Columnas / Cultura

Domingo sin insurrección

No tengo evidencias para demostrar que fue planificado, pero sí una enorme casualidad: el domingo vimos una película, una gran actuación, una puesta en escena que, en manos de Hollywood, pudo ganar varios premios.

Lunes, 10 de febrero de 2020
Willian Carballo

Como no me gradué en ciencias jurídicas, igual que Nayib, y sé de constitucionalismo lo mismo que los diputados de austeridad, voy a centrar mi análisis de lo ocurrido en El Salvador el fin de semana únicamente en el apartado simbólico y no en el legal. Es decir, solo en lo comunicacional.

Rápido spoiler para los que no vieron la película: molesto porque los diputados no le aprueban un préstamo para seguridad, el presidente Bukele, a través del Consejo de Ministros, convocó a sesión plenaria el domingo 9 –misma fecha de la madre de los espectáculos: los Óscar– para que le autorizaran el dinero. El sábado, su séquito se la pasó arengando con una posible insurrección del pueblo si los diputados dejaban plantado al mandatario en su cita pre San Valentín. El domingo, claro, llegaron solo sus fracciones porristas y un par de tricolores enamorados de su estilo. Antes había pintado la Asamblea de un verde olivo retro y convocado a una barra turquesa a que lo vitoreara. Pasadas las tres de la tarde, empezó la función: el presidente subió a una tarima en la calle, hizo añicos con palabras a los parlamentarios ausentes, se tomó una selfie a petición del público, entró al Salón Azul, platicó con Dios y regresó para asegurar que, aunque basta con que él quisiera apretar el botón, el Señor le había pedido paciencia. Finalmente, advirtió que volvería la próxima semana si no aprueban el crédito.

Como en Parásitos –la ganadora del Óscar a mejor película– lo sucedido estuvo repleto de detalles analizables. El principal elemento discursivo, por ejemplo, fue vendernos el caso como una narrativa. El héroe es él, claro, así que solo necesitaba villanos. Y acá Nayib la tuvo fácil. Los diputados se han cansado de engendrar el papel de malos, metiendo familia a la Asamblea, viajando como Luisito Comunica y representado a partidos cuyos dirigentes se han reunido con pandilleros para, según la Fiscalía, obtener beneficios electorales. Con enemigos de ese talante, cualquiera es DiCaprio (aunque las investigaciones salpiquen también a algunos funcionarios del Ejecutivo).

Además, necesitaba un motivo para luchar. ¿Y qué mejor razón que la seguridad del pueblo? En un país en el que las maras deciden quién entra y quién no a algunas colonias, usar un préstamo destinado a planes antidelincuenciales parece un detonador válido. Sus opositores no opinan igual: ni creen que ese dinero justifica la convocatoria extraordinaria ni que Bukele sea un niño bueno; sobre todo, teniendo en cuenta que una empresa que podría ser licitante en procesos de Gobierno se ha llevado de viaje en avión privado a su viceministro de Seguridad. Para Nayib, ese caso es una especie de Voldemort: innombrable en su discurso.

Llegado el domingo, los simbolismos fueron más coloridos. El más notorio fue el despliegue de Policía y Ejército en la Asamblea y alrededores. Ese verde olivo expandiéndose como una mancha en película de terror por todo el Salón Azul parecía sacado del corazón de los años setenta, cuando los militares golpeaban el poder y quitaban presidentes. Además, la plana mayor de la Fuerza Armada había jurado lealtad al mandatario un día antes, en unas líneas dignas de Oliver Stone. Y afuera, agentes policiales ponían trabas a algunos periodistas para ingresar a la zona. La suma de señales comunicaba mucho. Parecían decir: “Yo no estoy en peligro, yo soy el peligro; y tengo a los tipos armados de mi lado”. Alguien en el desierto de Albuquerque estaría orgulloso.

Luego, el discurso en la tarima. Sus palabras fueron una colección de críticas hacia los diputados que, sumadas a un lenguaje corporal desafiante, lo hacían ver como un héroe en llamas rostizando a los villanos. Además, interrumpió su seria alocución para complacer a las masas con un momento cool: se tomó una selfie. Y eso, en lenguaje bukeleano, es recordar que siempre habrá tiempo para guiñar el ojo a los jóvenes, aunque se esté en medio de una posible insurrección.

Pero fue Dios el padre de los simbolismos. Apelar a un ser superior y pretender que este está conmigo y no con mis rivales es tocar las fibras de un pueblo al que la moral le importa mucho. Es apelar a las emociones. Un recurso que subió de nivel cuando entró al Salón Azul, se sentó al centro de la mesa directiva y ante 31 discípulos –vía DM, supongo– platicó con Dios. Y que incluso tocó el cielo cuando volvió a la calle y, ya calmado, le contó a su gente que el de allá arriba le había pedido paciencia.

En el epílogo de su discurso, también usó metáforas, viejas consentidas de la comunicación política. Dejó claro que, si quisiera, solo tendría que tocar un botón. Aunque no fue claro para qué, la imagen se puede interpretar como que tiene el poder de ordenar, cuando así lo desee, que sus seguidores se rebelen contra los diputados ausentes para desatar un caos monumental, como en Joker, y disolver la Asamblea. La sensación es que el botón está bajo su escritorio.

Lo del domingo, pues, resume bien sus ocho meses en casa presidencial: fue la mayor puesta en escena de un Gobierno experto en puestas en escena. Lo típico, lo usual. Sin embargo, los símbolos de ayer (el verde oliva, sus ademanes, sus palabras, su plática con Dios) comunicaron con un preocupante amplificador dos mensajes: uno, que tiene el poder –espiritual, armamentista y popular–; y dos, que los diputados ausentes son unos villanos a quienes nos les interesa la seguridad del país y que, por lo tanto, no merecen el voto. Si esas ideas calaron o jugarán en su contra está por verse.

Finalmente, los sucesos ocurrieron el mismo fin de semana de los premios Óscar. No tengo evidencias para demostrar que esto también fue planificado, pero sí fue una enorme casualidad: el domingo vimos una película, una gran actuación, una puesta en escena que, en manos de Hollywood, bien pudo llamarse Domingo sin insurrección y ganar varios premios. Y aunque esta vez, gracias a que Dios lo sigue en Twitter, la escena no terminó como filme de Tarantino, el presidente prometió volver en una semana si no le aprueban el préstamo. Y ya sabemos lo que dicen sobre las segundas partes.

Willian Carballo (@WillianConN) es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo (@WillianConN) es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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