¿Cuánto poder podemos acumular? ¿Cuánto dinero podemos generar? O, mejor: ¿Qué significa vivir en El Salvador? Nos es poco común hacernos preguntas existenciales e intentar responder con seriedad sobre estos temas últimos del ser humano; no obstante, seguimos viviendo como si fuésemos eternos; vivimos con poco rigor y mucho pragmatismo, haciendo cosas, acumulando objetos o necesitando y anhelando cosas y objetos… Para algunos la vida se desenvuelve en trivialidades, para otros en supervivencia. Pero la vida se acaba para los que tienen y los que no tienen, y al final podemos hacer un balance de los legados y precariedades.
Observo a nuestra clase política y empresarial, y veo a la gente –desde la ventana académica- y cuesta mucho descifrar o interpretar qué está pasando con la nación, y lejos de tener respuestas surgen más y más preguntas, sobre las ansias de poder y de dinero; los intangibles del país poco importan. Y no podemos dejar de contrastar nuestra realidad entre Venezuela y Finlandia –por ejemplo–, y ver las brechas y desafíos; o –¿por qué no?–, intercambiar nuestras fotos del drama humano con Siria. Somos una pieza en el rompecabezas global, y pese a nuestra afortunada circunstancia no avanzamos…; en efecto, nuestros problemas no son de fanatismo histórico-religioso, no tenemos mucho que ofrecer y que perder en materia de recursos minerales, tampoco somos un dolor de cabeza geopolítico por nuestra extensión territorial… ¿Qué nos pasa realmente?
Somos una sociedad atomizada en tres o cuatro planos: a) el fanatismo ideológico trasnochado; b) la voracidad mercantil de hacer dinero a toda costa; c) la acumulación de poder para negociar, extorsionar y satisfacer egos; y d) la apatía ilustrada y analfabeta. En realidad, elementos muy superficiales pero con cierto arraigo cultural. La generación de relevo –con limitada identidad y sin estrategias- está cansada y frustrada ante el modelo imperante, pero no tiene brújula para navegar en las encrespadas aguas del fanatismo, mercantilismo, del poder y de la apatía.
El gobierno vive además en una tensión difusa y perpleja entre los modelos que necesita y los que aspira, concretamente entre Estados Unidos y Venezuela; urge salvaguardar el TPS y la estabilidad de los millones de salvadoreños en Estados Unidos, pero a la vez se guarda lealtad a la “revolución bolivariana” (en minúsculas y entre comillas) por afinidad y por la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Obviamente esta tensión irresuelta genera dificultades, por un lado los empresarios temen un descalabro de porte venezolano y por otro la embajada de Estados Unidos hace recordatorios poco diplomáticos. Parafraseando a Schiller, lamentablemente “los dioses de la venganza obran en silencio”…
A 25 años de los Acuerdos de Paz, de una sociedad que decidió terminar el conflicto armado e inició un camino de reconstrucción, pese a los avances en derechos humanos y leves mejoras en algunos sectores e instituciones, lo que hemos logrado en realidad es: 1) una historia sistemática de corrupción; 2) un flujo permanente de migrantes a Estados Unidos; 3) una dependencia macroeconómica de las remesas; 4) el ascenso de las pandillas; 5) no hemos resuelto el antagonismo entre comunismo y anticomunismo; 6) no hemos logrado perdonar y resolver los crímenes de la guerra; 7) no hemos logrado levantar un sistema educativo con 20 años de una PAES inamovible; 8) la pobreza sigue latente –puntos arriba, puntos abajo- como un factor de exclusión; 9) la deuda externa sigue creciendo; y 10) tenemos una clase política que no se la merece el pueblo salvadoreño.
Podemos y debemos seguir haciendo preguntas a nuestros líderes, a los que vemos –los más tristes- y a los que no vemos –que verdaderamente mueven los hilos del poder–; a los verdaderos “dueños” de este país que lo siguen estrangulando para asegurar ad infinitum sus privilegios, los de sus hijos, nietos y bisnietos.
Ojalá le diéramos las oportunidades a los jóvenes… verdaderas oportunidades para crecer y salir adelante; oportunidades educativas reales, eficaces y sostenibles, y que pudieran contar con un sistema de salud y con un tejido social digno; efectivamente, que pudieran soñar sin miedo a las pandillas y sin la desilusión de tener que dejar a su familia, y sobre todo con la certidumbre de que el próximo gobierno –y sus amigos cooperantes– no cambiarán las prioridades.
Tenemos muchas preguntas más, algunas muy simples, como por ejemplo: ¿pagarán al menos los impuestos los que recibieron sobresueldos? Y otras más complejas sobre la justicia o la impunidad de muchos asesinatos… pero, por el momento, nos quedamos con estas interrogantes básicas dirigidas a la conciencia de los que dirigen el país…
* Óscar Picardo Joao ([email protected]) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar; en la actualidad dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia.