Sala Negra / Violencia

Mijango viste de blanco

Raúl Mijango, el principal mediador de la tregua con pandillas, comparte un sector de la cárcel de Mariona junto con el expresidente Antonio Saca y sus exfuncionarios acusados de corrupción. Mijango está acusado de extorsión y homicidio. ¿A quién mató? ¿Cómo extorsionó? ¿Quién es el hombre señalado por ser amigo de mareros?


Domingo, 13 de mayo de 2018
Carlos Martínez

Raúl Mijango pasa sus días vestido de blanco junto a otros dos reos, viéndolas venir y viéndolas pasar en una celda apretada, a la espera de que lleguen las cinco de la tarde para salir a tomar el sol, que a esas alturas del día sólo ha dejado saludos a los presos de la cárcel de Mariona, que lo añoran y lo padecen.

Esa hora –de cinco a seis de la tarde– es la más veloz del día y cuando se le mueren los 60 minutazos de sombra al aire libre, debe regresar a su celda a lidiar con dos jueces.

Mijango es el único hombre inocente de su celda, hasta que un tribunal diga lo contrario. Los otros dos son Enrique Beltrán y José Castillo: el primero solía ser juez especializado de Sentencia de San Miguel; y el segundo, juez de Paz en Guatajiagua, Morazán. Ambos fueron condenados a pasar más de una década en prisión por aceptarle –y pedirle– sobornos a narcotraficantes y mafiosos de distinto pelaje que querían gozar de inmunidad ante la justicia.

Los jueces llevan más tiempo en prisión: fueron condenados en febrero de 2017. Mijango llegó apenas en octubre del mismo año con aires de celebridad. Podría decirse que el sector de la prisión donde pasa sus días –el Sector Nueve–, es el área VIP de Mariona: lo comparte con el expresidente de la República, Antonio Saca, acusado de meterle mano –ambas manos– a varias decenas de millones del erario público. También está avecindado con los supuestos secuaces del expresidente: Julio Rank, quien fuera su secretario de Comunicaciones; César Funes, expresidente de ANDA; y Élmer Charlaix, que hacía de secretario privado de la Presidencia. También convivió unos pocos meses con Max González, el Gordo Max, una celebridad de la televisión que pasó varios meses encerrado, acusado de pagar a una menor de edad por sexo, hasta que fue encontrado inocente.

Entre los vecinos del Sector Nueve, una especial mención merece Luis Martínez, ex fiscal general de la República: el hombre que tuvo a Mijango entre ceja y ceja, que se declaró su enemigo, y que abrió una investigación en su contra y la presumió como medalla en la solapa para su pretendida reelección. El exfiscal Martínez hoy enfrenta cargos por hacer trampa para ganar juicios y por proteger a malosos a cambio de dinero.

En medio de aquel selecto grupo de gentes, Mijango es más bien un tipo ordinario, que no fue ni juez ni fiscal ni presidente ni mucho menos celebridad de la TV. En resumen, está preso por relacionarse con mareros, y no hay nada más antagónico a un juez o a un fiscal o a un presidente o a una celebridad de la TV que un marero, ¿no? No lo acusan de delitos con nombres que van perfumados de un elegante disimulo como ‘peculado’. No, a Mijango lo están acusando de lo mismo que a la mayor parte de los reos del país: asesinato, extorsión, introducción de ilícitos en las cárceles, asociaciones ilícitas. Diríase: delitos de marero.

La cárcel no lo tomó por sorpresa. Solía decir que terminar preso era una de las opciones que con más claridad veía en su futuro, porque se veía como el pararrayos de todas las dudas que despertó la Tregua. ¿Y en qué cárcel te imaginás más cómodo? Le pregunté alguna vez. “Eso está claro”, contestó, y le dio unos segundos de fermento a su chanza: “¡En cárcel de mujeres!”, y se rio de su propio ingenio, como Santa Claus, sosteniéndose la barriga. Desde luego, nadie le dio a escoger y no, no terminó en cárcel de mujeres.

Mariona tenía en febrero de 2018 una sobrepoblación superior al 370 %; o sea, en el espacio que se pensó para una persona, hay cuatro. El Sector Nueve fue creado para separar a sus moradores de toda la chusma que se apiña, revuelve, sobrevive en los recintos comunes. Las celdas en las que viven los internos célebres han ido mutando con el tiempo: han sido barracas para custodios, escuela de custodios, sector para presos en fase de confianza, oficinas administrativas… hasta que las adaptaron para albergar a personajes que de otro modo –así lo presumen las autoridades– lo pasarían particularmente mal en los sectores comunes.

Pero la cárcel todo lo aplana, va volviendo a los hombres iguales –al menos a primera vista– y creándoles una conciencia de gremio: Mijango disfruta las partidas de ajedrez con Julio Rank y ha cruzado palabras amables con el exfiscal Martínez. Entre sus huéspedes comparten algunos momentos comunes, como la clase semanal de yoga, a la que asisten juntos y que aprovechan como un recreo cotizado. ¿Cuándo en el mundo de los libres Julio Rank iba a bajar de su camioneta para moverle un alfil amistoso a Mijango? ¿Cuándo una palabra simpática y personal con el exfiscal Martínez? ¿Cuándo –¡cuándo, por dios!– una clase de yoga junto al expresidente Saca?

Luego de su captura, la Policía trasladó a Mijango hasta tribunales en el baúl de una camioneta. 6 de mayo de 2016. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Luego de su captura, la Policía trasladó a Mijango hasta tribunales en el baúl de una camioneta. 6 de mayo de 2016. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

Viaje en maletero

Los problemas legales de Mario Alberto Mijango Menjívar –mejor conocido por su seudónimo de guerra: Raúl– comenzaron el 3 de mayo de 2016, cuando fue capturado cerca del mediodía en la papelería que administra su pareja sentimental en Ciudad Merliot. Las autoridades le notificaron aquel día que lo arrestaban bajo cargos de haber metido teléfonos en la cárcel, y por lo tanto también de estar asociado con delincuentes. Se lo llevaron con lo puesto, y así lo presentaron tres días después ante los tribunales.

En teoría, Mijango era sólo una más de las 18 personas detenidas por el Caso Tregua: un atarrayazo con el que el fiscal general, Douglas Meléndez, quiso pasar lupa sobre la negociación entre el Gobierno y las pandillas, en la que Mijango trabajó como mediador. Pero la atención se centró en él: él en las fotos, desparramado sobre una silla del juzgado; él esposado; él enfermo en una camilla del Seguro Social; él declarándose inocente… 

El resto de detenidos eran seis directores de cárceles, nueve empleados de los consejos criminológicos y tres oficiales de policía, cuyos rostros y nombres apenas ocuparon espacio en los pasillos periodísticos. El exdirector de Centros Penales, Nelson Rauda, se dio a la fuga y se entregó a la justicia semanas después. Pero aún así, la atención mediática se centró en Mijango como el gran orquestador de un acuerdo mafioso, como el gran instigador de mentiras y manipulador de los índices de homicidios. Sin mencionar el hecho de que también fue el único al que la Policía transportó en el maletero de un vehículo, al lado de la llanta de repuesto, habiendo espacio de sobra para llevarlo –por ejemplo– en algún asiento.

“En algún momento alguien se iba a querer echar sus cinco minutos de fama jodiéndonos”, dijo Mijango luego de que varios policías encapuchados lo ayudaran a bajarse trabajosamente del maletero y lo condujeran esposado al juzgado. Su propia –mala– fama creció: aquellos que siempre sospecharon del proceso de negociación vieron confirmadas sus ideas, y aquellos que lo respaldaron –incluido el expresidente Mauricio Funes– quedaron cada vez más silenciosos y menos tentados a sacar el pecho por la Tregua y menos aún por Mijango.

Cuando salió del juzgado en aquella ocasión, fue conducido hacia un calabozo policial. El viaje de regreso también lo hizo en el maletero, junto a la llanta de repuesto.

En agosto de 2017, el juez del caso absolvió a todos los acusados, asegurando que la Fiscalía había sido incapaz de probar delito alguno, y Mijango fue puesto en libertad. La Fiscalía apeló ante una instancia superior que decidió, en marzo de 2018, que el juez no valoró todas las pruebas y que el juicio debía repetirse. Pero en los siete meses que transcurrieron entre la absolución y la anulación del juicio, a Mijango ya le habían acumulado dos acusaciones más: una por extorsión, y la otra, por homicidio.

La paz de las salsitas

Febrero de 2012. Al mediodía, la entrada del Centro Penal de Seguridad Zacatecoluca todavía olía a gas pimienta. Por la mañana, un grupo de miembros de la Mara Salvatrucha-13 y otro del Barrio 18 habían coincidido en un pasillo, debido a un error logístico del personal de seguridad. Se armó la trifulca esperable, y los custodios tuvieron que intervenir a punta de macanazos y gases lacrimógenos para que aquello no terminara en un conteo de cadáveres. Toda la cárcel quedó tensa y rumorosa.

Por eso, el jefe de seguridad de Zacatraz, un excoronel, se opuso con todas sus fuerzas al alocado plan que le proponía una pareja de emisarios oficiales: juntar en un mismo salón, sin grilletes ni custodios ni cámaras de seguridad a una veintena de pandilleros rivales, ni más ni menos que a los líderes de las dos facciones del Barrio 18 y de la MS-13.

Los emisarios oficiales eran el obispo castrense Fabio Colindres y Mijango, que tenían ya varias semanas de estar ingresando en Zacatraz para sondear –por separado– la voluntad de las pandillas de firmar un alto al fuego con sus enemigos. Uno de los pandilleros que participó de las primeras reuniones recuerda que Mijango les dijo a modo de presentación que a ellos “los había mandado directamente el presidente de la República, Mauricio Funes, para que negociara con ellos y que bajaran los índices de homicidios”.

Pero aquel día de finales de febrero era diferente: se trataba de mezclar enemigos sin previo aviso, y el jefe de seguridad les hizo saber su oposición a aquel disparate. Ante tal muralla, Mijango y monseñor Colindres tuvieron que hacer uso de su llave maestra, o sea, del entonces ministro de Justicia y Seguridad Pública, David Munguía Payés, quien se vio obligado a hacer una llamada para ordenar al excoronel que se dejara de remilgos y que siguiera a pies juntillas las solicitudes de los caballeros. Hecho un refunfuño, aquel funcionario dio un paso al lado, no sin antes advertir de que no se haría responsable si aquellos emisarios salían de la cárcel con los pies por delante.

Mijango y monseñor Colindres ingresaron junto a dos acompañantes y un cargamento de tesoros en cuyos efectos confiaban para aplacar cualquier zafarrancho: cajas de Pollo Campero, varios litros de gaseosa, cigarrillos y un bien muy preciado en aquel infierno: hielo. Todo pagado, según Mijango y el ministro Munguía Payés, por el Organismo de Inteligencia del Estado (OIE), que dirigía Ricardo Perdomo.

Las cámaras de seguridad del recinto fueron bloqueadas para tener privacidad y no se permitió la presencia de ningún custodio. Los primeros en llegar fueron los miembros de las dos facciones de la 18, que se sentaron de un lado de la mesa sin mayores aspavientos. Luego llegó la delegación de la Mara Salvatrucha, que al ver a sus enemigos se frenaron en seco.

Borromeo Henríquez –el Diablo de Hollywood– encabezaba la comitiva y reclamó a Mijango según lo recuerda uno de los pandilleros que lo acompañaban: “Hey, mire, así no es la cosa, usted tenía que esperar…”. Pero Mijango lo atajó, según recuerda él mismo: “¿Y vos, cuándo creés que iba a ser el momento? El momento es ahora. Ustedes no tienen diferencias, cabrón… y además quien dirige ese proceso somos nosotros. Si a ustedes no les complace, están en su derecho de decir que se van… y entonces ya ahí se fueron sentando, medio raros y cuchicheándose”.

Monseñor Colindres y Mijango se sentaron en los extremos de la mesa para crear una línea imaginaria entre enemigos de décadas: uno oró y cantó –es aficionado al canto e incluso ha grabado discos–, y el otro les dio una larga cháchara sobre la necesidad de dejar de matarse y de los beneficios que eso tendría para el país y para ellos. Silencio. Silencio entre pandilleros.

“Poco a poco se fueron como distensionando, quizá hasta la cantada les ayudó un poco, pero ¡nadie decía nada!”, recuerda Mijango. Así que pensó que era hora de sacar el as bajo la manga, entiéndase el pollo y los otros manjares.

La comida se repartió con meticulosa equidad: cada cubito de hielo, cada pierna de pollo se convierte en un manjar de reyes una vez que entra en Zacatraz. Y aquellos tipos rudos le hincaron el diente al almuerzo echándose vistazos desconfiados de cuando en cuando. Hasta que uno de ellos tuvo un problema.

Un pandillero de la Mara Salvatrucha –Mijango no recuerda con claridad quién– se dio cuenta de que la bolsa de salsitas había quedado del lado de la mesa de sus enemigos. Es mucha mala suerte: para una vez que se come con decencia en esa mazmorra, las salsas van y quedan cerca de un tipo al que querés matar.

“¿Me pasás las salsitas?”, fue probablemente la primera frase amistosa que se cruzaron miembros de las ranflas enemigas en más de veinte años. Y el otro le pasó las salsitas. Y luego hubo que devolverlas y así, hasta que Diablo de Hollywood se hartó y se puso de pie: todas las miradas lo siguieron. Recorrió su lado de la mesa sin dar explicación a nadie; pasó por detrás de Mijango, que no supo qué pensar, y comenzó a avanzar por el lado de la 18 hasta llegar a Carlos Mujica Lechuga –Viejo Lyn–, quien de inmediato se paró. El Diablo le extendió una mano abierta y Viejo Lyn la estrechó. Ambos comenzaron a hablar en inglés.

“Yo me hago para un lado y les digo: no, ¡en español por favor, porque aquí los demás no entendemos! Y se pone a reír el Diablo y me dice: ‘No, lo que le estoy diciendo a este es que valoremos esta oportunidad que tenemos, porque puede ser la oportunidad que muchos hemos venido añorando de que se abriera para buscarle una forma de solución a este problema’; y entonces aquello comienza a generar una inercia y comienzan a pararse más de la MS hacia el grupo y comienza a pararse más de la 18, y de repente yo me empiezo a zafar del grupo y me salgo y llamo a monseñor y le digo: sálgase monseñor, aquí el milagro ya estuvo”, dice un sonriente Mijango.

Eran otros tiempos: había un presidente al que invocar, un ministro que daba órdenes a su favor, un obispo de la Iglesia católica a su lado, un director del OIE que pagaba Pollo Campero a pandilleros, y un aspirante a mediador que iba a la cárcel en calidad de representante del Gobierno, no de reo procesado por asesinato o extorsión. Eran otros tiempos: Mijango creía en milagros.

Extorsión

Un líder pandillero se bajó de una camioneta negra en el parqueo del Denny’s de la Zona Rosa. Tenía ganas de hablar. Se sentó en una de las butacas a beberse una limonada y a contar cómo su organización –la facción Revolucionarios del Barrio 18– extorsionaba a los locales del reconocido paseo turístico de la capital.

“Todos pagan”, dijo como quien habla del clima, mientras paseaba la mirada por cada local. A veces, dijo, toca amenazar de muerte al vigilante, para ablandar el corazón y el bolsillo a los dueños. Otras veces, había que tomar cartas en el asunto: el propietario de un restaurante argentino denunció ante la Policía que era víctima de extorsión, o al menos así lo interpretó nuestro interlocutor, que decidió enviar a dos matones en motocicleta a rociar de plomo la terraza. Un nigeriano –¡un nigeriano!– y un salvadoreño resultaron heridos leves y fueron trasladados al hospital. “Es que tenía doble cara”, dijo, y dio otro sorbo a la limonada.

Pocas semanas después, en mayo de 2014, ese líder fue arrestado y conducido a una de las celdas más temibles de El Salvador, donde la competencia por el título es muy dura: uno de los calabozos individuales del Sector Seis de Zacatraz. Con el tiempo, este líder terminó quebrándose y aceptó traicionar su pandilla y colaborar con las autoridades. Lo trasladaron a una casa de seguridad fuera de San Salvador junto con su familia y le dieron un apodo de “testigo criteriado”, que es el nombre técnico y correcto para los traidores a su barrio. Le llamaron Toreto Uno.

***

Hay una empresa. Una empresa que vende mucho arroz, mucho frijol y mucho aceite, sobre todo. Esta empresa debía enviar sus camiones a repartir. En la ruta de reparto aparecían las pirañas mordiendo: como la empresa se movía en colonias controladas por la MS-13 y por las dos facciones de la 18, debía pagar extorsión a las tres pandillas. Dependiendo del humor o de la inteligencia o de la avaricia del líder de cada clica, el camión debía pagar cinco, diez o 50 dólares cada vez que aparecía, y así hasta sumar 15 000 dólares mensuales de pellizco en pellizco, según las estimaciones que la propia empresa hizo ante la Fiscalía. No hay muchos negocios capaces de mantenerse a flote con ese ritmo de desangramiento.

La Tregua permitió que muchos diálogos que parecían imposibles ocurrieran e incluso que lucieran civilizados: por ejemplo, las tres grandes pandillas convocaban a conferencias de prensa para anunciar que harían lo posible por dejar de asesinar –y lo cumplían–, pero también anunciaban que seguirían extorsionando –y también lo cumplían.

Pues bien, unos representantes de la empresa arrocera aprovecharon esa ventana para sostener una reunión con sus extorsionistas: líderes de las tres pandillas acudieron al encuentro, convocados por Mijango. Uno de ellos era Toreto Uno. El representante de la empresa propuso –tanteando el terreno– que qué les parecía si redondeaban el pago mensual en 800 dólares para cada pandilla. O sea, pasar de 15 000 al mes, a 2 400.  Los pandilleros rechazaron el primer intento.

Los representantes de la empresa narraron luego a la Fiscalía cómo la habilidad negociadora de Mijango cuajó en un acuerdo: consiguió que la empresa pagara un monto único a cada pandilla; que ese monto fuera de 2 000 dólares y que no fuera en dinero, sino en arroz precocido, en frijoles, en aceite… que deberían servir para que los pandilleros iniciaran microempresas. A cambio, las pandillas se comprometieron a que ninguno de sus miembros volvería hacer ninguna solicitud de ningún tipo a los camiones repartidores. Y así fue.

Según uno de los representantes de la empresa, de nombre Francisco, antes de salir a repartir productos, los choferes recibían un listado con los apodos pandilleros –las takas– de los líderes de la MS-13 y de las dos 18 y de sus teléfonos para que reportaran cualquier incumplimiento.

Francisco describió la contentura que le produjo a su jefe el acuerdo, contando que en el año 2012 incluso envió una canasta navideña a cada uno de los líderes pandilleros con los que habían negociado, además de un pavo. La misma dosis de gratitud aplicó en diciembre de 2013.

Pero mientras todo marchaba sobre ruedas, a mediados de 2013, un detective de la Policía investigaba un caso de secuestro –o eso dijo a la Fiscalía– y sus pesquisas lo llevaron a una casa. Al ingresar, no encontraron a la persona secuestrada, pero sí unas cajas de cartón llenas de arroz precocido, de frijoles, de aceite. En la casa había también una señora, que aseguró que el producto era de su esposo y que este trabajaba para Mijango. Cuando la Policía entrevistó a Mijango, les confirmó que el esposo de esa señora, Rubén Rosa, trabajaba para él en la fundación Interpeace, una oenegé internacional que dio cobertura legal a los mediadores de la Tregua.

Rubén Rosa es el Chivo de Centrales, uno de los pesos pesados de la Mara Salvatrucha-13, y fue el principal representante de esta pandilla en las negociaciones con la arrocera. En aquel momento no pasó nada. De hecho, el acuerdo entre los pandilleros y la empresa siguió en pie.

La Tregua se fue derrumbando poco a poco, y el papel de Mijango como mediador oficial se diluyó: ya no tenía acceso al nuevo ministro de Seguridad, ni al presidente de la República y ni siquiera le dejaban ingresar en las cárceles. La Iglesia católica abandonó el barco. Se aproximaban elecciones presidenciales y ningún político o partido quiso verse en público relacionado con diálogos con pandilleros. Para 2014 el proceso estaba ya en los huesos.

En enero de ese año, el dueño de la empresa la vendió al Grupo ALBA, relacionado con dirigentes del partido FMLN. Los nuevos dueños heredaron también los tratos con las pandillas, pero ellos vieron el vaso medio vacío: lejos de celebrar con canastas navideñas y pavos el trato alcanzado con los homeboys, denunciaron la extorsión ante la Fiscalía y acusaron a Mijango de ser la mente maestra detrás de los chantajes.

La denuncia sobrevino después de que los pandilleros decidieron cambiar de modalidad: renunciaron a la idea de montar pequeñas empresas de venta de granos básicos y exigieron que los 6 000 dólares se entregaran en dinero contante y sonante. Al principio, la empresa emitió un cheque a nombre de un desconocido cuyo nombre y DUI dieron las pandillas. Posteriormente, exigieron que el cheque se emitiera a nombre de un empleado de la empresa, y que él les entregara el efectivo.

Francisco dijo a la Fiscalía que él estaba siendo presionado por sus jefes para testificar y les hizo saber que no existía poder humano ni divino capaz de obligarlo a declarar en un juicio. Para El Faro no fue posible dar con él. El abogado y los amigos de Mijango insisten en que él entró a negociar esa extorsión a petición de la empresa, y que fue contactado por un emisario llamado Leonardo Mena: un exguerrillero –que tuvo un breve y muy secundario papel en política dentro del FMLN– que se presentó como asesor de la empresa.

Paolo Lüers, miembro del equipo de Mijango durante la Tregua, asegura que buscó a Leonardo Mena cuando Mijango fue acusado de extorsión, para pedirle que localizara a Francisco y que lo convenciera de testificar a favor de Mijango. Lüers dice que Leonardo Mena no hizo nada. El abogado defensor de Mijango también dice haberse sentado con él para pedirle que fuera parte de sus testigos de descargo, pero no quiso involucrarse, aunque prometió que movería “sus influencias” para que el ministro de Defensa –y padre de la Tregua–, David Munguía Payés, abogara directamente ante los dueños de la empresa. Tampoco hizo nada.

Leonardo Mena en cambio es más escueto: dice que apenas recuerda quién es ese tal Mijango, porque lo conoció durante la guerra civil y en su paso por el partido FMLN. Pero que tiene muchos años de no verlo ni de hablar con él; que jamás le pidió que se involucrara en negociaciones con empresa alguna, y que no recuerda haberse reunido ni con Lüers ni con el abogado de Mijango. Ante esa respuesta, Lüers masculla un improperio y alcanza a decir: “Es un mentiroso”. 

La Fiscalía presenta como pruebas contra Mijango lo dicho por Toreto Uno y el acta en la que un policía consigna que la esposa del Chivo de Centrales dijo que aquellos productos pertenecían a la institución en la que trabajaba Mijango.

La defensa insiste en que su cliente no es un extorsionista, sino un mediador entre unos extorsionistas y un extorsionado. Su éxito dependerá, probablemente, de lo mucho o poco que importen en el juicio los matices.

Raúl Mijango llegó a tribunales custodiado por agentes el 6 de mayo de 2016. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Raúl Mijango llegó a tribunales custodiado por agentes el 6 de mayo de 2016. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

Post-it de colores

Haciendo a un lado la polémica que suscita Mijango, habrá algo en lo que todos podemos estar de acuerdo, como por ejemplo que él no luce como Rambo y que nunca lo ha hecho. No siempre fue tan voluminoso, alguna vez tuvo un vientre de soldado, pero siempre ha sido más bien bajito, con un rostro desprolijo, con el moreno intenso que viene de nacimiento más una que otra manita de sol.

Solía ser un guerrillero menudo, fibroso como un árbol de jiote, fumador empedernido, capaz de trotar toda la noche sin tropezar con las piedras, portador de una AK-47 –obsequio del mismísimo Fidel Castro– y jefe de las unidades militares especiales del Ejército Revolucionario del Pueblo: gente entrenada para disfrazarse de tierra o de lodo o de árbol y avanzar camuflados, descalzos, sin hacer crujir una hoja, para surgir de pronto de entre el monte y asolar un cuartel militar. Mijango es –o fue– un guerrero especializado en pelear en los cerros de Morazán, en emboscar, en llegar silencioso hasta el enemigo y eliminarlo… diríase, pese a los comunes acuerdos, como Rambo.

Antes de incorporarse a la guerrilla, fue de los pocos muchachos los suficientemente rebeldes como para declararse trotskista, cuando aquello lo hacía a uno merecedor del mote de “revisionista”, o alguno de esos insultos tan circunspectos con que se flagelaban unos a otros los muchachos izquierdistas de los setenta.

En la guerra, dice, lo enervaban los guerrilleros capaces de recitar El capital y de disertar sobre el proceso bolchevique y las luchas del proletariado… “Yo solo les preguntaba: ¿A cuántos guardias has matado? ¿A cuántos soldados? Lo demás me vale verga”.

***

Al terminar la guerra, Mijango siguió su carrera política dentro del FMLN y podría decirse que conoció el éxito: en 1997 se convirtió en diputado; en 1999 fue electo secretario general adjunto –o sea, el número dos del partido– y en el año 2000…. lo echaron, aunque técnicamente él renunció cuando ya era obvio que estaban a punto de echarlo. Las bases más radicales del partido lo acusaban –palabras más, palabras menos– de revisionista. Y su nombre fue desapareciendo de a poco de la vida pública de El Salvador hasta que, en mayo de 2009, la Policía lo capturó y lo presentó ante la prensa como miembro de una banda de asaltantes que se dedicaba a robar tambos de gas propano. El que fuera subdirector de Investigaciones –hoy ministro de Seguridad–, Mauricio Ramírez Landaverde, dijo que Mijango compraba todos los tambos de gas que la banda robaba, a sabiendas que eran producto de atracos, y luego los vendía a precio regular. Según la Policía habría comprado al menos mil tambos.

Cuando lo arrestaron en su casa de Mejicanos, la Policía le decomisó un fusil AK-47 y le sumó una acusación por tenencia ilegal de armas de guerra. Él alegó que esa arma tenía un valor sentimental, debido a que era un regalo de Fidel. Argumentó también que durante la ofensiva guerrillera de 1989, ese fusil le salvó la vida cuando un soldado lo sorprendió distraído y le disparó a corta distancia. Parte de las balas rebotaron en su AK-47.

A los pocos días fue encontrado inocente por una juez que lo dejó en libertad, aunque le decomisó su fusil. Mijango volvió a desaparecer, pero no por mucho tiempo.

***

En marzo de 2012, Mijango reapareció en público contando un cuento fantástico sobre un milagro. En aquel momento todo parecía un disparate, un rompecabezas con piezas inconexas, una burla.

Fue durante una conferencia de prensa celebrada en la sede de la Nunciatura apostólica –o sea, de la embajada del Vaticano en El Salvador– en la que estaban el nuncio Luigi Pezzuto, monseñor Colindres y Mijango. Vaticano-Colindres-Mijango. Semejante juntura era como una inmensa falta de ortografía. Pero el surrealismo apenas estaba comenzando; durante una hora, los tres mintieron a manos rotas: dijeron que iban a hablar de una obra de la Iglesia católica, cuando se trataba de un plan diseñado por el ministro y aprobado por el presidente Funes; dijeron que monseñor Colindres tenía años de visitar Zacatraz, cuando acababa de conocerlo hacía dos meses; dijeron que el traslado de los líderes desde la cárcel de máxima seguridad hasta penales comunes no tenía nada que ver con la súbita reducción de homicidios, cuando fue un requisito impuesto por las pandillas; dijeron que los barrios habían decidido dejar de matarse a cambio de nada, cuando existía un documento en el que consignaba las múltiples y variadas demandas de las pandillas; dijeron que todo aquello tenía una explicación divina, milagrosa, cuando… en fin.

Dijeron también que si Mijango formaba parte de aquella hazaña sobrenatural era por solicitud de los pandilleros, que siendo tan devotos a sus libros –Mijango había escrito algunos libros sobre la guerra civil–, solicitaron su presencia a través de sus familiares. “Ellos pidieron que yo fuera parte de los facilitadores porque la mayoría había leído mis libros”, mintió Mijango.

Durante varias semanas, él y el ministro Munguía Payés habían planeado un proceso de diálogo con las pandillas que condujera a la reducción de los asesinatos en el país. El plan –incluida la presencia protagónica de Mijango– había sido aprobado por el presidente Funes.

***

“Raúl no es un hombre pulido”, dice el ministro Munguía Payés. Y es cierto: basta conocerlo un poco para entender que Mijango no combina con ninguna corbata ni con zapatitos brillantes ni con palabras rimbombantes. Tiene que hacer un esfuerzo consciente para no encajar la palabra “mierda” en cada frase.

Una vez que me concedió una entrevista en su oficina, vestía una de sus camisas con botones muy sufridos, a un respiro de tirar la toalla. Cuando sintió demasiado calor, sudando profusamente, por suerte –para los botones, digo– se quitó la camisa sin dejar de hablar, y se quiso secar el cuerpo con lo primero que encontró, que era un bloque de post-it de colores. Arrancaba uno, se lo paseaba por el cuello y por la barriga y, cuando había perdido sus limitadísimas propiedades absorbentes, lo arrugaba y lo tiraba a la papelera.

Sus maneras hoscas serían un lunar en cenas con vinos y canapés y embajadores y esas cosas que parecen ser tan necesarias en procesos como la Tregua. “Pero es un hombre muy inteligente”, remata el ministro.

Su rol durante el proceso está delimitado con gran claridad por esas dos consideraciones del ministro: el protagonista de los eventos con canapés solía ser el propio ministro y también –sobre todo cuando había sotanas de por medio– monseñor Colindres y también –cuando había empresarios adinerados en juego– Paolo Lüers.

Pero Mijango era el motor diario de la Tregua casi de forma exclusiva. Dotado, como estaba, de una carta blanca para dar órdenes al propio director general de Centros Penales, condujo el proceso con una enorme discrecionalidad, echando mano de una viveza y de un extraordinario talento para entender las lógicas propias de los bajos fondos, y también para sacarle el mayor provecho a pequeñas concesiones que en el mundo de los presos cambian la vida cotidiana de la noche al día.

Por ejemplo, consiguió que el Diablo de Hollywood obtuviera un permiso para asistir unos minutos al funeral de su madre de crianza. Desde ese día, el Diablo expresó, cada vez que pudo, su gratitud, e incluso le otorgó un diploma diseñado por él mismo, que hizo enmarcar: en el documento se lee que el Diablo le entrega ese reconocimiento por sus “aportes a la patria”.

Mijango consiguió además que todos los pandilleros presos pudieran ver a sus hijos y tener derecho a visita íntima con sus parejas. Bregó para que los reos pudieran ingresar televisores en las celdas, o para que hubiera servicio de agua en las horas en las que los presos están en las áreas comunes. 

Tenía también alguna noción del balance entre el palo y la zanahoria. Por ejemplo, cada pocos días, hacía trasladar a los líderes hacia una prisión “neutral” para monitorear el cumplimiento de los acuerdos y para señalar a quiénes estaba aflojando. En esas reuniones participaba como representante de la 18-Revolucionarios Víctor García Cerón, el Duke, con quien Mijango tuvo un encontronazo sonoro. Más de alguno que estuvo en aquella reunión asegura que se hizo un silencio incómodo cuando el mediador dio un manotazo sobre la mesa.

Mijango también recuerda aquel episodio como un encontronazo: “Yo les decía (a los pandilleros): ustedes la han cagado tanto que por más que pidan perdón y que hablen toda mierda la gente no les va a creer; para eso la gente necesita hechos concretos. Hubo un momento en que Duke se puso como defensor de los que la cagaban, decía:‘es que el gobierno no hace programas’ y no sé qué putas más excusas, hasta que le dije: ‘Mirá, Víctor, cuando te incluí a vos para ser parte del equipo lo hice porque pensé que entendías del proceso y que tenían la madurez necesaria, pero eso de que querrás encabezar a los que la cagan no te lo voy a aceptar nunca y de hoy en adelante vos ya no sos ante mí el referente de los Revolucionarios, no voy a volver a aceptar más una solicitud de hablar con vos en nombre de tu gente. No te fui a sacar a Zacatecoluca para que defendieras a los que la cagan, para eso te hubieras quedado allá. No jodás. Te traté así ante todos porque no puedo permitir que otro asuma actitudes como las tuyas”. Después –dice Mijango- se sintió mál por habér sido “quizá” un poco grosero. 

***

Había en Apopa –ya no– un pandillero llamado el Snyper. Él había sido comisionado por sus líderes para coordinar con Mijango cualquier acontecimiento relacionado con la Tregua, que dicho sea de paso no tenía nada parecido a una hoja de ruta.

Mijango debía improvisar cada siguiente paso, aplicando el método de prueba y error –que en muchas ocasiones terminó dando error– con sus respectivas consecuencias. Así, se le ocurrió probar qué pasaba si pedía a los pandilleros de un sector específico que suspendieran por completo las extorsiones. Lo habló con la ranfla de la pandilla, y estos accedieron a intentarlo. Comisionaron al Snyper para que coordinara el trabajo.

Tal cual: los homeboys aflojaron a regañadientes la mano alrededor del cuello de sus víctimas, pero se las ingeniaron para seguir obteniendo ingresos, con el inconveniente de que ese ingenio no gozaba de la aprobación de la ranfla: en resumidas cuentas, cometieron un secuestro a espaldas a sus propios líderes.

La Policía, sabiendo que Mijango mantenía canales abiertos con la pandilla, lo buscó para probar si por las buenas era posible que liberaran a su presa.

“El clavo es que nos avisa la Policía del secuestro y cuando comenzamos a investigar, al primero que topamos fue al Snyper y le dijimos: ‘hay un secuestro y ustedes están señalados’, y me dijo que iba a investigar y que eso era muy grave.  Finalmente se hizo una intervención policial para liberar al secuestrado, y luego se empezó a hacer toda la investigación técnica y resultó que el Snyper estaba avalando la acción”, recuerda Mijango.

El mediador encaró a la ranfla, les reclamó haber faltado a su palabra, y les echó un largo regaño sobre la falta de credibilidad y sobre los acuerdos tembleques que trastocan la confianza en todo el proceso y sobre… “Cuando se le dijo a la pandilla, nos pidieron 72 horas para resolver la situación, ¡y en 72 el Snyper estaba muerto! Yo lo sentí un gran vergo, pensé que qué mierda es la vida. No les doy la razón de haber secuestrado, pero pensé: ¿por qué voy a andar pidiendo pureza en que no haya ningún tipo de acto delincuencial si yo no estoy siendo integral en lo que estoy ofreciendo? Yo no quería que lo mataran… ¡Claro, el gran problema es cómo ejercen su disciplina, pero eso no es mi problema, es de ellos!”, reflexiona Mijango, que pronto entendería –por las malas– que en este tipo de casos la Fiscalía General de la República no opina lo mismo.

Mijango sale esposado de tribunales luego de enfrentar la audiencia inicial. 6 de mayo de 2017. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Mijango sale esposado de tribunales luego de enfrentar la audiencia inicial. 6 de mayo de 2017. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

Homicidio

Había un pandillero en la cárcel de Ciudad Barrios, bueno, había varios, muchísimos, una cárcel repleta de ellos, pandilleros hasta el techo, literalmente, colgados en hamacas. Pero dentro de aquel hacinamiento había un grupo –¿15, 20?– que a finales del año 2012 conformaban la ranfla nacional de la Mara Salvatrucha-13 en El Salvador. En medio de ellos había uno que no destacaba por ninguna razón y que apenas abrió la boca durante una larga entrevista que la cúpula de la pandilla concedió a El Faro.

Aquel muchacho posó alegremente para un retrato y no paraba de prodigar su sonrisa congelada y su amabilidad extrema. Al final alcanzó a hacer una pregunta: “¿Cuántos pandilleros creés que somos en el país? ¿Y si le sumamos a nuestros familiares? ¿Creés que somos un millón? ¿Creés que los políticos nos pueden ignorar?”.

Ese pandillero salió de la cárcel al año siguiente y volví a verlo a las orillas del lago de Ilopango, comiendo en uno de los tenderetes que venden pescado frito. Era el rey del local. A su alrededor orbitaba un avispero de pandilleros jóvenes con muchas ganas de mostrar cuán pandilleros eran, caminando como pandilleros, hablando como pandilleros y vistiendo exageradamente como pandilleros. Aquel día ya no tenía ni su sonrisa ni su amabilidad ni la más mínima gana de hablar conmigo. “Sí, me acuerdo de vos”, dijo, y me dirigió una mirada  que me inspiró irme de aquel lugar lo más rápido que pude.

Aquel ranflero se convirtió en una de las principales voces de su organización en libertad: él representaba a la MS-13 ante sus pares de las pandillas 18 y ante los principales partidos políticos que se turnaron para mendigar votos a esas organizaciones criminales durante la campaña por la presidencia en 2014. También se convirtió en pastor evangélico, luego de estudiar 1 252 horas de teología, y se recibió como capellán mayor en 2015.

Un año después fue arrestado y acusado de ser el cerebro financiero de la Mara Salvatrucha. Fue presentado ante los medios con gran pompa y el fiscal general llegó a decir que era el “CEO de la Mara Salvatrucha”. Pero no lo acusó de nada ni lo presentó ante ningún juez ni fue visto de nuevo los medios. Poco a poco su propia pandilla fue asumiendo que se había convertido en soplón, y todos aquellos que alguna vez fueron sus subalternos directos fueron puestos bajo sospecha y rebajados en su autoridad al interior de la Mara.

En efecto, aquel pandillero se convirtió en colaborador de la Fiscalía, que le otorgó el estatus de testigo criteriado. En los documentos judiciales se le conoce como Noé.

***

Edwin Kember Méndez Gámez fue atrapado por la Policía mientras enterraba la cabeza de un hombre cerca de la terminal de buses de Usulután en plena vigencia de la Tregua, en octubre de 2012. Era miembro activo de la Mara Salvatrucha.

Noé contó a la Fiscalía que estaba viendo noticias en la televisión dentro de la cárcel de Ciudad Barrios, junto a otros miembros de la ranfla, cuando apareció una nota sobre la siniestra actividad de Edwin Kember. Dijo que apenas había terminado la nota en el noticiero cuando sonó el teléfono al Crook de Hollywood, uno de los más importantes líderes de la pandilla, y este puso su celular en altavoz. Quien llamaba era Mijango.

“Vaya, ustedes se comprometieron a que no iban a pasar este tipo de homicidios y miren lo que acaba de hacer ese sujeto. No me vayan a salir con que no es de la Mara; ahora ustedes tienen que limpiar esa mierda”. Eso fue lo que dijo Mijango. O al menos eso es lo que recuerda Noé. O al menos eso fue lo que dijo a la Fiscalía. O al menos eso fue lo que la Fiscalía escribió en su acusación. Crook respondió: “Hey, tiene toda la razón. Nosotros vamos a arreglar esa situación, a dónde llegue ese sujeto lo vamos a arreglar y te vamos a demostrar que nosotros no tenemos nada que ver con ese homicidio”. A lo que Mijango contestó: “Está bien, espero que arreglen ese asunto de la mejor forma como ustedes saben hacerlo”. O al menos eso es lo que recuerda Noé. O al menos…

Según Noé, aquello fue una solicitud inequívoca de matar a Edwin Kember, así que la ranfla se puso manos a la obra: ordenaron a todos los penales asignados a la MS-13 que mataran al sujeto en tanto pusiera un pie dentro de alguna cárcel, con tal mal tino –para Edwin Kember, desde luego– que fue a parar justo a la cárcel de Ciudad Barrios.

Noé aseguró a la Fiscalía que apenas el sujeto llegó a la cárcel lo rodearon varios miembros de la ranfla –entre ellos el Diablo y el Crook– y le propinaron una paliza hasta dejarlo semiinconsciente. Dijo que Eduardo Erazo Nolasco, el Mustage de Western Locos, lo forzó a beber grandes cantidades de agua de una botella de plástico, con la idea de ahogarlo. Pero no se ahogó. Entonces el mismo Mustage le hizo una llave en el cuello para asfixiarlo. Pero no se asfixió. Entonces el Crook le puso una bolsa de plástico en la cara para que el sujeto no pudiera respirar. Luego de varios minutos, el hombre dejó de respirar.

Por este hecho, relatado por Noé, la Fiscalía ha acusado de homicidio a todos los pandilleros mencionados por él. Y a Mijango por haber ordenado la ejecución.

La defensa de Mijango no niega que llamara a los pandilleros para reclamar por ese homicidio, pero dice que no existe relación alguna entre esa llamada y el asesinato.

El juez del caso decidió que Mijango debía guardar prisión hasta que se desarrolle el juicio en su contra. Pero su abogado apeló esta decisión ante una instancia superior, que es la Cámara Especializada de lo Penal de Santa Tecla. La Cámara notó que en la acusación de la Fiscalía había algunas cosas que no cuadraban.

La autopsia reveló que Edwin Kember murió a causa de un edema cerebral y pulmonar y que en su estómago había altas cantidades de Metomil, un potente pesticida con una altísima toxicidad. O sea, que murió envenenado.

Según los jueces, los hallazgos de la autopsia no concuerdan con el relato de Noé. Además, apuntaron en su sentencia que el único vínculo que hay entre Mijango y ese asesinato es la interpretación que el testigo protegido hizo de sus palabras. Por eso decidieron que no hay motivos para obligarlo a guardar prisión mientras se desarrolla un juicio en su contra, basado en acusaciones que les parecen cuando menos, débiles.

Gracias a esta resolución, Mijango podría atender su juicio por homicidio en libertad. De no ser porque tiene pendiente un juicio por extorsión, el ex mediador de la Tregua con pandillas podría dejar de vestir de blanco.

Hoy ya no quedan amigos como los de antes: como los de 2012, que le entregaron a Raúl Mijango las llaves de las cárceles y le permitían mover reos según su criterio; que le pagaban pollo frito con dinero de la inteligencia del Estado; que le bendecían con conferencias de prensa en salones vaticanos.

Casi nadie queda con ganas de defender la inocencia de Mijango en público o del proceso que dirigió. Salvo Paolo Lüers, que lo ha acompañado en cada juicio, o el ministro Munguía Payés, actual ministro de defensa, que dice, desde su oficina: “La sociedad ha sido ingrata con Raúl, más adelante le van a reconocer sus esfuerzos”.

Ricardo Perdomo, ex director de la Oficina de Inteligencia del Estado, abomina de la Tregua y de su mediador principal, Raúl Mijango y ha decidido no opinar más sobre aquel proceso desde que fue nombrado superintendente del sistema financiero.

Monseñor Colindres, su inseparable compañero durante las negociaciones, ha decidido acatar la severa prohibición impuesta por la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica de decir una sola palabra sobre el tema: “Por mi voto de obediencia no puedo hablar”.

El ex presidente de la República, Mauricio Funes, que diseñó toda la estrategia de negociación con pandillas junto al ministro Munguía Payés, se ha declarado un perseguido político y huyó a Nicaragua, donde no ha vuelto a decir palabra sobre Tregua.

Mientras su suerte se decide en tribunales, y se pronuncia en lenguajes jurídicos, Mijango debe conformarse con la dosis de libertad que ofrece una clase de yoga semanal.

Raúl Mijango, principal mediador en la tregua entre pandillas promovida por el gobierno de Mauricio Funes en 2012, está acusado de haber introducido ilícitos en penales, de haber participado de un homicidio y una extorsión. En la imagen, tomada el 10 de mayo de 2017, Mijango reposa en una sala de audiencia antes de que fuera trasladado al hospital Médico Quirúrgico del Seguro Social, por complicaciones de salud. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Raúl Mijango, principal mediador en la tregua entre pandillas promovida por el gobierno de Mauricio Funes en 2012, está acusado de haber introducido ilícitos en penales, de haber participado de un homicidio y una extorsión. En la imagen, tomada el 10 de mayo de 2017, Mijango reposa en una sala de audiencia antes de que fuera trasladado al hospital Médico Quirúrgico del Seguro Social, por complicaciones de salud. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

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