Columnas / Violencia

Nos vemos en el siguiente feminicidio

Casos como el de la periodista Karla Turcios -asesinada por su compañero de vida, según las autoridades- sacuden a la sociedad salvadoreña. Son muchas las frases de indignación y el recuento de casos similares...

Miércoles, 25 de abril de 2018
Bessy Ríos

Casos como el de la periodista Karla Turcios -asesinada por su compañero de vida, según las autoridades- sacuden a la sociedad salvadoreña. Son muchas las frases de indignación y el recuento de casos similares (“lo mismo pasó con el caso de la doctora Rosa María Bonilla”). La gente grita desde redes sociales y los medios de comunicación hacen reportajes sobre los niveles de violencia contra las mujeres. Van y buscan a las organizaciones que trabajan con casos de este tipo y llevan estadísticas –porque el Estado no las lleva-; se alistan los programas de opinión y arman paneles de mujeres para hablar precisamente del tema de coyuntura, aunque en algunos casos solo llevan hombres a tratar el tema. Hora y media de estadísticas y del caso en particular, luego pasa la coyuntura, termina la indignación y regresan los paneles de hombres para hablar de seguridad, porque claro, aquí mueren más hombres que mujeres y los expertos en temas de seguridad son hombres. Por supuesto, no puede ser de otra forma.

Entre un caso y otro, sin embargo, la cotidianidad nos regala el machismo en todo su esplendor. En diferentes espacios de la sociedad –sino es que en todos- circulan los chistes machistas y misóginos, se justifica descalificar a las mujeres llamándolas escandalosas o histéricas, seres que no tienen sosiego al estar pidiendo día y noche procesos contra agresores. “En cada esquina ven machistas”, se les lee. O también se les escucha atacando programas como Ciudad Mujer, reclamando que debe existir ‘ciudad hombre’, porque es discriminatorio que no exista el parangón masculino y por lo tanto el otro debe desaparecer. Hay quienes llegan a preguntarse, en la televisión nacional, en un programa “referente” y de revista, si un “¿no, es no o se quiere hacer la interesante?”. Y ahí pasaron impunes un grupúsculo de machos analizando cómo y cuándo entender que el NO de una mujer puede que sea un “tal vez” sujeto a persuasión. De programas como ese llegamos a frases como esta: “ellas no se cuidan porque los hombres llegan hasta donde ellas les permiten”.

La violencia contra las mujeres no surge de manera espontánea. Es solo el resultado final de toda una serie de violencias simbólicas y de descalificaciones por razones de género que se nutren día a día, en una cultura predominantemente machista. Y en un país donde las mujeres somos tratadas como ciudadanas de segunda categoría, estas realidades preocupan. Desde el 'NO' contra las insinuaciones o relaciones sexuales no consensuadas hasta la discusión de temas de interés, nuestra voz vale tanto como el silencio. No existe. No importa. Así no encontramos hombres diciéndonos que no nos metamos en determinados temas porque no son temas de mujeres, como que no viviéramos en la misma sociedad y no nos aquejaran los mismos problemas. Así sufrimos discriminaciones porque no tenemos las mismas capacidades; y cuando reclamamos y decimos: “oye, eso es misoginia”, los agresores se ofenden. “¿Cómo? ¿Yo? Tengo mamá, hijas, hermanas, nunca podría ser misógino”. Ojo, querido, tener mujeres en tu familia no te califica como hombre que respeta y reconoce sus derechos.

La discriminación escala también hasta la política. Por ahí escuchamos esas eternas verborreas contra las cuotas de género. Los enemigos de las cuotas, cegados por su machismo, no leen por ejemplo que desde la utilización de cuotas han ingresado más mujeres a la Asamblea Legislativa, y la práctica ha ayudado a que el posicionamiento de mujeres en cargos de importancia sea una acción positiva que ha contribuido a romper la barrera de una concepción patriarcal: solo los hombres pueden dirigir. No se dan cuenta que en la medida que se normaliza la presencia de mujeres en cargos de poder, donde se toman las verdaderas decisiones, se va volviendo innecesario el uso de cuotas… Pero bien, “hacer eso discrimina a los hombres”. Se les olvida que El Salvador es país con una mayoría de mujeres, pero solo los hombres pueden caminar sin el temor a ser violados o ultrajados en la calle; o solo ellos pueden salir a tomar, y si les llega a pasar algo nadie preguntará: “¿y así andaba vestido?”. Un hombre nunca recibirá la frase de parte de un juez en un proceso de violencia intrafamiliar “¿no será que le contestaste mal a tu esposa y por eso te estrelló contra la pared?”. Un hombre rara vez recibe la oferta de su jefe para quedarse hasta tarde si quiere conservar su trabajo o de ir a almorzar si quiere conseguir el ascenso o el empleo…

La doctora Bonilla y la periodista Karla Turcios eran dos mujeres profesionales, clase media, mujeres que no debieron haber sufrido violencia, si asumimos que la presunción de vivir en una clase social y no en otra nos libra de la violencia por razones de género. El imaginario colectivo te dice que estos casos de violencia solo le pasa a mujeres con bajo nivel educativo o prevenientes de las clases sociales bajas: vendedoras del mercado, mujeres policías (contradictorio, ¿no?), ordenanzas, empleadas en trabajos del hogar, obreras, campesinas… Los casos de la doctora Bonilla y de Karla Turcios te golpean en la cara porque las mujeres no nos salvamos de la violencia machista por tener un título universitario o un trabajo estable con cierto reconocimiento. Los tentáculos de este flagelo te atrapan te transportes en bus o en tu propio vehículo, terminando la universidad o abandonando tu educación del bachillerato.

Ciertamente, la impunidad alimenta la continuidad de los casos. Cada vez escuchamos un caso, y otro, y otro más, donde las mujeres son asesinadas a manos de sus compañeros de vida, con lujo de barbarie y frente a los hijos. La falta de depuración en el sistema judicial, donde reinan jueces machistas que se rehúsan a utilizar la ley especial para tratar estos casos, tampoco ayuda. Los magistrados en la Corte Suprema de Justicia que protegen a estos jueces, tampoco ayudan. La falta de depuración en la Fiscalía General de la República, donde fiscales justifican la revictimización de las mujeres, tampoco ayuda. Tampoco ayuda la falta de atención a estos casos debido a la sobrecarga laboral –que existe-, pero lo cierto es que los fiscales los consideran como casos de menor importancia y por ello no les ponen amor. Tampoco ayuda la falta de depuración en la Policía Nacional Civil, donde los mismos policías matan a sus compañeras de vida con su arma de equipo, donde la llamada “unidad de género” no hace nada o hace muy poco. No se ven los famosos protocolos por ninguna parte, la palabra “depuración” en esas tres instancias, aquí sí, “NO” existe.

Es tal la inmunidad e impunidad del machismo en El Salvador que ningún precandidato a la presidencia –todos hombres- se mete en este tema. No pasan de hacer enérgicas condenas, pero ninguno habla de iniciar la depuración, ejecutar programas de educación y sensibilización en género para erradicar prácticas machistas. Ninguno pasa de decir “gracias a mi amada esposa que me acompaña”, como si eso fuera lo que las mujeres necesitamos escuchar pasa saber si el candidato impulsará políticas a favor de los derechos de las mujeres…

Nos vemos en el siguiente feminicidio.

*Bessy Ríos en primera persona: 'Opinóloga, madre de 4, esposa de 1, con 3 hermanas y 1 hermano, comprometida con mi conciencia. Mi certificación de nacimiento no trae títulos, solo dice: 'Bessy Ríos, hija de Cruz y Bessy''.

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