Columnas / Cultura

Los villanos no son como Hollywood los pinta

Como individuos, nunca hemos estado exentos de la violencia. Pero lo que no nos gusta escuchar o no queremos saber es que la mayoría de actos violentos e inhumanos son cometidos por personas sin trastornos mentales.

Jueves, 5 de diciembre de 2019
Laura Arévalo

Hace un par de meses se estrenó en salas salvadoreñas la película The Joker, de Todd Phillips, la cual desató muchísima polémica a nivel internacional. El filme nos deja varias lecciones y reflexiones incómodas de hacer para la mayoría de ciudadanos. Y para los detractores y críticos no hace más que resaltar el estigma de que violencia y enfermedad mental van de la mano.

Las críticas de la película iniciaron desde antes de su estreno a nivel mundial. De hecho, en Estados Unidos, el FBI reportó que vigilaría las publicaciones en redes sociales, porque temían que ocurriera un atentado en las salas de cines. Las autoridades no hicieron más que reaccionar ante supuestos mensajes maliciosos en la dark red. Los seres queridos de las víctimas del tiroteo del 20 de julio de 2012, en una de las salas de cine donde se proyectaba The Dark Knight Rises en Aurora, Colorado, enviaron una carta a la casa directora, consternados: 'Cuando supimos que Warner Bros estaba lanzando una película llamada que presentaba al Joker como protagonista con una historia de origen comprensiva, nos preocupamos”. Ellos no fueron los únicos preocupados, Stephanie Zacharek, de la revista Time, alegó: “En Estados Unidos hay un tiroteo masivo o un intento de violencia por parte de un tipo como Arthur prácticamente cada dos semanas. Y, sin embargo, se supone que debemos sentir algo de simpatía por Arthur, el cordero con problemas; simplemente no ha tenido suficiente amor. [...] La película adora y glamuriza a Arthur incluso mientras sacude la cabeza, falsamente, por su comportamiento violento”.

The Joker no es el primer largometraje en el que el protagonista es el victimario, tampoco podemos afirmar que figura entre las películas más violentas transmitidas en el cine y mucho menos que es la primera en la que nos tratan de transmitir empatía por el villano. Sin embargo, las críticas no cesaron. Hay que ser sinceros. Nadie se vuelve asesino por ver una película en la que se realizan crímenes a mano armada. Es por ello que la polémica que desató el filme es una clara muestra de la incomprensión, falta de educación y rechazo de la sociedad para con las enfermedades mentales.

En una sociedad analfabeta en salud mental, películas como The Joker, Split y We need to talk about Kevin, fundamentan la vox populi de la supuesta correlación entre enfermedades mentales y violencia. Es común escuchar expresiones como “es un enfermo mental” para referirse a alguien que comete actos repudiables para la mayoría de la sociedad. Ejemplo de esto es el polémico caso del magistrado Escalante, quien cometió una agresión sexual en plena vía pública. “¿Qué enfermo mental es capaz de tocar los genitales de una niña?”, se preguntaban algunos.

Se nos hace inexplicable que existan personas que cometan actos que consideramos ininteligibles para nuestra conciencia. Y por eso, a todo aquel comportamiento que se acomode a los extremos de la campana de Gauss, o curva de la normalidad, lo declaramos como una enfermedad mental, porque es más fácil pensar que solo un “enfermo mental” pudiera cometer actos tan atroces y aberrantes.

El magistrado no es un enfermo mental, al menos que sepamos. La niña agredida, sin embargo, sí tiene el 90 % de probabilidades de padecer de trastorno de estrés postraumático (enfermedad mental), generado no solo por el tocamiento, sino por el acoso posterior a su familia y el desplazamiento forzado producto de este. Lo mínimo que debe hacer el Estado, del lado de contención para la víctima, es obligar al acusado a que pague la asistencia psicosocial, precisamente para prevenir cualquier tipo de padecimiento que pueda desembocar un trauma que no sea tratado.

Históricamente, la violencia nos ha sido explicada como una respuesta adaptativa de supervivencia del ser humano, que viene desde la época prehistórica. Tampoco es desconocido para nadie que antes se efectuaban rituales de sacrificios humanos y animales como algo natural. Como individuos, nunca hemos estado exentos de la violencia. Pero lo que no nos gusta escuchar o no queremos saber es que la mayoría de actos violentos e inhumanos son cometidos por personas sin trastornos mentales. A pesar de lo que muchos pensarían, se acaba confirmando la existencia de una enfermedad mental como causa del delito en apenas una minoría exigua. Mientras tanto, esta creencia, aparte de ser falsa -ocurre esencialmente lo contrario-, solo ha tenido una consecuencia: incrementar el estigma, la marginación y la falta de integración social y laboral de los enfermos mentales. De hecho, en Estados Unidos solo el 10 % de las masacres cometidas, tiroteos, crímenes violentos y asesinatos en serie son cometidos por personas con alguna enfermedad mental. Mientras que, en España el porcentaje oscila entre el 3 % y el 5 % y en Noruega, 2 %.

En principio, la mayoría de personas con padecimientos mentales no son violentas y si llegan a atentar contra una vida, lo más probable es que sea contra la propia. El trágico suceso ocurrido en el redondel de las Naciones Unidas, el pasado 31 de octubre, nos lo recuerda. Este hecho no debe convertirse en una estadística más, ya que en El Salvador más de una persona muere a diario por suicidio. Según datos de Medicina Legal en los tres últimos años, 1 327 personas han muerto por suicidio. No todos los municipios de El Salvador contabiliza este tipo de muertes, lo cual indica que las cifras están subestimadas.

Es importante que dejemos de juzgar los padecimientos mentales y eliminemos esos estigmas que parecen de la Edad Media, cuando a los enfermos se les castigaba, catalogaba de locos, brujos y a varios, incluso, se les quemó en una hoguera. Como sociedad, hemos tratado históricamente a los enfermos como el basurero de todo lo que no tiene una explicación “agradable” o aquello a lo que no podemos dar una explicación con eufemismos.

Así pues, The Joker nos deja dos lecciones que quiero rescatar: “la peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras”. Nos hace falta comprender que el cerebro de alguien en un estado depresivo o ansioso, distorsiona y magnifica situaciones que, en un estado normal, por ejemplo, no representa amenaza o factor estresor. De esta manera, cualquier actividad, por muy sencilla que parezca, luce –para el afectado– como escalar una montaña del Himalaya en días de crisis.

La otra lección es la falla del sistema. Ciudad Gótica es una ciudad que pone ante nuestros ojos varias injusticias y situaciones que como sociedad vivimos. El caos que se presenta tiene muy poco de ficción y la película no hace nada más que exhibirnos una realidad no muy lejana. Arthur Fleck era una persona con varios trastornos mentales que sufrió violencia por parte de la sociedad, incomprensión y, sobre todo, un tratamiento muy pobre a su padecimiento. Diversos estudios han podido demostrar que, contrario a lo que se piensa, la implicación de los enfermos mentales en los delitos es más frecuente que en la población general, pero no como victimarios, sino como víctimas.

El estudio más reciente fue realizado por Solveig Osborg y publicado en el Nordic Journal of Psychiatry, en el cual evidencia una estrecha relación entre padecer enfermedad mental y ser víctima de violencia u otros delitos. Arthur fue víctima de violencia y cuando a él le suspenden las terapias y medicamentos, por falta de presupuesto, es cuando empezamos a ver que todo empieza a descontrolarse. No se trata de romantizar el crimen o justificar asesinatos, sino de reconocer que hay fallas en nuestro sistema y que hay acciones que empeoran el estado de las personas con una enfermedad mental. Los factores que más incrementan el riesgo son: el consumo de tóxicos y los antecedentes de conductas violentas previas a la aparición de la enfermedad. Cuántas veces no hemos visto personas en la calle catalogadas como “el loquito”, individuos que sufren de discriminación, y a quienes el Estado nunca les pudo proveer los medicamentos y atención que necesitaban.

Al no tratar estos problemas desde la perspectiva de la educación y prevención surgen varias ineficiencias en los gastos de recursos del Estado; la falta de acción es costosa. Según un estudio dirigido por la OMS, que calculó los costos de tratamiento y los resultados de salud en 36 países, los bajos niveles de reconocimiento y acceso a la atención de la depresión y otros trastornos mentales comunes, como la ansiedad, resultan en una pérdida económica global de un billón de dólares cada año. La inversión en salud mental beneficia el desarrollo económico. Cada dólar invertido en la ampliación del tratamiento para la depresión y la ansiedad conduce a un retorno de 4 dólares en mejor salud y habilidad para trabajar.

Como personas con sentido de humanidad, podemos hacer la diferencia. Erradicar el estigma depende de nosotros y solo eliminándolo vamos a poder brindar, como sociedad, una mejor acogida a las personas con enfermedades mentales, a su profilaxis y a que estas puedan recibir tratamiento de manera temprana, ya que, como cualquier otro padecimiento, si no se recibe tratamiento a tiempo la condición avanza.

Laura Arévalo es empresaria social y presidenta de Fundación Continúa. Licenciada en Economía y Negocios, amante del márketing y la escritura. Padece de fibromialgia, condición que hizo cambiar el propósito su vida, y ahora se dedica a concienciar, reducir el estigma y educar sobre el estrés, la ansiedad, la depresión y el burnout.
Laura Arévalo es empresaria social y presidenta de Fundación Continúa. Licenciada en Economía y Negocios, amante del márketing y la escritura. Padece de fibromialgia, condición que hizo cambiar el propósito su vida, y ahora se dedica a concienciar, reducir el estigma y educar sobre el estrés, la ansiedad, la depresión y el burnout.

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