El Salvador / Coronavirus

“En el Saldaña nos tenían bajo cadena y candado”

A mediados de marzo, el hospital Saldaña comenzó a llenarse de pacientes sospechosos pero también de niños y ancianos que, relata Sulma, fueron dejados a su suerte. Algunos presentaban síntomas; otros, no; algunos fueron testeados por COVID; otros, no, pero todos estaban juntos.


Martes, 7 de abril de 2020
Carlos Martínez

Un día antes de venir al país, comencé a sentirme mal de salud. Hasta la fecha no sé qué me dio, pero tuve diarrea y un poco de temperatura. Cuando me subí al avión, iba un poco mal; y cuando bajé, preguntaron “quién siente algún síntoma”. Yo dije que había tenido diarrea. Inmediatamente, eso fue como una película: “¡Aléjense todos!”, dijeron, y colocaron una cinta amarilla a mí alrededor. No me dejaron ir al baño y hacían llamadas para ver qué podían hacer conmigo. Luego me tomaron la temperatura y me salió un poco elevada. Me dijeron que me iban a trasladar al hospital Saldaña porque iban a hacerme la prueba del coronavirus. 

En Costa Rica no había este protocolo que tuvo El Salvador, no había una psicosis colectiva como acá. Cuando me vine sólo había seis casos en Costa Rica, que no estaba en la lista de países con restricción. En algún momento pensé quedarme, pero no estaba claro lo que pasaría después de los 21 días.  

En el aeropuerto estuve aislada una hora. Nadie sabía qué hacer conmigo. La cosa es que me subieron a una ambulancia y el doctor volvió a tomarme la temperatura y explicarme que me harían una prueba porque la temperatura y la diarrea eran síntomas catalogados por la OMS. En su momento, pensé que quizá había cogido el virus por la propia psicosis que tenía, pero nunca tuve tos o síntomas de gripe. 

En la entrada del hospital Saldaña, una de las enfermeras dijo: “aquí no hay lugar para nadie más”. Yo no sabía qué hacer. Y dijo el doctor: “Sí, pero yo necesito acomodarla”. Ella respondió: “sí, pero sólo si no tiene problemas con compartir cuarto con un hombre y su niña”.  A todo esto yo me quería sentar y me dijeron que no me sentara. “Pues yo me siento”, les dije. Y me senté. La enfermera estaba muy molesta. El doctor me dijo: “disculpe, quizá ella ha tenido un mal día”. 

*

Mi habitación estaba en el sector de Lucha, planta alta,  donde tienen a los casos sospechosos de coronavirus. Estaba con una persona que trabaja en el órgano judicial y sintió síntomas. Ella llamó al 132 y la trajeron; también con un muchacho que había venido de México, días antes de la restricción, y que fue a pasar consulta a San Miguel porque tenía gripe. Es papá soltero y vive con su hija. Como tenía síntomas se lo trajeron junto a la niña de 5 años. 

Ese día me sentía muy mal y me dieron una acetaminofén. Como a las diez de la noche llegó el doctor epidemiólogo a hacernos la prueba, que es meterte un hisopo en la nariz y otro en la boca. 

Al siguiente día me sentía un poco mejor. Me mandaron el decreto y me quedó claro que tenía que hacer 30 días. Me habían dicho que en 16 horas me daban el resultado, pero se tardaron un día más. 

Aunque es cierto que había habitaciones individuales, mi habitación no tenía baño. Había un señor en una habitación que era el baño de todos. La puerta del cuarto permanecía abierta. Compartíamos el mismo baño del cuarto de ese señor, a pesar de que era la zona donde estábamos los sospechosos. Ese señor no tenía privacidad. Ahí luego quedó una muchacha. Ahí estaba también una señora y su esposo. Ambos venían de España. A ella le hicieron la prueba tres veces. 

A las habitaciones los doctores entraban 20 minutos al día porque no pueden estar más tiempo. También entraba la persona que nos llevaba la comida y la enfermera que nos tomaba la temperatura. 

Yo llegué un viernes; el domingo en la mañana llegó un doctor de apellido Asencio y me dijo: “mire, su prueba salió negativo”. Lo mismo nos dijeron a todos. El doctor también me dijo: “usted no tiene nada, así que según el protocolo usted termina siete días aquí y se irá a cuarentena domiciliar”. Le dije que sabía que eran 30 días y me respondió que estaba dejando ir a la gente, pero que las decisiones no dependían de él,  sino que “vienen de más arriba”. Me dijo que si de él dependiera, me daría el alta porque lo que tenía era una infección en el estómago. 

De mis compañeros de cuarto, la señora tenía migraña y el papá y la niña se miraban en perfecto estado de salud. Yo pensé: “si todos los de este cuarto son negativos, pues no podía coger el virus ahí”. Eso fue el domingo. Me quedé tranquila y ya había asumido que estaría ahí siete días. 

*

Pasó el tiempo. Era martes cuando entró un señor de avanzada edad y lo colocaron en un cuarto a él solo. Pasaba tosiendo y se quejaba mucho. Los de mi cuarto decían: “quizá está enfermo”. Salí a la puerta de vidrio y la aporreé para que llegaran a verlo, pero no llegó nadie. Luego, cuando entró un enfermero a tomar la temperatura, el señor -que estaba conectado al oxígeno- ya se estaba quedando. El enfermero llamó a los médicos, pero no entraron porque no estaban vestidos. El enfermero lo asistió. Pensé que ese señor iba a morir en ese momento. Pura casualidad que estaba el enfermero ahí dentro. 

Lo que no le he contado es que estando en Lucha alta, contraje conjuntivitis. Gracias a Dios el esposo de mi compañera de cuarto me llevó unas gotas, porque en el hospital nadie me dio nada.

Al siguiente día, me trasladaron al área de Cirugía, que es un solo salón donde están las camas bien pegaditas, separadas por cortinas. Son como unas 30 o 40 personas las que estaban ahí. En teoría todos éramos casos sospechosos, aunque a algunos nos habían hecho ya la prueba y salimos negativos. 

Al día siguiente mencionaron a varias personas y se los llevaron a un albergue. A mí no me mencionaron. Nos quedamos 10.  A los demás nos explicaron que las cosas habían cambiado, que todos teníamos que ir, tarde o temprano, a un albergue de cuarentena. La señora que estaba ahí por haber llamado al 132 estaba bien molesta. Decía que había salido negativa y que no venía de otro país. Ella preguntaba por qué iba a seguir en cuarentena. Nos pareció raro que se llevaron a la mamá de una chica y a ella la dejaron. En  teoría no separaban a los grupos familiares. Nadie nos explicaba, sólo nos decían que la orden venía de arriba y nada más. 

Ahí conocí a un par de señores. Habían llegado el día anterior con su papá, porque presentaba problemas de pulmón. Como contaron que habían ido a Estados Unidos en febrero, los dejaron en cuarentena. En realidad uno había salido del país, pero el otro no. Les dije que eso no podía ser, porque ellos habían venido al país mucho antes del decreto, pero de todas formas los dejaron. Les pregunté por su papá y me dijeron que estaba en la planta alta. Ahí supe que el papá de ellos era el señor que vi a punto de morir. Entonces les dije , disimuladamente: “su papá está un poquito mal, sería bueno que lo saquen de aquí y lo lleven a un privado”. No les quise decir que no lo atendían, para no hacerlos sentir mal. 

Luego llamé al CONNA (Consejo Nacional para la Niñez y Adolescencia) y pedí que movieran a la niña de cinco años. En Cirugía no había privacidad y los baños tenían apenas una cortina delgada. La niña no tenía que estar ahí. El mismo día jueves que llamé, la trasladaron por la noche junto a su papá. 

*

El viernes nos trasladaron al área de Pediatría. Tampoco nos explicaron por qué, sólo nos decían que era una orden. Ahí íbamos 8 personas. Era un salón con 10 camas, separadas por un cubículo. En un pequeño patio había unas cunas y unas sillas de ruedas. Fue el mejor lugar en el que estuvimos, porque estaba limpio el baño. En los otros, el baño era horrible. 

Estando en Pediatría, la señora que vino de España, que seguía en Lucha alta, llamó por teléfono a la señora del 132. Le dijo: “¿Se acuerda del señor que está aquí? Pues acaba de fallecer. Toda la noche ha pasado el cadáver ahí, porque nadie ha entrado”. 

Los señores no sabían que su papá había muerto en la madrugada y ya eran como las 9 de la mañana. Entonces la señora del 132 les dijo que deberían averiguar por su papá. Los señores hicieron una llamada a una sobrina, para que ella averiguara. Ella llamó al hospital. Al rato, de la funeraria le hablaron a la sobrina. Ese fue un momento complicado porque los señores rompieron en llanto. Cuando quisieron salir a ver el cuerpo de su padre, nos dimos cuenta de que nos tenían bajo un candado y una cadena gruesa para que no nos saliéramos. Entonces los señores empiezan a tocar para que llegara alguien, pero nadie les dio explicación. Nadie les dijo nada. Decían: “nosotros queremos salir” y sólo les decían “no se puede”. En ese mismo momento, con ellos de luto, se acercó una enfermera a decir: “dejen de estar tocando la puerta”. 

Como a la hora llegó una pariente de ellos –no sé cómo consiguió llegar hasta ahí- y se acercó a la puerta. Ahí se pusieron a hablar. La enfermera le dijo a la familiar: “váyase, váyase, que la van a contagiar”. Ellos preguntaron: “¿contagiar de qué si nosotros no tenemos nada?”. Total que ellos se fueron para sus camas, resignados, porque no iban a ir al funeral de su padre. Lo más terrible es que no tenían que guardar cuarentena porque no mostraron nunca ningún síntoma. A ellos, hasta ahora, no les han hecho la prueba de COVID-19. A ellos les dijeron que su papá había dado negativo y que por eso les iban a dar el cuerpo, pero la amiga que teníamos en Lucha alta dijo que ella nunca vio que le hicieran la prueba al señor. Ese día puse una denuncia en la PDDH (Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos) para que dejaran ir a los señores al funeral. La persona de la PDDH llamó al hospital, pero le dijeron que no se les iba a autorizar la salida. 

El domingo llegó la doctora de turno. Primero los llamó a ellos y les explicó que no podían ir y les pidió paciencia. Luego dijo: “quiero hablar con Sulma”, y me preguntó: “quiero saber por qué denunció”. Le dije que porque era mi derecho y porque habían vulnerado mi derecho a la información, que no entendía por qué seguía ahí y por qué se habían llevado a otra gente a albergues y a mí no, si di negativo. Le dije que ahí ya no llegaba el médico ni veinte minutos. Me quejé de que no llegaban a hacer limpieza ni nos llegaban a ver; solo llegaban las enfermeras a hacer la ronda de la temperatura. Me quejé porque a esos señores les impidieron ir a sepultar a su papá. Luego apareció una enfermera que llegó a gritarles. La doctora estaba muy molesta, me dijo que no complicáramos las cosas y que mi traslado ya lo tenía autorizado. Ese mismo domingo me dijo que me iban a trasladar. 

Ese día llevaron a otra niña, una niña española con su madre salvadoreña. A ellas ya les habían hecho la prueba y dieron negativo. El domingo acabó y no me trasladaron como me había prometido la doctora. 

Pasamos los días en Pediatría y ahí nos hicimos un grupo de amigos. Ya éramos once: los dos señores dolientes, la señora del 132, la señora y su hija española y una señora de 76 años, que se sentía mal por estar ahí. Ella padecía de asma y las enfermeras sí entraban para hacerle terapia. Estaba la chica a cuya mamá trasladaron (y a ella no) y un señor que había venido de Estados Unidos. El último era un joven cuya esposa se sentía mal de las vías urinarias. Los dejaron a los dos encuarentenados,  aunque no habían salido del país ni nada. Orábamos todas las noches, los señores tenían su luto y nosotros los apoyamos. 

*

Pasó lunes, martes, miércoles. El miércoles nos dijeron que nos iban a trasladar otra vez. Pregunté para dónde, porque nunca nos decían adónde. Nos dijeron que nos iban a trasladar a Emergencia y yo me quejé de que nunca nos explicaban nada. Les exigí que llegara el encargado de turno para que nos explicara por qué nos iban a trasladar, porque ya estábamos cómodos ahí. Les dije a todos que no nos fuéramos, pero se pusieron nerviosos a la hora de la hora. Todos se movieron y me tocó seguirlos. Al menos nos manteníamos juntos. 

Fuimos trasladados a Emergencia todos, a excepción del muchacho y su esposa, porque a ellos los movieron juntos al área de rehabilitación. Emergencia no estaba tan feo, estaba limpio, pero no entraban las enfermeras. Cuando llegamos había una joven llorando, echa un mar de lágrimas. Ella lloraba porque se vino caminando desde México, porque se les acabó el dinero y ella no sabía que estaba embarazada. La metieron al albergue y ni la examinaron ni nada. Nos dijo que estaba desde la una de la tarde esperando que le hicieran una ultra, porque no sabía si su bebé estaba vivo o muerto. Ella venía creo que de un albergue que se llama Monte San Juan, pero no estoy segura. Asumo que iba en ruta a Estados Unidos y, cuando se dieron cuenta de que estaba embarazada, decidieron regresar. Su esposo estaba en el albergue, a ella se la llevaron al hospital sola, sin teléfono ni nada. 

Ahí otra vez llamé al CONNA, les informé del caso por la vida del bebé, para que le hicieran la ultra. Entonces, a los 20 minutos la llamaron para hacerle la ultra. Cuando entró de nuevo, venía otra vez llorando porque el doctor le dijo que no le sentía nada adentro. No le habían dado el resultado, pero el doctor le dijo: “no tenés nada”. Todos hicimos oración por el bebé de ella. Tipo once de la noche, mientras dormía, le gritaron que saliera. Como no tenía teléfono no supe más de ella. 

Nos quedamos ahí en Emergencia, donde hubo más discriminación, porque era como “no abran la puerta porque se sale el virus”, así hablaban las enfermeras: “que se sale el virus”, decían… Una gran ignorancia. Una vez entró un doctor pediatra a ver a la niña, pero de ahí no entró ningún doctor. De los que estábamos ahí sólo a cinco nos habían hecho la prueba: a mí, a la señora que vino de España con la niña, la señora del 132 y la otra chica joven. A los demás no, ni les dijeron nunca de hacérsela y les explicaron que era porque no tenían síntomas... Pero tampoco les explicaban entonces por qué los tenían ahí. 

Vi un tuit de una chica que decía que a ella la trataron súper bien en el Saldaña y que a ella la habían trasladado, aunque ella llegó después que yo. Básicamente a ella la movieron a los cuatro días. Yo planteé eso a la PDDH: quería saber con qué criterios a unos los sacaban y a otros no. Y le decía que tenía miedo que llegara al hospital alguien con el virus. 

*

El día viernes nos llegaron a tocar la puerta. Una doctora me dio un papel y me pidió que se lo leyera a todos. Decía que íbamos a ser trasladados a la casa de oración de las Carmelitas Misioneras en Soyapango. Cuando leí la lista, los hermanos no iban juntos, sino que a uno lo iban a dejar en el hospital y también a la señora de 76 años. Entonces le dije a la doctora que queríamos hablar con alguien. Solo me dijo que cerrara la puerta, pero yo más la abrí. Le dije que por qué razones los iban a separar a ellos; y que necesitábamos la constancia de que me hicieron la prueba, porque sólo me lo habían dicho verbalmente. Me dijo: “todos los papeles están afuera y no pueden entrar”. Entonces le dije que cómo era eso que los papeles no podían entrar, que si no veíamos esos papeles no nos íbamos. Me respondió que iba a traer a la Policía, para que vieran qué hacían con nosotros. Le dije que me parecía perfecto. La Policía nunca llegó. 

Al rato llegó una señora a explicarnos que la razón por la que iban a separar a los hermanos es porque uno tenía 55 años, y ya entraba una edad que requería más cuido, y que por eso iban a dejar también a la señora de 76. El otro hermano tenía 52. Respondimos que no nos íbamos a ir porque ellos no se podían separar, porque estaban pasando juntos un luto. Entonces se fue la doctora y regresó con otra: nos dijeron que sí se podían ir juntos porque había espacio, pero que la señora sí se tenía que quedar. Nos quedamos hablando sobre eso nosotros, cuando regresó la doctora, agresiva, y nos dijo: “saben qué, ustedes ya no se van a ir así que guarden sus cosas porque pusieron un montón de trabas a su traslado”. Le dije que no, así que abrimos la puerta y nos salimos todos y nos subimos a un microbús. 

Esa doctora me dijo que me iba a demandar, pero cuando le pregunté bajo qué supuesto me iba a demandar no me dijo nada. Pues nos salimos de emergencias y nos metimos al microbús, pero antes yo ya había llamado otra vez al CONNA, para que llegaran a traer a la niña española y la señora. Ellas se quedaron esperando que llegara el transporte del CONNA.  O sea, nos amotinamos. 

Nos salimos a la calle y todos nos decían: “pónganse la mascarilla porque ahí andan el virus”, pero no nos habían dado mascarillas. Había como 20 policías afuera y nos llevaron en una coaster con dos patrullas, atrás y adelante. Creo que los llamaron para sacarnos a la fuerza, pero desistieron. 

Al final sí nos entregó las cartas la doctora. Es una carta que dice qué día ingresé y dice que mi traslado estaba listo el día 19, aunque pasé diez días más ahí. Dice las pruebas realizadas y dice: “COVID-19, un guión y negativo”, todo escrito en lapicero. Me llamó la atención que junto con nosotros iba una señora de más de 60 años con su caja de diálisis, para que se las hiciera ella sola. No entendí por qué a ella la trasladaban y a la señora de 76 años no, si ella no padecía ninguna enfermedad crónica. De haberlo sabido hubiéramos peleado por la señora. 

Nos vinimos al hogar de las Carmelitas en Soyapango, salvo la señora mayor, la señora y su hija española. Los demás estamos acá en Soyapango. Aquí nadie tiene contacto con nosotros. A la hora de la comida tocan unas campanas y nosotros salimos a traer la comida. 

***

Un día después de haber hablado con Sulma me escribió lo siguiente: “Quería comentarle que aquí en este albergue hay un muchacho que vino de Canadá. Al inicio estuvo en el Hotel Terraza y después fue al hospital Saldaña. Cuando lo sacaron del Saldaña, en lugar de llevárselo de regreso al Hotel Terraza se lo trajeron a este albergue. Pues el muchacho tiene 15 años de no venir al país. Vino a ver a su madre y le acaban de decir que su mamá acaba de morir. Tampoco le darán permiso de salir al entierro”. 

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.