocente y muy solidaria, pero cuando se encaprichaba por algo lo defendía”. Los caprichos, sin embargo, eran siempre una conversación tras bambalinas, ya que frente a los directores, explicó Aragón, siempre fue muy respetuosa y obediente. 'Por ejemplo: si le decían que se tirara al suelo y diera mil vueltas ella lo hacìa, aunque después me decía 'Ay, chelita, eso no siento que tenga que ver con mi personaje'', recuerda.

Salomón da fe de su obediencia y la describe como alguien que siempre estuvo dispuesta a aprender técnicas nuevas, pero sobre todo a “olvidarse de su comportamiento de niña bien para tirarse al suelo y hacer ejercicios de estiramiento e improvisación con los jóvenes actores”. Su memoria prodigiosa, no obstante, no dejaba pasar instrucciones contradictorias a la hora de preparar sus personajes, con la fecha y lugar exacto en donde la idea se expresó: “Le estaba yo dando unas instrucciones para su personaje, y me diría: “pero un día que íbamos tú y yo caminando cerca del Colegio de La Asunción, me dijiste que Stanislavsky dice que el actor debe de…”

Isabel Dada fue una de las pocas actrices que se mantuvo en el escenario durante la guerra (1980-1992). Muchos de sus compañeros decidieron migrar y aunque a ella se le presentó la oportunidad de hacer carrera en México, optó por regresar, pese a que el panorama era prometedor. A sus 32 años, viejó a México para trabajar junto al hijo de María Félix en El hombre de la mancha; privilegió sin embargo regresar con sus hijos porque nunca le gustó ese ambiente. “Ese ambiente con el que yo me topé en México no me gustó para criar a mis hijos. Cuando ya iban las drogas de por medio, y que la fulana era amante de la otra fulana, y fulano era amante del otro fulano, a mí me agarró un vértigo, un vértigo continuo, era un mareo que pasé un mes así. Y me di cuenta de que no podía torear el ambiente, a menos que me metiera en él”, confesó.

Cuando decidió regresar los espacios empezaban a cerrarse poco a poco para los artistas, así que optó por hacer recitales de poesía y monólogos en galerías de pintura. Una vez que se firmaron los Acuerdos de Paz en 1992, Dada contactó a Salomón para que trabajaran juntos de nuevo. Roberto accedió, pero le propuso que trabajaran junto a la compañía Sol del Río, encabezada por Fernando Umaña, junto a quien montaron la obra Tierra de cenizas y esperanza. En ella, el director y gestor cultural descubrió a un “animal escénico con un gran sentido de la verdad escénica”, y en 2009 le ayudó a cumplir uno de sus sueños y la ayudó a conseguir la escenografía para montar el monólogo de su autoría La Madonna de las cuatro lunas.

La Madonna de las cuatro lunas  fue un montaje escrito por Isabel Dada en donde, a manera de catarsis, y acompañada por un duende invitaba al público a
La Madonna de las cuatro lunas  fue un montaje escrito por Isabel Dada en donde, a manera de catarsis, y acompañada por un duende invitaba al público a 'escudriñar el enorme placer de vivir y gozar la vida en libertad'. Foto cortesía de Fernando Umaña.

Isabel estaba enamorada del teatro y una de sus grandes frustraciones fue no poder hacerlo de manera continua. Para subsanar esos vacíos, en 1993 fundó la academia William Shakespeare para formar a una nueva generación de actores y actrices. Invirtió en ella la herencia que le había dejado su padre, pero nunca prosperó. Este fue un desacierto que algunos miembros de su familia no comprendieron. “Todo mundo te lo ve como una quijotada y estamos en un mundo donde las quijotadas no te van a dar de comer”, decía resignada.

Dada tenía la capacidad de reinventarse con sus personajes y siempre sorprendió. Aunque la sorpresa no emocionaba en casa, ni cuando comenzó a recibir reconocimientos por su trabajo. Ella, de hecho, durante un tiempo prefería esconderlos. Fue hasta 2004, cuando la Asamblea Legislativa la reconoció como Hija meritísima, que decidió presumir ese y otras nominaciones de prestigio.

“Antes guardaba todas mis nominaciones en una gaveta, pero de repente me puse muy presumida, las enmarqué y las puse en la pared de la entrada de mi casa, en el vestíbulo. Mi hermano, cuando vio esa pared así, me dice ‘¡Caramba, no me había dado cuenta, qué cosa más maravillosa!’ Cuando me dieron en la Asamblea el reconocimiento de 'hija meritísima' yo estaba esperando que mi familia organizara una fiesta muy grande, pero la estoy esperando todavía. Y es lo que te digo: yo no culpo ni a mi familia, ni a mis hijos, ni a nadie, porque todo mundo te lo ve como una quijotada”, relató en 2007.

Al año siguiente, fue el Estado quien decidió celebrar su trayectoria y le otorgó el Premio Nacional de Cultura, el máximo reconocimiento que el gobierno entrega a los artistas. Fue la segunda en recibirlo en representación del gremio. La había precedido Dorita de Ayala, en 1999.

Siempre le gustó retarse, así que mientras esperaba ser escogida por algún director para interpretrar un nuevo papel, se dedicó a hacer radio. Por medio del programa Homenaje a la vida, transmitido por radio Clásica, interpretaba composiciones de diferentes autores, dedicadas al amor de pareja, al de familia, a la amistad. “La radio siempre es más difícil. Es transmitir solo con el micrófono, no se te ve, la radio no tiene ningún medio más, en tu voz está todo”.

Para Élmer Menjívar, periodista cultural, crítico de cine y teatro, esta multidisciplinariedad fue una de las grandes virtudes de Isabel, ya que su constancia y haber estado “siempre en nuestros oídos” son las razones principales por las que su nombre salta de inmediato cuando de nombrar referentes se trata. “Cada vez hizo un papel memorable, solvente, y se ganó el respeto de sus coetáneos y de directores y actrices. Se mantiene vigente y todos los directores siempre hablaban de ella como un buen referente y la buscaban para trabajar, que es el mejor testimonio de que se esforzaba para hacer bien cualquier cosa que se le encargara”.

Isabel Dada, segunda de derecha a izquierda,  junto a sus amigas y actrices Teresa Huezo, Elizabeth Gúzman , Ana Ruth Aragon , Dinora Cañenguez, Merci Flores. Foto tomada entre 2002 y 2003. Cortesía: Ana Ruth Aragon. 
Isabel Dada, segunda de derecha a izquierda,  junto a sus amigas y actrices Teresa Huezo, Elizabeth Gúzman , Ana Ruth Aragon , Dinora Cañenguez, Merci Flores. Foto tomada entre 2002 y 2003. Cortesía: Ana Ruth Aragon. 

En los últimos años Dada estuvo ausente de las tablas, pero siempre con la expectativa de organizar nuevos proyectos con gente joven. En 2013 colaboró con la Orquesta Sinfónica Juvenil en el primer experimento sinérgico de combinar la música académica con la literatura, y entre 2015 y 2016 estuvo trabajando junto a las actrices Alejandra Nolasco y Patricia Rodríguez, y las novatas en la escena Valeria Guzmán y Andrea Burgos. Las cuatro se habían juntado con Alejandro Córdova, quien se estrenaría con el proyecto como escritor de una obra de teatro que sería llevada al escenario. Dada se retiró cuando se enteró de su enfermedad y los demás involucrados optaron por no continuar porque concluyeron que el personaje de la madre había sido escrito para Isabel y que nadie más podría hacerlo de la manera en que lo habían concebido.

Los caminos de Patricia Rodríguez e Isabel, sin embargo, sí volvieron a coincidir. Compartieron escena en su último gran trabajo, el largometraje Volar, dirigido por Brenda Vanegas. Rodríguez conoció a Dada en el Teatro Luis Poma, cuando ambas atendieron el llamado de Salomón para participar en el montaje de El rey Lear, de Shakespeare. En aquel momento, conocer a una actriz que para ella era un icono del teatro salvadoreño fue un sueño. Pero fue hasta la filmación de esta última película que establecieron una relación mucho más cercana, que les ayudó a compenetrarse de tal manera que hizo más fácil la construcción de sus personajes: “Era un sol. Te iluminaba el día; era como una niña, muy juguetona. Le encantaba hacerte reír”, recuerda.

 

Volar - Teaser Oficial from La Estación on Vimeo.

El respeto que Isabel sentía por cada uno de los proyectos en los que se embarcaba la acompañó siempre, y más que por recibir una paga importante a cambio, lo que quería era actuar: “Isabel era de una nobleza sin igual, un secreto nuestro era que ella le decía a sus conocidos que le estábamos pagando mucho dinero por su papel, porque no quería que nadie pensara que era cualquier cosa lo que estábamos haciendo”, comparte Vanegas sobre un proyecto que logró financiarse a base de patrocinios y donaciones.

De Olivia en Los peces fuera del agua a Esther en Volar, Dada se inmortalizó en el cine y el teatro con personajes atribulados por sus problemas. Sus dos personajes en el cine son dos mujeres que con casi 50 años de diferencia parecen hablarse: 'Usted tan perspicaz, con tanta vida interior, y se le ha escapado', dice Olivia a una silla vacía mientras toma el té, en una escena de la película de Calderón, rodada hace más de 40 años. Mientras que Esther, 40 años después, se plantea el futuro de su enfermedad, la pérdida de la memoria: '¿Qué pasará cuando lo olvide todo?'.

A Isabel Dada el país no la olvida. 

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