Columnas / Política

Pobrecitas iguanas que somos nosotros


Martes, 17 de octubre de 2017
Willian Carballo

A veces pienso que esas iguanas postradas en la morgue que Top Chef llama cocina somos nosotros. Que los tipos con cuchillo, delantal y gorrito blanco solo son políticos disfrazados que fueron al súper por votos como quien va al mercado por sal y aiguaste. Y que cuando, carretilla llena, vuelven al set, proceden a desangrarnos. Entonces nos agarran entre sus manos olorosas a cebolla y nos cercenan la memoria con la delicadeza de un carnicero con machete. Nos cortan la cola. Nos degüellan. Nos parten en trocitos. Y luego, brutos que somos, todavía miramos de reojo la tele para tragarnos el espectáculo sin digerir siquiera que somos nosotros mismos ahogados en el propio aiguaste que le vendimos en forma de votos. A veces pienso que vivimos en un “reality show” y no lo sabemos.

Otras veces pienso que esto es una telenovela. Ni siquiera coreana, ni de narcos (bueno, a veces sí); sino thaliesca, del verbo Marimar y del latín María Mercedes. Un melodrama en el que hay un supuesto héroe de nombre y apellido rimbombante, de elegantes calcetines e infame pañuelo (como diría Sabina), que sueña con flechar el centro del histórico corazón de una dama. Un príncipe azul que invita a su amada a elotes locos y a las ruedas. Que la arroba en Twitter con frases de Mario Benedetti y le declara su amor por Facebook Live. Pero no hay novela de Thalía sin su Laura Zapata. Entonces aparece lo que él llama villana. Una supuesta malvada y colorada enemiga que no lo dejará comerse la tercermundista manzana de sus amores y se interpondrá entre el galán y su sufrida conquista. No sigo. Aunque sepamos cómo sigue el guion, mejor no se pierda mañana el próximo capítulo por Canal 2, si es que no se cae la señal.

Y ya cuando me pongo estereotipado, esto me suena a circo. Candidatos que hacen acrobacias en motocicletas, diputadas que pretenden domar al diablo y cristianizarlo, borregos amaestrados que saben cómo cruzar aros de fuego sin trasquilarse y un show de troles enanos que se dan falsas cachetadas para hacernos reír. Show de circo de pueblo. Una pista con varios payasos. Globitos y pasteles decorados con rostros. Lentes ya sacados. Y una larga fila para tomarse una foto con el aspirante a dueño de la carpa, bailando La Bala, echando pupusas, acariciando mascotas, chineando bebés.

Show. Eso es la política; el mayor de los espectáculos. Y nosotros, espectadores, nada más. Desenfadados televidentes que nos hundimos en unos viejos sillones cubiertos de sábanas para que no se empolven, mientras comemos nachos jalapeños y una coca, despreocupados, como quien ve pasar la vida por esa pantalla chica o por la del celular sin decir ni “beee”, como mudos borregos. Pasivos asistentes a la función del circo que nos empolvamos los pantalones en las destartaladas tablas que rodean la pista, que nos reímos de las payasadas de los candidatos o que, peor aún, nos dejamos embobar por sus malabares. Votantes alucinados con el espectáculo de luces –y pollo– Campero. Insisto: espectadores nada más.

A veces pienso que vivimos en un “reality” y no lo sabemos. Otras que esto en una telenovela y otras que un circo. Pero, sobre todo, a veces pienso que parecemos –y me incluyo– unas iguanas que, aunque protegidas por la ley, yacemos amarradas sobre la tabla de picar, incapaces de hacer nada, casi muertas, mientras vemos a los políticos cocinarnos en aiguaste y hacer de eso una película gore, como pasó en Top Chef.

¿Nos escapamos? Nosotros aún estamos a tiempo.

 

Willian Carballo  ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo  ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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