El Salvador / Medio ambiente

Estas son las personas que recogen tu basura de las playas

Las hermosas pero sucias playas de El Salvador han encontrado en los últimos meses unos aliados impensados: cientos de reos que cumplen condena y que abandonan la cárcel por unas horas para que esas playas impresionen cada vez más por su hermosura y menos por su suciedad. Dos periodistas de El Faro hicieron el viaje con ellos en una coaster, desde la cárcel hasta El Majahual.


Miércoles, 29 de mayo de 2019
Texto Roberto Valencia / Fotos Carlos Barrera

La Hyundai County asignada al Centro de Detención Menor (CDM) La Esperanza está acondicionada para maximizar el espacio. Un total de 33 personas viajaron en la coaster desde el centro penitenciario hasta la playa El Majahual el día que Centros Penales avaló que unos periodistas los acompañaran. Foto Carlos Barrera.
La Hyundai County asignada al Centro de Detención Menor (CDM) La Esperanza está acondicionada para maximizar el espacio. Un total de 33 personas viajaron en la coaster desde el centro penitenciario hasta la playa El Majahual el día que Centros Penales avaló que unos periodistas los acompañaran. Foto Carlos Barrera.

A mediodía Yoga estará recogiendo porquería en la playa El Majahual. Pero aún faltan seis horas para eso. Ahora sube en silencio al microbús que lo sacará de la cárcel unas horas y toma asiento en la cuarta fila, junto a una de las ventanas del lado del copiloto. “El mar es hermoso y se ve más hermoso cuando lo limpiamos –dirá Yoga–, pero lo que más me gusta es cuando la gente, al vernos, empieza a poner la basura en su lugar”.

Yoga es Luis Alberto Cornejo Villalta (1985, 19 de septiembre), un interno del Centro de Detención Menor (CDM) La Esperanza. Acumula cinco años privado de libertad y sus habilidades le han permitido no pasar desapercibido. Consiguió, literalmente, que hombres que algún día estuvieron entre los más poderosos de El Salvador le hicieran caso cuando les decía: ¡Al suelo! o ¡Párense sobre una pierna! Yoga impartió clases de yoga a los reos ilustres del Sector 9 de la cárcel que todo mundo conoce como Mariona: el expresidente Antonio Saca, el ex fiscal general Luis Martínez, los ex secretarios presidenciales César Funes y Julio Rank...

Todo aquello quedó atrás cuando lo trasladaron de Mariona al CDM. Aquel traslado y su buena conducta le permitieron ser uno de los cientos que a diario salen de la cárcel para hacer trabajo comunitario. Limpiar playas es lo que más le gusta. La de hoy será su tercera salida a El Majahual, playa icónica de El Salvador como pocas. “La idea es sentirse útil para la sociedad”, dice.

Son las 6:20 de la mañana del último día de abril. Llueve. Yoga y otros 24 reos están ya sentados en un microbús Hyundai County ‘nuevo de paquete’, modificado para que pueda llevar a cuantos más, mejor; el pasillo central, desaparecido. A los 25 uniformados de amarillo hay que sumar cuatro custodios con fusiles y pistolas, el motorista, dos periodistas y Jonathan, el encargado de la Oficina Ocupacional del CDM La Esperanza. Por todo somos 33 en esta coaster rumbo al mar.

—Amables pasajeros, disculpen la molestia que les vengo a ocasionar… –bromea Jonathan, parado junto a la puerta.

Jonathan Flores (1991, 3 de septiembre) trabaja en el CDM La Esperanza desde noviembre de 2017, cuando el penal se estrenó y comenzó a recibir a privados de libertad. El CDM La Esperanza está junto a Mariona –apenas una calle los separa–, pero son administraciones independientes. Muy resumido, los CDM son cárceles de nueva construcción –hay dos más, en Santa Ana y en Izalco– que albergan a condenados avalados por evaluaciones positivas. El CDM La Esperanza se construyó para 3 000 personas y hoy han dormido apenas 1 900, pero el nulo hacinamiento no es el principal atractivo para los reos que continúan en las cárceles ordinarias; un CDM permite salir a hacer trabajo comunitario.

Las 6:40 ya. La coaster apenas ha avanzado unos 200 metros. Toda la calle a Mariona, la que baja hacia Ayutuxtepeque, es pura trabazón.

N’ombre, así es todos los días –responde el motorista, preguntado sobre si la caravana kilométrica es por la lluvia que cae esta mañana.

Como responsable de la Oficina Ocupacional, Jonathan coordina todas las salidas. Unos 400 reos en promedio abandonan este CDM cada día y trabajan para alcaldías, instituciones gubernamentales o a solicitud de asociaciones comunales. Retiran la porquería que los salvadoreños dejan en playas, quebradas o turicentros, reconstruyen calles y aceras, pintan escuelas, adecentan canchas de fútbol, trabajan para la ANDA o la PNC, siembran árboles… Es uno de los componentes más visibles del modelo ‘Yo cambio’, que ha terminado convertido en el programa insignia de la renovada Política Penitenciaria de El Salvador.

—Aquí hay mucha gente que vale la pena –dice Jonathan.

Las 7:00 ya. La coaster todavía avanza a vuelta de rueda, a la par ahora de la residencial Ciudad Corinto. Adentro, eso sí, el ambiente es agradable, casi festivo.

Justo detrás de Yoga pero a un asiento de la ventana va Elías Martínez (1967, 14 de febrero), cincuentón, uno de los veteranos del grupo. Fue encarcelado hace 20 años y cumple una condena por estafa. Él mismo se presenta como “gente tavera”, veteranos a los que su veteranía les genera cierto respeto. Ha taveado en Apanteos –compartió celda en el Sector 2 con Carlos Perla, el expresidente de la ANDA– y en Mariona.

Reos del CDM La Esperanza esperan en el microbús que los llevará a la playa El Majahual, para realizar trabajos de limpieza. Foto Carlos Barrera.
Reos del CDM La Esperanza esperan en el microbús que los llevará a la playa El Majahual, para realizar trabajos de limpieza. Foto Carlos Barrera.

La pregunta de rigor: cuál es la diferencia entre estar un CDM y un penal ordinario. Elías: “Mirame: voy de vacaciones a El Majahual, que es la playa más bonita de El Salvador. Además, a recoger desechos que perjudican el medio ambiente. ¿Sabe qué? Yo vine a este lugar a pasear poco antes de caer preso. Vinimos con un 4x4 y se nos quedó en la arena, ¡costó sacarlo! Es plan de Dios lo que pasó después con mi vida, pero ir a la playa ahora es lo mejor del mundo, porque disfrutamos, y yo me siento bien, todos nos sentimos bien”.

Las 7:25 ya. La coaster pasa frente a la Universidad Nacional. A Jonathan le han avisado de que hay un accidente grave en la carretera al puerto La Libertad –la idónea para bajar a El Majahual– y que la calle está imposible. Están sopesando qué alternativa tomar.

Para los 25 de amarillo el tráfico infernal no parece ser problema alguno; al contrario. En la primera fila de asientos, justo en medio, va José Dedicación Flores Luna (1983, 25 de noviembre), que trata de no perder detalle sobre la ciudad y sus gentes, callado como si estuviera en una sala de cine. Está encarcelado desde abril de 2010, condenado a 22 años por violación, y El Majahual es la segunda playa que limpiará desde que llegó al CDM. Era –es– agricultor, de un caserío llamado Matapalo en un cantón llamado Calavera, ubicado en Cacaopera, en el departamento de Morazán. Matapalo, Calavera, Cacaopera... a veces pasan estas cosas.

Las 7:40 ya. La coaster está bien metida en el bulevar de los Héroes, más hacinado que de costumbre. Cernidito ahora, pero aún llueve.

—¿Y si nos quedamos en Metro? –pregunta alguien.

Manuel Alberto Díaz Huezo (1990, 14 de noviembre) va en la tercera fila, contra la ventana del lado del motorista. Desde lo más alto del paso a desnivel del monumento ‘Hermano, bienvenido a casa’, descubre que el Estadio Cuscatlán es ahora azul, no rojo y amarillo como lo recordaba.

A Manuel le empila el fútbol. Libre jugaba cuanto podía en su colonia, la Costa Rica de San Salvador, y preso lo hace en el equipo del CDM y en la selección integrada por los mejores de todo el sistema. La semana pasada participó en los II Juegos Deportivos Penitenciarios y ganaron. “Íbamos muy motivados”, dice. Tiene 28 años, lo condenaron a ocho por robo agravado, y lleva cuatro encerrado. Es el coordinador de la modesta biblioteca del penal.

Manuel había estado en El Majahual antes. “Con mis amigos –dice–, y cabal, yo era de los que dejaba las latas tiradas en la playa; ahora veo los errores que cometemos como cultura salvadoreña, y la próxima vez que venga acá, será libre, primero Dios, y prometo no tirar basura”.

Las 8:05 ya. La coaster apenas ha recorrido 19 kilómetros en hora y media, pero ahora sube ligera hasta Planes de Renderos, la vía alterna elegida. A poco para coronar, en los túmulos del Hospital Saldaña, las pupusas devienen el tema de conversación dominante. Dejó de llover, pero el piso está mojado. En el sentido contrario, un accidente sin heridos: un carro perdió el control y se metió en una zanja.

—Así parquean por acá –dice alguien, y le premian la ocurrencia con risas sonoras.

Rápido la plática regresa a las pupusas, a lo exquisitas que son en los Planes, adonde el microbús está entrando ahorita. Jonathan pide al motorista que apague el aire y se dirige a los reos que van junto a las ventanas. “¡Abran! Aquí es fresco, muchachos”.

Cada uno de los 25 carga su alimento para el día. Salieron del CDM con él, en una pequeña mochila de red, manufacturada en el propio penal, con desechos plásticos. La comida la lleva el día anterior la empresa que suministra los centros penales, FoodTech, un menú especial para los cientos que salen a trabajar. ‘Raciones frías’, las llaman. Las de hoy son un pan relleno con lascas de mortadela barata, un pedazo de cemita del tamaño de un celular, y un fresco rojo embolsado.

Un pan con mortadela, cemita y un refresco es la comida que lleva cada uno de los privados de libertad que salen a hacer trabajos comunitarios. Foto Carlos Barrera.
Un pan con mortadela, cemita y un refresco es la comida que lleva cada uno de los privados de libertad que salen a hacer trabajos comunitarios. Foto Carlos Barrera.

Las 8:22 ya. La coaster baja ágil hacia el mar. Poco antes de entrar en el casco urbano de Rosario de Mora, una señora mayor junto a la carretera alza la mano para pararnos. Los microbuses de la Ruta 17 –la que une este pueblo con San Salvador– también son blancos, y la señora se ajolota cuando nuestra unidad no se detiene.

—Noooo, vamos llenos, señora –bromea alguien al ver sus gestos de decepción.

Son ya dos horas en el microbús y faltan otros 40 minutos, cuando Google Maps estima en una hora –sin tráfico– el tiempo para recorrer los 45 kilómetros entre el CDM y El Majahual.

Pero nadie acá se queja ni se le ocurriría hacerlo; ni una sola mala cara, bajo la premisa de que para un reo cualquier rato fuera de la cárcel es ganancia, incluso sufrir el tráfico maldito de San Salvador.

Para ellos, sin embargo, las horas consumidas en una trabazón tienen consecuencias. El artículo 105-a de la Ley Penitenciaria permite a los internos de los CDM “redimir su pena mediante el trabajo, a razón de dos días de pena por un día de labor efectiva”. Pero Centros Penales les computa nomás las horas de trabajo efectivo, explica Jonathan. Si les toma cuatro horas ir y regresar al CDM y recogiendo basura de las playas pasan cuatro, sólo esas cuatro horas se agregan en sus expedientes como labor efectiva. A estos internos el tráfico de alguna forma les alarga su condena.

Las 8:49 ya. Julio César Hernández (1981, 22 de diciembre) es de La Libertad, el municipio que acabamos de atravesar. Va sentado justo detrás del piloto y desde que la coaster tomó la carretera El Litoral, en el cantón Melara, va mirando todo con los ojos como platos y de vez en cuando comenta algo sobre tal edificio nuevo o cual zona edificada. Lleva encarcelado seis años, seis años sin ver La Libertad.

—Después del puente, a la izquierda –dice quedito Julio César al motorista.

Izquierda pues. La coaster avanza unos 450 metros, hasta un rancho enorme llamado ‘Mar y tierra’, sobre la mera playa. Jonathan pide cerrar las ventanas.

Los 33 bajamos. El mar está bravo y ruidoso y espumoso. La tierra de la playa El Majahual es oscura como pocas. El cielo gris, pero sin lluvia. Hay perros y palomas de Castilla, algún que otro turista, y basura regada, plástico sobre todo: tapones, bolsas, botellines, bolsas, pajillas, bolsas, tenedores, envoltorios… y botellas de vidrio y latas y una chancla rota y cabuyas y porquerías varias. Todo lo que los salvadoreños que turistean acá tiran y lo que el mar devuelve después de haber bajado por ríos desde San Salvador y otras ciudades. Tu basura.

Hoy la recogerán Yoga, Elías, José Dedicación, Manuel, Julio César y los otros 20 reos que han viajado desde el CDM La Esperanza hasta El Majahual.

Gracias.

Internos del CDM La Esperanza retiran la basura de la playa El Majahual, una de las más concurridas del litoral salvadoreño en períodos vacacionales. Foto Carlos Barrera.
Internos del CDM La Esperanza retiran la basura de la playa El Majahual, una de las más concurridas del litoral salvadoreño en períodos vacacionales. Foto Carlos Barrera.

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