Columnas / Cultura
Ese gol tan bonito
El gol es como un rompehielos, una sentencia, un bocado de aire cuando el agua nos cubre.

Fecha inválida
Adriana Sánchez

El fútbol se fija en la vida como una fotografía, en momentos que siempre son solemnes e inolvidables. Casi todo el mundo tiene un recuerdo iniciático, una puerta de entrada a la cancha: es una decisión que un gol toma por una, para siempre y sin remedio. Yo siempre hablo del gol de Burruchaga en la final de México 86, pero en realidad no lo recuerdo. Recuerdo la mano de mi pa6pá y otras cosas que también son fútbol. El gol lo tengo que buscar de vez en cuando en internet para emocionarme por otras cosas que también son fútbol, y por lo general termino llamando a mi papá para hablar del pasado que siempre fue mejor, como los dos viejillos que ya somos.

Mi gol favorito de todos los tiempos se lo hizo Juan Cayasso a Escocia en Italia 90. Ese gol tan bonito: una jugada completa, fútbol total. José Carlos Cháves Innecken – Claudio Jara – otra vez José Carlos – Macho Ramírez – Héctor Marchena la lleva, la lleva, la lleva, se detiene, fintea, quiebra, se escapa – otra vez Claudio Jara, pase impecable de taquito, elegante, de alto nivel – le queda en los pies a Juan Cayasso: gol. GOOOOOOL. Costa Rica 1 – Escocia 0. Hay goles de goles, pero ningún gol es como este. Mi hermano y yo lo celebramos gritando abrazados frente a la tele. Es monumental, épico. El mundo entero nos está viendo mientras le anotamos a Escocia. Todo Barrio Villa Ligia retumba, toda Costa Rica tiembla. Una jugada completa, perfecta, redonda, que termina donde comienza.

Hay otros goles bonitos, como el que La Bala Gómez le hizo a China en julio del 2002, o los golazos de Chope contra Alemania en el partido de apertura del mundial de 2006. El gol de Joel Campbell contra Uruguay en 2014, que desató a la bestia y abrió una racha que nos llevaría, por primera vez, a cuartos de final: otro golazo. O el cabezazo de Kendall Waston contra Suiza en el 2018. O el que acaba de hacerle Fuller a Japón hace unas horas, el gol que le devolvió a todo un país un poco de fe luego de los eventos traumáticos del partido contra España: uno de esos goles de los que vamos a estar hablando dentro de 20 años. Si se fijan bien, seis afrocostarricenses le han abierto la puerta del gol a Costa Rica en los seis mundiales a los que el país ha logrado clasificar. Otro día, con más tiempo, vamos a hablar del racismo estructural y completamente negado por los blanquiticos: esa gente a la que le gustan los deportistas negros (cuando ganan) pero a las vicepresidentas negras les hacen la cruz.

Volvamos al gol que es un conjuro, un rompe sellos. A veces pasa que el gol llega como una tabla de salvación en medio de la tormenta, cuando el equipo está por irse al carajo. Costa Rica es experta en engañar al oponente de maneras asombrosas: a veces, como en el caso del 90 y el 2014, nadie da un cinco por los ticos, y ellos aprovechan el factor sorpresa para hacerse con un pase a los octavos de final. El gol es como un rompehielos, una sentencia, un bocado de aire cuando el agua nos cubre.

En la línea de lo que dice Luis Chaves que alguna vez dijo Daniel Alarcón, yo creo que una ve el fútbol con la edad que tenía la primera vez que le gustó. De ahí el asombro. De ahí ver tan bonitos los goles, con ese sinsabor de no entender el fuera de lugar que nos anula uno, o el penal en contra que nos condena. A los 10 años miro por primera vez el fútbol. Por primera vez con atención, porque es nuestro primer mundial. Con mi hermano Antonio damos brincos por la sala de una casa de techo bajo, en un pequeño barrio de Pérez Zeledón. Corremos por toda la casa. Es una alegría sencilla, genuina, un sinsentido: hicimos un gol. ¿Cómo puede una alegrarse tanto por eso? Hay goles que duelen en el alma porque son lindísimos pero nos los hizo el oponente a nosotros: ese gol increíble con el que Lahm abrió la serenata en el partido inaugural de Alemania 2006. Una quisiera que ese gol, ese golazo contundente, ese patadón inmenso, hubiese ido a dar al fondo del marco alemán, y duele reconocer la belleza de lo que es tan ajeno. Esos goles que se sienten como el dolor de una herida vieja, algo que fue y pudo no haber sido, tan bonito que ni siquiera querríamos que no hubiese existido.   

El gol tiene ese poder tan raro y sobrenatural que tienen las cosas realmente bellas. Pero hablo de esa belleza que puede ser aterradora. Que puede dejar mudo a un país entero en menos de un segundo. Esa belleza de la que depende que haya mares de gente corriendo por las calles ondeando banderas. La belleza que puede sumir a un pueblo completo en el más abismal de los silencios. Todo lo que pasa antes, todo lo que se construye en el camino. Y una lo celebra con la cantidad justa de alegría que le dio el primero que recuerda: la misma alegría de los 8, de los 11, de los 5. El momento en el que todo termina, el momento en el que todo comienza.

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