Columnas / Política

Centroamérica: independencia a medias y en constante crisis

El 15 de septiembre es la fiesta nacional más importante en Centroamérica. Pero, ¿qué han significado realmente para los cinco pequeños países más de 200 años de vida “independiente”?

Lunes, 19 de septiembre de 2022
Cristina Eguizábal

Los cinco países que integraron la Federación Centroamericana (1824-1839) celebraron este 15 de septiembre el 201 aniversario de la proclamación de su independencia de España en un momento en el que atraviesan una crisis multidimensional de gran envergadura, que ha incrementado el escepticismo de los centroamericanos con respecto a las bondades de la democracia como sistema de gobierno. Una crisis de seguridad que impacta la vida cotidiana de millones de personas, una crisis migratoria que le roba a muchos de sus habitantes emprendedores, una crisis ambiental producida por el cambio climático que impacta el istmo de manera brutal, y los embates de la crisis económica internacional producto de la pandemia y de la invasión rusa a Ucrania.

El 15 de septiembre es la fiesta nacional más importante en los cinco países y, en algunos, las celebraciones se extienden durante todo el mes considerado como “el mes de la patria”. Pero ¿qué han significado realmente para los pequeños países de Centroamérica más de 200 años de vida “independiente”? ¿Han sido esas naciones genuinamente soberanas, tal y como la teoría jurídica lo implica? La historia nos muestra muy claramente que no y los cínicos tienen cantidades de ejemplos para argumentar que nuestros países no han sido más que vasallos de la potencia hegemónica de turno: Gran Bretaña o Estados Unidos según el momento histórico. 

Más que un repaso histórico de la efeméride, quiero compartir con ustedes una breve reflexión sobre lo que, en mi criterio significa hoy ser un país independiente surgida de la invitación que los historiadores Víctor Acuña y Héctor Lindo me hicieran de participar en su podcast Centroamérica: su presente y sus pasados.

Permítanme argumentar que tanto la visión que nos transmite la historia oficial que celebra con bombos y platillos la independencia, como la posición pesimista de crítica a ultranza constituyen versiones simplistas de una realidad muy compleja, como es la de la sociedad internacional contemporánea conformada por estados nacionales, jurídicamente iguales, pero con muy diferentes capacidades.

Intentemos introducir algunos matices.

Para empezar, ningún país, por más poderoso que sea, es totalmente independiente a menos que se viva en autarquía. Esa es una realidad aceptada por la gran mayoría de los teóricos de las relaciones internacionales.  En lugar de referirse al término jurídico de “independencia” han introducido los conceptos sociológicos de interdependencia compleja más o menos simétrica según los actores en relación; ya que no todos los países son iguales: algunos son más poderosos que otros y esa es otra realidad incontrovertible. La soberanía de los pueblos por consiguiente no puede ser más que una aspiración, legítima, sin lugar a duda, y visto desde esta perspectiva, la independencia, sería más bien el proceso histórico en el que un Estado-nación va ensanchando sus márgenes de autonomía o de soberanía y eso va a ser producto de la política.

El proceso no es, desafortunadamente, únicamente voluntarista. Hay realidades que no se pueden cambiar. Por ejemplo: no es lo mismo ser una isla que un país continental, con o sin salida al mar; no son lo mismo cien mil kilómetros cuadrados de superficie que un millón; no es lo mismo tener litio en el subsuelo que no tenerlo; y no es lo mismo estar ubicado en la periferia de una gran potencia que no estarlo.

En el caso de los países centroamericanos, somos países pequeños, con superficies que van de 20 000 km2 (El Salvador) a 130 000 km2 (Nicaragua), con subsuelos relativamente pobres, y dato no menor, situados en el perímetro de seguridad de uno de los países más poderosos del sistema internacional durante los últimos 200 años. Estos condicionantes ponen límites estrictos a nuestras aspiraciones de soberanía. Ninguno de nosotros puede aspirar a tener los márgenes de autonomía a los que podrían aspirar por ejemplo Brasil o Argentina para quedarnos en el continente americano.

Ahora bien, la capacidad de maniobra en el escenario internacional no es una constante como sí lo es la geografía, los factores de poder dependen de la voluntad política de las élites de un país. Se construyen. Los más comunes, los llamados factores de poder duro son evidentes: el poderío militar, la riqueza económica, la demografía y las posibilidades de movilización de los recursos. Sin embargo, no son los únicos, existen factores de poder blando, como una imagen positiva de respeto a las libertades, un desarrollo sustentable, el respeto al medio ambiente o la proyección cultural, que son los que pequeños países como los nuestros pueden desarrollar. 

Singapur, los Países Bálticos y Costa Rica -sí, Costa Rica- constituyen ejemplos de países que han escogido construir factores de poder blando y utilizarlos de manera muy eficaz. Cada uno, en su respectiva región del mundo y desde diferentes niveles de desarrollo ha logrado una proyección internacional mucho mayor que la que le correspondería dados sus recursos de poder duro. Veamos. 

Singapur. Situada en el sudeste asiático, la República de Singapur es una ciudad-estado de 5,5 millones de habitantes que se extiende sobre menos de 1,000 km2. Tiene el segundo PIB por habitante más alto del mundo y ocupa el undécimo lugar en el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas. Obtuvo su independencia en 1969 y desde entonces su economía ha crecido a un promedio anual del 6%. Ha logrado un perfil económico diversificado. Tal vez su punto más débil sea en lo que concierne los derechos humanos y las libertades individuales. Es una sociedad bastante regimentada, que mantiene la vigencia de la pena de muerte. Eso no ha obviado para que Singapur se haya convertido en ejemplo a seguir como modelo de desarrollo. Destina el 4,9 % del PIB a gastos de defensa y el servicio militar es obligatorio para los hombres mayores de 18 años. Tiene una de las Fuerzas Armadas mejor equipadas de la región. Gracias a su poderío económico y a su posición geográfica, mantiene una diplomacia muy activa. Tiene relaciones diplomáticas con más de 180 países. Ha sido facilitador de encuentros de alto nivel entre Estados Unidos y Corea del Norte y entre Taiwán y China continental en 2018 y 2015 respectivamente. 

Los Países Bálticos. Estonia, Letonia y Lituania lograron su independencia a raíz de la desintegración de la Unión Soviética, cubren una superficie de 175,000 Km2 y tienen entre los tres apenas 6 millones de habitantes. Dada su vulnerabilidad geopolítica producto de la colonización soviética, sus fronteras con Rusia y la presencia de fuertes minorías rusas entre sus poblaciones han desarrollado una estrategia “blanda” diferente: se ha basado en la incorporación a la Unión Europea y la pertenencia a la OTAN. Los tres países han tenido que dar pasos gigantescos en su desarrollo político y económico con el fin de pasar de ser economías socialistas planificadas, políticamente dominadas por el Partido Comunista de la Unión Soviética a economías de mercado dinámicas, sistemas políticos pluralistas y sociedades abiertas. Los tres países son considerados países desarrollados por el Fondo Monetario Internacional. Han jugado un papel muy importante en consolidar el apoyo decidido que la Unión Europea le ha brindado a Ucrania en su defensa contra la invasión rusa. Paradójicamente, el haber abdicado parcialmente su soberanía en favor de la Unión Europea ha ensanchado sus márgenes de maniobra en el sistema internacional.

El tercer ejemplo de poder blando exitoso al que quisiera referirme es Costa Rica. Como es sabido Costa Rica disolvió su ejército en 1948 y se constituyó en uno de los primeros estados nación desarmados. Aquí estamos también ante una paradoja pues al renunciar voluntariamente a poseer uno de los principales factores de poder duro, el poderío militar, ha podido crear una imagen de país pequeño, desarmado, democrático, amante de la paz y defensor del derecho internacional, su gran instrumento de seguridad nacional. A finales del siglo pasado, esa “marca país” fue complementada con la imagen de país verde, amante de la naturaleza y defensor del medio ambiente. Con un gasto de defensa cero, Costa Rica ha podido mantener su soberanía y ha logrado posiblemente los márgenes de autonomía internacional más amplios del istmo. El reto ahora es mantenerlos y ampliarlos.

Una imagen positiva del país que genere poder blando no se construye de la noche a la mañana, ni es eterna e inmutable. Requiere de una construcción y reconstrucción permanentes. El poder blando tampoco se alcanza utilizando la estructura de poder imperante en beneficio propio. Si nuestras élites están genuinamente interesadas en aumentar los márgenes de autonomía y, por ende, reforzar la independencia de nuestros países, no es confrontando a la potencia hegemónica o aliándose con países antisistema que lo van a lograr, es creando las condiciones que fomenten el desarrollo humano de nuestros pueblos empezando por el respeto a los derechos humanos y el fortalecimiento de las instituciones democráticas.


*Cristina Eguizábal es politóloga. Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de París III y especialista en relaciones internacionales y política exterior latinoamericana. Ha impartido docencia en prestigiosas universidades de la región y del mundo. En la oficina central de la Fundación Ford de Nueva York fue encargada de los programas regionales para América Latina. Dirigió el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Internacional de la Florida de 2007 a 2012. Ha sido miembro de los Consejos Directivos de prestigiosas onegés: WOLA, LASA, Hispanos en Filantropía y del AFSC, la organización filantrópica internacional de los cuáqueros estadounidenses. Fue embajadora de Costa Rica ante en la República Italiana. Actualmente es consultora y miembro del Consejo Editorial de Foreign Affairs Latinoamérica.

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