Columnas / Cultura

Orgullo sin reflexión es fanatismo

Septiembre es el mes en el que desde pequeños se nos inculca la celebración por la independencia y el orgullo de ser salvadoreños. En honor a esta fecha vemos desfilar una variedad de expresiones que pretenden sacar a relucir nuestro patriotismo.

Lunes, 28 de septiembre de 2020
Laura Arévalo

Septiembre es el mes en el que desde pequeños se nos inculca la celebración por la independencia y el orgullo de ser salvadoreños. En honor a esta fecha vemos desfilar una variedad de expresiones, en todo formato, que pretenden sacar a relucir nuestro patriotismo. Yo le tengo amor a mi patria, pero veo a mi alrededor y no estoy segura de  sentirme orgullosa de lo que somos en conjunto, como sociedad.

Uno de los recursos que más se explota es la inscripción de nuestra bandera, que incluye tres palabras que cada vez creo que nos representa menos, sobre todo en estos días. En el nombre de Dios se siguen cometiendo muchos crímenes. El pasado 30 de agosto, por ejemplo,  el arzobispado de San Salvador anunció por medio de un comunicado su decisión de reinsertar como parte del clero al cura Leopoldo Antonio Sosa Tolentino, quien fue acusado de cometer abuso sexual contra un menor de 17 años, quien para la Iglesia no es considerado menor de edad. Junto con el anuncio,  monseñor Escobar Alas dijo sentirse alegre de que le fueran rehabilitadas sus facultades sacerdotales a Sosa.

Yo sentí de todo, menos felicidad. ¿Está feliz acaso el arzobispo de que crímenes y delitos, que deberían ser condenados, queden impunes? No puedo concebir el cinismo implícito en dicho comunicado.  Lo único que siento es una tristeza profunda por la víctima (o víctimas) que Leopoldo Sosa dejó. El trauma que esta persona sufrió no se elimina con su perdón, sino con justicia verdadera y con la atención psicosocial que merecen. Una que la Iglesia debería reconocer y además luchar por ella.

En el nombre de ese mismo Dios, también nuestros políticos ganan simpatizantes. Pareciera que basta con mencionarlo para tener a cientos de nuevos adeptos diciendo amén. A pesar de ello los problemas que como sociedad enfrentamos siguen, porque estos no se resuelven con oraciones, pese a lo que aseguran algunos políticos, sino con planes estructurados por expertos en diversos temas, y con una buena y transparente ejecución de los mismos. Urge más “a Dios rogando y con el mazo dando” y menos “que en el nombre de Dios salgamos adelante”.

En cuanto a unión se refiere, el país está cada vez más dividido y polarizado. Aún no hemos superado aquello de que si alguien expresa ideas contrarias al partido político con el que simpatizo automáticamente se convierte en alguien a quien ahora puedo ofender solo porque piensa diferente a mí. ¿Es eso unidad? Más bien “Divide y vencerás”.

Basta con ver las redes sociales para darnos cuenta de cómo cada día somos más intolerantes los unos con los otros. Debería ser suficiente ver cómo tratamos a los más desvalidos para darnos cuenta de que nos falta muchísima unidad. Cómo tratamos a la comunidad LGBTI, cómo tratamos las enfermedades mentales, cómo tratamos a las mujeres, cómo romantizamos la pobreza. Todos los mencionados siguen recibiendo un trato arcaico que nos impide crecer como sociedad.

Ahora bien, sobre esa libertad de la que tanto se presume: ¿somos realmente libres? O nos hemos vuelto esclavos del consumismo ¿Quién nos hizo creer que necesitamos el televisor pantalla plana o que nuestras pertenencias en buen estado ya no son útiles porque ya salió un modelo más reciente o ya pasó de moda ¿Elige la mayoría de los salvadoreños el trabajo que les gusta o tienen que desgastarse en condiciones inhumanas de trabajo por un sueldo mínimo para poder sobrevivir? ¿Elige la mayoría de juventud salvadoreña libremente desertar sus estudios escolares o las condiciones en las que viven, las amenazas de pandilleros, la pobreza y el fallo enorme del sistema no les deja otra opción? ¿Pueden los políticos gobernar con libertad o siguen estando condenados a devolver favores a sus financistas y amigos para perpetuar el statu quo?

Expuesto a lo anterior, vuelvo y pregunto: ¿podemos sentirnos orgullosos de la sociedad salvadoreña de la que actualmente formamos parte? Yo no puedo, no de una sociedad que acusa, se burla y avergüenza de las enfermedades mentales, que asesina a mujeres solo por el hecho de ser mujeres, que asesina a transexuales, que obliga a gente a ser maltratada en el hospital psiquiátrico y a vivir en condiciones deplorables y a ser tratados como la basura de la sociedad. No puedo sentirme orgullosa de una sociedad que juzga a pacientes con VIH y que desinforma sobre la transmisión y tratamiento de este. No puedo sentir orgullo de una sociedad que se niega a brindar educación sexual a sus niñas para seguir permitiendo impunidad de sus violadores. Y, sobre todo, no puedo sentirme orgullosa de una sociedad que, en el mal usado nombre de Dios siga cometiendo atrocidades, arrebañando gente y falsificando verdades. Anhelo, eso sí, que algún día esas tres palabras dejen de ser anhelo y se conviertan en realidad.

Espero que mis palabras no se malinterpreten. Al final lo que pretendo es hacer una reflexión basada en el amor que le tengo a este país, lo que me obliga a ver las cosas cómo son, sin negar la realidad desigual en la que vive gran parte de la población. Es importante y urgente que empecemos a ver el panorama completo si lo que queremos es luchar por un mejor El Salvador. Nuestra sociedad está desquebrajándose por dentro y si el fanatismo ciego no nos permite verlo, nunca podremos sentar las bases de una población con masa crítica que fortalezca las estructuras de una mejor sociedad. Así pues, ya que está finalizando el mes patrio, deberíamos todos reflexionar sobre qué factores nos hacen sentir orgullo salvadoreño y cuáles no. No tengamos miedo a pensar diferente. Las diferencias, lejos de dividirnos, deberían fortalecernos. Es en la inclusión de diferentes puntos de vista donde se encuentran las mejores ejecuciones de proyectos, las mejores políticas públicas y los mejores sistemas de participación social. A lo que realmente deberíamos temerle es un pensar todos igual, porque de ser así el tan enriquecedor espacio a la reflexión habrá desaparecido y, con él, nuestra preciada individualidad como seres humanos.

Laura Arévalo es empresaria social y presidenta de Fundación Continúa. Licenciada en Economía y Negocios, amante del márketing y la escritura. Padece de fibromialgia, condición que hizo cambiar el propósito su vida, y ahora se dedica a concienciar, reducir el estigma y educar sobre el estrés, la ansiedad, la depresión y el burnout.
Laura Arévalo es empresaria social y presidenta de Fundación Continúa. Licenciada en Economía y Negocios, amante del márketing y la escritura. Padece de fibromialgia, condición que hizo cambiar el propósito su vida, y ahora se dedica a concienciar, reducir el estigma y educar sobre el estrés, la ansiedad, la depresión y el burnout.

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