Columnas / Cultura

Breve tratado sobre Jhosse, Luis Miguel y el malinchismo

¿Tienen el suficiente peso Jhosse Lora, Marito Rivera y otras figuras salvadoreñas como para sostener una trama audiovisual como el bioepic de Luis Miguel disponible en Netflix?

Martes, 5 de junio de 2018
Willian Carballo

En las últimas semanas he leído el nombre “Luis Miguel” más de las veces que Gerson soñó con Hugo Martínez saltando en la tarima de aquel cuadrilátero de sus pesadillas. Y aunque ambos casos son espectáculo –dramático uno, cómico el otro–, dejaré esta vez la política para los mismos analistas que se reparten las entrevistas televisivas cada mañana y me centraré en la serie disponible en Netflix y basada en el cantante mexicano. Eso sí, la usaré solo como un pretexto. Una banal excusa para hablar de temas de nuestra cultura que considero más relevantes: el malinchismo y la comodidad.

Bromeando, como los serios solemos escribir verdades en Twitter, publiqué en esa red social que TCS debería lanzar una biopic similar a Luis Miguel, la serie, pero basada en un músico local. Proponía dos opciones: Jhosse, la serie (sobre el autor de El atol de elote) y Mi furiosa vida (sobre Marito Rivera). Las dos estarían inspiradas en las historias de éxito de ambas estrellas tropicales de los años noventa, allá cuando la cumbia era un trono y los artistas que la cantaban se sentaban en él a comerse las uvas del estrellato.

Para mi sorpresa, la idea despertó más interés del que Nayib tiene porque el TSE le cuente con urgencia las firmas de inscripción de sus Nuevas Ideas. Muchos –de mi generación, sospecho– no solo adelantaron que las verían “por morbo”, sino que además trazaron los guiones de posibles capítulos; y hasta sugirieron otros personajes locales que ameritan también su propia serie, llámese René Alonso y Alfredo José. La razón de sentirse interesados por estos otros cantantes, percibo, era sus filones dramáticos. El Pura uva, por un lado, pasó una noche en bartolinas por supuesta violencia doméstica; y el Negro , por el otro, confesó a la prensa tener 19 hijos con 12 mujeres diferentes . Ni Luisito Rey podría con eso.

Tal reacción me llevó a hacerme varias preguntas: ¿Por qué la industria televisiva local no crea productos así? ¿Ameritan estos artistas una serie? ¿Tendrían rating? ¿Tienen el suficiente peso esas y otras figuras salvadoreñas como para sostener una trama audiovisual de ficción? ¿Las personas verían los biopic solo para burlarse y por el morbo de conocer episodios oscuros de las vidas de los cantantes o porque de verdad estarían interesadas en ellos como artistas?

La respuesta desde el lado de la televisión es la más obvia: comodidad. Siempre será más fácil ir de compras al súper de las series importadas y en algún martes de ofertas tomar un par de latas del anaquel de la pereza para cocinar un estofado en horario estelar. O en su defecto, costará menos comprar la franquicia en boga, y vestirla como producto nacional en un bello y moderno set, que exprimir la industria creativa naranja para regalarle a la gente algo original que ver los domingos al regresar de comer pupusas. Eso: la fórmula probada es la más cómoda.

Lo paradójico –me gusta esa palabra– es que las pocas veces que algún productor audiovisual se ha atrevido a colgarse esa pesada mochila en la espalda le ha ido bien. Tres casos. En 1994, el mismo Jhosse contó parte de su carrera en Nacidos Para Triunfar, una historia que pobló los cines locales, llegó más tarde a Canal 6 y, sobre todo, se convirtió en un éxito de ventas en el formato de video-home entre los salvadoreños residentes en Estados Unidos. También Jhosse estelarizó el año pasado uno de los capítulos de Resonancia; y aunque no fue ficción, sino documental, circuló mucho en redes sociales. Y años atrás, en 2010, The King Flyp fue protagonista de un programa que seguía su precoz carrera. Si bien su fama duró lo que el Zarco como técnico de la Selecta, aquella producción que transmitió Canal 21 causó mucho revuelo en el mundillo local.

Pero acá viene la otra cara de esta moneda. ¿La gente querría ver hoy una serie inspirada en, por ejemplo, Marito Rivera o en Jhosse Lora (o en algún roquero, como Chente Sibrián)? Suponiendo que esté bien hecha, ¿los públicos querrían saber la historia de aquel hombre que bailaba como egipcio en el video de Tonta? ¿Los más jóvenes saben siquiera que mucho antes de Cri-cri-minal el Grupo Bravo ya cantaba El delincuente? ¿Saben sobre la época dorada de la música tropical nacional?

En su momento, en pleno auge de Nacidos para Triunfar o El tilinte, a Jhosse lo trataron de ridículo por las letras de sus canciones. Conozco gente que se avergüenza de los videos de Las Nenas de Caña frente al Chulón de San Benito o de aceptar que, una vez con tres cervezas por dentro y la salsa del pollo engrasándole los dedos, hay pocos metaleros con chaleco anti La Bala que se resistan a bailar cumbia en Navidad. Pero también conozco a muchos que adoran el video de Barato, de la Raza Band. Hay, además, estudios académicos sobre cómo algunas cumbias crean valiosas conexiones entre los migrantes salvadoreños que navegan por Youtube y su país y ensayos sobre la importancia histórica del ritmo en la escena nacional . Y hace unos días, un montón de millennials cantaban en coro Trampa, de Sangre Morena, en una fiesta dedicada con orgullo y por entero al género, en plena Zona Rosa.

No es objetivo de esta columna determinar si esos artistas son buenos, si sus videos son dignos de Vevo, si la mayoría cantaba covers de temas colombianos o si sus canciones se merecían un Grammy. Ya habrá momento para eso. Lo que quiero recalcar es que –nos guste o no nos guste, como tuitean desde Nicaragua– los artistas tropicales son importantes para nuestra cultura. Son lo más parecido a una industria musical local, aceptémoslo: vendían discos, daban conciertos, salían en la tele y sonaban en la radio. Pero son también la nostalgia hecha canción de los salvadoreños que hoy se atraviesan MacArthur Park en Los Angeles o por alguna calle de Hyattsville, en Maryland. Y sobre todo, son un puñado de personajes que establecieron una estética propia y una corriente musical con características únicas y eclécticas (otra palabra que me gusta). Aun así, creo que, por malinchismo, pensar en una serie como la de Luis Miguel pero basada en estos artistas locales está más cerca del chiste que de la ilusión, lamentablemente.

Pero si es así o no quizás nunca lo sabremos. Ni TCS es Netflix ni Jhosse se peina –o se despeina– como El Sol. Así que ahí dejémoslo por el momento. Conformémonos mientras tanto con que la Navidad nos sorprenda pidiendo La Bala otra vez o, por lo menos, imitando los pasos de El Baile del sapito, como Hugo Martínez en aquella fatídica velada en la que Gerson perdió la cabellera. Hasta diciembre, entonces. O hasta la campaña presidencial del Frente.

 

Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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