El Salvador / Cultura

Yuri, el expresidiario que ganó oro en los Juegos Panamericanos

El fisicoculturista Yuri Rodríguez ha sido, en menos de tres meses, oro en los Juegos Panamericanos y plata en el Campeonato del Mundo. Yuri ha subido cimas rara vez alcanzables para el deporte salvadoreño, pero viene de abajo, de muy abajo. Tras una niñez y adolescencia marcadas por la pobreza, se involucró de lleno en la violencia estudiantil de finales de los noventa, lo acuchillaron con saña en una pelea, y fue condenado a ocho años de cárcel por robo. Luego, el olimpo. Su historia de vida redimensiona los manidos conceptos de la rehabilitación y la reinserción, y también mueve el piso de una sociedad que aborrece a sus reos y a sus exreos, pero que se vanagloria de los éxitos deportivos de sus atletas. Yuri es una paradoja viviente, paradoja acentuada con el agravante de ser salvadoreño, como dijo Roque Dalton.


Miércoles, 11 de diciembre de 2019
Roberto Valencia

Yuri Rodríguez, medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Lima (Perú) y subcampeón del mundo en el Campeonato Mundial de Fisicoculturismo de Fuyaira (Emiratos Árabes Unidos). Foto Fred Ramos.
Yuri Rodríguez, medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Lima (Perú) y subcampeón del mundo en el Campeonato Mundial de Fisicoculturismo de Fuyaira (Emiratos Árabes Unidos). Foto Fred Ramos.

Yuri Rodríguez es un campeón, un héroe en un país desértico en gestas deportivas. En los Juegos Olímpicos, nunca un salvadoreño se ha colgado medalla alguna al cuello. En los Juegos Panamericanos –la cita análoga exclusiva para americanos–, el himno nacional sólo sonó cuatro veces en siete décadas. El fisicoculturista Yuri es responsable de una de esas anomalías. Su cuerpo ensanchado hasta la imponencia ganó el oro en los Panamericanos de Lima 2019. Yuri es un hércules guanaco de renombre mundial, un crack. Y El Salvador, país poco acostumbrado, tiende a enorgullecerse de sus campeones sobremanera.

El Seco Enco es un bicho de barrio empobrecido que desde tierno comenzó a dar señales de lo que terminaría siendo: un delincuente. En torno al cambio de milenio, el Seco Enco era un tirapiedras en toda regla y se hizo un nombre en las calles durante los años más intensos del desvergue estudiantil, la disputa entre nacionales y técnicos. Peleonero, el Seco Enco pateó cabezas, lo puyaron feo, y terminó en el Sector 2 de Mariona, la cárcel por excelencia de El Salvador. Lo condenaron a ocho años por robo agravado, y los cumplió íntegros. Fue reo y luego exreo, personas que los salvadoreños repulsan sobremanera.

Un campeón y un expresidiario. Lo que la sociedad salvadoreña idolatra y aborrece. Antagonismo puro. Agua y aceite. Pero Yuri Rodríguez y Seco Enco son la misma persona.

***

—Fueron tres puyones: aquí, aquí y aquí; otro en el torso; y uno más en el antebrazo –dice.

Yuri se ha descamisado, ha levantado su brazo izquierdo y se está señalando unas protuberancias de carne por las que alguna vez entró y salió un cuchillo.

—Y por aquí me metieron un tubo para sacar la sangre del pulmón, porque se me hizo chiquito y tuvieron que drenarlo.

—¿Cuándo fue esa pelea?

—Ya te voy a decir... –Yuri calla unos segundos, piensa–. Me puyaron… el 30 de agosto... por ahí.

Agosto del año 2002. Acuchillado en los alrededores del Inframen, el Instituto Nacional General Francisco Menéndez, donde Yuri cursaba segundo año de bachillerato técnico vocacional comercial, opción Contador, en la sección 3 diurna. Otra pelea más del desvergue estudiantil, pero esta casi le cuesta la vida. Se la salvaron en el Hospital Rosales.

—Me abrieron de aquí hasta por aquí –el dedo se dirige a sus abdominales, donde una larga cicatriz parte del esternón, rodea el ombligo y se pierde dentro del pantalón.

—¿Te puyaron a un costado y te abrieron la panza?

—Lo que pasa es que si hay infección o si te lastiman un órgano, tienen que romperte para curarte; o sea, para coser o lo que sea que te hacen los médicos.

Yuri muestra la cicatriz de más de 20 centímetros que parte sus abdominales. Sin haber cumplido aún los 19 años, fue acuchillado cinco veces y en el Hospital Rosales lo abrieron para salvarle la vida. Foto Fred Ramos.
Yuri muestra la cicatriz de más de 20 centímetros que parte sus abdominales. Sin haber cumplido aún los 19 años, fue acuchillado cinco veces y en el Hospital Rosales lo abrieron para salvarle la vida. Foto Fred Ramos.

El sistema de salud público de El Salvador nunca ha estado para alegrías, y a Yuri le dieron el alta en el Rosales tras dos noches. Salió encorvado porque le dolía horrores erguirse, pero salió por su propio pié. Y no hubo epifanía ni nada que se le asemeje, pero dice que abandonó el hospital con la firme convicción de que quería enderezar su vida.

***

Hijo de Vilma y de Yuri Alonzo, y hermano menor de Erika, William Yuri Rodríguez González vino al mundo la madrugada del 28 de octubre de 1983, en el Hospital Nacional de Maternidad. Tres días después, su partida de nacimiento quedó registrada en la Alcaldía de San Salvador, firmada por el padre.

Los primeros años transcurrieron en una pequeña casa del barrio Lourdes, en la que también vivían la abuela y una tía. El padre pronto huyó a Canadá para prácticamente desaparecer de la vida de Yuri; apenas guarda recuerdos de él y su influjo fue casi nulo.

De su niñez Yuri destaca dos facetas. Uno, la religiosidad, con horas interminables en El Paraíso, una pequeña iglesia evangélica sobre la 2.ª calle Oriente; “éramos cucarachas de iglesia, de los que van mañana, tarde y noche”, dice. Y dos, la pobreza, pero no pobreza de querer unos tenis caros y tener que conformarse con los baratos, o de querer celebrar el cumpleaños en la Pizza Hut y resignarse a hacerlo en el pasaje; no, pobreza de acostarse con hambre demasiado seguido.

La anécdota que Yuri cree que ilustra mejor las carencias de su infancia es esta: con la Navidad ya cerca, pidió a su mamá que le comprara una patineta, y ella le respondió con pena que no le alcanzaba. Las más baratas, de plástico, valían unos 100 colones. Le rogó y le rogó y, el día que Vilma recibió el aguinaldo raquítico de la maquila en la que se desvivía, Yuri tomó un billete de 100 colones, aquellos verdes con la pirámide del Tazumal. Lo tiró en el suelo, frente a la mamá, y se paró encima como que estuviera patinando, con su mejor sonrisa. Pero Vilma no cedió. “Yo sabía que no podía, pero tal vez, ¿veá?”, dice Yuri.

***

El 22 de marzo del año 2002, un viernes, el Seco Enco y algunos amigos y conocidos mañanearon tras una noche de alcohol y jodarria en la colonia Los Ángeles de Apopa. Pasadas las 6 de la mañana, un grupo de unos siete, nacionales o afines todos, se juntaron en el punto de la ruta de microbuses 38-F. Ahí estaban, la goma todavía hegemónica, cuando apareció Carlos, un joven de 15 años de la colonia que se dirigía a estudiar a San Salvador, al Instituto Técnico Metropolitano (ITEM).

Carlos vestía su camisa blanca del ITEM, “una de manga tres cuartas que para nosotros es un insulto; era un desverguero y cuando lo vimos aparecer, nos fuimos encima”, dice Yuri.

Aclaración importante: cuando pedí a Yuri que me permitiera entrevistarlo largo, de entrada le dije que sabía de sus ocho años de condena y de su paso por Mariona. Le subrayé que lo que me interesaba de su historia de vida era que alguien con ese pasado, y en un país como El Salvador, haya logrado colarse en la élite mundial de un deporte. Le dije que había conseguido la sentencia judicial, pero callé que tenía todo el expediente del caso, dos fólder gruesos con entrevistas a testigos, actas policiales, exámenes… Lo callé porque quise medir cuánto callaba. Para sorpresa mía, grata, Yuri ni siquiera intentó maquillar lo ocurrido, como quizá haríamos muchos si un periodista nos preguntara sobre episodios oscuros de nuestros pasados. Al contrario.

Se fueron encima y Carlos corrió asustado. El Seco Enco, el Huevo, el Zurdo y otros no tardaron en acorralarlo. Bajo amenazas y empujones, le exigieron la camisa del ITEM. Se negó. ¿No te la vas a quitar hijoelagranputa?, le dijo el Seco Enco, “y ¡pah!, le di un vergazo en la cara”.

Carlos se descamisó tras el golpe. En esas, llegó el Pinky, alguien que el Seco Enco había conocido la noche anterior. Sin mediar palabra, sacó un corvo Imacasa, de 30 centímetros de hoja y cacha de plástico negro. “Te lo juro: me puse pálido, porque yo morboseaba cosas, pero una cosa es morbosear y otra que de verdad sucedan”, dice Yuri.

El Pinky lo quiso puyar. Carlos se arqueó y la punta del corvo le rozó el pecho. Los demás separaron y calmaron al Pinky. Otro de los asaltantes le robó la mochila. El grupo se fue con satisfacción infinita por haber ganado otra batalla en esa guerra llamada desvergue estudiantil. Un técnico más humillado y desposeído de lo más preciado: su camisa.

Apareció un conocido de Carlos para auxiliarlo. Los dos comenzaron a tirar piedras al Seco Enco y a sus cheros, pero estaban ya saciados. “Eran dos y nosotros siete, pero dijimos: que coman mierda, si ya les hicimos lo que queríamos”, dice. Se encaminaron a tomar un microbús que los alejara.

Abordaron uno de los microbuses de la 38-F, hacia el centro de Apopa. En la salida de la colonia Los Ángeles, en el puente sobre el río Tomayate, el grupo se separó. El Seco Enco, el Niño, el Pinky, el Huevo y el Zurdo bajaron y caminaron un poco. Luego tomaron otro bus de la Ruta 109, para ir a San Salvador.

Mientras, el padre de Carlos había llegado a socorrer a su hijo. Llamaron a la Policía Nacional Civil. Detallaron la agresión y cómo eran los agresores. El padre llevó a su hijo a la unidad de salud, para que le vieran la pequeña cortadura.

Avisados por radio, tres agentes de la Policía improvisaron un punto de control junto a la gasolinera ubicada al costado norte del Pericentro. Detuvieron un bus de la 109. Subieron, revisaron, y ordenaron bajar a los jóvenes con características similares a las que les habían facilitado. Al Pinky le hallaron su corvo Imacasa. Uno del grupo, el Zurdo, logró convencer a los policías de que él nada que ver, que era un trabajador que iba a la capital. Le funcionó.

A los cuatro detenidos –el Seco Enco, el Pinky, el Huevo y el Niño– los llevaron a la unidad de salud. El joven Carlos –su padre dirigiendo, incentivando– corroboró que eran cuatro de los que una hora atrás lo habían golpeado, herido y robado en el punto de la 38-F. La Policía se los llevó esposados a las bartolinas del puesto de la urbanización San Andrés.

“Pero para nosotros todavía era un chiste, porque los desvergues estudiantiles siempre eran tres días en bartolinas y para afuera”, dice Yuri.

No esta vez. Aquella batalla improvisada y mañanera del 22 de marzo de 2002, ni de lejos la más violenta de todas en las que participó el Seco Enco, cuajaría 16 meses después en una condena de ocho años.

“Y todo por el papá –dice Yuri–, porque el bicho era desverguero, como nosotros, y lo que él hubiera querido es agarrarnos con sus amigos y darnos verga, no que nos metieran en la cárcel”.

***

—De niño todos me escondían el bolsón, me ponían chicle el pelo, me decían ‘mono cerote’, me golpeaban... –dice.

—¿Y eras bueno para los putazos?

—Ese era el problema: yo era sequito, por eso se metían conmigo. No me rajaba, eso sí, y si alguien me decía: ¿a la salida? ¡A la salida, compadre! Perdí muchas peleas, pero de paja en paja aprendí a defenderme. Y yo siempre me decía: ojalá fuera como Van Damme o como Stallone o Schwarzenegger. Todos me tendrían miedo, y el que no, le pegaría una verguiada de película.

Jean-Claude Van Damme, Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger. Tres de los iconos del cine de acción en los ochenta y noventa.

—¿Quién de los tres era tu favorito?

—Los tres, pero el que más, Van Damme.

Una película noventera que maravilló a Yuri –y de la que aún hoy habla puros elogios– es ‘Lionheart’, traducida al español de México como ‘León: peleador sin ley’. La secuencia inicial es un transe en las calles de Los Ángeles, de noche. Un joven quiere comprar cocaína pero el dealer y sus secuaces le dan azúcar. Cuando la prueba y reclama airado, los malos lo patean, lo bañan en gasolina y lo queman. Ese joven quemado resulta ser hermano de Lyon Gaultier (Van Damme), un soldado de la Legión Extranjera Francesa destacado en el desierto de Yibuti, en el Cuerno de África. Lyon se escapa para ir a Los Ángeles y ayudar a su cuñada y sobrina, pero en el camino termina involucrado en redes de peleas clandestinas.

—Yo imaginaba esas peleas en la vida real. A un vecino que era mayor siempre me gustaba preguntarle: ¿quién creés que da verga a quién: Stallone o Van Damme? Yo siempre le iba a Van Damme, porque era karateka. Ya después supe que había hecho ballet, y por eso le salía el split.

***

Yuri llama desvergue estudiantil a lo que en ámbitos más formales se conoce como las barras estudiantiles o la violencia estudiantil.

El desarrollo desmedido del fenómeno de las maras terminó soterrando el desvergue estudiantil, pero hace 20 años era un problema social con vida propia en El Salvador. Hay libros interesantes sobre el tema, y cierto consenso en que hunde sus raíces hasta la década de los cuarenta, con las rivalidades entre colegios privados en torno al básquetbol, deporte que entonces movía pasiones.

Hubo que esperar hasta los ochenta para que los protagonistas de esas violencias fueran los centros educativos públicos. El 15 de mayo de 1982 se registra el primer gran choque entre el Inframen –donde estudió Yuri– y el Instituto Técnico Industrial (ITI, hoy INTI), en la inauguración de los XXI Juegos Deportivos Estudiantiles. Aquel estallido se convirtió con los años en un conflicto que dividió la mayoría de los institutos y escuelas de la capital en dos bandos: nacionales y técnicos.

Yuri cumplió 15 años en 1998 y lo tocó vivir los que quizá sean los años más violentos del desvergue estudiantil, en torno al cambio de milenio. En esa guerra tomó partido y se convirtió en el Seco Enco, en el bando de los nacionales; Enco por la Escuela Nacional de Comercio, donde estudió dos años, hasta que lo expulsaron.

Fotografía de Yuri tomada en el año 2001, para la cédula de identidad personal que obtuvo el 14 de noviembre. Una copia de la cédula forma parte del expediente judicial que le supuso una condena de ocho años por robo agravado. Foto Roberto Valencia.
Fotografía de Yuri tomada en el año 2001, para la cédula de identidad personal que obtuvo el 14 de noviembre. Una copia de la cédula forma parte del expediente judicial que le supuso una condena de ocho años por robo agravado. Foto Roberto Valencia.

Dice Yuri: “Yo era un bicho pollo viendo a los demás hacer desvergues; de repente, me vi en el parque Libertad en una lluvia de piedras, con las manos heladas del miedo. Pronto comprendí que si vos estabas al frente, ganabas respeto; y entonces yo, aún con el corazón que casi se me salía, trataba de estar adelante: ¡Qué, hijosdeputa, el Seco Enco ¿va?!”.

De los libros que explican lo ocurrido en aquellos años, uno es ‘Maras y barras’; otro, ‘Compitiendo en bravuras’. Los dos los firma Wim Savenije, un holandés que eligió El Salvador para sus investigaciones más destacadas.

Pregunté a Savenije si las barras estudiantiles podrían considerarse un capítulo o la antesala de la guerra entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. Respondió esto: “Son dos fenómenos y conflictos diferentes, con dinámicas distintas. En las pandillas, un miembro de la contraria constituye un archienemigo y en un encuentro se debe responder con violencia letal. En las barras, un estudiante de un instituto contrario es un rival al que había que quitarle las insignias de su centro educativo. En la MS-13 y la 18, la enemistad con los contrarios es de por vida, mientras que en las barras la participación termina cuando se termina la secundaria. Por lo general, la muerte de alguien en un enfrentamiento entre barras era un ‘accidente’, no el objetivo”.

Yuri, a su modo, suscribe la tesis de Savenije. En Mariona le sedujeron con la idea de integrarse en una pandilla. “No, compadre”, respondió, “mi desvergue estudiantil termina en tres años, cuatro lo mucho; lo de la pandilla va para largo”.

Hubo, por supuesto, protagonistas del desvergue estudiantil que terminaron brincados en alguna pandilla, pero fueron conflictos distintos, separados.

***

—En fisicoculturismo dos más dos es cuatro –dice.

El interés de Yuri por el culturismo despertó camino de los 22 años, mientras cumplía su condena. Hasta entonces sabía que en ese deporte destacó el joven Schwarzenegger y poco más. Algún evento se colaba ocasionalmente por el televisor, pero de esos musculosos aceitados pensaba que eran “hombres chulones haciendo movimientos”.

—En los días previos a tu oro en Lima te mostraste seguro de que ibas a ganar. ¿Por qué esa seguridad? –pregunto.

—Yo vengo compitiendo desde 2005, en diferentes categorías…

Yuri repasa su carrera como fisicoculturista con entusiasmo desmedido, recreándose en los detalles. Tiene el don para contar y lo hace con gracia, puro cuentacuentos, parafraseando diálogos y gesticulando como teatrero.

Resumida su carrera, el año clave fue 2017; y el detonante, los terremotos que sacudieron México en septiembre y que obligaron a cancelar el 45.º Campeonato Centroamericano y del Caribe, para el que se estaba preparando.

Con 177 centímetros de altura, Yuri hasta ese año competía en 90 kilos, pero para ese evento se estaba fajando para bajar a 85. Cancelada la competencia, emergió el más difícil todavía, un Campeonato Panamericano que siete semanas después se disputaría en Cuenca (Ecuador). Pero tenía que ser en la categoría ‘Games Classic’, que lo obligaba a bajar a 80 kilos sin perder musculatura.

—Era llegar a mi peso límite pero, si lo lograba, ahí sí me iba a ver puro monstruito. Y en mi mente... dos más dos es cuatro. Mi estructura es bonita y, si bajaba a 80, iba a ser el más denso, el más musculoso, el más definido. Pero el sacrificio era yuca. Primero hice un experimento para bajar de peso.

—¿Qué experimento?

—No puedo contarte porque son mis técnicas, pero funcionó. Viajé a Ecuador con un par de kilos sobre los 80, y la noche antes del pesaje hice lo último... Vaya, esto sí te voy a decir: un laxante y me fui en diarrea, y al día siguiente estaba en el peso.

—¿Y conocías a tus rivales?

—Nada. Pero mi lógica era que si yo daba el peso, ganaba.

En ese campeonato celebrado en noviembre de 2017 en Cuenca, Yuri fue campeón absoluto en Games Classic.

—¿Cuenca fue entonces la clave de todo lo que vino después?

—No, la clave de todo es desde que yo nací.

***

Expedientes 188-2002 y 218-2002 del Tribunal Quinto de Sentencia de San Salvador. Dos fólder repletos que detallan cómo una pelea estudiantil hizo que Yuri fuera condenado a ocho años de cárcel por robo agravado.

Esa condena sólo la recibió Yuri, el único que nunca pudo pagarse un abogado.

La agresión en la colonia Los Ángeles ocurrió el 22 de marzo de 2002. La sentencia, el 28 de julio de 2003. Fueron más de 16 meses de idas y venidas en las que ni siquiera el interesado sabía qué estaba ocurriendo. Un galimatías jurídico denso y esperpéntico con audiencias, apelaciones, sobreseimientos, revocaciones y fallos que explicar al detalle volvería tediosa esta crónica.

En resumen, Yuri y sus tres compinches pasaron tres meses y medio encarcelados en Mariona, de finales marzo a inicios de julio de 2002. Fueron liberados con medidas sustitutivas, y Yuri en verdad creyó que ahí había quedado todo.

Dice: “En Mariona sucedieron situaciones que, de verdad te lo juro, yo me quedé curado. Nomás llegué, me mandaron a la celda de marqueros; así le dicen a los mal portados. Era la 24 alta del Sector 2 y me tocó dormir en el pasillo. La pasé mal, muy mal, por eso cuando salí de Mariona me propuse a mí mismo no volver jamás”.

Una juez los sobreseyó y los liberó el 12 de julio de 2002. Un año después, Yuri llegó al Juzgado Quinto de Sentencia a lo que él creía que sería firmar y poco más, y terminó esposado y con una condena que terminó de cumplir en 2011, los últimos tres años en libertad condicional.

Yuri: “Yo llevaba desde enero portándome bien: me acompañé, conseguí trabajo, volví a estudiar en la nocturna; yo a aquello ya le había echado tierra. La Procuraduría envió a una abogada que no sabía ni mierda. Me dijo: explíqueme antes de que comience esto. Y cuando la sentencia: blablablablabla, ocho años para William Yuri Rodríguez, blablablablabla... Y yo así como qué putas, ¿escuché ocho años? Y le digo a la abogada: ¿qué pasó? El otro se fue libre, me dijo. Yo me puse pálido. De repente, alguien se levanta y me dice: las manos atrás, y me pone las esposas. Puta, ahí todo se me vino abajo. Yo había pedido permiso en el trabajo porque pensaba llegar en la noche. Se acabó el instituto, se acabó todo. A Mariona de regreso”.

Todo el proceso judicial es un enredo kafkiano que se dilucidó en dos procesos separados. El Huevo y el Niño terminaron absueltos. El Pinky, el que sacó el corvo e hirió a Carlos, fue condenado a cinco años por robo agravado en grado de tentativa. Yuri, ocho años por robo agravado.

Monseñor Romero dijo en los setenta que la justicia en El Salvador era como la serpiente, que sólo muerde a los que van descalzos. Pero entre los descalzos, parece que hay algunos más descalzos que otros.

Extracto de la resolución que el Tribunal Quinto de Sentencia de San Salvador hizo el 28 de julio de 2003, por la que Yuri fue condenado a ocho años de condena. Foto Roberto Valencia.
Extracto de la resolución que el Tribunal Quinto de Sentencia de San Salvador hizo el 28 de julio de 2003, por la que Yuri fue condenado a ocho años de condena. Foto Roberto Valencia.

***

—Todo fue por Gagarin –dice.

El 12 de abril de 1961, un ruso de apellido Gagarin y de nombre Yuri se convirtió en el primer ser humano en ver el planeta Tierra desde el espacio. El papá de Yuri nació en plena efervescencia mundial por el cosmonauta y lo bautizaron así a modo de homenaje.

—Y mi papá puso su nombre a su primer hijo varón, como es costumbre.

Pero Yuri odió ese nombre con todo su ser, y siempre trató que todos le dijeran William. A Yuri le tomó dos décadas reconciliarse con Yuri.

—No me gustaba. Me agarraban de base por la cantante mexicana. Me decían: Yuri, Yuri, bam bam, uuuuuh… Cuando el profesor pasaba lista en clase: “William Yu...” ¡Presente!, gritaba yo rápido para que no se oyera mi segundo nombre. Pero nada… Jajajá, Yuri, Yuri, jajajá... Yo estaba harto. Y así hasta bachillerato.

—¿Cuando comenzó a gustarte?

—Ya como fisicoculturista, compitiendo. Cuando decían: campeón William. ¿Cuál William? William Ochoa, William Hernández, William Flores, William Yuri. Ah, vergón. Me comencé a dar cuenta de que no existía otro culturista Yuri, y me quedó claro que mi nombre es peculiar, bonito y original. Entonces decidí ponerlo como bandera.

***

El 18 de agosto del año 2004, un miércoles, Mariona vivió la que 15 años después aún sigue siendo la masacre más sanguinaria ocurrida en el sistema penitenciario de El Salvador. Fueron 32 los cadáveres según el recuento oficial, pero es vox populi que hubo más asesinados, solo que pedacearon los cuerpos y los desaparecieron por los desagües.

Yuri estuvo ahí.

Yuri estuvo ahí y temió por su vida, más incluso que cuando lo acuchillaron fuera del Inframen.

Aquella masacre no fue un arrebato. Fue un intento planificado por hacer frente al poder menguante de la Raza, el grupo de civiles que desde los noventa había controlado la cárcel sin que nadie –ni el Estado– les plantara cara. Aquel 18 de agosto lo hicieron, en alianza estratégica, los pandilleros de la 18 y civiles de otra estructura criminal incipiente que terminaría siendo conocida como Los Trasladados. Que la masacre fuera el 18 es por el simbolismo que esa pandilla da a ese número para sus desquites homicidas.

El medallista de oro en los Juegos Panamericanos Lima 2019 y subcampeón mundial de fisicoculturismo, Yuri Rodríguez, durante una entrevista a El Faro. Foto: Fred Ramos
El medallista de oro en los Juegos Panamericanos Lima 2019 y subcampeón mundial de fisicoculturismo, Yuri Rodríguez, durante una entrevista a El Faro. Foto: Fred Ramos

“Yo era coordinador en el Sector 2”, dice Yuri. Habían pasado 13 meses desde su regreso a Mariona. Yuri tenía ya en marcha su estrategia para acortar su estancia en la cárcel: estudiaba en la escuela, se congregaba en una iglesia, aprendía carpintería en el taller, iba a cuanto curso ofrecía la autoridad… Cualquier cosa que le permitiera perfilarse como un reo ejemplar, ahí estaba Yuri.

Haberse convertido en coordinador era parte de esa estrategia. “Los coordinadores éramos los árbitros entre la Raza y los custodios, entre todos los internos y los custodios. Nuestra función era estar siempre ahí: escuchar a los custodios, pero no contarles lo que pasaba en las celdas; también escuchar a los de la Raza, pero no pasarles información sobre los custodios. ¡Pero ambos querían información! Ser coordinador era delicado”.

El coordinador general del Sector 2 –el jefe de Yuri– era un hombre al que le decían el Cónsul. La Raza lo asesinó el día de la masacre, en la limpia que hubo tras el estallido inicial, cuando cada bando ya había tomado control de los distintos sectores. Al Cónsul lo mataron con corvos hechizos en la celda de los coordinadores, que era la celda de Yuri. “Yo supe que lo habían matado y que estaban preguntando por mí”, dice.

No sólo al Cónsul. Antes del ingreso de la Unidad de Mantenimiento del Orden de la Policía Nacional Civil, hubo una horas en las que se mató por puro desquite. En el Sector 2, el que quedó bajo control de la Raza, mataron a varios que supusieron miembros o afines a la 18, pero en la colada se fueron personas señaladas como dieciocheras sin serlo, por rencillas personales, deudas, enemistades.

Esas horas fueron una eternidad. Yuri se apostó contra una pared, pálido, mirando para todos lados. Por los pasillos irrumpían a cada rato grupos de hombres ennavaronados y con corvos. El Pinky, aquel chero, llegó a decirle que se fuera a su celda. Aceptó. Recuerda que trató de comer una galleta, pero no le bajaba. De repente se corrió la voz: ¡reunión general! Yuri sintió aguadas las piernas cuando bajó las gradas hasta el patio. Ya todos reunidos, voceros de la Raza comenzaron a explicar la situación. Otro de los coordinadores se acercó a Yuri y le dijo que lo estaban buscando los cabecillas de la Raza, que dizque querían conocer cuántas personas había en el sector. Yuri se puso más pálido todavía. ¿Y por qué no se las das vos?, le respondió. Porque vos sos el coordinador que lleva la contabilidad, obtuvo por respuesta. Fue aterrorizado. Lo recibieron con amabilidad. Necesitamos que nos ayudés con los papeles y esto y esto y lo otro, le pidieron en la entrada de su celda, el lugar en el que habían asesinado al Cónsul. Sus cuadernos los tenía en su catre. Debía entrar y los de la Raza, en la puerta. “Yo sentí que me iban a matar”, dice. Entró como cohete de vara. Agarró sus reportes sobre cuánta gente había dormido en cada celda la noche anterior. Salió disparado. Necesitamos que hagás contabilidad de cuántas personas hay ahorita en el Sector 2 y que busqués espacio para los del Sector 3 que se han venido para acá, le ordenaron.

Yuri cumplió a rajatabla cada petición.

Yuri sobrevivió a la peor masacre ocurrida en una cárcel salvadoreña.

***

—La primera vez que caí preso fue por quebrar un parabrisas, tenía 17 años –dice.

Yuri y otros tirapiedras de la Enco terminaron algún día de 2001 en Tonaca, sobrenombre del Centro de Reeducación de Menores de Tonacatepeque, en el municipio homónimo, en las afueras de San Salvador.

—Cuatro días, y la pasé mal, muy mal. Nomás llegar, los custodios nos pegaron una gran verguiada y nos pusieron a hacer ejercicio. Me asusté, la verdad. Estaba un pandillero que le decían el Directo; no sé si sabés quién es el Directo

—Lo conozco un poco.

—Lo vi de lejos. A nosotros nos tenían aislados, sin contacto con los condenados. El Directo estaba aislado también. Lo habíamos vimos en la tele, era bien famoso.

Cuatro días en Tonaca y recuperaron la libertad. Eran menores, era un vidrio.

—Pero luego de salir, me puse un poquito más loco –dice Yuri–. Conseguí el mejor culo de la Enco y tuve mi primera relación sexual, aunque la bicha luego me mandó a la mierda por un cerote todavía más loco que yo, uno de los que sí mataban.

***

Los salvadoreños no quieren a sus expresidiarios. No los quieren cerca, al menos.

Entre noviembre y diciembre de 2018, el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA entrevistó a más de 1,800 personas para, entre otras cosas, medir el grado de tolerancia hacia las personas que han cumplido una condena. Hacia las personas como Yuri.

Entre las 37 preguntas de la encuesta, una diáfana: ‘Imagine que una persona ha salido recientemente de la cárcel y llega a vivir a su colonia. ¿Qué tan seguro se sentiría usted al convivir con esta persona?’. Nueve de cada diez salvadoreños respondieron que se sentirían muy inseguros o inseguros. La pregunta era por la presencia de un exreo en la colonia; no en el pasaje, no en la casa de la par, no en el cuarto anexo del mesón.

A su manera, Yuri trata de quitarle hierro al asunto: “Hacele la misma pregunta a mi mamá, y también te va a decir que se sentiría insegura con un vecino recién salido de la cárcel. ¡Pero ella tuvo un hijo en la cárcel! Entonces, cuando te hacen una pregunta de una forma capciosa o tratan de jugar con tu mente, la gente responde lo que cree, pero, si lo analizás bien, te venís a dar cuenta de que vos estás haciendo la misma mierda o algo peor”.

***

—No –dice.

La pregunta ha sido: ¿las cárceles salvadoreñas rehabilitan, como exige la Constitución? El no ha sido rotundo, subrayado con una sonrisa socarrona.

—Empezando porque yo no tendría que haber ido a la cárcel por un pleito estudiantil. Yo terminé en Mariona porque me daba vergüenza pedir a mi mamá que se endeudara para un abogado, sabiendo cómo la pasaba ella.

—¿Cómo es Mariona? ¿Hay bondad allá adentro? ¿Hay talento? –pregunto.

—Hay de todo, como en todos lados. Yo en Mariona encontré a gente genuinamente buena, pero también a gente mala y retorcida. Me acuerdo de un muchacho que se miraba sano, coordinador de otro sector, y una vez fuimos a traer la comida juntos. Estábamos platicando de bichas, de cómo nos gustaban, ¿veá? Y de repente él dice: no hay como las niñas de ocho. Mirá, te lo juro: pensé que bromeando estaba, y éramos como tres más en la cola y nos le quedamos viendo. Y de seis aún mejor, dijo todavía. Es como: ¿de qué estás hablando, enfermo? Conversaciones así me las tenía que tragar casi todos los días.

Yuri cumplió una condena de ocho años y hoy es uno de los dos únicos hombres de El Salvador que se han colgado una medalla de oro en unos Juegos Panamericanos. Su historia de vida redimensiona los conceptos manidos de la rehabilitación y la reinserción, pero Yuri tiene claro que no es porque el Estado o la sociedad le hayan brindado esa segunda oportunidad.

—Las palabras reinserción y rehabilitación siempre están en boca de políticos, de académicos, de activistas.

—La reinserción no existe en El Salvador. Yo prefiero llamarlo emprendedurismo. Yo salí de la cárcel sin dinero y sin abogados, y lo logré porque soy inteligente y sé aprovechar los espacios. Igual ahora, también estoy emprendiendo en el fisicoculturismo, tratando de ser el mejor.

—Hay salvadoreños que se enorgullecieron de tu oro en Lima, pero que se habrían alegrado si hubieras fallecido en la masacre de Mariona.

—Sí, es muy posible eso. Vivimos en una sociedad así.

***

El 28 de julio de 2003, tres jueces del Tribunal Quinto de Sentencia de San Salvador condenaron al Seco Enco a ocho años de cárcel. Apenas 27 meses después, octubre de 2005, Yuri Rodríguez ganó su primera competencia de fisicoculturismo, una interfacultades de la Universidad de El Salvador, la primera en la que participó. Yuri ganó y se regresó a dormir a Mariona.

Aquello fue posible porque Yuri había alcanzado la fase de confianza de régimen penitenciario, algo que logró sin haber cumplido un tercio de su pena. Lo consiguió a puro ingenio; sin abogados, sin sobornos, sin amigos influyentes, sin presión de activistas en las calles. La fase de confianza otorga al reo permisos de salida para estudiar o trabajar. Yuri calculadamente había logrado su cartón de bachiller en la escuela de Mariona y se matriculó en Ingeniería Mecánica en la universidad pública.

Es realmente jugoso saber cómo alguien sin recursos ni padrinos logró la fase de confianza en tiempo récord. Es realmente jugoso porque retrata un sistema penitenciario diseñado con vocación bodeguera, y porque retrata cómo un ser humano pudo con más astucia que el Chapulín Colorado burlar ese sistema. Y es realmente jugoso también cómo lo cuenta Yuri. Es realmente jugoso, pero esta crónica no terminaría nunca. Quizá algún día, en un libro.

***

En cuatro días, Yuri abordará un avión y luego otro y otro más, que lo llevarán del centro de Centroamérica al lejano Oriente Próximo; a Fuyaira, una pequeña ciudad de Emiratos Árabes Unidos que este año acoge el Campeonato Mundial de Fisicoculturismo. Hace dos meses y medio, Yuri se colgó la medalla de oro en los Panamericanos, reconocido así como el mejor en su disciplina entre Alaska y Patagonia, pero en Fuyaira se medirá también contra asiáticos, europeos, africanos.

—¡Igual voy a ganar! –dice.

Respuesta cien por ciento Yuri, la que cualquier asesor de imagen le pediría nunca dar.

—Voy a obligarlos a que escuchen el himno de El Salvador. No van a tener otro remedio porque el nombre del campeón es Yuri Rodríguez. Y ahora te pregunto yo a ti: ¿qué se siente de haber entrevistado al campeón?

—¿Te das cuenta, Yuri, de que si yo publico tus palabras, y al final no ganas, muchos te van a atacar por altanero?

—¿Pero quién dice que no voy a ganar? Eso no es opción. Oíme bien: puede suceder porque es una competencia y todos nos estamos preparando para ganar, pero ya te expliqué que dos más dos es cuatro. Ahora sólo falta una cosa: terminar de hacer el trabajo que tengo que hacer y dar el peso. Si no lo logro, ahí sí voy a quedar como un trompudo.

Yuri perderá 13 libras en una semana y en Fuyaira dará el peso, pero no ganará. Acabará segundo. Medalla de plata. Yuri regresará a su país como subcampeón del mundo, runner-up of the world, combinación de palabras que rara vez combina con la bandera de El Salvador. Aquel niño del barrio Lourdes, el tirapiedras, el sobreviviente de la más brutal de las masacres carcelarias, será coronado en una disciplina deportiva como el segundo mejor del planeta Tierra. No sucede todos los días.

—Te repito que yo me llamo Yuri Rodríguez, compadre. Y si estoy donde estoy, no es por sencillo.

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.